viernes, 27 de marzo de 2020

RASGAR Y HACER AÑICOS


Objetivo fundamental de mi actividad docente (casi cuatro décadas) era conseguir entre el alumnado que fueran capaces de vislumbrar el presumible trasfondo en proposiciones aparentemente triviales o absurdas dichas por un compañero. Es natural -al igual que en una caída- la hilaridad más o menos contenida ante respuestas, tal vez interrogantes, que consideramos fuera de toda justificación. El hecho, amén de revelar cierta prepotencia, ligereza y crueldad, ridiculiza al protagonista atribuyéndole además (aun sin quererlo) rasgos poco amigables cuando no tendenciosos e inciertos. Porque, lo mismo que se aprende más de los errores que de los aciertos, siempre puede encontrarse, al menos, una pizca de agudeza en las expresiones previsiblemente esperpénticas. Enseñaba y aprendía, como un ejercicio participativo e interdisciplinar, a ser tolerante, comprensivo, con quienes están alejados de nuestros esquemas mentales. 


Fuera de mi ministerio, he intentado llevar a la práctica con toda severidad y honradez dicha pauta social -ese meterte en la piel del otro- que se aprecia flexible, amistosa. Sin embargo, no siempre uno es capaz de arrancarse el poso primitivo, congénito. Según Bobbio, la ley natural prescribe buscar la paz. Eso justo me ha pasado a mí. El sábado veintiuno al extenso mitin de Sánchez lo dejé sin sonido; al del día siguiente, apagué el televisor. Dado mi carácter conciliador, concienzudo, jamás pude imaginar que llegaría a medidas tan contundentes, pero es que el personaje, ante tanta desfachatez y petulancia con la que está cayendo, merece cualquier respuesta por desdeñosa que sea. Estar encerrado ya casi dos semanas mientras uno de los culpables (Sánchez y el virus) monopoliza las televisiones, imitando al rey, para no decir nada salvo echar culpas a todo bicho viviente, me reverdece el poso originario en dos sentidos: hostilidad infinita y rebote iracundo.


Mi escepticismo sempiterno, inquebrantable, aderezado con ingredientes eclécticos, quería plantearse cuáles fueron las razones que llevaron a Sánchez a decretar el Estado de Alarma con tanta dilación. Porque, a su pesar, el veinticuatro de febrero un informe del Departamento de Seguridad Nacional (DSN), manifestaba: “Según las estimaciones del Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC), el riesgo de que se produzcan brotes similares al que está teniendo lugar en Italia, en otros países de Europa, se considera medio-alto. Si esto ocurriera en España, tenemos mecanismos suficientes de contención que incluyen protocolos clínicos, una red asistencial y de salud pública coordinada y capacidad suficiente para el diagnóstico y tratamiento de los casos”. Con anterioridad, no se tomaba ninguna cautela ni filtro previsor a viajeros chinos e italianos, se permitió (seis, siete y ocho de marzo) jugar la Liga Nacional y la manifestación feminista del día ocho. Todo, en loor de multitudes, para encomio de los jefes.


El último renglón de lo expresado por el DSN -una excelente cuchufleta- me produjo tal carcajada que mi señora acudió inquieta, tensa, donde yo estaba. Quién mentía con tanta chispa, ¿el Departamento, Sánchez o los dos? Desde luego, el presidente seguro a tenor de sus múltiples antecedentes. Un servidor (y supongo que millones de españoles) no necesita prédicas del gobierno; tampoco de subalternos y medios satélites cuyas nóminas dan cobertura a periodistas, tertulianos y esbirros diversos. Desde hace tiempo predigo, adelanto, sus mensajes sin esfuerzo; el resto, siempre que sean ciudadanos no dogmáticos, al menos tienen “la mosca tras la oreja”. Sin duda, el poshumanismo trocó todo cimiento divino de la autoridad hacia una visión del estado civil como cuerpo político. Surgen las Constituciones y regímenes democráticos bajo el predominio burgués, aun perviviendo, que los modela con matices ponzoñosos, desaprensivos. 


