La
llamada Memoria Histórica –algunos pretenden higienizarla llamando “histérica”
a aquella cuya visión sea opuesta- permite analizar hechos sin posible
contrarréplica. La memoria no se ciñe, como aspiran, a los cuarenta, ochenta o
cien años de este país sino a estos y a milenios, aquí y allá. Abrir espacios
molesta siempre a quienes los ansía cerrados. Constituyen el colectivo con
mirada fija, aviesa, viciada, debido a su fanatismo. Sustituyen la memoria
genuina por otra particular, incluyendo un olvido oportuno en el plano
ideológico. Consiguen ventaja porque poca gente muestra curiosidad por los
hechos pretéritos, además de imponer una ¿ética? adecentada con discurso postizo.
Sí,
el tema de las pensiones está ocupando un marco inesperado en medios y calle.
Verdades a medias, mentiras y cinismo acunan esta situación verdaderamente
dramática. Ignoro cuántos de los nueve millones y medio realizan el milagro de contener
su miseria más allá del veinte de cada mes. Deben conformar un porcentaje alto,
excesivo. Por tal motivo, su indignación (mi indignación) encaja con la
injusticia, con la falta gubernamental de conciencia social. Sospecho que el remedio
es complejo, sobre todo cuando ningún responsable político hace verdaderos
esfuerzos para aportar soluciones. No necesariamente aumentando de nuevo los
impuestos, única propuesta que le cabe a la izquierda más o menos ultra.
Preguntado
el profesor Niño Becerra si era factible aumentar las pensiones, afirmó
categórico: “Desgraciadamente no”. Luego explicó las razones económicas que
sostenían su respuesta. Cierto que los argumentos económicos no tienen por qué
ser dogma de fe; ninguno lo es, pero cualquier desequilibrio trae consecuencias
preocupantes. Pese a ello, doy más crédito a don Santiago que a la señora
Báñez. La ministra realiza manifestaciones que son, desde mi punto de vista, un
auténtico escarnio para millones de ciudadanos. Suele asegurar que el
pensionista no ha perdido poder adquisitivo con el PP. Como broma, aun pesada,
es tolerable; como anuncio político, risible. Además de mucho valor, casi
suicida, carece -quizás como compensación- del sentido del ridículo; defecto
extendido entre los responsables políticos.
Que
en los últimos años -pese a la propaganda tenaz del gobierno- ha bajado el
poder adquisitivo del pensionista, es un hecho incontrovertible. Llevamos cinco
años con una subida fija del cero veinticinco por ciento. En tres de ellos,
presuntamente, el IPC era negativo (una afirmación más que dudosa, desde un
punto de vista real no oficial). Sin embargo, llevamos dos años en que el IPC
oficial ronda el punto y medio haciendo al pensionista cada vez más pobre. Como
dirían los poetas, en estos días la paz social ha estallado. Hubo preparación
previa en el WhatsApp. El escenario sugiere un interés extraordinario en mover
la calle con los jubilados para continuarla a posteriori con la juventud.
Advierto demasiada querencia a precisar que la revuelta, asimismo, tiene como
objeto dignificar las futuras pensiones. Así lo ventean líderes diferenciados.
Existen
razones de peso -gestadas unas por idiocia y otras por indecoroso rédito
político- para que los nueve millones y medio de pensionistas estemos hartos.
Sucede, no obstante, que no es la primera vez, ni será la última. En mayo de
dos mil diez, Zapatero congeló las pensiones y a principios de dos mil once
aprobó una ley para elevar la edad de jubilación. Aparte, se pasó de quince a
veinte años de vida laboral para calcular los nuevos importes. Semejantes
maniobras, según publicaron importantes medios, hicieron disminuir la cuantía
entre un quince y un veinte por ciento. Ahora la mengua se calcula, desde que
gobierna el PP, en un diez por ciento. Zapatero perdió las elecciones sin que
nadie excitara la calle. Seguramente Rajoy perderá las próximas generales, pero
su fracaso no lo capitalizarán los incendiarios. El ciudadano cada día es más
inteligente y discrimina mejor.
Es
evidente, insisto, que la izquierda (más o menos ultra) aprovecha cualquier
coyuntura para conseguir votos. La derecha (más o menos centrada) también. Eso
sí, con diferente estilo porque el populismo y la calle le pillan lejanos.
Narro un caso estridente. El ayuntamiento de Castellón, mediante nota
personalizada, insta a los nuevos padres a “valencianizar” nombre y apellidos
de los nacidos. Ante la crítica del PP, les responden que se preocupen de los
ciudadanos antes de intentar réditos políticos. Parece notorio que dicho
ayuntamiento, socialista para más señas, con tal nota quisiera lograr el
bienestar de los castellonenses. Así pían unos y otros, pues al revés hubiera
ocurrido exactamente igual.
El
jueves salieron a la calle menos del cinco por ciento de los pensionistas. Magro
éxito. A su frente se colocaron una oscura Coordinadora, CCOO y UGT. Diputados
de Podemos y PSOE, a las puertas del Congreso, salieron del mismo para hacerse
la foto y expresar lo mal que hace el PP, olvidando etapas anteriores. Cierto
que Podemos está limpio (de polvo y paja como dicen en mi pueblo manchego),
cada vez menos, pero el PSOE debiera ser algo más consecuente. Politizar el
hartazgo no creo que sirva para obtener lucro alguno, al menos para los
rentistas.
Una
desaforada trompetería mediática se avino a la manipulación, hasta el punto de
convertirse esta en sustancia. Sin los medios, nadie hubiera visto el tumulto a
la puerta de los leones para recibir apoyos políticos. Ahí residía la noticia.
El resto era materia conocida con anterioridad. Es necesario ahora echar mano
de la Memoria Histórica. Con ella, no sería preciso leer este artículo para evocar
que las pensiones se redujeron un quince por ciento en tiempos de Zapatero. Con
ella, no sería obligado recordar que jamás ningún régimen comunista fue capaz
de sacar de la miseria, ni de la tiranía, a quienes vivieron y viven en ellos.
Pensemos, URSS, Cuba, Corea del Norte, China, Venezuela…. Apelemos a la Memoria
Histórica, a toda, para evitar la más vil de las manipulaciones.
Yo,
como pensionista y como ciudadano, también estoy indignado con este gobierno.
Pero tomaré mis medidas de forma silenciosa, sin caer en procesos ideados por
salvadores de la libertad y de la democracia. No todos son totalmente malos, ni
totalmente buenos. Acudamos a la Historia.