viernes, 27 de febrero de 2015

PERFILES DEL ESTADO DE LA NACIÓN O EL PATÉTICO



Debo admitir, como primera consideración, que no he seguido el debate en directo. Tras bastantes años de sacrificio, de fervor, creo haber cosechado las indulgencias precisas para merecer cierto alejamiento sin condiciones ni reparos. ¿Por qué hemos de aguantar tanta cantinela para concluir inquiriendo de qué pasta estamos hechos ellos y nosotros? Los intervinientes, políticos en su acepción más aciaga, tienen una entraña impermeable. Son máquinas retóricas, persuasivas, insensibles, sin alma. Personifican a un tiempo la falacia, el escarnio, la iniquidad e incluso la felonía. Huyen del rigor para cabalgar a lomos de la proclama. Convierten el análisis frío en pura propaganda electoral. Desdeñan acometer deliberaciones integrales, efectivas; quiebran el discurso parejo y beben del refrán: “cada loco con su tema”. ¡Ah!, nosotros somos la cuadrilla de zotes ingenuos que complementa y completa el ritual.

Hace dos días, a excepción de las siglas nacionalistas, empezó una prolongada campaña electoral. Diez meses de promesas parecen insuficientes para cambiar la estética -no ya el espíritu - de este país sometido a las atroces crueldades de una crisis que nadie asume. Gobierno y oposición siguen empeñados en tirar de florete mientras el individuo emerge a duras penas de la miseria material a la vez que lo envuelve una corrupción indecente. Pese al eco, educación, sanidad y salarios sufren recortes. Mientras, ellos se pelean por amasar un crédito tan ilusorio como sus promesas. El Parlamento, estas jornadas, se transforma en una especie de caleidoscopio tornadizo que agiganta y deja entrever su falta de virtud. Cada político se mira el ombligo en ese espejo que genera una realidad distorsionada, fantasmagórica. El conjunto compone todo un camuflaje erradamente atractivo. 

Insisto, abandoné el debate pero -tras lo visto y oído las fechas ulteriores por diferentes medios- puedo hacerme una idea aproximada. Lo de costumbre. Un presidente eufórico abruma al hemiciclo cuando disecciona el estado de la nación. Inmejorable, aunque luego se aprueben propuestas de mejora. Según él, cualquier sector nacional rezuma lozanía dentro del sugerente aspecto general. España constituye una máquina perfecta, armoniosa. El horizonte, asimismo, se ve límpido, sin brumas ni preocupaciones. Todo está bajo control. A lo sumo, puede advertirse algo de corrupción en partidos cuya información genética les lleva imperiosamente a ella. Aun pasando sobre ascuas, el gobierno quiere compensar esa lacra con retoques al código penal, pues correcciones vadean incumplimientos. Desaparecido lo robado  y casi exentos de cárcel, el ejecutivo “anda” ojo avizor para que el ciudadano (hogaño contribuyente) sienta, refrende, una justicia equitativa, igualitaria. Al ocaso de la jornada -mermadas las facultades,  iniciado un absentismo improcedente- aparece el efecto soporífero, narcótico, y los aplausos de la exhausta bancada suenan mecánicos e inconsistentes. “Al que no está hecho a bragas, las costuras le hacen llagas”, dice con acierto el refrán.

Después, ya dibujada Jauja sin miramiento, con desvergüenza, se inicia el interminable periplo de la oposición. Si el presidente despliega un discurso delirante, atiborrado de falsos éxitos, la oposición -en tradicional simetría- pregona una cadena de fracasos. Nadie se muestra compasivo con el gobierno; es costumbre tácita tirarle al degüello. Supuestas verdades y mentiras relevantes conforman el flagelo que utilizan los grupos minoritarios de forma inmisericorde. Quizás sea la penitencia que deba expiar un prócer tras las falsedades que desgrana sin inmutarse. Constituye el paradigma del cinismo más atroz. Entre tanto, ¿es el pueblo sujeto de interés en la controversia? Respondan ustedes a tan jugoso interrogante.