Howell mantenía que el estado melancólico lleva irremediablemente a la licantropía; es decir, al momento en que, según Plauto, el hombre se convierte en lobo para el hombre. Nuestro gobierno, espina dorsal del Estado, está melancólico; se ha tornado salvajemente peligroso para los españoles. El análisis nos lleva irremediablemente al Leviatán de Hobbes, quien deja una puerta abierta para que individuos y Estado puedan recobrar la compostura pese a sus divergencias casi irreconciliables. Hobbes, en teoría, resuelve dicha situación planteando la soberanía como hallazgo terapéutico. Hablamos del siglo XVII y todavía padecemos coyunturas similares, transgresiones y abusos por parte de un poder desaforado, degradante. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero este gobierno concede pocas expectativas al optimismo. En solo dos años ha dado muestras suficientes para desterrar cualquier aliento.


Superado con creces el margen de espera, abandonada la cuota candorosa, ingenua, que toda sociedad permite al poder, es hora (dejando aparte, suspendidas, las muchas cuentas pendientes que cortejan este instante crucial) de exigir respeto y ascendiente democráticos. Reclamamos verdad o silencio; que se deje la proclama, el panfleto, el eslogan, exclusivamente para los que gusten del estrado electoral, mitinero, donde cada cual dispone de un cheque en blanco. Sin embargo, gobierno, grupos mediáticos perjuros y comunicadores fervientes, ejercen la falacia -a veces medias verdades o mentiras pueriles- desorientando a la sociedad y corrompiendo nuestra soberanía. Precisamente quienes se exceden evocando una democracia plena, son los que pisotean sus fundamentos originarios. Maquiavelo, en el siglo XVI, afirmaba: “La política es el arte de engañar”. Quizás escape al criterio general que cinco siglos después nos encontramos igual o peor, agregando además la complicidad maliciosa de bastantes medios.


Dentro del acuerdo tácito para unir esfuerzos contra la terrible pandemia, hay demasiados hechos sometidos al hermetismo oficial. ¿Escondía Sánchez información sobre el peligro real del coronavirus antes del 8-M? ¿Por qué, al parecer, Interior pretendía ocultar datos referidos a incautación de material sanitario? ¿Es cierto que diputadas socialistas analizan el coronavirus con perspectiva de género? ¿Por qué se advierte que el gobierno central dedica todos sus esfuerzos a culpabilizar en exclusiva al gobierno de Madrid para ocultar responsabilidades e inutilidad propias? ¿Por qué presidente y ministros hablan cual cotorras para no decir nada? Sánchez e Iglesias terminarán sin crédito; uno por irresponsabilidad, por arañar el delito con diferentes visos, y otro por apostasía ética. 


Pete Townshend, era el extraordinario guitarrista de la famosa banda The Who cuyos conciertos gozaban del aplauso mundial. En cierta ocasión, derrochó tanto entusiasmo que le llevó a romper su guitarra ocasionando un efecto fascinante. A partir de ese momento, destrozar la guitarra era el broche de oro en cada gala. Figuradamente, España conforma una guitarra cuyos ejecutores no saben rasgarla, son incapaces de ejecutar ninguna melodía. Hacerla añicos -espectáculo triste, vergonzoso, caro- es lo único que se les ocurre para obtener alguna ovación, para aferrarse al extravagante (a la vez que siniestro) “centelleo” de su exiguo currículum. 

viernes, 20 de marzo de 2020

NECEDAD, EQUILIBRIO Y OBCECACIÓN


Vivimos tiempos extremadamente convulsos, pero tenemos la experiencia histórica de que casi siempre hemos salido de ellos reforzados. Me inquieta, asimismo, el manejo indiscriminado del poder político en perjuicio de una democracia que se ve así adulterada, cuando no prostituida. España presenta gravísimas lagunas en el proceso de aprendizaje. Debido a múltiples y diferentes causas, no aprenden las élites reñidas con el bienestar ciudadano, pero tampoco lo hace el común que prioriza su ensimismamiento, su mundo reducido e inconexo, mientras frena el bienestar general. Algunos reparten por igual flaquezas y negligencias, hasta nulidades. Además de estéril, no es justo que pueda hacerse entre gobernantes y pueblo una comparación suelta, perversa, sin ningún matiz compensatorio a favor del último. El sistema democrático, aquí bastante indigente -quizás figurativo- distribuye cetros y custodias de forma arbitraria, castigando al vulgo que ve reducida su contribución a introducir una papeleta en la urna cuando lo decretan.


