viernes, 31 de julio de 2020

DEL ROJO AL NEGRO


No imagina el amable lector lo que me ha costado encontrar la cabecera y concebir un contenido inspirador del artículo en ciernes. Cierto que el país se encuentra en una situación angustiosa, muy deteriorada, por ello la dificultad que supone escoger alguna faceta o cara que sistematice tal coyuntura y ayude algo a sobrellevar su percepción. El momento es complejo y adentrarse en sus entrañas requiere esfuerzo y liberalidad para no dejarse llevar por ningún desafecto que obstaculice, todavía más, entrever los temas con mesura. Solamente de esta forma conseguiremos el efecto balsámico imprescindible para sobrellevar tanto ajetreo.

Los colores siempre han sido signos, códigos, que ilustran la realidad adelantándose al horror descarnado o a la destrucción pavorosa. El rojo, verbigracia, describe al fuego e incandescencia mientras indica a los animales peligro o toxicidad. Incluso, en variadas circunstancias, sugiere lo mismo a quienes tienen dos patas. Todos conocemos qué advertencia tácita nos guía al ver una bandera roja en la playa. A nivel mundial, el color rojo simboliza peligro importante, dramático: botón rojo. Contrariamente al mal hado expuesto, los españoles, asimismo, suelen utilizarlo entre metáfora, juego y tragedia, como color central en la llamada “fiesta nacional”, debido no ya a la muleta sino a los borbotones sangrientos lanzados por toro y, a veces, torero.

El negro es un color paradójico, contrahecho, imperfecto. Lo mismo hunde sus raíces en desgracias inmensas que suministra distinción y sutil elegancia. Desde el punto de vista físico niega toda posibilidad de fotorrecepción, básicamente por falta o escasez de luz. Debería tener connotaciones negativas, pero en ocasiones simboliza sentimientos de pesar, prescritos por ideales incumplidos, alejados de trayectorias a que llevan sublimes aflicciones patrióticas, doctrinales. Resulta curioso que los colores rojo y negro, en diferente distribución, formen parte fundamental de enseñas tan aparentemente encontradas como Falange Española y Confederación Nacional del Trabajo (CNT). José Antonio Primo de Rivera y Ángel Pestaña tenían muchas cosas en común, sobre todo desvelos sociales y amor a España, aparte de ser anticomunistas declarados.

Más allá del simbolismo cromático, inundándonos de realidad, nos encontramos en una coyuntura horripilante. Todo el mundo parece informado, menos quien debiera estar al cabo de la calle. Sé que el gobierno posee amplio conocimiento de los problemas, pero miente y los edulcora con falsedades planificadas. Al final, pese a Tezanos y sus fábulas, vislumbro un balance electoral severo si no desastroso, letal. El ejecutivo compendia todo lo escrito hasta el momento. Su faz ideológica -entre la izquierda frente populista y el comunismo extremo, totalitario, de Podemos- queda plasmada en el rojo único de sus banderas, bien con el puño y la rosa (lema belicoso-ornamental) o la hoz y el martillo (mueca mordaz a la unión de obreros y campesinos).

Ahora mismo navegamos a la deriva ante sonrojantes inepcias cuando no derroches inaceptables. Oposición e inopia caminan tendiendo la mano a un presidente felón apoyado interesadamente por una izquierda extrema, independentistas, afectos al terrorismo como método político y el aluvión particular, aislado, extraño.  Me resulta curioso la falta de respuesta de PP y Ciudadanos cuando otras siglas impuras, manchadas objetivamente y absueltas por partidos que ven la paja en ojo ajeno, se atreven a calificaciones desenfrenadas, infames. Espero censuras sólidas, llenas de hastío, protagonizadas por una sociedad a punto de exigir su papel estelar. Pandemia y recesión hacen que la propaganda gubernamental, antes o después, se convierta en bumerán justiciero, castigador.  

Sí, este gobierno bermellón -a Sánchez le preocupa la deslealtad de un Iglesias imprevisible e imprescindible, cada vez más amargo, impertinente- nos lleva a una España enlutada, de sepelio. Observo que Pedro (presidente o pastor del cuento del lobo, me da lo mismo que lo mismo me da) cada día se ladea con mayor obscena fruición a Podemos. Hasta tal punto, que observadores precisos disocian el poder ministerial y el mando real de un Iglesias jactancioso, chuleta, cuya influencia parece innegable. Es tan totalitario que, desprovisto de inteligencia, conforma siendo gobierno su propia oposición. Insisto, solo el instinto totalitario le insta a tener un poder omnímodo; asentándolo sobre atributos intelectuales le llevarían al fracaso de manera irremediable.