Si el fondo resulta intercambiable de un año para otro, las formas se convierten por derecho propio en la única y atractiva novedad. Ellas, al parecer, han supuesto el mayor aliciente para los especialistas que cubren la crónica parlamentaria. Un sinfín ha situado el foco de la noticia en los gruesos calificativos que cruzaron sus señorías (atributo sustantivo ayuno de carga expresiva en esta ocasión). Quien más, quien menos, ha pronunciado palabras de grueso calibre. Tales dentelladas morales, bien merecen un aumento sustancial del salario que percibe el señor presidente, diana receptora de tan ignominiosos dardos. Como pudiera decir el clásico, insultos y doblones han de unificar razones.

El señor Rajoy, raptado por una rabia incontenida, llamó al jefe de la oposición legal patético. No me extraña su cabreo. Ninguno tuvo la delicadeza de silenciar exabruptos o reprender sin estridencias el gozoso relato que abrió este enconado debate. Sigo peguntándome qué le incitó a emitir un vocablo tan desabrido y tan cercano. Patético, expresa el Diccionario de la Real Academia, significa que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole efectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía. Mis ansias de atacar al presidente o defender a Pedro Sánchez son nulas. La argumentación común establece que para conocernos, el prójimo es un espejo indispensable. Así se corrobora el carácter social del hombre. No cabe duda de que Rajoy se vio reflejado en Sánchez, su espejo circunstancial. Sobrevolaba por la inquieta escena política un aliento inclemente, enigmático; casi belicoso. Patético no fue una ofensa. Denotó el signo palpable del deterioro bipartidista.

Fuera del artículo, dentro de un post scríptum confidente, traigo a colación otra salida extemporánea, insólita. El señor Iglesias, don Pablo, agitado por el engreimiento y la prepotencia privativos de insensatos, chulos o bravucones, emplazó a su feligresía en una cámara bis para autoproclamarse único opositor a Rajoy. Él, y nadie más, sabrá qué legitimidad valida tan arrogante testimonio. Desde entonces, el disparate presenta magnitudes inconmensurables. Otórguenlo a cada uno según sus merecimientos. Solo un juicio crítico discrimina integridad e impostura, patetismo y placidez.

viernes, 20 de febrero de 2015

DEL DICHO Y DEL HECHO


Los poderes públicos, incluso con testimonios favorables al caso, se ocupan poco de revitalizar nuestro idioma en España. Ese organismo purificador -llamado a bombo y platillo Instituto Cervantes- parece ocuparse más de nuestro idioma allende la península que en su interior. Las autonomías no solo han puesto de rodillas la economía sino el español. Es curioso, además de paradójico, que los países iberoamericanos sientan un cuidado y aprecio por la lengua que no se advierte entre nosotros. Cada cual es libre de abandonar elementos esenciales de su constitución, pero debe asumir las aciagas consecuencias. Algunos políticos actúan inconscientemente, como si todo valiera, como si el plato de lentejas comportara un peaje mínimo comparado con los réditos que pueden obtenerse por su mediación.

Constato, a través de diferentes reseñas, que en educación -por decisión política o por un falso ingrediente de pragmatismo moderno- se introduce el inglés sin prisas pero sin pausas. Mientras, se acortan los espacios para el propio idioma. Asimismo, las comunidades bilingües priorizan sus respectivas lenguas locales en detrimento de la nacional. Recelo de las tesis que sostienen la bondad epistemológica basada en el conocimiento de dos o más idiomas. Saber idiomas facilita la relación humana y amplía probabilidades de lectura, pero no necesariamente es un venero estricto de cultura. La enseñanza suele computar demasiados “pedagogos” pero pocos maestros. Aquellos diseñan teorías de laboratorio que suelen fusionar al contacto con la realidad. Estos ensayan cada día recursos y metodología adquiridos de forma empírica. Sea como fuere, nuestro rico idioma cada vez es más desconocido si no odiado. Semejante coyuntura es aprovechada por prebostes de todo signo para hechizar con palabras esperadas, pero que resultan hueras, al personal.