Habitualmente, los acontecimientos muestran, de modo manifiesto, una necedad ostentosa, inagotable. Mis amables lectores, ocasionales o consolidados, saben la actitud distante, áspera, que despliego hacia el colectivo político (sin excepciones) desde un cierto nivel hasta la cima. Llevamos semanas en las que diferentes cargos de la plantilla gubernamental, incluido el propio presidente, caminan desorientados entre mentira y mentira atiborrada de magia frustrante. Jamás pude imaginar que predicadores de las virtudes éticas, de la veracidad, pudieran ser presuntos responsables, deliberada o involuntariamente, de cuantiosas muertes y pérdidas milmillonarias. Al ciudadano, incluso provisto de fe contumaz e inconsciencia, le sorprende que el día ocho hubiera pocas incertidumbres sanitarias y veinticuatro horas después aparecieran por el horizonte nubarrones negros, tormentosos. Constituye la prueba mejor, el principio indiscutible e inexorable, de que somos sus siervos, sus cobayas de ingeniería social. 


Tras China e Italia, hay que ser muy necios para despreciar las experiencias acumuladas por ambos países. Es la prueba axiomática, ineludible, de que nosotros solo aportamos credenciales para manipular el poder y su gozo. Conforman el dominio pleno, antojadizo, en una democracia infecta, desahuciada. Algunos alcanzan un grado de cinismo e incoherencia tan prominentes que resultan impenetrables. Destaco a un desertor de la incursión anticasta. Pablo Iglesias, antiguo miembro de la trinchera antisistema, cuya voz era martillo de herejes asentados en las indulgencias del régimen, se ha transformado por magia potagia en santón bendecido por la casta. Hoy ha aparecido (nunca mejor dicho) junto al señor Simón haciendo alarde de una inutilidad contagiosa (el colmo del personaje), pues sus palabras pudo hacerlas cualquier otro miembro del ejecutivo con menos afán de protagonismo, parvo en arrogancia y sin tener que observar ninguna cuarentena. ¿Somos todos iguales? A otro perro con ese hueso.


Aunque mereciera juzgarse como descubrimiento científico o social -y no lo es porque resulta ratificado desde los albores- que todo estado de estulticia genera el aplauso o la adscripción de medios (aparte esa “intelectualidad” artística, cómica y cinematográfica) necesario para congeniarse por prurito progre, aun óbolo sustancial, básicamente con el poder de izquierdas. También las derechas exploran parecido sendero subvencionado atraídas por la inercia velada de auténtico pavor al calificativo. Medios y comunicadores específicos, días atrás reiteraban incontinentes, ávidos, asilvestrados, que el coronavirus no pasaría de gripe normal y que en abril nos habríamos olvidado de él. Alguno, divulgativo, quitó importancia al tema afirmando que curaría el noventa y siete por ciento de infectados. Ferreras con rotundidad llegó a afirmar: “El miedo cierra el Mobile World Congress”. Hoy, todos ellos afectos de mayor incontinencia, avidez y fiereza, exhortan a la observancia del confinamiento sin encomendarse a dios ni al diablo. ¡Hipócritas!


Dicen que cuando llega una situación infausta hay que unirse para bregar juntos y vencer la adversidad. Debiera ser lo lógico y establecido, pero para todos. Recuerdo dos escenarios espeluznantes, miserables, con Aznar y uno con Rajoy. Aquel sufrió el chapapote y el 11-M; este la plaga del Ébola. En todos los casos, nuestra izquierda patria (extrema o menos) encabezada por un PSOE oportunista, desleal, hizo virguerías para sacar provecho político de las desgracias ciudadanas. Ahora, con el país en estado de confinamiento reducido a sus sinónimos: cautiverio, prisión, encarcelamiento, cautividad, quieren sacar rédito de su torpeza y negligencia echando culpas a los recortes que realizó el PP por desbarajuste del “ínclito” Zapatero. Madrid se ha convertido en foco disuasorio y de distracción popular. La izquierda, pese a la propaganda, a la pretenciosa hegemonía moral, exhibe una secular ausencia de ética y estética públicas.