Vivimos en un mundo tiránico a la vez que fantasioso. Iglesias (sujeto embaucador, botarate, al que educadamente mandaría a su casa de Vallecas, evitando, como hizo él con los mayores, mandarlo a la mierda) apoya la ocupación de viviendas mientras tiene decenas de servidores públicos -guardia civil o policía nacional- custodiando el chalet de Galapagar veinticuatro horas diarias. Su masa votante la constituye, tras lo dicho, un amplio colectivo de cretinos al decir de Pedro Castro (exalcalde de Getafe) cuando se preguntaba: “¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que vota al PP?”. Es la prueba palpable, incontrovertible, de incoherencia populista.

Ignoro cuál será el color de mentiras, farsas y compadreos, pero si hubiera un color concreto sería sosias de los políticos patrios. Sobre todo, de quien nos gobiernan. Su desfachatez les lleva a ocultar la evidencia. Cuando la muestra exhibe signos claros, ellos se empeñan en revestirla con ropaje farisaico. Europa, ajena a las tragaderas nativas, anuncia, por ejemplo, veinte mil muertos más por coronavirus que la cifra ofrecida por el ministerio de sanidad. También que el PIB ha disminuido, al menos, un veinte por ciento o que la ayuda de la Comisión Europea (ciento cuarenta mil millones) lleva aparejada unas condiciones rigurosas, impropias de loas y aplausos ministeriales, de autobombos necios. Si no hay problema, sobra el planteamiento y la solución. De cajón.

Sin turismo, por irresponsabilidad social, caos organizativo y negligencia gubernamental, con el ladrillo agarrotado por inseguridad jurídica y falta de inversión extranjera, vamos directos a la miseria atroz. Tal coyuntura no puede ocultarse pese a los esfuerzos de Iván Redondo y Sánchez. Ni siquiera con ayuda desesperada de Tezanos o medios orondos, atiborrados de subvenciones, que son casi todos. La realidad puede ocultarse durante un tiempo determinado, luego los hechos se imponen y las proclamas publicitarias constituyen el escenario donde, sin importar actores, la platea siente la farsa en carne propia. Pandemia y ruina económica acabarán con el teatro, pasaremos del rojo al negro. Queda desear que aparezcan pronto otros colores alegres, dichosos, ilusionantes.

 

viernes, 24 de julio de 2020

DEL REY ABAJO, TODOS


Farsa, según el enunciado uno del DRAE significa: “Obra de teatro cómica, generalmente breve y de carácter satírico”. Su enunciado dos, expresa: “Acción realizada para fingir o aparentar. Ambos coexisten en este capítulo de la historia española, más o menos remota o fielmente descrita, con los episodios que nos están tocando vivir. El epígrafe procede de un paralelismo entre la obra dramática (farsa) “Del Rey abajo, ninguno” cuyo autor, Rojas Zorrilla, hace un canto al honor allá por el siglo XVII y la decadencia implícita del momento actual atribuible a un sistema que ha corrompido cimientos y estructura.

“Del Rey abajo, todos” constituye la evidencia de vicios duraderos que acechan nuestro régimen, patrimonio antitético que cobra protagonismo con excesiva complacencia, tal vez descomposición. Siglos atrás, con la concepción teocrática del poder, el rey era considerado personaje juicioso y además se le revestía capciosamente de interminables aditamentos morales. Hoy, donde no el humanismo sino lo humano ha traspasado todas las líneas posibles, nos atribuimos una licencia fanática, inquisidora, con el objetivo de desenfocar nuestras propias miserias. La crítica al personaje -aun siendo cierta- no blanquea o limpia atropellos de los demás, sean sociales, corporativos o crematísticos.

Llevamos un tiempo en que políticos republicanos cuestionan no ya la conveniencia del actual Jefe de Estado, poco contestada, sino el linaje ejemplar del rey emérito y, como consecuencia, el basamento legítimo de la Corona, puesta arteramente a debate por su extracción franquista. Digo políticos y debiera añadir medios de comunicación concretos cuya filiación y ayuntamiento casi nadie desconoce. Porque la mayoría de Parlamento y pueblo, sean o no monárquicos, admite que debemos a dicha Institución casi cinco decenios de paz, algo insólito por estos pagos donde abundan turbados adictos a la estaca. Durante dos siglos, XIX y XX, los españoles disfrutaron pocos momentos de tranquilidad. Ahora llevamos, los de mi edad al menos, ochenta años sin contratiempos espinosos.

