No es nada sorprendente
que regrese compasivo tras diez días de grato relax. Escoltado por amigos y
familiares, Gandía nos acogió con afabilidad. Un sentimiento que cada vez se prodiga
menos de forma gratuita. Caminatas por el paseo marítimo e intensas partidas de
dominó ocuparon nuestro tiempo diurno. Las noches transcurrieron entre bailes y
futbol televisado. Es comprensible, pues, que mi espíritu venga henchido de
buenas vibraciones y el examen político, en esta ocasión, huya del tono negro característico
de una España que Goya representó a garrotazos.
La política en nuestra
querida piel de toro, se plasma con trazo grueso enfureciendo siempre a rivales
y ciudadanía. Si diseccionáramos la Historia, sería difícil encontrar concordia
entre hispanos salvo en contadas oportunidades. Unos y otros, nobleza y pueblo
llano, conservadores y liberales, derechas e izquierdas, han cometido demasiados
pecados mortales. No como índole sino como resultado final. Aquí la sangre fue
y es penitencia distintiva. El perdón aparece mustio, estéril, aun dentro del anhelo.
Provocación, violencia, conforman el mejor soporte de una egolatría sempiterna,
del siniestro extravío secular.
Por todo lo dicho, y a
pesar de tan penoso momento, intentaré centrar mi análisis en dichos y hechos
que conlleven virtudes o vicios con poca sustancia. Si acaso alguien pesimista
se permitiera evaluarlos, tendría que admitir -a lo sumo- la calificación de
pecados casi veniales. El optimista se regodearía en verlos próximos al equívoco
cuya finalidad busca una tenue sonrisa dentro de su triste añoranza. Se impone,
una vez más, la paradoja. Hemos descubierto que la vida no es sueño, al decir
de Calderón, sino una extravagancia que abre y cierra percepciones, quereres,
sin turnos de réplica.
No encuentro ningún líder
político libre de caer en tentaciones pecaminosas, si bien algunos se muestran
postrados casi siempre. El orden de aparición excluye filias o fobias; azar e
infortunio fundamenta cualquier interrogante. Empezaré con alguien que, según
propia confesión, campa por el universo anticapitalista y consecuentemente enemiga
acérrima de veleidades discrecionales y loas burguesas.
Teresa Rodríguez, líder
andaluza de Podemos, contestaba así a Álvaro Ibarra Pacheco, periodista de ABC:
“Le agradecería que no me tuteara, yo no le he tuteado y a diferencia de usted
soy una representante electa y por tanto una autoridad”. Además de tener sutil atadura
con el franquista “usted no sabe con quién habla”, si la cita es literal, la
señora Rodríguez -más allá de un estilo mejorable- comete un leísmo evidente en
yo no “le” he tuteado. Acéfalos y clasistas. ¡A la rica semilla! Pregonan un
mensaje huero, tramposo. Pobres de nosotros si cayéramos en sus manos.
Un dechado de lealtad,
coherencia doctrinal y buenas formas protagoniza el siguiente testimonio. El
señor Verstrynge, en declaraciones a la Sexta, aseveró: “El golpe de Estado que
lleva a cabo Rajoy contra la Generalitat de Cataluña” para añadir, a renglón
seguido, “quiere como presidente de la Generalitat a la persona que considere
oportuna y los votos se los pasa por el forro de los cojones”. Auténtica
retórica universitaria, cual cabe a un profesor con argumentos de peso y refinada
exposición.
Rafael Hernando, portavoz
del PP en el Congreso, sentenció: “En España no hay inmunidad ni impunidad”. Se
olvida con excelente ligereza de los casi diez mil aforados y del caso omiso
que el gobierno catalán ha venido haciendo a resoluciones, de diversas
instancias judiciales, sobre el uso del castellano en Cataluña. Me temo que el
señor Hernando, aquí, comete un pecado de soberbia ribeteado de burdo cinismo.
La mentira, amén de pecado venial, quiebra definitivamente el crédito personal
y -a la postre- conlleva inhabilitación formal para tan importante quehacer.
Rajoy es quien acumula mayor
cantidad de pecados casi veniales. Pareciera consolidar un récord difícil ante
la abrumadora cantidad de postulantes. Menos hábiles que él, no se despeina
para conseguir semejante galardón. Si bien reñido, nadie lo iguala en pulcritud
maliciosa. Veamos. Un entrevistador avispado le pregunta si deben percibir, por
el mismo trabajo, igual salario hombres y mujeres. Sin descomponerse un ápice,
responde: “No nos metamos en eso, demos pasos en la buena dirección que es como
se resuelven mejor las cosas”. Dejó en el aire respuesta y “buena dirección”.
Evito mencionar transgresiones
de pecadores tan populares: Sánchez, Iglesias, Colau, Puigdemont, Rufián y
otros que, por espacio, no quiero concretar. Probablemente algunos desearan
ocupar un puesto avanzado de salida, pero yo -con alevosía o desgana- esquivo significarlos.
Quizás sea falta de objetividad o maldad insuperada para agregarlos a este
apartado especial de pecadores obstinados e irritantes, pese (o debido, tal vez)
a sus abrumadoras capacidades.
Concluyo con dos aportaciones
al “pecaminario” y una reflexión papal. Sadat Maraña, exlíder de Ciudadanos en
León, manifestó: “No hay mujeres feas, hay copas de menos”. Pecado venial seguido
de descarada insolencia. Asimismo, Irene Montero, propone llamar “portavoza” a
las mujeres portavoces. Pecado venial con absurdo lingüístico y soporte irreflexivo
cum laude de Podemos. Por otro lado, el Papa Francisco asegura: “El pecador
puede llegar a ser santo, el corrupto no”. ¡Vaya por Dios! De estos, ninguno
figurará en el santoral.
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