viernes, 29 de marzo de 2019

TENEMOS UN PROBLEMA INSOLUBLE


Se afirma que si un problema tiene solución lo inmediato es resolverlo y si no la tiene deja de ser problema. Esta obviedad resulta engorrosa en numerosas ocasiones. El guion catalán, artificiosamente concebido o no, viene de lejos; tanto que ha ido mutando hasta llegar al actual callejón sin salida viable. Sin embargo, este deterioro se ha acelerado de forma extraordinaria durante los cuarenta últimos años. Desde su inicio, quienes llevaron la voz cantante fueron políticos cuyas prioridades (divulgadas por la justicia) desmintieron cualquier servicio a la sociedad mientras procuraban, con los diferentes gobiernos centrales, equilibrios no siempre apacibles. 


Decía Chomsky: “No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas”. Adolfo Suárez supo avenir al héroe, con ideas, en la persona de Josep Tarradellas. Cierto que aquellos años (mil novecientos setenta y siete) exigían el rescate de instituciones y partidos para forjar a poco la democracia requerida por un pueblo ahíto de libertad. Pese a lo dicho, Suárez tuvo el arrojo suficiente para enfrentarse a poderosos sectores -todavía vivos- del anterior régimen. Entre abril y octubre del mencionado año, legalizó el PCE y restableció la Generalidad Catalana. Este empeño significó para el presidente pasar a los anales de la Historia con letras de oro.  


Corría el año mil novecientos ochenta, cuando Jordi Pujol (Convergencia y Unión) se hizo con la presidencia de Cataluña. Durante dos décadas, partiendo de la Ley de Normalización Lingüística, fue introduciendo el catalán como lengua vehicular de enseñanza, así como un adoctrinamiento escolar -continuados posteriormente- cuyas consecuencias ulteriores se ven hoy en toda su trascendencia. Desde Suárez hasta la actualidad, todos los presidentes del gobierno han necesitado, antes o después, el apoyo de CiU para conseguir una mayoría consolidada. Ni PSOE ni PP fueron capaces de proteger los derechos conculcados por esta dictadura lingüística, pese a las denuncias realizadas por padres que solicitaban educación en castellano.


Esta circunstancia permitió que la sociedad, nutrida por eslóganes tramposos y falacias de todo tipo, se fuera radicalizando. Eran los hijos de aquella invasión migrante, de quienes huían del hambre mientras se les azotaba con aquel epíteto vil: charnego. Yo viví aquellos sesenta alfabetizando obreros textiles provenientes de todos los rincones. Andaluces, gallegos, aragoneses, extremeños, castellanos, murcianos; el conjunto cabía para los catalanes en un gentilicio, castellanos. Significaba la resultante de confundir lugar de procedencia e idioma común. Entonces no se habían desatado aún las pasiones independentistas; unos y otros vivían en fraternidad, tal vez algo impostada. Mis patrones (señora muy mayor, matrimonio e hija) eran catalanes rancios -al punto que la abuela no hablaba castellano- y comentaban con frecuencia que aquellos forasteros les quitaban el trabajo a los nativos. ¡Qué recuerdos tan gratos vividos con veintiún años!


Lógicamente, constituida la Autonomía, ningún político era independentista en puridad. Cierto que agitaban tal señuelo, con una mano, a la vez que extendían la otra para recibir alguna compensación económica o traspaso de competencias. Todos, sin excepción, durante varias décadas guardaron el statu quo sin atreverse a superar semejante línea tácita de confluencia. Hace unos años, cuando los primeros adoctrinados se hicieron adultos, la sociedad violentó el rumbo previsto por CiU, ERC, CUP, e incluso PSOE y PP. Entonces los dos primeros tuvieron que ponerse al frente de la manifestación, tal vez contra su voluntad. PSOE, titubeando, junto a PP, tuvieron que dar un giro copernicano y alejarse del mantra diálogo. Algunos tertulianos maniqueos, taimados, blanden la rigidez del PP como causa indiscutible en el aumento progresivo de independentistas.


