viernes, 23 de febrero de 2018

PENSIONES Y MANIPULACIÓN



La llamada Memoria Histórica –algunos pretenden higienizarla llamando “histérica” a aquella cuya visión sea opuesta- permite analizar hechos sin posible contrarréplica. La memoria no se ciñe, como aspiran, a los cuarenta, ochenta o cien años de este país sino a estos y a milenios, aquí y allá. Abrir espacios molesta siempre a quienes los ansía cerrados. Constituyen el colectivo con mirada fija, aviesa, viciada, debido a su fanatismo. Sustituyen la memoria genuina por otra particular, incluyendo un olvido oportuno en el plano ideológico. Consiguen ventaja porque poca gente muestra curiosidad por los hechos pretéritos, además de imponer una ¿ética? adecentada con discurso postizo.

Sí, el tema de las pensiones está ocupando un marco inesperado en medios y calle. Verdades a medias, mentiras y cinismo acunan esta situación verdaderamente dramática. Ignoro cuántos de los nueve millones y medio realizan el milagro de contener su miseria más allá del veinte de cada mes. Deben conformar un porcentaje alto, excesivo. Por tal motivo, su indignación (mi indignación) encaja con la injusticia, con la falta gubernamental de conciencia social. Sospecho que el remedio es complejo, sobre todo cuando ningún responsable político hace verdaderos esfuerzos para aportar soluciones. No necesariamente aumentando de nuevo los impuestos, única propuesta que le cabe a la izquierda más o menos ultra.

Preguntado el profesor Niño Becerra si era factible aumentar las pensiones, afirmó categórico: “Desgraciadamente no”. Luego explicó las razones económicas que sostenían su respuesta. Cierto que los argumentos económicos no tienen por qué ser dogma de fe; ninguno lo es, pero cualquier desequilibrio trae consecuencias preocupantes. Pese a ello, doy más crédito a don Santiago que a la señora Báñez. La ministra realiza manifestaciones que son, desde mi punto de vista, un auténtico escarnio para millones de ciudadanos. Suele asegurar que el pensionista no ha perdido poder adquisitivo con el PP. Como broma, aun pesada, es tolerable; como anuncio político, risible. Además de mucho valor, casi suicida, carece -quizás como compensación- del sentido del ridículo; defecto extendido entre los responsables políticos.

Que en los últimos años -pese a la propaganda tenaz del gobierno- ha bajado el poder adquisitivo del pensionista, es un hecho incontrovertible. Llevamos cinco años con una subida fija del cero veinticinco por ciento. En tres de ellos, presuntamente, el IPC era negativo (una afirmación más que dudosa, desde un punto de vista real no oficial). Sin embargo, llevamos dos años en que el IPC oficial ronda el punto y medio haciendo al pensionista cada vez más pobre. Como dirían los poetas, en estos días la paz social ha estallado. Hubo preparación previa en el WhatsApp. El escenario sugiere un interés extraordinario en mover la calle con los jubilados para continuarla a posteriori con la juventud. Advierto demasiada querencia a precisar que la revuelta, asimismo, tiene como objeto dignificar las futuras pensiones. Así lo ventean líderes diferenciados.

Existen razones de peso -gestadas unas por idiocia y otras por indecoroso rédito político- para que los nueve millones y medio de pensionistas estemos hartos. Sucede, no obstante, que no es la primera vez, ni será la última. En mayo de dos mil diez, Zapatero congeló las pensiones y a principios de dos mil once aprobó una ley para elevar la edad de jubilación. Aparte, se pasó de quince a veinte años de vida laboral para calcular los nuevos importes. Semejantes maniobras, según publicaron importantes medios, hicieron disminuir la cuantía entre un quince y un veinte por ciento. Ahora la mengua se calcula, desde que gobierna el PP, en un diez por ciento. Zapatero perdió las elecciones sin que nadie excitara la calle. Seguramente Rajoy perderá las próximas generales, pero su fracaso no lo capitalizarán los incendiarios. El ciudadano cada día es más inteligente y discrimina mejor.

Es evidente, insisto, que la izquierda (más o menos ultra) aprovecha cualquier coyuntura para conseguir votos. La derecha (más o menos centrada) también. Eso sí, con diferente estilo porque el populismo y la calle le pillan lejanos. Narro un caso estridente. El ayuntamiento de Castellón, mediante nota personalizada, insta a los nuevos padres a “valencianizar” nombre y apellidos de los nacidos. Ante la crítica del PP, les responden que se preocupen de los ciudadanos antes de intentar réditos políticos. Parece notorio que dicho ayuntamiento, socialista para más señas, con tal nota quisiera lograr el bienestar de los castellonenses. Así pían unos y otros, pues al revés hubiera ocurrido exactamente igual.

