Nací en mil novecientos cuarenta y tres; por tanto, experimenté
casi cuatro decenios de franquismo. Voy a contar dos vivencias personales de
aquella época. Tendría yo dieciocho años cuando ya bien entrada la noche agosteña
-sobre las doce- un grupo de amigos charlábamos en el bar Sheriff, tomando unas
cervezas. A poco pasó una pareja de guardias civiles y nos dijeron: “eh,
chavales, ya está bien; ¡a dormir!”. Yo, rebelde con causa, dije: “¿y si no
tenemos sueño?” Entonces uno de ellos replicó: “¿Qué… quieres llevarte dos
hostias?” El sentido común, pese a mi cabreo e impotencia, me aconsejó callar.
La otra ocurrió luego de morir Franco. Una hermana de mi
padre estuvo casada con un anarquista -así lo declaraba él- que había hecho los
cursos para ser alférez republicano. Cuando entró en vigor la ley que permitía
cobrar pensión a viudas de militares republicanos, gestioné el papeleo para que
pudiera hacerlo. Necesitaba fotocopia del juicio sumarísimo a que fue sometido.
Sentenciado a muerte por “adhesión a la sublevación”, le conmutaron la pena a
cadena perpetua y, al final, estuvo preso ocho años en el penal de Ocaña. Sin
comentarios.
Mi familia materna era de filiación franquista; pese a ello,
un tío resultó muerto por los nacionales en la batalla de Brunete (Cuenca, por
ubicación, luchó con la República). A los veinte años emprendí mi profesión de
maestro, jubilándome cumplidos cuarenta años y ocho meses de servicio al país.
Jamás pertenecí a ningún partido político ni sindicato, como tampoco gocé de
ninguna cobertura privilegiada por el régimen. Es decir, no encuentro razones
para encomiar el franquismo, pero tampoco motivos para vituperarlo empujado por
la moda. Simplemente me ha tocado vivir un periodo -si bien algo brumoso y adulterado
de forma agria- con momentos adversos.
Si hay algo que me molesta es el innoble adiestramiento por individuos
maniqueos, más si procuran la obtención de réditos espurios. Ciertos medios me
suelen escandalizar especialmente. Suelo ver programas de debate político en la
cinco, la sexta y la trece. Estas dos últimas utilizan parejos métodos para
ventear lo infernal o bondadosa que resulta la derecha a la vez que enaltecen o
denigran a la izquierda. Ambas me resultan igual de indigeribles. Si reparo en
ellas es con la única finalidad de comparar argumentos contrapuestos, pauta para
un correcto análisis.
El PSOE -ese partido menos íntegro de lo que se asegura- no ha
tenido homologación con la socialdemocracia europea salvo el periodo en que su
secretario general fue Felipe González. Zapatero se ladeó al marxismo real e
introdujo la Ley de Memoria Histórica (acompañada de falsedades sobre la
situación económica) unos meses antes de las elecciones de dos mil ocho, vendiéndolos
como éxitos rotundos de su primera legislatura. Verdad y realidad divergieron
de tal manera que la primera generó un enfrentamiento social innecesario y las mentiras
nos llevaron a la mayor crisis económica de los tiempos postreros. Sánchez ha
cogido, exultante, el testigo.
El señor Rodríguez inició el camino para exhumar a Franco, favoreciendo
así su primera derrota tres décadas después de muerto. Ese exterminio cuasi definitivo,
sin embargo, lo llevó a cabo Rajoy al no derogar aquella Ley disgregadora,
impuesta por Zapatero, que permite ahora -con fundamento jurídico- su
exhumación. Sánchez ha jugado con el plan largo tiempo ilusionando a un
colectivo arrebatado, presuntamente, por diluidos afectos familiares,
dogmatismo profundo e intereses bastardos. El tedioso epílogo terminará en
próximas fechas, cuando la cuarta aventura electoral otorgue al PSOE un rédito loable.
Este remate, amén de la victoria tácita (político-social, que no castrense) del
frente popular ochenta años tarde, es el objetivo previsto y casi conseguido.
Acepto que -pese al menoscabo histórico perpetrado por apetencias
extemporáneas, quizás anhelos imposibles- se exhume a Franco y se vuelva a
inhumar donde acuerden. Lo que deniego es su utilización ideológica, venga de
donde venga. Ni es un triunfo excepcional, como quieren apreciar algunos, ni
una capitulación afrentosa, al decir malévolo de otros. Simplemente es el deseo
de un Parlamento que pudo ser corregido por otro de ideología antagónica, dando
por supuesto (en cualquier de ambos casos) la división y el enfrentamiento
social ocasionado.
Rechazo vivamente, eso sí, la estridencia de los medios y el
oportunismo político. Ya he dicho que veo La Sexta. El día de la sentencia,
Ferreras al igual que RTVE dijo: “es una victoria democrática”. Añadió que en
ningún país europeo había mausoleos en homenaje a dictadores. Cuando alguien
apuntó que en América los dictadores estaban enterrados en cementerios
normales, refiriéndose a Chile y Argentina, el señor Ferreras cortó ante el
sesgo del debate y dijo: “Bueno, bueno, son casos distintos”. Debió temer a
Cuba y Venezuela. Esto, y los homenajes rusos a Lenin y Stalin con mausoleos,
estatuas, calles y ciudades (Volgogrado, nueve días al año se denomina Stalingrado
como claro homenaje a Stalin), ponen de manifiesto la falta de rigor e
imparcialidad informativa.
No, la sentencia y su ejecución no conforman una “victoria
democrática”. Tampoco es un logro de Sánchez que se realice antes del 10-N y lo
presente como tal. Sería una “victoria democrática” y un logro de Sánchez si se
consiguiera en España un sistema parecido al que disfrutan los países de Europa
septentrional: Dinamarca, Suecia. Noruega, etc. donde no hay tantas bagatelas
ni privilegios. “Victoria democrática”, entre otras acciones, significaría retirar
miles de aforamientos para que pueda cumplirse estrictamente el artículo
catorce de la Constitución; en bajar impuestos, reducir considerablemente el
gasto público improductivo y atender, bajo ese prisma, a ciudadanos con penuria
económica. Esto, por lo menos.
Exhumar a Franco no puede considerarse victoria para nadie
que no merodee el absurdo. A lo sumo, clausura la antítesis vencedores-vencidos
sin sacar a relucir atributos de difícil establecimiento o propiedad. La
Historia se estudia, reputa un empirismo pragmático y se juzga con ecuanimidad
para desechar de ella todo fanatismo. Su utilización insidiosa encierra uno de
los mayores fraudes democráticos. Hay un hecho indiscutible: Franco no fue de
derechas; por tanto, esta derecha nuestra nunca ha sido franquista. En el
contubernio de Múnich estaba presente José María Gil Robles, líder de la CEDA
(Confederación Española de Derechas Autónomas) génesis ideológica del actual
PP, ilegal en el franquismo. Esos son los hechos. Renovación Española, derecha minoritaria
de Calvo Sotelo, sí pudo tener querencias específicas con Franco.