No sé ustedes, mis amables lectores, pero yo estoy harto de
esos vocablos farsa, coletilla o fetiche, que sirven igual para un roto que
para un descosido. Ahora todo termina siendo de progreso e incluso progresista:
“gobierno de progreso, pactos de progreso, partido progresista, comensalismo
progresista”, etc. Esto último, desde mi punto de vista, es un decir que se
ajusta perfectamente a la realidad empírica. La carga emotiva, impía, que llevan
dichas expresiones, supera con creces el simple concepto. Es como si añadidos a
un sustantivo concreto, le dieran un vigor que resaltara sobremanera -y de
forma artificiosa- las bondades propias, tal vez impropias. Encierran además
cierto atropello arrogante sobre aquellas siglas que el común considera
huérfanas de tales características. Hasta es posible cometer no ya la injusta
displicencia sino el asedio enconado, fanático, casi épico, por individuos exaltados,
obtusos. Realizan un progreso sacrificial.
Conviene echar un vistazo al DRAE. Progreso es un concepto que implica mejora general en el individuo.
Gracias a su iniciativa pudo superarse el teocentrismo cristiano (y musulmán)
expresado en la escolástica. Sus épocas claves fueron el Renacimiento y la
Ilustración. Progreso no puede adscribirse, aplicarse, a ningún movimiento o
ideología concreto. La frase “orden y progreso” comúnmente aplicada a las
dictaduras de América Latina, indican el ocasional vaciamiento semántico del
concepto. El Progresismo debiera perseguir la libertad personal, mientras el conservadurismo la económica. Aquel confluye
en el liberalismo y socialismo democráticos. Nolan expresa con un gráfico eficaz
los deslindes (sesgo positivo: liberalismo; sesgo negativo: totalitarismo). Progresista es la credencial de quien
actúa y lucha por el progresismo.
Ahora comienzan a procesarse los apoyos para conseguir la
investidura de Sánchez. Constituye un toma y daca cuasi financiero, inversor, unas
exigencias contrapuestas que terminarán por conceder la mayoría suficiente al
candidato más inepto de los últimos decenios. Encima, alguna de sus estrechas colaboradoras
(Carmen Calvo), manifiesta sin tapujos ni asomo estético que -al contrario de
otras fuerzas que promueven gobiernos retrógrados con la extrema derecha- el
PSOE conformará un “gobierno de progreso” con la izquierda, refiriéndose a
Podemos. Cercanos, buscando la tibia complacencia del poder, encontraremos
también a ERC, PNV, Compromís y otras siglas minúsculas cuyo pedigrí
democrático resulta, como mínimo, tornadizo, precario. Eso sí, son células que
forman el cuerpo orgánico y progresista del gobierno, porque todas se alimentan
raudas, famélicas, de democracia y progresismo. ¡Qué bien alardea la progresía!
Casado, plasmó su complejo (quizás ruindad) cuando calificó a
Vox de extrema derecha. Calvo -blandiendo el error necio pero devoto, asida a
un absurdo prurito de postiza lealtad- ha blanqueado a Podemos tildándolo con cinismo
de izquierda. Probablemente realizara un acto de suprema inteligencia, sin que
ello sugiera precedente alguno, y pretenda limpiar el cristal donde mirarse
tras el acuerdo futuro. Un gobierno vale cualquier pacto de investidura, como
ya se demostró en la moción gestora. Quien no pase el tamiz de las buenas
formas ni exhiba arrojo, empuje, debiera ser excluido para presidir el partido con
opciones de gobernar España. Tan negativo es pasarse como no llegar. Aparte
etiquetas varias y variopintas que la izquierda deja desgranar sobre partidos
que le hacen sombra, al PP no le puede dar lecciones de nada (en ningún terreno)
un PSOE que carga sobre sus espaldas páginas sombrías. Casado debe regenerar el
partido, arrogarse principios éticos y sociales que otros le niegan, amén de expulsar
complejos pretéritos, ajenos aun propios, si quiere llegar a La Moncloa. Así,
con tal proceder, se le complica su futuro.
Ciudadanos ha dañado su liberalismo a cambio de actitudes que
implican una rigidez maniquea impropia de aquellas raíces primigenias. Importa
poco autodefinirse liberal si luego despliega tics rancios, vejatorios, avivados
-consciente o inconscientemente- por individuos de escasa contribución a la tolerancia
social. Valls, seguido de partidos con intereses precisos, carece de autoridad
moral para marcar trayectorias políticas y éticas. Rivera comete un yerro
incalificable si deja solo al PP en la oposición. Ha empezado ya a transitar el
camino correcto para despeñarse. Pactar con un sanchismo amarxistado, lejos de
la socialdemocracia, proclive al desastre económico e institucional de este país,
significa quedar enclenque tras semejante episodio. El partido, decadente, depreciado,
quedará entonces en manos de Arrimadas y se convertirá en bisagra para formaciones
alternantes de gobierno. Uno debe convencer cuando la coyuntura lo exige;
después, perdido el crédito, evacuada la confianza, corresponde ser peón de
brega.
Podemos, partido que oculta su radicalismo extremo en engañosos
escrúpulos sociales, carece de distintivos progres mientras sea propiedad de
Iglesias; sin que me atreva a asegurar ningún cambio posterior. Pablo, auténtico
césar, se desgañita en afirmarse demócrata y progresista. Les recuerdo a la
sazón el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Con más justificación
y destreza, pero con menos diputados, sigue exigiendo ministerios. Sabe que
Sánchez no desea darle poder, porque le resulta peligrosísimo, mientras
sospecha que no tiene otra solución salvo elecciones anticipadas. Conoce, con
certidumbre, que Pedro no se expondrá a perder o a quedar como ahora: minoritario
e inestable. Podemos da de comer en su mano al sanchismo. Falta por averiguar
si no le endosará alguna pócima dañina que lo lleve a un estado catatónico. De
momento se encuentra vigilante, alerta, saboreando la presa.
La clave central, mediática, es Madrid y el ayuntamiento de
Barcelona. Ambas parece que abandonan un ambiguo proceso de conformación.
Madrid (autonomía y ayuntamiento) objeto de codicia y avideces artificiosas ha
tenido en vilo a la nación. Esos pactos tan venteados en precampaña no
terminaban de cuajar por las exigencias inmoderadas, aunque legítimas, de
Ciudadanos. Al final se perfila un acuerdo que llevará al PP a encabezar los
dos objetos del deseo. A cambio habrá compensaciones, trueques, en zonas y
villas menos trascendentes. El consistorio barcelonés, fuera de ese paripé
teatral protagonizado insistentemente por Colau, no ofrecía ninguna duda sobre
su titular definitivo. Al menos para mí que lo pronostiqué, fechas después de
las elecciones, en el artículo “Todos vienen con la cabra”. Aquí, el más tonto
hace relojes de madera. ¡Como para perder o compartir la alcaldía de Barcelona!
No hay comentarios:
Publicar un comentario