Pragmático partidario de la Monarquía Parlamentaria, que no monárquico convencido ni activo, puedo reconocer el carácter presuntamente incitador y licencioso del anterior rey. Hasta, si quieren, su afición irregular a atesorar cierta fortuna por procedimientos ayunos de decencia, para ser suave y misericordioso. Incluso, pudiera añadir otros extremos que la gente, poco leída, desubica y coloca en el campo de la (des)honestidad. Ninguno de estos fustigadores acerbos, mordientes, le conceden alguna mínima opción empática que contrarreste la penosa secuencia de sus deslices. Quizás fuera promotor fundamental, verbigracia, del paso pulcro, sereno, intachable, de la dictadura (menos sanguinaria e infame de lo que algunos vociferan) a la democracia (más sombría, corrupta y perversa de lo que proclaman sus panegiristas).

Quienes utilizan el látigo publicitario, pretendidamente justiciero, inmisericorde, tienen sobrados motivos para mantener un silencio contenido no vaya a ser que venteen propias tachas cotidianas mientras siguen acumulando vicios sociales y económicos desaforados. ¿Les suena nepotismo y corrupción ilimitada? Pues eso. Aquí la única inmaculada, impoluta, sin rastro que pueda envilecerla (en este caso restringir su carga miserable), es la indecencia. Ignoro qué atajuelos hemos consentido -acaso invocado con delirante frenesí- para llegar a esta situación, además de deplorable, absolutamente ruinosa y sin escapatoria cercana. Porque en esta España rústica, zoquete, uno señala y el rebaño se huracaniza sin calibre alguno.

No niego el presunto patrimonio del rey emérito -presupuesto conocido e incluso aireado por la prensa extranjera, sin desmentir- de mil ochocientos millones de euros. Quienes pretenden aniquilar la institución monárquica, utilizan esta presunta sisa o comisión con el propósito de deslegitimar al rey Felipe VI. Para ello utilizan argumentos sofistas, guion que rechazan cuando su razonamiento perjudica a tan “respetados” lógicos. Las herencias reales, en su doble filiación institucional y patrimonial, pueden aceptarse o rechazarse, en su conjunto o por partes, sin que ello cause necesariamente, y a priori, enaltecimiento o menoscabo. Por otro lado, estudios de genética conductual concluyen reconociendo la gran cantidad de factores que intervienen en la personalidad del individuo sin inferir de ningún modo predominio de ninguno específico. La Corona, como institución, queda (por consiguiente) al margen de escándalos previos aplicables a personas.

Realicemos un ejercicio de cotejo. Si partimos de mil ochocientos millones de euros, presunto monto del escamoteo real durante veinticinco años, ¿cuántos miles han desaparecido, supuestamente, en ese mismo periodo a manos de los diferentes políticos nacionales y autonómicos? ¿Cuántos quedan por desaparecer? ¿Qué beneficio real, notable, han conformado sus respectivas gobernanzas? ¿Alguien piensa que los setenta y dos mil millones de euros a “fondo perdido” donados por la Comisión Europea, no van a “encontrar” un fondo menos perdido? Para qué seguir. Desde luego “no es oro todo lo que reluce, ni harina todo lo que blanquea”. No procede, en este caso, la estrategia del “tú más”. Pretendo poner al descubierto esa incesante propaganda política (corrupción intrínseca) beligerante, reiterativa, hasta conseguir sus objetivos ocultos.

“Es muy difícil separar los casos de corrupción de la familia Borbón de la Monarquía”, se dejó decir Irene Montero. ¿Pero quién se ha creído que es? Una chica universitaria (como miles de españolas que están en paro) con fortuna, por llamarlo de algún modo. Tuvo la suerte -en mi pueblo conquense decimos la chorra- de escalar un puesto para el que evidentemente no está preparada, igual que otros compañeros de gabinete. Su discurso vacío, acaso esté lleno de odio y avidez de revancha. En cualquier caso, es indigente en estilo y fondo; puede reconocerse en él a una analfabeta funcional. Por si alguien quiere recorrer, pese a la solana, los cerros de Úbeda, adelanto que definición e insulto tienen entornos y acicates distintos.