Sí, PP y PSOE son corresponsables solidarios del fiero independentismo, que enciende hoy Cataluña, por no atajar de raíz los primigenios guiños identitarios e ilegales. Directamente culpables son el PSC, CiU y ERC por alimentar extremas aventuras nacionalistas, sin medir su alcance en justa medida, y por engañar a los catalanes haciéndoles virtuales habitantes de Jauja. Pese al proceso judicial en curso, todavía gobernantes y gobernados siguen albergando sueños que les llevan de forma inmisericorde a un laberinto de penuria, enfrentamiento y/o frustración. Ni Europa ni España les va a permitir (por muchas alusiones a la urdimbre democrática que empleen) quebrar un país con muchos siglos de historia común. 


Las importantes pulsiones independentistas que siente gran parte de la sociedad catalana, se ven superadas por sentimientos adversos mayoritarios de la sociedad típicamente española. Se habla del crecimiento independentista, pero se obvia el agigantamiento españolista cuya realidad no interfiere, de momento, en la convivencia de catalanes y resto de españoles, sea cual el espacio de referencia. Esto, que se advierte a la legua, también preocupa al conjunto de políticos con posibilidades de gobierno. Cualquier error en la acción autonómica arrastraría al ostracismo, a una existencia testimonial, si no a la desaparición casi definitiva del partido.


Cataluña tiene dos problemas difíciles, complejos: uno interno y otro externo. Estoy convencido de que, al menos, PDCAT y ERC son conscientes de la inviabilidad de independizarse nunca. Pese a ello -que no tiene discusión- el colectivo independentista, muy activo, se volcaría con la CUP y Puigdemont gestando peligrosos escenarios. Aunque les resultara casi imposible normalizar semejante desequilibrio, PDCAT y ERC no pueden abandonar un barco claramente a la deriva. Podemos, adscrito a dar utópicas soluciones revolucionarias, no cuenta. Queda un PSOE que se tienta los machos porque es diferente acometer la moción de censura a apuntalar una investidura con el independentismo. Se impone la realidad utilitaria, tosca, del párrafo anterior.


Así, envuelta en una vorágine irreflexiva, onerosa, absurda, queda Cataluña. Quienes mantienen esperanzas resolutivas de diálogo, en su fuero interno comprenden que solo conseguirían dilatar sine die (huérfanos de asentar soluciones factibles) un asunto purulento, sucio, insoluble. La polémica ha llegado al punto de no retorno, de enquistamiento bajo la mirada perpleja de un país que no se encuentra en las mejores condiciones de tragar carros y carretas. Allá cada cual con sus acciones, promesas, cumplimientos e incumplimientos. Desde luego, estos no les saldrán gratis.

viernes, 22 de marzo de 2019

PRIMA… ¿QUÉ?


“Hay ocasiones en que cuantos nos rodean no merecen sino un poco de comedia. Seamos, entonces, un poco farsantes”. Estoy convencido de que ustedes, amables lectores, atribuirán el entrecomillado a cualquier líder actual sin excepción. Incluso, añadiría yo, bastante contenido al autoinculparse “un poco farsante”. Pues no, aunque bien pudiera ser, se han equivocado. Su autor fue Benjamín Jarnés, reputado humanista aragonés de la mitad del siglo XX. Parece notorio, según puede deducirse del mencionado texto, el profundo paralelismo de aquella sociedad, de sus dirigentes, con esta emparentada plantilla que sufrimos hoy. Porque, pese a estridentes y cínicos cánticos de sirena, casi el cien por cien de los que han gobernado el país -o lo pretenden en un futuro inmediato- son herederos del franquismo rancio, rector; a mayor gloria, de quien pretende silenciarlo u obviarlo revestido de sempiterno demócrata. Aquí, ya nos conocemos todos; al menos, debiéramos.  