El verbo decir tiene al menos, seis acepciones afines, paralelas. Una de ellas descubre que dicho significa ocurrencia chistosa y oportuna. Seguramente puede aplicarse con rigor a palabra de político en lugar de voz que enfatiza una sentencia. Al mandatario le complace dejarse oír lo que el auditorio quiere escuchar. Por este motivo luego hay una divergencia notable entre lo prometido y lo que el ciudadano encuentra de resultas. A su manera, el verbo hacer sigue en similitud la variedad semántica de aquel que completa el epígrafe. Producir, causar, componer, ejecutar, hasta suponer, son algunas de las veintiséis acepciones que se enumeran. Juzgara imposible hallar tanta disposición a abrir un debate interminable en el que la exuberancia lingüística quiebre la posibilidad de entendimiento.

El marco descrito permite, en primer lugar, una dialéctica viciada y evasiva, un uso fraudulento del mensaje. Como dice un refrán popular: “a mucho viento poca vela”. Capta a la perfección lo expresado en el segundo párrafo. Tenemos un idioma rico, casi en exceso, pero no lo conocemos. Ignoramos su uso y nos cuesta interpretarlo fielmente. Me temo que alguien mece la cuna con fines fáciles de deducir. La orfandad racionalista conduce al dogmatismo y este a la desidia por falta de adiestramiento crítico. Cuando el individuo huye del examen sereno, cuando rechaza discriminar entre palabra y obra, regala su alma al diablo, encarnado de político. Deja de ser Fausto para convertirse en morralla ciudadana.

Aparte ambivalencias, lecturas e interpretaciones, encarnadura común y recurrente de la farsa, los políticos incumplen con vileza sus promesas  y programas. Nuestros gobernantes, en acto o en potencia, son verdaderos expertos a la hora del  cambiazo. El español olvida que “contra los hechos no caben argumentos”. Sin embargo, muerde una vez y otra las excusas que encubren la traición. Desconozco si la culpa proviene del burdo molde o de un buenismo trasnochado, iluso y contraproducente. Políticos que ocupan y ocuparon el poder merecen el repudio definitivo. Quienes vienen anunciando (subidos a la grupa del señuelo quimérico, irreal) una democracia -en la que no creen- y la exuberancia económica sin lógica ni base firme, debieran ser arrojados al abismo del descrédito, apartados de la consideración social  Basta de mercachifles prepotentes, casta casposa que persigue resurgir de pretéritas cenizas liberticidas.

PP Y PSOE -muy a su pesar, también a los esfuerzos por enmascararlos- completan un abultado índice de incumplimientos. Aquel, no ha realizado ninguna promesa electoral aunque Rajoy, junto a fieles e infieles, se desgañite afirmando lo contrario. El PSOE, adscrito al bandazo permanente, utiliza la frondosidad enunciativa del verbo imputar para darse una vuelta por los Cerros de Úbeda en los casos Chaves y Griñán. Iglesias, don Pablo, una vez que ha exonerado a su amigo -presunto financiador intermediario de Podemos- descubre Finlandia como modelo a imitar. No obstante, bebe los vientos por Venezuela y su sistema bolivariano (a lo peor, los bebía). Deben ser regüeldos mentales debidos a la crisis petrolera. Todos estos, y algunos innominados, tienen la fea costumbre de mandar al cadalso a los mensajeros que no sirven a ningún señor.

Sí, el ciudadano español ahora mismo tiene por delante una gran exigencia. Las próximas jornadas electorales marcarán un punto de inflexión en el futuro del país. Es la hora de castigar a quienes durante casi cuarenta años trocaron sueños e ilusiones por miseria y angustia. Pero lo que es necesario y urgente no debe abrigar la tentación de caer en opciones que seducen con cánticos de sirena. Para llegar a buen puerto, cerremos los oídos igual que Ulises. Además de PP, PSOE y Podemos hay otras siglas dignas de análisis y aprecio. A la postre queda, y es mi favorita, la abstención. Como proclama una sentencia: “Sobran las palabras cuando se necesitan hechos”.