Viene al pelo Coulomb, con su Ley sobre atracción y repulsión electrostática, ante el apunte de Iglesias que quiere a medio plazo una “república plurinacional”. Pareciera que los líderes podemitas, de parecida consistencia intelectiva, se sienten atraídos (tal vez junto a su soldadesca) por la república; mientras, repelen -con la misma intensidad- todo lo que huela a monarquía. Pablo, presuntamente, padece cierta enajenación como forma patológica de adaptación a la realidad; distinta, en cualquier caso, a aquella concepción marxista o hegeliana. Desconozco qué apelativo merecería si, con mayor probabilidad, dijera de forma resuelta querer que, a medio plazo, le tocara un euro millón”. ¿Idiota?

 

viernes, 17 de julio de 2020

DE MEZQUINOS Y DE SARDINAS


El decir popular (filosofía de subsistencia y germen hogareño de refranero) mantiene que todo organismo fundamenta su rectitud e integridad en sus primeros años. Cualquier campesino sabe que un árbol torcido se debe enderezar cuando todavía ejerce de arbusto para que crezca recto. Igualmente, si se quiere formar personas con moral y costumbres intachables hay que iniciar dicho proceso desde la infancia, para continuarlo en ese crisol socializante llamado escuela. Somos seres sociales y dicha impronta exige nacer en el seno de una familia, recrearnos junto a compañeros de colegio y desarrollar nuestro carácter definitivo bajo el influjo dañino, según Rousseau, de una sociedad mezquina, beligerante, cuando no rotundamente maligna.

En mi pueblo, siendo yo niño, había dos estancias lóbregas, simétricas: las escuelas. Cuartuchos con ventana al fondo -que daba a la plaza- y un vulgar e inútil ventanuco lateral por donde salía el cañón de la estufa, formaban parte inferior del complejo municipal. Palmeta, brazos en cruz sosteniendo libros y una fría poyata, ajustaban la gradación coercitiva a compañeros indisciplinados. Subiendo diez o doce escalones se ascendía al ayuntamiento donde, a la derecha, asentaba sus dominios don Hipólito (un secretario erudito), mientras el sector opuesto albergaba lo que hoy sería una sala de uso común. Uno, que se alimentó durante cinco años de moral casi espartana, arribó al colegio esperanzado con encontrar allí cierta laxitud. Craso error. Teníamos como manual de comportamiento el libro Corazón, un excelente y sugestivo, pero riguroso, inoportuno, antipático, compendio de actuación familiar y escolar.

Inmerso en semejantes itinerarios, acabé mi infancia -incluso adolescencia- conllevando una ingenuidad notable. Tal vez fuera práctica generalizada en aquella época oscura, cerrada, llena de escaseces. Luego, estudios, edad y salir al mundo, conformó un carácter reflexivo, escéptico, rebelde. La juventud me inundó de realidad materializada en el aforismo: “Arrimar el ascua a su sardina”. A la vez, objetaba esa insistente, pero fingida, siembra de solidaridad caída regularmente sobre árido peñascal. Aprendí, hace ya mucho tiempo, que cada cual justifica sus intereses excediendo cualquier otra circunstancia, sin consideración a nada ni a nadie. Desde una órbita política -como decimos algunos de profundas raíces lugareñas, pero ahora casi en desuso- la romana (artefacto de pesada muy viejo y rural, teóricamente extinguido) pesa arrobas en lugar de kilogramos.

Aunque era innecesario llegar al horizonte actual para comprobar empíricamente lo acertado de mi arranque mundano, los terribles acontecimientos últimos constatan con creces las nociones cimentadas en anteriores etapas de mi existencia. Pienso que se está acometiendo la profanación del acervo semántico en aras a lograr un deterioro del lenguaje (único medio de comunicación humana) para difuminar responsabilidades políticas al objeto de conseguir impunidad total. Resultan lamentables los intentos, bastante eficaces, de embarrar el terreno político. Lo triste, sin embargo, es que este escenario se encuentra vacío de personajes a quienes ofrecer un papel que pueda representarse con algo de dignidad. Todos, quizás se salve alguno de ignoto raigambre, merecen o han merecido desairadas broncas del espectador.

Arrimar el ascua a su sardina, insisto, además de mezquino es una forma cicatera, desdeñosa, repugnante, de paradigma vital. Pareciera excesivo aseverar que constituye parte nuclear de nuestro código genético. No obstante, los hechos son inequívocos. Hay un colectivo, pese al imponente extravío social, que eleva potencialmente la vileza del mencionado deslustre: los políticos; y si me aprietan, un poco más quienes se autoproclaman izquierdas. Como este estilo egoísta, rastrero, tiene cierta analogía con la corrupción crematística, cuando un prócer concreto llama corrupto al adversario muestra tal grado de cínico sarcasmo que constituye un hito insuperable. Semejante verborrea describe a quien muestra talante tramposo, usurero, estafador.