El jueves salieron a la calle menos del cinco por ciento de los pensionistas. Magro éxito. A su frente se colocaron una oscura Coordinadora, CCOO y UGT. Diputados de Podemos y PSOE, a las puertas del Congreso, salieron del mismo para hacerse la foto y expresar lo mal que hace el PP, olvidando etapas anteriores. Cierto que Podemos está limpio (de polvo y paja como dicen en mi pueblo manchego), cada vez menos, pero el PSOE debiera ser algo más consecuente. Politizar el hartazgo no creo que sirva para obtener lucro alguno, al menos para los rentistas.

Una desaforada trompetería mediática se avino a la manipulación, hasta el punto de convertirse esta en sustancia. Sin los medios, nadie hubiera visto el tumulto a la puerta de los leones para recibir apoyos políticos. Ahí residía la noticia. El resto era materia conocida con anterioridad. Es necesario ahora echar mano de la Memoria Histórica. Con ella, no sería preciso leer este artículo para evocar que las pensiones se redujeron un quince por ciento en tiempos de Zapatero. Con ella, no sería obligado recordar que jamás ningún régimen comunista fue capaz de sacar de la miseria, ni de la tiranía, a quienes vivieron y viven en ellos. Pensemos, URSS, Cuba, Corea del Norte, China, Venezuela…. Apelemos a la Memoria Histórica, a toda, para evitar la más vil de las manipulaciones.

Yo, como pensionista y como ciudadano, también estoy indignado con este gobierno. Pero tomaré mis medidas de forma silenciosa, sin caer en procesos ideados por salvadores de la libertad y de la democracia. No todos son totalmente malos, ni totalmente buenos. Acudamos a la Historia. 

viernes, 16 de febrero de 2018

DERECHO, LEY Y JUSTICIA


Sé que el tema presenta controversias dispares, si no desatinadas. Visto con criterio, creo razonables las diferentes líneas divisorias. Ocurre, sin embargo, que apelar aquí al sentido común implica un esfuerzo suplementario, ímprobo, casi imposible. Más, sumergidos en las inclementes aguas de un subjetivismo enfermizo, maniqueo, lesivo. Ni la sociedad ni el individuo muestran actitudes limpias, serenas o justas. No ya de justicia sino de justeza, adecuando hechos y exposiciones. Al contrario que Dios, solemos escribir torcidos con renglones rectos. Rectitud ofrecida por mentes distanciadas, equidistantes al menos, de la inmoralidad y el privilegio. Fuera de estos anacronismos no cabe benevolencia ni remordimiento. La vileza extiende su entraña sombría por el espacio vital. Contamina entendimientos y voluntades, dejando yerma, infecunda, su área de influencia. Sin duda es peaje excesivo, pero todo desequilibrio ensucia, obstruye o elimina. El pueblo, desgraciadamente, no tiene poder para impedirlo y, a poco, la alimaña resucita.

Para definir derecho precisaremos dos enfoques. Desde un punto de vista subjetivo, es la facultad que tiene todo sujeto para ejecutar un acto o para exigir a cualquiera el cumplimiento de su deber. Como acotación objetiva, lo conforma un conjunto de reglas que rigen la convivencia de los hombres en sociedad. El primero nace de la persona y por ello suele denominarse natural. Al segundo le asignan el epíteto positivo porque depende del acomodo que le otorgue un poder ajeno al individuo. Incluso, en ocasiones, llega al más espantoso de los designios; cuanto menos, a la más repulsiva arbitrariedad. Suele exigirse, o ser invocado, por quienes lo eclipsan u omiten durante la mayor parte de su vida. Peor todavía es que los responsables de hacerlo efectivo casi siempre resuelven de forma anormal, injustificable.

Estaremos de acuerdo si determinamos que ley constituye norma jurídica, dictada por legisladores, que manda o prohíbe algo. Debiera conciliarse -tal vez reconciliarse a veces- con la justicia. Tal precepto formal delimita el libre albedrío del individuo dentro de la sociedad. Es herramienta y motor del derecho objetivo, aunque en ocasiones haya conculcado y conculque el subjetivo. Verbigracia, las leyes esclavistas. Sin llegar a estos extremos de indignidad legal, el error, la idiocia, incluso evidentes tics tiránicos, han forjado leyes vergonzosas para una democracia consolidada. No solo penales sino adscritas al amplio abanico legislativo e institucional. Quizás la verdadera maldad provenga de su exégesis, ilícita tolerancia o, por el contrario, inflexibilidad. ¿Podemos incluir, bajo alguna de semejantes anomalías, desobediencias impunes sobre el castellano y la aplicación del ciento cincuenta y cinco en Cataluña? 