Tan insólita farsa empieza transgrediendo la Carta Magna. El artículo sexto dice que la estructura interna y funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. Cierto que el amasijo semántico lleva a preguntarse cuándo una sigla tiene carácter, maneras, democráticos. En puridad, todo efecto que no pase por el tamiz de las bases (primarias les llaman hoy) debiera juzgarse antidemocrático; asimismo, incluso de burdo ejercicio legitimador. Paradójicamente, los primeros partidos que mostraron variopinto alarde liberalizador desplegaban, sin reservas, un ADN opresivo desde el punto de vista histórico, habitual. Considero innecesario aventar quién inició este rito, medio escaparate medio patraña, para mostrar la torpeza hecha reclamo, acicate ilusorio. A remolque, todos los demás artificiaron un copia y pega, con tan poco entusiasmo como el desplegado por sus hábiles adversarios. Qué demoledor desencanto debieron llevar quienes, informados y críticos, se nutren de un idealismo intrascendente, perverso.


Sánchez -un pragmático que se reviste indistintamente de marxista, socialdemócrata y neoliberal si fuere preciso- hizo suya aquella apelación a la democracia interna del PSOE para defenderse de un Comité Federal poco propicio. Conseguido el fervor y favor emocional asociado a cualquier víctima; ahíto él de empirismo sobre lo efímero del voto agreste, volátil, desestimó al afiliado y empezó a encastillarse en un nuevo Comité propincuo. En ocasión anterior, siendo secretario general del partido, había destituido a Tomás Gómez, elegido secretario general de la Federación Madrileña en unas primarias que ganó con el ochenta y cinco por ciento de votos. Lo de Sánchez y la manipulación de listas o resultados le viene de muy lejos; siempre a conveniencia de sus intereses particulares. Observen, si no, la imposición efectuada a esas listas propuestas días atrás por las federaciones de Andalucía y Aragón, contra el resultado de primarias. En mi pueblo dirían que “es un galgo sin raza”, aunque el refrán se vaya a hacer puñetas.  


Sí, todos han hecho de las primarias una bagatela frívola, un paripé que oculta el “ordeno y mando” cuando no purgas feroces, dignas de revancha casi infantil. Sin embargo, nadie quiere ofrecer ninguna cabeza en bandeja de plata, al decir bíblico. Excusas y argumentos estúpidos, dirigidos a una población que creen necia (tal vez, lo sea), pretenden limpiar abusos privativos al socaire de sus propios embelecos. Ahora aparecen infinidad de razones, quizás sinrazones, para legitimar desafueros de los respectivos líderes que hacen “mangas y capirotes” poniendo las siglas a propio beneficio. Suena con excesivo rechinamiento la nueva savia acopiada por PSOE y PP describiendo, sin otras explicaciones válidas, la nulidad de los parlamentarios anteriores. Ambos han derruido -casi por completo- predios convenientemente apestados (debido a fijación mediática) o de notable incomodidad, conservando solamente algunos frontis exteriores en los que tallar sendos acrónimos. 


Sería injusto atribuir las carencias democráticas a PP y PSOE en exclusiva. Podemos, exterioriza -aun presumiendo verdaderas ciertas afirmaciones del clan dirigente- una erosión lesiva. Fugado Errejón y aledaños, junto a deserciones vigorosas en las antiguas confluencias, queda el partido desarticulado, excesivamente expuesto a las bravas aguas políticas. El tiránico control de Iglesias y Montero, consecuencia del proceder marxista, ha generado empalago, disgusto, rompiendo toda cohesión. Ciudadanos también cuenta con elementos distorsionadores como esa irrupción despótica de notorios patricios mientras relegan al ostracismo a destacados peones que bregan de siempre en la arena política. Dicen elegir a los mejores, dando por seguro atributos, ornamentos, indemostrados a menudo y así anteponen supuestos a realidades evidentes. Tal displicencia con gentes significativas acarrea sentimientos cruzados que potencian abandonos relevantes del escenario político.


Cierto es que Vox (sigla agredida hasta la extenuación) y PP no emplean primarias para confeccionar listas a diferentes instituciones. Alegan pedigrí democrático exhibiendo relatos sui géneris para elegir los equipos directivos. No obstante, advertimos -de forma objetiva- comparables empeños en controlar rígidamente el partido. “Quien se mueva no sale en la foto”, aquella frase contundente de Alfonso Guerra, más que eslogan era un anuncio amenazador. Algunos hacen de la discreción arma sigilosa, pero arrastran similares efectos: destierro u omisión. El poder ignora la democracia, se rige por superestructuras superando cualquier extremo marxista. Pese a ello, no me cabe ninguna duda de que el original presupone toxicidad sustantiva, marco dudoso en sus diferentes copias. Es decir, los partidos marxistas muestran una encarnadura necesariamente totalitaria. Seamos precisos: Comunismo y democracia son conceptos antitéticos, incompatibles.