 

 

 

viernes, 13 de febrero de 2015

TRIBUNOS Y POETAS


Roma, según parece, asentaba su imperio -a partes iguales- sobre la prodigalidad y la esclavitud. Patricios y plebeyos se repartíeron el protagonismo necesario, pues era inverosímil la existencia de uno sin el otro. Una tela invariada, impoluta, no define pintura alguna. Basta con que el color la manche de forma original para que quede convertida en obra de arte. Parecido argumento podríamos utilizar a la hora de conformar una sociedad dinámica, viva. El marxismo, aparte raíces y credo discutibles, tiende al fracaso en la misma medida y presteza con que busca una uniformidad completamente estéril. Los intentos, más o menos sanguinarios, de lograr la sociedad perfecta, sin clases, han terminando arruinando economías y libertades individuales. China, ahora mismo, se ha convertido en el paradigma del expolio laboral, muy superior a aquel que suscitó la revolución industrial al ocaso del siglo XVIII. 

Las sociedades vanguardistas, paradigmáticas, precisan necesariamente de contrapesos que impidan desequilibrios irremediables. Solo una rigurosa alianza puede armonizar los distintos sectores, afinidades e intereses, en aras a conseguir un objetivo común. Cuando alguno de ellos aspira a colocarse en un plano de dominio, de privilegio, siempre se quiebra el engranaje que debiera mantener la maquinaria operativa. Filósofos y sabios latinos, junto a estadistas, fueron conscientes de tal premisa irrenunciable. Por ello crearon la figura del tribuno, adjetivado con un apéndice clarificador: de la plebe. Procedentes de una clase ajena al poder político y económico, poseían -sin embargo- el crédito necesario para desempeñar tan elevado ministerio. Sintetizaban su enorme ascendente devengando incluso la posibilidad de veto a las decisiones del Senado, amén del indulto a sentencias firmes. Satisfacía el honorable y justo proceder del imperio ciudadano. Real, no enunciado vacuamente en constituciones u otras reglas del ordenamiento jurídico.

Poeta, enseña el diccionario, es persona que escribe obras poéticas. Surgen cuando empieza a difundirse un sistema de escritura complejo. Desde entonces se ha distinguido como un escritor que compone literatura ordenada mediante la métrica. Busca, por encima de cualquier consideración, la estética, esa pulsión cercana, adyacente, a la ética. Un poeta alimenta la sensibilidad social educando los sentidos hacia lo inmaterial, lo bello. A grandes rasgos, capacita al individuo para percibir gozos en un hábitat colmado de sombras. Decía Victoriano Cremer que el poeta debe ser una voz de alerta en la sociedad. Sospecho que al vocablo alerta le concedía un contenido amplio, inagotable. Quizás sometido solo a los confines de la mente individual. Cada cual se alerta por escenarios muy particulares, desde los puramente crematísticos hasta la virtualidad que puede recrear un espíritu libre, sin lastres.

Hoy, envueltos en la vorágine clasista-interclasista, los políticos que nos han gobernado, gobiernan y -si no les obligamos a cambiar- nos gobernarán, lograron un irracional abismo entre los diferentes niveles sociales. Corrupción, saqueo inmenso e injusticia, hacen inviable la conjunción de voluntades y esfuerzos. La divergencia es total. Como consecuencia, ofrece grandes escollos encontrar puntos de intersección que hagan otear empeños comunes. El poder burgués sufre sobrepeso a costa de una clase media anoréxica, depauperada. Años atrás, algunos individuos extraños, especiales, abrazaban la marginación de forma voluntaria. Era un sector casi folklórico. Ahora, los indigentes (marginados forzosos) pueblan nuestros núcleos urbanos. Son legión. Al paso que llevamos, me sorprende que el Estado tenga aún capacidad de financiación. Potentados y menesterosos no contribuyen al fisco. La cintura de las clases medias -palabra milagro y únicas depositarias- no supera el tamaño de un puño. ¿Quién puede costear el Estado en este marco? Vivimos en la extenuación, caldo de cultivo para experimentos inquietantes.