Sánchez es especialista en arrimar el ascua a su sardina, hace del arrime exquisitez. No tiene rival a la hora de perfilar proyectos cuyos objetivos sean deslumbrar al personal. Es un auténtico vende burras, capaz de cosechar réditos donde solo hay humo, vacuidad, nada. Tras cuatro meses largos de imprevisiones, incapacidades, errores (probable y presuntamente comisionados), vergonzosas deserciones, mentiras, trapicheos groseros y plante contumaz a visitar hospitales y enfermos, monta un aparatoso espectáculo de “afirmación popular” con rasgos franquistas, pero sin palio. El “homenaje nacional a las víctimas de la pandemia”, irreprochable con otros procederes y premisas, conforma la excusa impúdica para robustecer su ego ilimitado. Solo indigentes intelectuales y morales necesitan escenarios fastuosos para enmascarar sus limitaciones. ¿Algún recoveco nazi, totalitario o imperial?

Iglesias, asimismo, complementa o completa el liderazgo de arrimar encendidas ascuas a declaraciones, actitudes y hechos que divergen sin posible ocultación. Arrogancia, humildad e impudor conforman simbólicamente la especie clupeidae (sardinas) a las que alternativamente dicho personaje aplicaba el fuego adecuado al momento. En este instante, arrima el ascua a la humildad porque Sánchez es ya su última sardina. Del altivo e hiriente “cierre la puerta al salir”, reconvención obtusa efectuada a Espinosa de los Monteros en la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, al tono monacal (tal vez de monaguillo hechizado) en sus charlas didácticas, además fruncidas, como portavoz ocasional de ciertos acuerdos gubernamentales -esperemos a ver cómo le influye el cero gallego- hay una vida de por medio. El prefijo “unidas” deja falto al partido original y desideologizado, Podemos. Le aconsejaría, para no quedarse solo en cenizas, que en adelante la sigla fuera: UPFCC (Unidas Podemos Frenar el Cambio Climático). Así, pack completo.

Las fuerzas políticas restantes no quedan al margen. PP, Vox y Ciudadanos, sacrifican principios, que debieran ser intocables, según sugieran los resultados sociométricos. Aparte, cada líder debe templar y medir estrategias para fortalecer su posición dentro del partido. Creo que esta irrupción calculada de bloques perjudica a quienes defiendan la Constitución, porque el sanchismo va y viene con ausencia de escrúpulos. “Dime con quién andas, y te diré quién eres” expresa un conocido refrán. Es evidente que algunos apoyos de Sánchez pretenden hacer añicos la Constitución de una forma u otra. Mientras, y si el bloque antagónico prosigue en su beligerancia, tendremos gobierno social-comunista para muchos años. Este marco innegable conlleva la conclusión de que neciamente la derecha arrima el ascua al bloque de la izquierda, si incluimos en él a las siglas burguesas catalanas y vasca.

viernes, 10 de julio de 2020

LOS RASPUTINES


Me cuesta trabajo conjeturar que las tórridas temperaturas menoscaben la capacidad volitiva o el entendimiento, al punto de ver correlación entre personajes separados por más de un siglo. Tampoco rechazo absolutamente que una y otra circunstancia diverjan en realidad, hipótesis siempre escurridiza. Lo cierto, más allá de cualquier alcance, es que he recogido utensilios, dejo el infierno valenciano -porque no soy de playa- y he venido a mi pueblo en la Manchuela conquense. Si alguien pensara que esta zona es jauja, desde el punto de vista térmico, me veo obligado a corregirle su error.

Aquí, la canícula ronda los cuarenta grados; bien es verdad que crepúsculos y amaneceres alivian muy mucho las temperaturas diurnas. Caminatas al alboreo y una diminuta siesta plácida, sustituta (con escaso entusiasmo) de pretéritas y amenas partidas de dominó, conforma este verano que, comparado con otros antañones, el covid-19 mandará a hacer puñetas. La gente mayor, desimpregnada de jolgorio y testarudez, renuncia acudir al hogar del jubilado. Puro juicio. Conjeturo que esta situación domine todo el territorio nacional por tiempo indefinido.