“Engullimos, decía Diderot, de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”. Cualquier individuo está dispuesto a llevar al extremo tan acertada reflexión del enciclopedista francés. Aquí reside el peligro de las informaciones. Nosotros solo podremos defendernos si practicamos un escepticismo clásico; es decir, analizando, cuestionando, si, en verdad, son churras o merinas. Siguiendo el hilo, de momento debemos preguntarnos: Prima… ¿qué?

viernes, 15 de marzo de 2019

EL RASTRO


El diccionario de la Real Academia enseña que rastro es vestigio, señal o indicio de un acontecimiento. Otra acepción indica impresión, huella consolidada de algo. En ambos casos se toman como sinónimos “estela” e “impronta”. El primero acaricia la imagen de un cometa con su cola fulgurante. Impronta, introduce marca o impacto con cierto matiz moral. Resulta curioso que si queremos tener el vocablo subordinado al hecho empírico, como método ideal para su completa comprensión, nos topamos invariablemente con dos cuentos famosos: Pulgarcito o Hansel y Gretel (hermanos Grimm). En cualquiera de ellos, el apuro, la miseria, fuerza al abandono de estos niños siempre a expensas de las dificultades laberínticas que entraña un frondoso bosque. Pulgarcito y Hansel siembran el camino de pequeñas piedras blancas que les permitirá encontrar -ya sin luz- el camino de vuelta a casa, convirtiéndose en expertos guías de sus hermanos. 
  

Temo que los políticos jamás leyeron cuento alguno porque dicha actividad solo suelen realizarla almas nobles, humildes, candorosas. Por el contrario, esa falta de bendita inocencia suelen suplirla representando farsas histriónicas, embaucadoras, teatrales. Son eximios actores de ese gran teatro del mundo, según especuló Calderón ante el devenir humano. Muestran auténtica vocación por la tramoya que utilizan con verdadero desparpajo. Pese a tanta bufonada, quedaron atrás los tiempos divertidos, risibles, para caer hoy bajo los efluvios nocivos de Melpóneme, musa de la tragedia; esa que sigue acechándonos, ensartándonos, sin prisas, pero sin pausas. Peor aún es que no se divisa líder o sigla estable capaces de atenuar cuanto infortunio parece vislumbrarse por un horizonte atiborrado de desgana, hartazgo y desapego ciudadano, junto al afán disgregador, rupturista, modelado básicamente por una izquierda anclada en siglos pretéritos. 


Decía Montesquieu: “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”. En efecto, los españoles creemos vivir en un sistema democrático donde ley y justicia rigen, sin merma alguna, la convivencia. Sin embargo, nuestro acontecer diario viene soportando -bajo un cúmulo de apariencias- extravíos, paradojas y futilidades, que encarnan un papel sustantivo en el régimen. Qué hemos hecho, o hemos dejado hacer, para que nuestro país parezca ser el exponente decisivo a la hora de expresar Montesquieu el pensamiento que abre el párrafo. Nadie duda de la justeza con que armonizan pensamiento y realidad objetiva: estamos inmersos en una democracia sin rastro válido, extraviada. Los partidos políticos, verdaderos usurpadores de un poder fétido, tiranizan al individuo minado por ese síndrome de Estocolmo infundido poco a poco, de forma similar a la fábula de la rana y el agua. Creo que la LOGSE, con su escuela comprensiva, originó una sociedad mediocre, acrítica, relativista, cerril, y esos rasgos les ha permitido cocernos al baño María.


