Sería absurdo hacer una breve apostilla acerca del famoso
cuento “Pedro y el lobo” cuya moraleja debiera poseer un enorme
recorrido pedagógico. Viene a colación recordarlo por la coyuntura política actual.
Muchos, algunos desde el pasado abril, teníamos la mosca detrás de la oreja, ese
cosquilleo sutil de estafa, de repetición electoral. No recuerdo -antes, ni en
estos años de democracia presunta- tanta pantomima burda, basta, ayuna de
calidad. Han convertido varios exteriores y el Parlamento en auténticos
escenarios donde la tragicomedia iba desarrollándose acompasada de diálogos
insulsos, vanos. Los protagonistas con frecuencia olvidaban su papel y torpes incoherencias,
a veces revestidas de yerros, se enseñorean del entorno. Pese a las
apariencias, destaca un personaje que, a poco, recogerá vítores o silbidos de
forma preeminente y será juzgado por los ciudadanos cuando llegue el momento de
repartir nuevos papeles.
No me atrevo a identificar al pastor del cuento con Pedro
Sánchez porque, en sentido estricto, este no es pastor salvo que ambicione
dirigir groseramente, a capricho, el figurativo rebaño social. Sospecho tal
probabilidad como causa suficiente para compendiar actitudes de difícil aceptación
si semejante hipótesis no fuera esencia de su carácter. Unos meses han bastado
para ir conociendo al personaje. Atiborrado de vanidad, sin desdeñar cierta
secuela chulesca, compone un estilo, una hechura, alejados de cualquier
moderación. Resulta normal, dados estos aspectos definitorios, que saque a
relucir actitudes patrimonialistas mientras concibe la mentira flaqueza imprescindible
del político, más si es presidente. De ahí el uso excesivo del Falcon, de los
helicópteros Súper Puma, amén de la mentira impresionable y actualizada en cada
momento. Reconocerán conmigo, al menos, alguna curiosa coincidencia entre ambos
Pedros.
El lobo, es la
representación rancia del miedo. Intuyo, desde ahora, que este animal
espeluznante tomará diferentes formas para asustar al ganado metafórico; es
decir, al pueblo español. Parece que la izquierda (más o menos extrema) obsoleta,
decadente, en la UE, pretende utilizar el miedo como método de captación
electoral. Norbert Elías, famoso sociólogo alemán, en su obra “El proceso de
civilización” expresaba: “Las coacciones fundadas en nuestros deseos, acaban
imponiéndose a ellos alimentando nuestros miedos. Cualquier proceso de
civilización se asienta en esta invisible mudanza”. Ya en mil novecientos
noventa y seis, el felipismo sacó a relucir el dóberman para referirse al PP.
Luego, unos y otros, utilizaron técnicas electorales “a cara de perro”,
siguiendo las tesis de Elías. No cabe la menor duda del extraordinario rédito
que se obtiene con tales campañas impúdicas e ignominiosas ante una sociedad
árida, que se nutre solo de medios audiovisuales.
Pese a lo dicho, hay un político que hace del miedo argumento
sempiterno, ideal, para conseguir sus objetivos. Sánchez cimienta su buena
estrella en dos factores: el miedo y la engañifa, condimentados con altas dosis
de egolatría. Recuerdo a un indocumentado tertuliano paseando el verbo hechicero,
aunque anodino, por diferentes cadenas. Su afectación -ya secretario general
del PSOE- le obligó (o le obligaron) a abandonar todos sus cargos, también como
diputado. Poco después engatusó a la militancia acechando el recelo sobre la
élite Federal, pidiendo la unión del débil para derrotar al fuerte. Gracias al
temor, terminó por ser de nuevo secretario general en mayo de dos mil
diecisiete. En junio, celebró el XXXIX congreso del PSOE, donde no dejó rastro
del viejo Comité a la vez que se rodeaba de un sanedrín fiel. Mientras trastocaba
una élite por otra sumisa, el afiliado (como el arpa) veíase olvidado,
silencioso y cubierto de polvo.
La condena del PP por la Audiencia Nacional como partícipe
lucrativo (multa de doscientos cuarenta y cinco mil euros) en los comienzos del
caso Gürtel permitió al PSOE (a los medios afines) aumentar el diapasón
acusando al PP de partido extraordinariamente corrupto en Europa. Olvidado el
caso Filesa (mil millones de pesetas en financiación ilegal), pactaron todos
los partidos políticos, ajenos al gobierno, una moción de censura que llevó a
la Moncloa a Pedro Sánchez. Ante la negativa (ERC) de aprobar los presupuestos,
las cortes se disolvieron a principios de marzo. Eran convocadas nuevas
elecciones para el veintiocho de abril con un partido flamante, Vox. Sánchez,
hizo emerger una vez más el miedo. Hablaba del “trifachito”, de la foto de
Colón, conformado por PP, Ciudadanos y Vox. Ayudado por medios cercanos o a jornal,
se aireó la farsa de que probablemente venciera el fascismo en España. Solo
este temor pueril y la ley electoral permitió al PSOE tener ciento veintitrés
diputados.
Tres meses de mentiras, farfolla e histrionismo, bastaron
para poner en evidencia el cinismo del presidente en funciones. Ha pasado del
alienante “Up es socio preferente para formalizar un gobierno progresista” a
vetar a su líder de forma inicua, repugnante, terminando, a los postres: “no
dormiría tranquilo con personas cercanas a Iglesias en el gobierno”. Esta
tajante frase equipara a UP con un peligro seguro. Al final, Sánchez y yo
estamos de acuerdo, con la diferencia de que yo jamás “blanquearía” a la
extrema izquierda. Sánchez engañó a Iglesias y sigue sin saldar el débito de la
moción de censura.
Ahora, después de entretener al personal, luego de gozar unos
meses más la Moncloa, saca a pasear una aprensión virtual, pero efectiva. Da
muestras claras de echar culpas fuera por el bloqueo político. Bien por
inexperiencia, bien por indigencia patriótica, resulta que todas las siglas,
conjunta o individualmente, son responsables de una repetición electoral gravosa,
detestada. El PSOE, dicen, “ha cumplido con su obligación trabajando sin
descanso para conseguir un gobierno progresista”. Los españoles sabemos, creo,
cuál es la verdad. Sánchez pide ahora, en un alarde de arrogante altanería,
“una respuesta más clara para evitar futuros bloqueos”. Asimismo, siembra un
miedo que provoca ese mensaje tácito: Yo
o el caos. Vaya jeta tiene don Pedro.
Todo lo expuesto sugiere una conclusión: el uso del miedo
como elemento recurrente, inductor hacia un determinado partido, en la
contienda electoral. Mi consejo es que quien desee votar el día diez de
noviembre lo haga sin coacciones morales o emotivas. Por un complejo proceso
psíquico, personal y grupal, evocación y realidad llegan a formar parte con
frecuencia del mismo sujeto ontológico. Por este motivo, no hay que temer al
lobo evocado por Pedro en el cuento, tampoco al que alguno -cegado de alarma, artera
e indecentemente- pretende introducir en precampaña, porque al lobo no se le
evoca, no viene, ha llegado ya. Y Sánchez lo sabe.
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