Rasputín fue un personaje extraño que vivió, desde finales del siglo XIX a principios del XX, en Rusia zarista. Era analfabeto, pero de verbo cálido, seductor. Monje místico y con cualidades curativas, alivió de su hemofilia al príncipe heredero ganándose la confianza, al menos, de la zarina. Semejante hecho, le llevó a conseguir una relevancia política extraordinaria llegando a ser pieza esencial en el gobierno del país. Parece clara su influencia en el ocaso del régimen hasta tal punto que Kerensky, líder de la revolución, llegó a declarar: “Sin Rasputín no hubiera existido Lenin”.  Su ascendiente entre los zares le llevaba a nombrar cargos y recomendaciones, despertando envidias fatales dentro de la familia imperial. Esto, unido a probable maniobra de Inglaterra, provocó su asesinato en diciembre de mil novecientos dieciséis.

Hoy, aquí y ahora, constreñidos por una pandemia que está protagonizando cambios drásticos en los aspectos social y económico, por lo menos, transitamos al futuro totalmente desorientados. No obstante, el escenario presente comienza fechas atrás; tal vez, de forma radical, en noviembre del pasado año. Las elecciones generales de ese mes alumbraron dos perdedores cuya opción única era sujetarse entrambos; en puridad, no pactan ninguna coalición, montan un gobierno. Surgen, a la vez, los dos rasputines: Iván Redondo, como promotor, y Pablo Iglesias, el elegido inapelable.

Quizás ninguno dé la talla física (Rasputín era de elevada estatura), pero las semblanzas morales y sus perniciosas consecuencias están fuera de toda duda. Coparticipan, no ya de un analfabetismo funcional, que no objeto, sino de una incapacidad para gobernar más que notable. Grandilocuentes, falsarios, persuasivos, consiguieron de forma ininteligible y postiza el caudillaje que les permite actuar arbitraria e impunemente. Hemos caído en la degradación gubernativa absoluta después de proferir demasiadas invocaciones al ejercicio ético del poder. Denostar la casta, asimismo, es una táctica segura, eficaz, para revestirse y recrearse de ella.

Convendría, antes de proseguir, deslindar algunos conceptos con la ayuda del DRAE. Inteligente dice: “Persona dotada de un grado elevado de inteligencia”. Listo, en la acepción segunda, significa “apercibido, preparado, dispuesto para hacer algo” y en la tercera “sagaz, avispado”. Tonto lo define: Persona falta o escasa de entendimiento o de razón”. Creo que, si analizamos a fondo el correcto enunciado de estos vocablos, valoraremos en su justa medida a personajes y análisis político que de inmediato desgrano con ellos; sin acritud, pero también sin aspavientos cortesanos.

El primer Rasputín -en orden a su influjo, aunque presumible, anónimo- es Iván Redondo, actual brazo derecho (sin coña) del presidente socialista (este epíteto es figurativo, no rúbrica ninguna realidad rigurosa). Su querencia al socialismo y a Sánchez es sobrevenida, pues antes asesoró al alcalde García Albiol y, a posteriori, desempeñó la dirección del gabinete de presidencia con Monago, ambos del PP. Se desprende, pues, que este señor carece estrictamente de venero ideológico. Todo sentimiento o afecto en su quehacer diario viene empeñado, tal vez empañado, por la productividad inherente a quien aspira conservar el puesto.

Sospecho que Redondo es “inteligente” con un punto de pretencioso desdén. Compensa el vacío general de su jefe que (con todos mis respetos a la persona, pese al engreimiento mostrado, puede que por ello mismo) advierto bastante “escaso”. Sin embargo, presiento una estrategia letal para España, el partido y, sobre todo, para Sánchez. Iván se equivocó al no hacer hincapié en pactar con Rivera cuando conformaban mayoría absoluta, recogiendo todos los parabienes, incluso europeos. Erró en programar nuevas elecciones y en sugerir el gobierno de coalición, un acierto solo para él, Sánchez e Iglesias. Pifia los desbarajustes fraudulentos, enredadores, de la pandemia y el nulo plan posterior si hubiera rebrotes descontrolados. Aparte la desastrosa concepción económica, cabe citar el grave oscurantismo imperante.

Existe un aspecto que lo asimila al Rasputín ruso: Este destruyó el imperio y Redondo va a terminar con la monarquía. Infiero que “las informaciones inquietantes que perturban a todos” forman parte del diseño no para derrocar al monarca emérito, ya depuesto, sino para demoler la institución monárquica y destituir a Felipe VI. Ignoro por qué, pero la autoría del proyecto se la atribuyo al jefe del gabinete, probablemente el único con capacidad, maquiavélico y, por consiguiente, mezquino. A lo sumo, habría tres actores principales: el mencionado, Sánchez e Iglesias; trío calavera, irresponsable, suicida.