Parece normal que aquellos niños -Pulgarcito, Hansel y Gretel- no supieran volver a su casa de forma ortodoxa. Por ello, necesitaron el rastro “sembrado” previamente. Los políticos (aborígenes o prohijados) que nos saquean continua e impunemente, necesitan -indocumentados ellos- la estela que sus mayores tomaron de otros progenitores. Incapaces de dar un paso original, propio, seguro, se limitan a seguir, cerrando los ojos, itinerarios abiertos antaño. Provenimos desde siglos atrás de regímenes absolutistas o de caudillajes castrenses. Tales escenarios aplicaron su propio lastre y pasados episodios liberales, mezclados con otros de trazos democráticos, duraron tan poco que resultaron insaboros, inodoros e insípidos. Incluso el último provocó una Guerra Civil que ocasionó demasiados muertos. Ahora llevamos cuarenta años de democracia sufrible, postiza, narcótica, empalagosa; hecha a mayor gloria de los partidos y sus omnipotentes líderes.  


Quizás Suárez constituyó la excepción que confirma toda regla, pues emergiendo de la autarquía supo abrir un sendero democrático. Calvo Sotelo pasó sin pena ni gloria por el gobierno, igual que el rayo de sol por el cristal: sin romperlo ni mancharlo. Felipe González siguió -con veleidades notables- un rastro viejo, casi olvidado. Quiso borrar del frontispicio de la casa común el término marxista, pero solo lo difuminó sutilmente pese al amago (vil simulacro del que se sabe líder indiscutible) estentóreo realizado en el XXVIII congreso. Nuestra izquierda ¿moderada?, pues, sigue el rastro marxista que dejó aquel PSOE perteneciente al frentepopulismo y que le impide ser homologado por la socialdemocracia europea. Zapatero, presunta víctima de avatares familiares, quiso ganar una guerra tiempo ha perdida. Abatido por supuestas, o no tanto, frustraciones heredadas, se obcecó en aprobar una Ley de Memoria Histórica que no redujo agravios y multiplicó enfrentamientos. Al final, se le recordará como padre de esa Ley disolvente al tiempo que su gobierno pasará al anonimato. Mal, muy mal.


Es lógico, a todas luces, que un PSOE revolucionario del siglo XX y Felipe González dejen a Zapatero la trocha por donde caminar ante una evidente falta de iniciativa personal. Pese a esto, y en contraste, no tiene un pase que Aznar y Rajoy sigan a González y Zapatero. Si Aznar realizó algunos cambios ocasionales al talante González porque este político ofrecía crédito, oficio de estadista, el caso de don Mariano fue paradigmático. Zapatero, un necio convertido en presidente, coronó una crisis económica, moral e institucional sin precedentes. Rajoy -paciente, convertido al tancredismo- consiguió una mayoría absoluta asombrosa, inexplicable; el ciudadano, perdido y asqueado, lo aclamó como salvador bíblico. Irresoluto, cobardón, torpe, mantuvo el rastro marcado por Zapatero dividiendo la derecha en fracciones refractarias, a veces irreconciliables. Otro fracaso añadido a un político esquivo, inmóvil. Podría decirse de él: “Fue un político honrado, lo que pasa es que nunca pudo demostrarlo”.


Sánchez conforma el apunte sin cuerpo ni rastro, un destello caótico y radioactivo, letal. Ciudadanos y Vox marcan en su proyecto un rastro atractivo, bienoliente, de momento inmaculado con algún lodo nebuloso. Ofrecen novedad, confianza, sin dejarse arrebatar, observándolos de cerca. Sería mal negocio vender la piel del oso antes de cazarlo. Podemos, muestra el rastro más veterano pues data de finales del siglo diecinueve. Su percepción la resume bien esta frase: “Un gobierno al que no le ofende la miseria pero sí la protesta no es digno de gobernar”. Amén.

viernes, 8 de marzo de 2019

BURBUJA ELECTORAL


Desde el punto de vista económico, y por extensión político, la burbuja implica un fuerte incremento en el precio de un activo que genera espectaculares subidas futuras no exentas de riesgo. Cumplida la convocatoria anticipada de elecciones, se ha iniciado una campaña electoral irregular, larga, insólita, tramposa. Unos y otros se dirigen dardos, ignoro si envenenados, con objetivos desacreditadores porque es más rentable divulgar maldades del rival que exponer programas aburridos y de dudoso cumplimiento. Sin duda alguna, se ha abierto una veda que -en el fondo- jamás estuvo totalmente cerrada. Han convertido las legislaturas en estúpidas campañas electorales, abandonando los intereses ciudadanos, a la vez que activan todos sus desvelos gubernamentales solo esos quince días reglamentarios. Llevamos unos cuantos lustros de desnaturalización democrática sin que la sociedad ofrezca muestras de encontrar respuestas y poner final a dicha situación.
  