Pese a los precedentes, la oposición practica una política que trata de ajustar su papel discrepante con el que recomienda esta brusca situación de zozobra nacional. Dicho trance obliga a PP, Ciudadanos y Vox, a posponer legítimas pugnas contra el gobierno en aras al encaje que exige el momento. Guardándose viejas rencillas, por qué no frágil desquite, Casado se pone al servicio del país auspiciando un equilibrio estable en lugar de desplegar el despecho censor para sacar rédito político. Hasta Vox que ha sufrido el vituperio desmesurado, altivo, (a veces grotesco), ha hecho gala de relego y mesura. Resulta curioso que sea el propio gobierno, responsable del desquiciamiento actual, quien pretenda obtener encima frutos que -a lo sumo- debieran ser amargos. No imaginaba siquiera que iban a aparecer cada día distintos ministros repitiendo naderías sin solución de continuidad. TVE, siguiendo la farsa, dijo ayer. “El coronavirus ha reducido la crisis del cambio climático”. No encuentro adjetivos y lo prefiero porque me dispararía.


Estar encerrado, prisionero -véase la acepción dos en el DRAE- (como todos ustedes) por culpa de unos villanos incompetentes, me produce una indignación -para no desbarrar- especial. Creo recordar que, asistidos por esa enorme caja de resonancia mediática puesta a su servicio, PSOE y Unidas Podemos conformaban el gobierno progresista (percibo que esta caterva da al verbo “progresar” un significado privativo) que iba a sacar a España del retroceso económico y social a que le condujo el nefasto gobierno de Rajoy. Analizando el asiento contable de la época Sánchez, sus respectivos haber y debe, presumo que no quede sitio para ningún jolgorio, ni comparación. Si añadimos el viacrucis del coronavirus, albergando toda caridad, habremos de admitir que su gestión es catastrófica. Constituye la secuela de preferir el personal manejable, doméstico o domesticado, al prestigioso. Sin embargo, siguen obcecados con la proclama, el reclamo, como si fuéramos medio bobos y, a lo peor, tienen razón si tenemos en cuenta los resultados electorales y las expectativas socio-métricas de futuro. 


Obviamente, hoy (séptimo día de prisión) muestran un desinterés ultrajante; paguémosles con la misma moneda. Este pueblo nuestro, jamás aprenderá la lección.

viernes, 13 de marzo de 2020

TEMOR, ODIO Y HARTAZGO


Parece evidente que las sociedades iniciales no fueron constituidas por el hombre ser ontológico, puro, incomunicado, sino por sus sentimientos y emociones; en definitiva, por su intencionalidad e interdependencia. Conforma así grupos cuya constitución, normas y estudio ha sido una constante estricta. Desde esta perspectiva, se cree clave el análisis del comportamiento humano en relación con el otro. Norbert Elias mantiene que la sociología debe centrarse en los procesos de cambio y no en consideraciones estructurales estáticas. Por este motivo, establece una evolución histórica desde Platón (con “hombre aislado”) hasta Weber para quien el hombre es la única realidad y las instituciones son construcciones artificiales. Mantiene, además, que la sociedad no está sometida a ningún poder ajeno o extraño a ella misma. Cuando el hombre se abre al conocimiento objetivo, a la alternativa, al otro, surge en él un instinto gregario.


La sociedad no puede considerarse núcleo, constituye una adición; es decir, el individuo único, intransferible, se une a otros por diversas motivaciones para conformarla. Así visto, el ser prioriza al grupo y no viceversa. El “hombre sociológico”, según Elias, “es una creación de las doctrinas colectivistas que predicen una homogenización entre los hombres que ellas mismas, con burdo holismo (supremacía del todo sobre sus componentes), contribuyen a crear. Las teorías del progreso ven una especie de banda transportadora donde cada producto se dirige automáticamente hacia su destino”. Dos de aquellas motivaciones que “determinan” los atributos y dinámicas sociales son el temor y el odio. Decía Gabriel Kessler: “El sentimiento de seguridad es retrospectivo; se va reconstruyendo”. Igual ocurre, por la misma razón, con el de inseguridad significando ambos un motor primordial en las perturbaciones sociales. A la vez, aventaba André Glucksmann, “el odio se difunde hasta convertirse en una patología colectiva”. 