Iglesias es el Rasputín “listo”, un charlatán -con tres docenas de diputados- aparentando el estadista que necesita nuestro país y Europa. La realidad lo limita a ser comunista extremo, extemporáneo, sumido en un pasado incompatible con sociedades abiertas, democráticas y desarrolladas. Su reseña inconfundible salta a la vista: Avidez por conseguir poder y metamorfosis camaleónica. Nadie como él es capaz de “naturalizar el insulto” y atrincherarse tras una veintena de servidores públicos para impedir caceroladas legítimas. Tiene talante tornadizo, a veces casi monjil. Lanza a sus huestes con el objetivo de descuartizar a comunicadores discrepantes, entre ellos Vicente Vallés al que él mismo denomina “presunto periodista”, y luego dice que la crítica es normal, pero lamenta, reprueba, el ensañamiento con Vallés. Cualquiera se fía de un tipo así.

Podemos apoya a terroristas palestinos y la lucha armada. Sánchez descarta una gran coalición con el PP. Igualdad calla ante el escándalo sexual de Correos. Expedientan al letrado mayor del Consejo de Estado por escribir en ABC una tribuna crítica con el gobierno. No me extraña que, con estas noticias, Europa prefiera a Paschal Donohoe en lugar de Nadia Calviño, condenada sin culpa al ara sacrificial.

viernes, 3 de julio de 2020

EL PROYECTO PRIORIZA A LOS MEDIOS


Generalmente, quienes pretenden cambiar el statu quo mediante golpe de Estado o subversión encubierta, procuran tener varios planes con diseño cauto, progresivo y alterno. Sin embargo, es infrecuente que partidos opuestos a tales afanes terminen aportando complicidades, presumo, involuntarias. Ignoro si les falta agudeza o se abandonan a viejos complejos de origen postizo. La izquierda patria (que no patriótica) les ha tomado el pulso a PP y Ciudadanos que reciben trémulos, permeables, una propaganda ridícula, casi caricaturesca. Nada más absurdo, chispeante e inicuo que carguen con el apelativo “franquistas” y al mismo tiempo les endosen un revanchismo contrahecho. 


Avizorando el presente nace una inquietud profunda, lamentable; probablemente aciaga. Solo necesitamos observar signos, acontecimientos, para concluir que una de dos: Sánchez se eterniza en La Moncloa o, peor aún, alguien pretende contravenir el orden constitucional y democrático. Sánchez nos llevaría al abismo; asaltar el sistema traería irremediablemente penuria y atropello. Los últimos acontecimientos han dejado claro aspectos que ayer nos hubieran parecido ilusorios. “El movimiento se demuestra andando”, frase atribuida a Diógenes, es de giro común en media España. Si la limitamos al escenario político, ninguna sigla sale bien parada; pues la que no cojea, renquea.


Progre es un rasgo que se atribuye la izquierda (disgregadora, radical o sanguinaria) en franquicia, de forma exclusiva; por tanto, se arroga una apropiación ilegítima, insidiosa, hipócrita. Acostumbra aplicarse al individuo que tiene un concepto de la vida avanzado e innovador. O sea, persona que debiera ser solidaria, justa, de acendrados valores éticos, generosa, sacrificada, democrática. En definitiva, idealista. Desde noviembre padecemos un gobierno “progre” con lo que ello debiera suponer. Por el contrario, cuando el Congreso quiso bajar el IVA de las mascarillas al cuatro por ciento, PSOE y Podemos, entre otras siglas de izquierda (“progres”), han votado en contra. ¡Viva la progresía!


Insisto, estos aventureros vagan entre ostentación y detentación del poder. No ya desde un marco de legitimidad, que también, sino centrándonos en el censurable aspecto disidente, poco modélico, equívoco. Recatos confinados por la coalición social-comunista sin dolor de corazón ni propósito de enmienda. Se sienten seguros, apoyados misteriosamente, por una nutrida e irresponsable caterva de dogmáticos votantes (llegado el momento) y por grupúsculos parlamentarios que buscan la voladura del país, bien disgregándolo, bien quebrando el sistema constitucional. No olvidemos tampoco que Ciudadanos y PP, sobre todo aquel, gustan hacer la goma -en términos ciclistas- para no acompañar a Vox: teórica, descalificada y “extrema” cola del pelotón.