Las campañas electorales son hoy carreras de fondo. Por este motivo surgió el vocablo “dopado” para acusar a otros de juego sucio respecto a igualdad de oportunidades. Si no recuerdo mal, fue Podemos quien acusó a Rajoy de financiación ilegal, en dos mil quince, acusándolo de aumentar su “energía” financiera de modo totalmente licencioso, corrupto. Sin embargo, cualquier abismo abierto, no estrictamente financiero, entre partidos pudiera entenderse como impulso ilegal y denunciable ante la Junta Electoral. Es evidente que esa desigualdad encierra una quiebra democrática y los practicantes exhiben cierto desprecio al sistema liberal. No me extraña que partidos de izquierda, más o menos radical, llevados por su esencia totalitaria, utilicen con avidez esta práctica consecuencia de su inclinación genética. Resulta, asimismo, extraño que la derecha, más o menos centrada, de claro perfil democrático, siga -temeraria- parecida trayectoria.


Sánchez, campeón del camelo, de la estafa, aprovecha todos los resquicios que le permite el poder, incluso mordisqueando la legalidad. Dice Chomsky: “La propaganda es a una democracia lo que la coerción a un Estado totalitario”. Semejante cita contrasta cuál es la raigambre democrática de partidos que fían su esencia al mero nominalismo, pero cuyos dichos y actitudes descubren, aunque quieran excusarlo, una entraña dictatorial. Nuestro presidente, frío a dicho manifiesto, hace leña propagandística sin importarle menoscabo democrático alguno, tal vez porque le quede grande (también fingido) dicho soporte. Asido a dos barajas, Sánchez, perpetra juegos de magia escoltados por un semblante sobrio. Consuma variedad de tejemanejes con rictus intenso, seductor, falsario. Las autoglosadas lealtades en la oposición no pasaron de tenues gestos cómplices abiertos a una salida “digna”. ¿Recuerdan el apoyo dado al inoperante ciento cincuenta y cinco? Era el adalid del sí pero no, a falta del no y no.


Terry Smith ha desarrollado “la teoría del mayor tonto y formación de burbujas”. Es un postulado económico, pero tiene validez política. Consiste en invertir en negocios o acciones ruinosas pensando que los puede vender luego a otros más tontos. Pensemos de pasada, como ejemplo plástico, en la bola de nieve que, guiada por manos codiciosas, quizás sacrílegas, alcanza dimensiones colosales hasta que alguien la destruye. Pedro, que bien pudiera ser el del cuento, ha hecho de la política un globo permanente. Invirtió, según las crónicas, tiempo y dinero con su viejo Peugeot iniciando una burbuja que vendió satisfactoriamente a los afiliados socialistas. Pasados unos meses siguió invirtiendo capital con aquel famoso “no es no”. La burbuja iba creciendo, entre desastres electorales, hasta que la compraron Podemos, independentistas, PNV y Bildu. Al final, Pedro consiguió tontos útiles a los que endosó aquel negocio infecto recogiendo él un rédito prominente, imprevisto, casi milagroso.


Hoy, Sánchez, encumbrado por necios que le compraron “a precio de ganga” aquel agiotaje catastrófico, cambia el viejo Peugeot por el Falcon y su patrimonio personal por financiación pública. Vivifica -ya sin peligro económico, inmune e impune- una tercera burbuja que pretende “colocar” al tonto perenne llamado a veces ciudadano, a veces gente. Se calcula que los “viernes electorales” costarán al erario la friolera de dos mil millones de euros. España y el PSOE darían por bueno tal derroche si la ciudadanía abre los ojos y lo manda a su casa, de donde no debiera haber salido nunca. Durante el mes y medio que falta para la jornada electoral, tiene previsto desmenuzar diferentes decretos-ley y ruedas de prensa panegíricas, petulantes, que le permitan crear una burbuja, falsa como todas, para hinchar su exiguo capital político. Si lo consigue (personalmente no lo creo) dispondrá de cuatro años para destrozar un país y una sigla ilustre con la venia de sus militantes.