Justicia es un vocablo cuya concepción se presta a múltiples consideraciones y enmiendas. De forma precisa, constituye una virtud que inclina a dar a cada uno lo suyo. Debe ser siempre bilateral. Pero entre dicho y hecho hay demasiado trecho, como suele advertirse en la vida corriente. Asimismo, lo que conviniera ser virtud social, sin atajos ni peajes, muchas veces padece vaivenes apartados de la recta moral. También procesos oscuros y desmanes atribuibles a actores innobles, rígidos, formados en pesebres dogmáticos. John Rawls define justicia como equidad y por tanto se quiebra cada vez que olvidamos el principio de diferencia. 

Determinar con exactitud alcances y fronteras de los términos morales que conforman el epígrafe, es arduo por no decir ilusorio. Están tan imbricados que el aislamiento constituiría un obstáculo infranqueable para inferir la teoría del Estado. Esta conclusión inexorable, cierta, junto a las anotaciones expuestas, permite adentrarnos sin sorpresa ni alarma en algunas audacias judiciales que nutren lucubraciones articuladas en torno al sentido común. Ese que los versados supeditan a la intransigencia teorética obviando circunstancias sustanciales y dando al traste con el perspectivismo de Ortega. Quienes reniegan de la filosofía, son apologetas del desatino.

En pocas fechas hemos asistido, con sentimientos encontrados, a dos determinaciones judiciales, no ya divergentes sino contradictorias. Me refiero al Tribunal de Estrasburgo. Denunciado el Estado Español por torturas, presuntamente cometidas por las fuerzas de seguridad, en la detención de dos terroristas de la T 4, el TEDH dicta sentencia y condena a España. Por un delito de malos tratos hemos de pagar cincuenta mil euros a quienes asesinaron a dos personas en el aeropuerto de Barajas. He aquí la contradicción: considerar moralmente humanos a dos terroristas y reconocerles unos derechos que ellos habían pisoteado en mayor grado. ¿Dónde está la equidad? Dicha sentencia, atenta contra el derecho natural y la justicia. Probablemente también contra la verdad. Al menos, es una bofetada jurídica a España cuando tiene más peso la palabra de unos delincuentes que la de un país democrático. De vergüenza.

El otro caso es la resolución del juez Pablo Llarena cuando deja en libertad a Mireia Boya, cómplice de un acto de rebeldía real según propia confesión. Encima haciendo gala de una actitud retadora en dicho momento y, en declaraciones previas, cuando afirmó que si la condenaban a prisión no saldría hasta que Cataluña fuera república. La contradicción se aprecia entre el espíritu legal y la decisión judicial; si bien, el juez la justifica por inhibición del fiscal. Temo que, ante el empeño de inmolarse, la resolución pretenda evitar una mártir, prevaleciendo aquí las circunstancias. Puede concebirse que sea una salida conveniente, pero injusta (en relación a otros presos) y ayuna de ley.

Fuera de toda complejidad y desconocimiento que, como lego, tiene el ciudadano de a pie, sentido común y juicio crítico le hacen dudar de la concordancia que debieran tener derecho, ley y justicia. Ciertamente, el hombre, sus limitaciones, hacen comprensible estas frecuentes divergencias. Lo curioso es que la justicia casi siempre queda ultrajada e insatisfecha. Sin ella, desaparece la dignidad del juzgador y del juzgado; en definitiva, del hombre.




viernes, 9 de febrero de 2018

PECADOS CASI VENIALES


No es nada sorprendente que regrese compasivo tras diez días de grato relax. Escoltado por amigos y familiares, Gandía nos acogió con afabilidad. Un sentimiento que cada vez se prodiga menos de forma gratuita. Caminatas por el paseo marítimo e intensas partidas de dominó ocuparon nuestro tiempo diurno. Las noches transcurrieron entre bailes y futbol televisado. Es comprensible, pues, que mi espíritu venga henchido de buenas vibraciones y el examen político, en esta ocasión, huya del tono negro característico de una España que Goya representó a garrotazos.

La política en nuestra querida piel de toro, se plasma con trazo grueso enfureciendo siempre a rivales y ciudadanía. Si diseccionáramos la Historia, sería difícil encontrar concordia entre hispanos salvo en contadas oportunidades. Unos y otros, nobleza y pueblo llano, conservadores y liberales, derechas e izquierdas, han cometido demasiados pecados mortales. No como índole sino como resultado final. Aquí la sangre fue y es penitencia distintiva. El perdón aparece mustio, estéril, aun dentro del anhelo. Provocación, violencia, conforman el mejor soporte de una egolatría sempiterna, del siniestro extravío secular.