No obstante, existen otros impulsos -acaso menos universales- que agrietan de forma significativa la estabilidad de cualquier sistema sin considerar su bondad o maldad. El hartazgo, sensación posterior cronológicamente, participa en menor medida a la hora de generar dinámicas consolidadas porque produce efusiones menos vigorosas que las anteriores. Cuenta, asimismo, con una masa jobniana, amorfa, indolente, cuando el escenario le pide esfuerzo y rigor. El hartazgo, al final, supone una sensación desabrida, bronca, pero casi siempre inmóvil, estéril. Algunos sociólogos superponen política con cultura, base (esta) de la sociedad primigenia. Alain Brossat manifestaba: “No precisamos un arte progresista pavimentado con las mejores intenciones políticas y morales del mundo. Al contrario, precisamos un arte de ruptura que proclame el vacío de la situación presente”. Los medios, cómplices en la distorsión del poder, colaboran al hartazgo masivo que causan políticos arrogantes, presumidos e ineptos.


No podemos descartar que la sociología especulativa de los últimos siglos haya reforzado diferentes doctrinas políticas en una interacción efectiva. Eran otros tiempos y otros protagonistas. Hoy -obsoleta, fracasada- la ideología ha sido arrinconada por los partidos políticos cuyos gurús (Pedro Arriola, José Félix Tezanos e Iván Redondo, entre otros), “expertos” en ciencia política y consultores, importunan al ciudadano con técnicas de mercadotecnia. Aparte vicios, trapicheos e injurias, dichos especialistas patrios, que han canalizado la práctica gubernativa los postreros años, vienen mostrando serias carencias por abjurar de sus ilustres maestros. Estos ocupaban vidas enteras en analizar sin interés qué catalizadores aportarían alivio o corregirían los múltiples desperfectos ocasionados por una convivencia no siempre apacible. El objeto central de sus esfuerzos, a caballo entre psicología y sociología, era el individuo visto como elemento privativo, pero con aptitudes que le permiten cohabitar en grupo.  


Estos momentos de agobio, de crisis, son conducidos por manos rudimentarias, inexpertas, casi estúpidas. Unos y otros dan sobradas muestras de cuáles son sus verdaderos objetivos pese a tanta palabrería penetrante, seductora, pero insustancial. Importa poco que el liderazgo lo ejerzan individuos titulados, con mayor o menor sustrato intelectual (tal vez sentido común), si luego se dejan arrastrar -sin exhibir ningún propósito de enmienda- por afectos espurios. Rehúso instalarme en tiempos pretéritos para examinar prácticas similares. Me ciño a tiempos próximos en que prebostes y responsables máximos juguetean a la ruleta rusa en cabezas ciudadanas, aunque sospecho que esta costumbre aterradora viene de lejos. Cómo olvidar a un Rajoy parsimonioso, abandonado, fiel asistente de Zapatero en sus políticas desnortadas, abstractas e inasumibles. Esa sumisión le supuso tres millones seiscientos mil votos y sesenta y tres diputados menos.


La diferencia nuclear entre sociólogos de vocación, dirigidos al conocimiento, y quienes practican una praxis ramplona despliega diferencias vertebrales relativas a valores que conforman realidades contradictorias. Analícese, verbigracia, las evoluciones que según Kessler cuaja el miedo en la sociedad y el mensaje agrio, belicoso, de Iglesias cuando desdeñosamente osó decir: “el miedo va a cambiar de bando”. Malo es que semejantes sujetos representen a millones de individuos con igual o parecida encarnadura, pero es insólito que formen parte de un ejecutivo cuyo mayor trofeo consiste en desgañitarse afirmando trabajar por el bienestar ciudadano. Afirmé tiempo atrás, y me reitero, que Sánchez a lo largo de dos años solo puede presentar como activo reconocible, peculiar, la exhumación de Franco. Las manifestaciones del 8-M y el comportamiento colectivo al demorado estado de alarma constatan que el pueblo español es mucho más responsable que su gobierno.