Una noticia nace cuando los medios se acuerdan de ventearla; mientras, queda en espera difuminada por un silencio sepulcral. El político, la propaganda, se fundamenta en ellos inevitablemente. Resulta curioso que haya reseñas medulares cuya realidad queda relegada a las tinieblas informativas y otras triviales -o ya conocidas- hiperalimentadas por una prensa canallesca, fanática. Esta mañana, sin ir más lejos, se hablaba de un reportaje sobre las varias humillaciones sufridas por mujeres migrantes en la fresa de Huelva. Los extractos me parecen llamativos, relevantes, y el hecho de obligada denuncia por la ignominia social que desprende. No obstante, el autor era el mismo que fue a Venezuela a loar a Maduro; asimismo, a encubrir su despótico gobierno. Ya lo dijo un comunicador reputado: “El propósito de los medios masivos no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas del poder corporativo dominante”. Tal deontología triunfa en la mayoría de las redacciones, un imperio tan putrefacto como el político.


No terminaré aquí mis lucubraciones sobre la larga e inmunda campaña electoral que nos espera porque, como sostuvo Bertand Russell: “Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”. Espero que quien tenga todavía fe en estos aventureros sepa dirigir su sufragio hacia el viaducto correcto, aunque vete a saber qué destino final han de darle. En todo caso, no se dejen convencer por los cánticos de sirena que desprende cualquier burbuja electoral.


viernes, 1 de marzo de 2019

PURA ASTRACANADA


El DRAE, en su segunda acepción, indica que astracanada significa acción o comportamiento públicos disparatados y ridículos. La rotundidad del concepto deja al descubierto hasta qué punto destaca en él una burla tácita, supina, a quien recibe los efluvios del actor o actores. Porque el individuo capaz de generar dicha impureza será tachado, sin duda, de cínico -tal vez indecoroso y atrevido- pero quien tolera de una forma u otra tanto desatino extemporáneo bien pudiera denominarse inconsecuente. Resulta comprensible la doble raíz que violenta el desarrollo riguroso del proceso: temores nacionales e intimidaciones virtuales, en germen, provenientes del campo internacional. Las primeras carecen de sentido en un país democrático con separación de poderes, pues cualquier ataque a este principio deteriora, si lo hubiera, el crédito del personaje. Si acaso preocupa la reputación internacional, aunque nuestro basamento y fondo jurídico carece de corrección foránea legitimado por una soberanía popular.


Más allá de nuestras fronteras existen instituciones u organismos que gozan de la loa general aun presentando tachas e irregularidades notables. Siempre objeté, verbigracia, la legalidad de una ONU cuando el Consejo de Seguridad se encuentra viciado por el derecho a veto ejercido por cinco países. Parecida anormalidad aprecio en el Tribunal de Estrasburgo, conformado políticamente de forma impecable -en teoría- por jueces de los cuarenta y siete países miembros. Es decir, cada órgano e institución lleva aparejado suficiente lastre como para no inmiscuirse, salvo evidencias incontestables, en asuntos internos de cualquier Estado. Se evitaría de este modo afrentas que alarman a la opinión pública, poco ducha a la hora de diseccionar complejos vericuetos casi ininteligibles. Es prueba lógica de la discrepancia entre el difuso armazón reglamentario y el nítido abandono popular.


Conocemos cuantos intentos preliminares de desprestigio se hicieron al sumario jurídico abierto a doce políticos independentistas, presos preventivos casi todos, acusados de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. El inicio fue una reiteración obcecada de trampear el acto vertiendo los mayores sofismas que puedan imaginarse. Ignoro qué pretenden los reos a futuro, aunque la desnaturalización semántica -y sus propias declaraciones- llevan al Tribunal de Estrasburgo. Insisto, me parece desafortunada, porque ocurre, cierta indulgencia (hasta paciente) desplegada por el juez Marchena, presidente del Tribunal Supremo. Sí, ha llamado la atención a inculpados y testigos, pero con la boca pequeña, como si quisiera evitar algún toque de atención interno (inconstitucional y poco procedente) o externo, totalmente improcedente. Admito, incluso, que el señor Marchena tenga a bien exhibir un carácter grato, alejado de brusquedades y precipitaciones.