Unos espontáneos sin currículo se acaban de lanzar al ruedo ibérico. Cuentan cosas. Extrañas unas; sin verificar, las más. Resulta que no son de izquierdas, ni de derechas. Aseguran ser de arriba y de abajo en un original baile semántico. Esa ubicación les puede ocasionar inconvenientes con las caídas. El ropaje que exhiben es tan impostado como sus sugerencias. Pretender torear disimulando como única herramienta taurina un engaño muy sui géneris. Nada de espada, ni de banderillas. La táctica pingüe invita a su prohibición. Por no haber, no hay ni toro. De escuela teorizante, se recrean en la faena con un simulador que ellos mismos componen para contentar a una afición ahíta de espectáculo. Estos, al igual que los partidos clásicos, tampoco incluyen en su ligero equipaje, pese a la propaganda, ni tribunos ni poetas. Menos, soluciones admisibles.

España, los españoles, no necesita mesías ni entusiastas del púlpito. Tampoco fariseos con apostura moral. Necesita políticos reformadores que antepongan los intereses ciudadanos a sus propias mezquindades. El sistema aguanta, es muy recomendable. Quienes suspenden, los que deben reciclarse son los prebostes que se comprometieron a conseguir un país moderno, floreciente y justo. No hay que desechar la parte programática, institucional. Sí el componente humano envilecido por una ambición espuria, pecaminosa.

Debemos exigir que aparezcan en el horizonte político tribunos incorruptibles que consigan imbricar al individuo en un Estado, hoy por hoy, olvidadizo y oneroso. De poetas estamos bien servidos, aunque podríamos requerir mayor cantidad. Al igual que la esperanza, nunca se disponen en demasía. Les  hacemos poco caso porque nuestro burdo umbral de percepción nos hace inmunes a ellos, pero haberlos -como las brujas- ahílos. Qué lejos veo el cambio con estos políticos iletrados, prepotentes, vanidosos y botarates. La Historia me induce al pesimismo, también por la sociedad construida a su imagen y semejanza. A pesar de todo, espero y deseo un giro satisfactorio a tal coyuntura porque el presente invita a la desesperanza, si no a la preocupación. Por otro lado, opino que es imposible alcanzar semejantes cotas de irracionalidad. Aun sin tribunos, y con poetas incomprendidos, esta conjetura reconforta.

Hoy, más que nunca, viva el amor.

viernes, 6 de febrero de 2015

ENCUESTAS, LÍDERES, CORRUPCIÓN E IDELOGÍA



El solar patrio se encuentra en plena efervescencia. La saturación electoral, este año, origina una inestabilidad anímica no solo de los probables candidatos. Se observan curiosos movimientos -amén del que pretende convulsionar el sistema- entre una ciudadanía tópica que engloba a quien se manifiesta como abigarrada recua, cuando no a fieles al púlpito. Mis referencias históricas distan de advertir épocas comparables. Si bien es cierto que las prospecciones sobre particularidades sociales pertenecen a la más inmediata novedad, el resto de vocablos que añaden titular llenan páginas de nuestra Historia. Quizás antaño presentaran una naturaleza menos controvertida o dejaran de comprender extremos donde incompetencia, penuria moral e hipocresía alcanzan cotas relevantes. Lo que parece seguro es el efecto demoledor de tanta mascarada y maniobra.

Todavía está caliente -recién salida del horno- la última encuesta del CIS. Reiterar los datos constituye una labor ineficaz. Se impone el análisis libre de lastre partidario y de lo políticamente correcto. Ignoro si la falsedad arranca del encuestado o del cocinero, pero los apuntes son indigeribles. Doscientos años de devenir, al menos, prueban que España es un pueblo liberal y moderado. Así ocurrió a lo largo de los siglos XIX y XX. Este mucho más conflictivo debido a penosas crisis económicas, sociales e institucionales. (Hago un pequeño inciso para constatar que el antifranquismo contumaz, nutrido y activo, surgió tras la muerte del dictador; copando tan fecundo expediente los adeudos de quienes paladearon sus favores). La encuesta, digo, pertenece a un acomodo quimérico. Durante veinte años, el PSOE de Pablo Iglesias, alejado de la Internacional Comunista, solo obtuvo un diputado; él. Llegó a seis diputados en mil novecientos dieciocho. Para que Felipe González obtuviera mayoría absoluta en mil novecientos ochenta y dos, tuvo que renegar previamente de su carácter marxista. ¿Es lógico que a Podemos, en un año de existencia y con un programa extremista, se le atribuyan decenas de escaños? No y mil veces no, aunque lo dulcifique in extremis.

