Roma, según parece,
asentaba su imperio -a partes iguales- sobre la prodigalidad y la esclavitud.
Patricios y plebeyos se repartíeron el protagonismo necesario, pues era
inverosímil la existencia de uno sin el otro. Una tela invariada, impoluta, no define
pintura alguna. Basta con que el color la manche de forma original para que
quede convertida en obra de arte. Parecido argumento podríamos utilizar a la
hora de conformar una sociedad dinámica, viva. El marxismo, aparte raíces y
credo discutibles, tiende al fracaso en la misma medida y presteza con que
busca una uniformidad completamente estéril. Los intentos, más o menos
sanguinarios, de lograr la sociedad perfecta, sin clases, han terminando
arruinando economías y libertades individuales. China, ahora mismo, se ha
convertido en el paradigma del expolio laboral, muy superior a aquel que suscitó
la revolución industrial al ocaso del siglo XVIII.
Las sociedades
vanguardistas, paradigmáticas, precisan necesariamente de contrapesos que impidan
desequilibrios irremediables. Solo una rigurosa alianza puede armonizar los
distintos sectores, afinidades e intereses, en aras a conseguir un objetivo
común. Cuando alguno de ellos aspira a colocarse en un plano de dominio, de
privilegio, siempre se quiebra el engranaje que debiera mantener la maquinaria
operativa. Filósofos y sabios latinos, junto a estadistas, fueron conscientes
de tal premisa irrenunciable. Por ello crearon la figura del tribuno,
adjetivado con un apéndice clarificador: de la plebe. Procedentes de una clase
ajena al poder político y económico, poseían -sin embargo- el crédito necesario
para desempeñar tan elevado ministerio. Sintetizaban su enorme ascendente devengando
incluso la posibilidad de veto a las decisiones del Senado, amén del indulto a
sentencias firmes. Satisfacía el honorable y justo proceder del imperio
ciudadano. Real, no enunciado vacuamente en constituciones u otras reglas del
ordenamiento jurídico.
Poeta, enseña el
diccionario, es persona que escribe obras poéticas. Surgen cuando empieza a
difundirse un sistema de escritura complejo. Desde entonces se ha distinguido
como un escritor que compone literatura ordenada mediante la métrica. Busca,
por encima de cualquier consideración, la estética, esa pulsión cercana, adyacente,
a la ética. Un poeta alimenta la sensibilidad social educando los sentidos hacia
lo inmaterial, lo bello. A grandes rasgos, capacita al individuo para percibir
gozos en un hábitat colmado de sombras. Decía Victoriano Cremer que el poeta
debe ser una voz de alerta en la sociedad. Sospecho que al vocablo alerta le
concedía un contenido amplio, inagotable. Quizás sometido solo a los confines
de la mente individual. Cada cual se alerta por escenarios muy particulares,
desde los puramente crematísticos hasta la virtualidad que puede recrear un espíritu
libre, sin lastres.
Hoy, envueltos en la
vorágine clasista-interclasista, los políticos que nos han gobernado, gobiernan
y -si no les obligamos a cambiar- nos gobernarán, lograron un irracional abismo
entre los diferentes niveles sociales. Corrupción, saqueo inmenso e injusticia,
hacen inviable la conjunción de voluntades y esfuerzos. La divergencia es
total. Como consecuencia, ofrece grandes escollos encontrar puntos de
intersección que hagan otear empeños comunes. El poder burgués sufre sobrepeso
a costa de una clase media anoréxica, depauperada. Años atrás, algunos
individuos extraños, especiales, abrazaban la marginación de forma voluntaria.
Era un sector casi folklórico. Ahora, los indigentes (marginados forzosos)
pueblan nuestros núcleos urbanos. Son legión. Al paso que llevamos, me
sorprende que el Estado tenga aún capacidad de financiación. Potentados y
menesterosos no contribuyen al fisco. La cintura de las clases medias -palabra
milagro y únicas depositarias- no supera el tamaño de un puño. ¿Quién puede
costear el Estado en este marco? Vivimos en la extenuación, caldo de cultivo
para experimentos inquietantes.
Unos espontáneos sin
currículo se acaban de lanzar al ruedo ibérico. Cuentan cosas. Extrañas unas;
sin verificar, las más. Resulta que no son de izquierdas, ni de derechas.
Aseguran ser de arriba y de abajo en un original baile semántico. Esa ubicación
les puede ocasionar inconvenientes con las caídas. El ropaje que exhiben es tan
impostado como sus sugerencias. Pretender torear disimulando como única
herramienta taurina un engaño muy sui géneris. Nada de espada, ni de banderillas.
La táctica pingüe invita a su prohibición. Por no haber, no hay ni toro. De
escuela teorizante, se recrean en la faena con un simulador que ellos mismos
componen para contentar a una afición ahíta de espectáculo. Estos, al igual que
los partidos clásicos, tampoco incluyen en su ligero equipaje, pese a la
propaganda, ni tribunos ni poetas. Menos, soluciones admisibles.
España, los españoles,
no necesita mesías ni entusiastas del púlpito. Tampoco fariseos con apostura
moral. Necesita políticos reformadores que antepongan los intereses ciudadanos a
sus propias mezquindades. El sistema aguanta, es muy recomendable. Quienes suspenden,
los que deben reciclarse son los prebostes que se comprometieron a conseguir un
país moderno, floreciente y justo. No hay que desechar la parte programática,
institucional. Sí el componente humano envilecido por una ambición espuria,
pecaminosa.
Debemos exigir que
aparezcan en el horizonte político tribunos incorruptibles que consigan
imbricar al individuo en un Estado, hoy por hoy, olvidadizo y oneroso. De poetas
estamos bien servidos, aunque podríamos requerir mayor cantidad. Al igual que
la esperanza, nunca se disponen en demasía. Les
hacemos poco caso porque nuestro burdo umbral de percepción nos hace
inmunes a ellos, pero haberlos -como las brujas- ahílos. Qué lejos veo el cambio
con estos políticos iletrados, prepotentes, vanidosos y botarates. La Historia
me induce al pesimismo, también por la sociedad construida a su imagen y
semejanza. A pesar de todo, espero y deseo un giro satisfactorio a tal coyuntura
porque el presente invita a la desesperanza, si no a la preocupación. Por otro
lado, opino que es imposible alcanzar semejantes cotas de irracionalidad. Aun
sin tribunos, y con poetas incomprendidos, esta conjetura reconforta.
Hoy, más que nunca, viva
el amor.
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