Respecto al histrionismo desplegado por los reos, incluso como táctica defensiva, merece la consideración de vergonzante. En personas normales, el arrojo mostrado cuando denigraron las resoluciones del Tribunal Constitucional, pese a numerosas advertencias de los servicios jurídicos, ha de ser revalidado siempre. Pero no, vista la probabilidad de pasarse varios años en la cárcel, han optado por un olvido bellaco, sorteando sin suerte el conjunto de evidencias axiomáticas aventadas por medios audiovisuales. Aquella representación inicial sirvió solo para mostrar desmayo, pavor, más allá de pretendidas justificaciones que ellos saben inútiles antes del indulto. Porque percibimos que, si Sánchez candidata con probabilidades, el indulto es condición sine qua non para conseguir La Moncloa. Seguramente es algo ya previsto, estudiado y apalabrado.


Testigos precisos han confundido la sala con un púlpito idóneo para lanzar sus proclamas dogmáticas a los cuatro vientos, donde habita una feligresía ahíta de mensajes subrepticios, o no tanto. Tardá, Rufián, Colau, Sáenz de Santamaría, Rajoy, Urkullu y otros, han relatado -algunos- “su verdad” después de trastear al tribunal. Baños, testigo de la CUP, se ha negado a contestar las preguntas de la acusación popular, personificada en Vox, excusándose por “dignidad democrática y antifascista”, premisa reiterativa y común a cualquier doctrina totalitaria. El señor Marchena ha propuesto como solución salomónica que la pregunta del señor Smith la repetiría él a Baños. Poco después, este también se ha negado a esa solución y ha sido expulsado de la sala bajo una sanción de dos mil quinientos euros. Lo mismo ha ocurrido con Reguant, también de la CUP. Demasiada paciencia para quien merece únicamente proporcionalidad legal.


Mención especial merecen las afirmaciones de los imputados. Turull dijo que “la DUI fue expresión de una voluntad política”, también lo fue la Constitución y la ley ordinaria; por tanto, no le exime de culpa ni de llevarse una pena que se corresponda con el delito. Rull imputa “falta de legitimidad moral al Tribunal Constitucional” para justificar el referéndum. Similar validez tendría si yo dijera que no reconozco legitimidad a Hacienda para que me reclame impuestos. Bonito discurso y retorcimiento semántico. Romeva, quizás padre del argumentario más consistente, aseguró que “el derecho de autodeterminación no es ilegal en España”. Cierto, la Carta Magna no hace mención expresa de ilegalidad puesto que remite a la Carta de Naciones Unidas en donde sí se reconoce tal derecho. Sin embargo, la resolución 1514 constata la incompatibilidad del mismo si tiene como resultado el quebranto de la unidad nacional. Por tanto, Romeva (el más inteligente en sus apreciaciones) tampoco tiene un asidero sólido jurídicamente.  


Faltan todavía muchas jornadas para dar por concluido el proceso jurídico y conocer los términos de la sentencia. Conjeturo que la parte más entretenida -esa que denomino astracanada- ya ha cubierto su camino. A partir de aquí resultará trabajoso que veamos un espectáculo semejante al ofrecido por reos y testigos. Quizás aparezca alguien imbuido de arrogancia o cinismo suficientes para seguir cautivando por lo irónico a los medios. Los ciudadanos, acostumbrados al pan y circo, nos dejamos arrebatar (una vez satisfechas las necesidades prosaicas) por la sátira que es el ingrediente intelectual accesible al pueblo llano. Sofismas con vocación heurística y severos laberintos jurídicos hastían al vulgo que, al borde de la paranoia, exige menos reserva y más holgura en estos rituales tan enmarañados. Total, ¿para qué?