Que vamos derechos al desastre no debe ser novedad para nadie. Sin embargo, al analizar motivos y soluciones viables se suelen cometer obstinados traspiés por el personal y extravíos vergonzosos de los propios partidos tildados derechistas. Ambos se engañan como quien experimenta dependencia especulativa porque “necesidades imperiosas” le crean apariencias con visos de realidad. El ciudadano, dócil a la propaganda demagógica, afianza su voto sobre prejuicios falsos. PP y Ciudadanos, rechazando complejos, deben planificar estrategias que les lleve al gobierno con el apoyo imprescindible de Vox. España saldrá del marasmo cuando el farsante sea expulsado del gobierno. Ahí debe esforzarse la derecha. Con el fatuo displicente que pacte quien quiera. No y no.


Veamos. Un sanchismo huérfano de decencia y Podemos (izquierda comunista, totalitaria, extrema) forman la base de esa empanada hecha con ingredientes nocivos para el cuerpo nacional. Ninguno, que yo sepa, pone objeciones a pactar, aunque haya siglas de derecha burguesa (PNV y JxCat), independentistas radicales (ERC teóricamente de izquierdas), de ascendencia terrorista y entes unipersonales. Su doctrina común es continuar en el poder unos y aprovechar su debilidad otros. PP y Ciudadanos tiemblan cuando son hermanados con Vox y se desintegran si los adjetivan de extrema derecha. Con esa estrategia, salvo muy probable terremoto económico, Sánchez se eternizará en el poder. ¿Pensaban ustedes experimentar tanta necedad? He aquí la prueba evidente.


PP y Ciudadanos no perciben la política de bloques iniciada por Zapatero y llevada a la máxima expresión pos Sánchez. Ignoran que el principal problema es la continuidad de un ejecutivo que vulnera leyes y Constitución. Asentado sobre partidos de dudoso pedigrí democrático y evidente deslealtad constitucional, el gobierno ha engullido los poderes legislativo y ejecutivo. Tiene al alcance de la mano el poder judicial y piensa “domar” cuantos medios quedan fuera de su influencia. En definitiva, si el sanchismo ocupa los tres poderes clásicos del Estado y “somete” al cuarto poder con misión de contrapeso o tutela del individuo, adiós democracia. ¿Alguien se explica qué razón existe para subvencionar medios privados contra sus propios principios anticapitalistas? Según parece, quieren controlar los medios antes que el poder judicial.


Gramsci proclamaba que la hegemonía cultural es indispensable para que el comunismo afiance su propia clase. Hoy, mayoritariamente, los medios audiovisuales se encargan de “fabricar” cultura. Cierto que la sociedad demanda programas insustanciales que terminan ocasionando un adoctrinamiento sibilino, pero eficaz. Pese a no protagonizar toda la culpa, hay comunicadores que descubren su afección, tal vez pleitesía, a Iglesias defendiendo lo indefendible. El proceso Dina ha ocasionado expresiones tan absurdas como: “que acabe imputado Iglesias es un estrambote y deja mal el sistema judicial”. Autor tan fanático deja, además, la crónica periodística en muy bajo nivel literario. 


Sánchez, amén de un conducirse cuanto menos desconcertante, quiere terminar con Javier Moreno, director editorial de PRISA y de El País, porque mima a Felipe González y Cebrián. Tal vez sea el único medio “progre” que disienta de las tesis gubernamentales. Ego desenfrenado y tics totalitarios le impiden consentir desertores en sus partidas pertrechadas para la propaganda, único ministerio eficaz como cabe en la filosofía nazi o leninista. Si lo consigue, tendrá a su servicio la práctica totalidad de medios audiovisuales, papel y digitales. Con esto, media España subsidiada y el bloque “feliz”, tendremos la falsa democracia ensayada durante casi cuatro décadas en Andalucía. Sin prisas (no PRISA), pero sin pausas.


Vox -por estrategia o clarividencia- vislumbra diversas situaciones, maniobras, que otros consideran usuales. Desconozco qué razones les lleva a considerar normal que el Parlamento esté dos meses prácticamente inactivo, que el mayor oscurantismo se apodere de un gobierno hosco, que alguien sea multado, verbigracia, por llevar la enseña nacional. Callo presuntas prevaricaciones respecto a la pandemia, su gestión, falsedades y consecuencias. Asimismo, emplazo para otra ocasión conductas graves (en formas y fondo) a la ortodoxia democrática. ¿Alguna sigla piensa oponerse de verdad al proyecto?