La desideologización motiva el nacimiento de bloques que luchan enconadamente por hacerse con el poder, a veces de forma ignominiosa, indescifrable, poco democrática. Estos intrigantes oportunistas, autodenominados políticos, repudian la eminencia, lo meticuloso, para arrojarse en brazos del fraude, del populismo y el eslogan tóxico. Temor y odio en los siglos XIX y XX eran pulsiones dinámicas, causas ordinarias -quizás subrepticias- de las agitaciones sociales. Hoy, con tanta ingeniería social, se han corrompido las acciones legítimas convirtiéndose en propulsor despreciable. Estos gurús actuales, que cargan con errores gigantescos, confían en el odio como aldabón crediticio y lo potencian desdeñando cualquier aproximación social. Semejante desprecio a la inteligencia y al sentido común del ciudadano causa disgusto, hartazgo, y consecuentemente desafección, caos electoral. Aunque el estado mayor no es consciente, diríjanse a Ciudadanos para cualquier pregunta; en menor grado, a Podemos y PSOE. Como en la banalidad del mal, atiborrar de miedo continuamente ya no produce efecto.


viernes, 6 de marzo de 2020

TENER HAMBRE Y SOÑAR CON BOLLOS


Nadie, que yo sepa, renuncia a sus raíces ni al rasgo cardinal acumulado con siglos de vivencias, en ocasiones perfectibles. Tal coyuntura, me lleva a reseñar frases que acuñan el sello vaporoso distintivo de cada pueblo o zona, algo así como una etiqueta que proclama su peculiaridad. Mis recuerdos juveniles, plantean genialidades hoy errantes si no prescritas. Una de tantas era: “tiene hambre y sueña con bollos”. Todavía ignoro si el mensaje pretendía asentar los pies en tierra a quienes quimeras y apetencias transportaban al mundo irreal ingeniado para compensar una realidad espantosa. Tal vez fuera la forma desdichada e inútil de sobrellevar la miseria material que mortificaba los cuerpos y que ahora moralmente atenaza las almas. Pudiera, además, contener aspectos de pura animadversión -en aquellos tiempos brumosos- hacia individuos que presentaban claras expectativas de futuro. 


Tener hambre física es un díscolo efecto instintivo que impulsa a nutrirse. Si se manifiesta de forma insistente constituye una enfermedad rara, una patología que produce en la lactancia hipotonía (falta de tono muscular) y dificultad para succionar. Ocasiona anormal funcionamiento del hipotálamo, responsable del equilibrio y de la producción de hormonas. Es decir, el hambriento pertinaz se convierte necesariamente en un ser famélico, desequilibrado y pobre glandular. Semejante tipología fisiológica coadyuva a provocar sociedades complejas, discordes, plurales en ámbitos inespecíficos. Dice Jovellanos: ”Los pueblos tienen el gobierno que merecen”. Objeto tal aseveración porque este siempre lleva en su fundamento -configurando su ADN- la corrupción artificiosa, impúdica, de la sociedad. Jamás puede lograrse nada bueno cuando el origen viene determinado por un impulso corrupto. 


Sí, el prodigioso (por mediocre, cismático y hostil) gobierno de ¿coalición? social-comunista, proporciona ministros con hambre de siglos. Algunos, incluso, muestran voracidad por distinguirse del tropel ya que su ego exige un plus de distinción, de especificidad. Desprecian ser número, quieren cualificación aunque se conformen con una realidad menguada. Esta paradoja inoportuna, de momento si no a plazo inacabable, introduce un malestar permanente, existencial. He aquí la razón que les lleva, advirtiendo el raquitismo de Sánchez, a encarecer su apoyo. Pese a los intentos que hace el círculo íntimo del presidente -probablemente bajo su auspicio- por restar lucimiento a Podemos, Iglesias se rebela contradictorio y saca la lengua a pasear procurando avenir incoherencias notables con estratagemas arcaicas. Debemos reconocer con qué pericia realiza maridaje tan poco afín. Si fuera es peligroso, dentro del gobierno es letal.