Nadie discute, yo tampoco, que las sociedades cambian. No obstante, su dinámica es tan lenta que se necesitan siglos de opresión, de miseria, para que triunfe cualquier veleidad revolucionaria. Podemos conforma esa veleidad, pero nuestro país -aun a pesar de encontrarse en una situación lamentable- se halla lejos de poseer las condiciones precisas para demandar cambios extremos ni vertiginosos. Semejante escenario me lleva a la certidumbre de que el PP, a falta de otros méritos, intenta un resultado electoral favorable utilizando estrategias espurias, nada recomendables. A lo sumo, podría argumentar cierta reciprocidad por el Pacto del Tinell. Alimentan, al socaire, una bestia que pudiera resultar insegura para el bienestar de los españoles. Demuestran, una vez más, que el ciudadano les importa un bledo. Lo dejé entrever en un artículo pretérito bajo el epígrafe: “Prensa y sociedad”. Deplorable pero cierto. 

Respecto al liderazgo, hemos iniciado un repliegue -probablemente degeneración- palpable. Antes, el líder era un miembro relevante del partido cuyas cualidades ninguno osaba cuestionar. Hoy sirve cualquier pelanas relumbrón convertido en estrella mediática. Hemos trocado la solvencia por un sórdido mesianismo que transmite el telepredicador de turno. Son personajillos ad hoc; extraordinarios palabreros pero carentes de escrúpulos, de consistencia ética. De aquí mi profunda estupefacción al comprobar la enorme cantidad de individuos, en principio juiciosos, que arrastran estos vendeburras. Sospecho que el dogmatismo comunista y la LOGSE, junto a una candidez paradigmática, son razones irrefutables. Me cuesta trabajo citar algunos casos postreros para no abrir heridas sangrantes. Es la hora de los saltimbanquis, de la vergüenza ajena. Cuánta beligerancia, y daño democrático por otro lado, ofrece tanta televisión tendenciosa.

Los medios pregonan bastante la corrupción y siempre suele enfatizarse el aspecto pecuniario. Sufrimos abundante bombardeo con las “distracciones” presuntamente protagonizadas por Pujol, Bárcenas, los EREs, u otros casos parecidos, que llenan titulares o abren telediarios. Sin embargo, tan detallada muestra constituye la parte noticiable, llamativa. Bajo esa capa se oculta otra sibilina de secuelas mucho más alarmantes porque pervierten la conciencia social. A los ladrones, si no se les blinda con calculada impunidad, se les juzga y somete al correctivo adecuado a su delito. Quienes corrompen mentes y principios de vida -coadyuvan inclusive- jamás son sometidos a ningún proceso judicial ni social. Realizan una corrupción tolerada, exenta de causa. Otra paradoja que añadir al conjunto de estúpidas realidades.

No puedo, ni quiero, terminar sin hacer una valoración sobre la falta de ideología que trasciende a toda actuación política. Podemos, en una cabriola táctica, habla de arriba y abajo. Tan intimista frase -propia de un Kamasutra tosco- supone, desde mi punto de vista, una metamorfosis para hacer digerible el radicalismo indigesto. Entraña, ni más ni menos, la excusa perfecta para tonificar un fósil centenario. El resto viene abandonando, con argumentos ininteligibles, sus respectivas doctrinas fundacionales. De esta forma logra acoplarlas al tótum revolútum imperante.

PP y PSOE dejaron por el camino de sus respectivas estrategias la ideología que mantienen grotescamente de boquilla. Los demás, nacionalismos y última ola, por falta de espacio doctrinal o escasez de precisión, nacieron sin ella. Ajustan al momento unos compromisos que luego suelen incumplir. Es lo que hay, justificaría inmisericorde el moderno. Error. Es lo que nosotros tragamos y consentimos. Auguro, analizando la situación emergente, una larga indigencia social.