Por todo lo dicho, y a pesar de tan penoso momento, intentaré centrar mi análisis en dichos y hechos que conlleven virtudes o vicios con poca sustancia. Si acaso alguien pesimista se permitiera evaluarlos, tendría que admitir -a lo sumo- la calificación de pecados casi veniales. El optimista se regodearía en verlos próximos al equívoco cuya finalidad busca una tenue sonrisa dentro de su triste añoranza. Se impone, una vez más, la paradoja. Hemos descubierto que la vida no es sueño, al decir de Calderón, sino una extravagancia que abre y cierra percepciones, quereres, sin turnos de réplica.

No encuentro ningún líder político libre de caer en tentaciones pecaminosas, si bien algunos se muestran postrados casi siempre. El orden de aparición excluye filias o fobias; azar e infortunio fundamenta cualquier interrogante. Empezaré con alguien que, según propia confesión, campa por el universo anticapitalista y consecuentemente enemiga acérrima de veleidades discrecionales y loas burguesas.

Teresa Rodríguez, líder andaluza de Podemos, contestaba así a Álvaro Ibarra Pacheco, periodista de ABC: “Le agradecería que no me tuteara, yo no le he tuteado y a diferencia de usted soy una representante electa y por tanto una autoridad”. Además de tener sutil atadura con el franquista “usted no sabe con quién habla”, si la cita es literal, la señora Rodríguez -más allá de un estilo mejorable- comete un leísmo evidente en yo no “le” he tuteado. Acéfalos y clasistas. ¡A la rica semilla! Pregonan un mensaje huero, tramposo. Pobres de nosotros si cayéramos en sus manos.

Un dechado de lealtad, coherencia doctrinal y buenas formas protagoniza el siguiente testimonio. El señor Verstrynge, en declaraciones a la Sexta, aseveró: “El golpe de Estado que lleva a cabo Rajoy contra la Generalitat de Cataluña” para añadir, a renglón seguido, “quiere como presidente de la Generalitat a la persona que considere oportuna y los votos se los pasa por el forro de los cojones”. Auténtica retórica universitaria, cual cabe a un profesor con argumentos de peso y refinada exposición.  

Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso, sentenció: “En España no hay inmunidad ni impunidad”. Se olvida con excelente ligereza de los casi diez mil aforados y del caso omiso que el gobierno catalán ha venido haciendo a resoluciones, de diversas instancias judiciales, sobre el uso del castellano en Cataluña. Me temo que el señor Hernando, aquí, comete un pecado de soberbia ribeteado de burdo cinismo. La mentira, amén de pecado venial, quiebra definitivamente el crédito personal y -a la postre- conlleva inhabilitación formal para tan importante quehacer.

Rajoy es quien acumula mayor cantidad de pecados casi veniales. Pareciera consolidar un récord difícil ante la abrumadora cantidad de postulantes. Menos hábiles que él, no se despeina para conseguir semejante galardón. Si bien reñido, nadie lo iguala en pulcritud maliciosa. Veamos. Un entrevistador avispado le pregunta si deben percibir, por el mismo trabajo, igual salario hombres y mujeres. Sin descomponerse un ápice, responde: “No nos metamos en eso, demos pasos en la buena dirección que es como se resuelven mejor las cosas”. Dejó en el aire respuesta y “buena dirección”.

Evito mencionar transgresiones de pecadores tan populares: Sánchez, Iglesias, Colau, Puigdemont, Rufián y otros que, por espacio, no quiero concretar. Probablemente algunos desearan ocupar un puesto avanzado de salida, pero yo -con alevosía o desgana- esquivo significarlos. Quizás sea falta de objetividad o maldad insuperada para agregarlos a este apartado especial de pecadores obstinados e irritantes, pese (o debido, tal vez) a sus abrumadoras capacidades.

Concluyo con dos aportaciones al “pecaminario” y una reflexión papal. Sadat Maraña, exlíder de Ciudadanos en León, manifestó: “No hay mujeres feas, hay copas de menos”. Pecado venial seguido de descarada insolencia. Asimismo, Irene Montero, propone llamar “portavoza” a las mujeres portavoces. Pecado venial con absurdo lingüístico y soporte irreflexivo cum laude de Podemos. Por otro lado, el Papa Francisco asegura: “El pecador puede llegar a ser santo, el corrupto no”. ¡Vaya por Dios! De estos, ninguno figurará en el santoral.