Iglesias tiene hambre insaciable desde hace tiempo, pero no se ajusta a las pautas del hambriento recalcitrante. Exhibe, sustituyendo la presunta hipotonía, una formidable (a la vez que preocupante) musculatura política mientras, lejos de aquella dificultad para poder succionar, se agita inquieto, vivaracho, conformando ese género humano que alguien adscribió a la especie “chupóptero”.  En él, hambre y evocación son magnitudes inversamente proporcionales, pues ayer era “martillo de herejes” mientras hoy apostata de su fe primigenia convirtiéndose en mercenario ateo. Sospecho que siempre ofició por interés sin sufrir trueque ni merma; tampoco involución más allá de una apariencia a todas luces falsa. Personifica, o mejor materializa, el talante hediondo, infecto, con que la Historia retrata a los líderes comunistas más dañinos. Sorprende cómo después de descubrir su jugada, algunos ya lo advertimos tiempo atrás, sigue atesorando un suelo electoral relevante por inmerecido. “Vendeobreros” es epíteto irrefutable, pero suave. 


Pulsiones democráticas y salvaguardar la libertad de expresión, pruritos que galantea con obsesión, las pierde (a buen juicio, nunca formaron parte de su patrimonio personal ni político) al momento en que alguien le contraríe. Suele ver la paja en ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Muestra tics perturbadores aun sin poseer ese poder que hambrea y exuda desahogado por cualquier poro. Mendigando influencia, ilusorio el codiciado caudillaje tiránico, manifiesta intensos deseos de encarcelar a periodistas incompatibles que airean sus contradicciones e inconsistencias. Asimismo, de forma sibilina también manifiesta el mismo empeño con Casado. Estos profundos anhelos me recuerdan el terror “antiséptico” utilizado sin remisión, cruelmente, por Stalin. Sus propios compañeros de ejecutivo han saboreado sonoras salidas de tono: “En las excusas técnicas creo que hay mucho machista frustrado”, dijo a propósito del retraso sobre la ley del “solo sí es sí”. Se enseñorea hambriento y cínico, dos características despreciables en cualquier político. 


Sánchez debe preguntarse con infinitos signos de interrogación cómo ha llegado a La Moncloa. Ambición le sobra, pero es el paradigma de aquellos voraces antañones (hoy redivivos) a quienes, dada su indigencia, tenían que asentarles los pies en la tierra para reducir su exacerbado onirismo. Pese al acontecer deportivo que notifica, observamos cierta hipotonía (tal vez forzada) que afecta a su musculatura política, aunque no le hace mermar la actividad succionadora. Realiza un sinfín de contorsiones para complacer a independentistas y constitucionalistas sin encender ningún fuego purificador. Exterioriza ser un jugador ventajista ya que aprovecha los tiempos dulces, benéficos, para llenar espacios informativos y telediarios. Sin embargo, cuando vienen mal dados esconde la cabeza bajo tierra -cual avestruz temeroso- imitando una huida vergonzante. Prefiere protagonizar lucimientos, sin compartirlos con nadie, a la vez que capea fracasos exponiendo peones al reproche ciudadano entre evidentes rasgos de aprensión e irresponsabilidad.


Ciertos medios caben, del mismo modo, en el epígrafe y procuran reparar su hambre activando programas burdos, triviales, o adoctrinando machaconamente al personal. Todo esfuerzo es poco para rentabilizar la cadena. Defienden a ultranza una libertad de expresión sui géneris, particular, y utilizan hasta el desprecio un maniqueísmo selectivo. No hace mucho, la portavoz popular -Cayetana Álvarez de Toledo- levantó enorme polvareda, incluso en sus propias huestes, con la frase: “La Sexta está haciendo negocio con la erosión de los valores constitucionales”. Dos puntos se han esclarecido una vez disipados exégesis y desahogos. El primero cuestiona qué grado de implicación mantiene Ferreras con la libertad de expresión ajena; pues se permite masacrar al PP, pero no admite su respuesta. El segundo descubre la inopia de Núñez Feijóo y Moreno Bonilla al ignorar que Álvarez de Toledo, aparte razones o sinrazones, pretende cortar el cordón umbilical que une al PP con infinitos complejos y apocamientos. La defensa de Casado debe aportar cambios reales en actuaciones futuras, aunque vacilo si fue por propia firmeza o incitado por Vox.