Al iniciar este artículo
nadie sabe qué va a pasar (sospecho que ni los protagonistas), pues el fiel de
la balanza puede preferir o desdeñar cualquier flanco. No sé, pero sensatez y
sentido común se muestran ligeros frente al peso muerto que comporta todo
suicidio. El momento entraña bastante desazón ante lo que se juzga sin salida
satisfactoria. ¿Cómo encajar la no aplicación del artículo ciento cincuenta y
cinco después del pulso echado? Malo si se aprueba, peor si se inhabilita. Tras
el error cometido por mí cuando pronostiqué (ver el artículo “Atado y bien
atado”) que todo apuntaba a pacto previo, no me atrevo a realizar ningún otro augurio.
Con individuos irracionales, encaramados a nula mesura, la adivinación
constituye un ejercicio aventurado, inútil. Lo constata el proverbio francés: “Nunca
permitas que tus pies vayan por delante de tus zapatos”.
Pensaba, pobre, que sería
milagroso proyectar tanto desatino sobre esta disputa cuya cota de exaltación, quizás
penuria humana, considero insólita. Hubiera sido razonable alcanzar acuerdos, pilotados
con extrema prudencia, para compensar excesos de avidez, de insolidaridad, de narcisismo.
Ya avisaba Spinoza: “Si deseas que el presente sea diferente del pasado,
estudia el pasado”. Estoy convencido de que los prebostes catalanes de Convergencia
y el PSC pretendían dos objetivos. Por un lado, enarbolar la bandera de un
soberanismo postizo para obtener regalías y competencias. De otro, iniciar un amplio
adoctrinamiento identitario que alimentara su cobertura de votos. Ni más ni
menos. Sin embargo, sabemos que el hombre propone y Dios, o el destino,
dispone.
Cuando retomo el
artículo, habiendo disipado horas y horas ante una televisión reiterativa,
densa, insoportable, ya se ha consumado la atrocidad. Viene a colación aquella
frase de Einstein sobre la infinitud de la estupidez humana. Hasta hoy, suponía
que conformaba un exordio profundo, pedagógico. Visto lo visto, confirmo una penetrante
habilidad del físico para dibujar generosamente algunos atributos individuales,
aun colectivos. Todo lo cual, dicho sin conocer al político patrio. Menudo
castigo. Y nosotros con estos pelos.
Sea como fuere, al bodrio
se le da apariencia democrática y legal. Termina esta caricatura grotesca con la
aprobación de medio Parlament para tramitar su ansiada república independiente
de Cataluña. Insertos en lo jocoso, semejante porfía me recuerda a la de aquel que
acariciando el disparate quería comprar medio armario. Al otro lado, un Senado
justiciero aprobaba la armadura “suave y gradual” del artículo ciento cincuenta
y cinco. Mientras, los jueces dejaban para el lunes cualquier medida penal, lícita,
carcelaria. La prórroga del horizonte penal, además de generar lucubraciones temerarias,
es inoportuna e indecorosa. Imposible explicar semejante regate, pues la
justicia lenta, indolente, no puede considerarse justicia. A poco que
analicemos los hechos, ambas acciones matizan un sí pero no. Seguimos jugando
al ratón y al gato. Sancionar de forma sutil una república independiente a la
vez que repeler escrupulosas medidas constitucionales para restaurar el statu
quo, supone un costo institucional, social y económico, elevado. Nadie quiere -se
atreve- a anotarlos en su debe. Menos, si a algunos puede afectarle
personalmente.
Pase lo que pase en los
próximos días, el asunto seguirá patente porque supera cualquier ámbito político.
Hoy, el tema adquiere una componente exclusivamente social. La manipulación
populista acarrea situaciones difíciles, endiabladas. Toda referencia a tópica ideologización
de las masas, constituye un eufemismo que ensalza la miseria semántica vinculada
a procesos revolucionarios. Al final, la masa se mueve por atesorar conquistas
materiales, de acuerdo con su encarnadura pedestre. Por este motivo, solo puede
desengañarse analizando errores vividos, nunca descritos. El éxito es alumno
ignorante; el fracaso, el yerro, profesor fidedigno.
Nuestro entorno actual -tanto
interno como externo- niega cualquier acceso a la fuerza, pero tampoco conviene
limitarse al privilegio e insolidaridad. Se abrirían heridas injustificadas que
pudieran arrastrar al país hacia una desvertebración definitiva. Como dije, únicamente
se aprende de los fracasos; más si cabe, cuando se fanatiza una conciencia
dogmática. Razón por la que un gobierno inteligente permitiría el experimento
independentista. Solos, aislados, sin amparo nacional ni internacional. Tengo
la certidumbre de que el vigor soberanista quedaría reducido a la nada por
convicción. Cuando el paro y la miseria se adueñaran del escenario, cuando su
propia experiencia les hiciera vislumbrar falacias y camelos, surgiría una
explosión de clarividencia, no precisa en estos casos sino esencial. ¿Existe
otra forma duradera de convencer al hijo pródigo?
Distintas medidas -manipulándolas
hasta retorcer la realidad; es decir, su quimera- sería darle fundamentos eficaces
al torbellino independentista. Nada costaría viciarlas por esta demagogia
inapreciable para una sociedad infectada de populismo. Un alimento generoso y
gratuito que satisfaría al govern cesado, amén de asociaciones cebadas con
subvenciones públicas. El sueño, las pesadillas, terminan cuando se hace la luz.
Hasta el método científico se basa en aquel principio irrebatible de prueba y
error. Dejemos, con ayuda de Europa y del llamado primer mundo, que se
equivoquen, que aprendan.
Seguramente este periodo
necesario, desde mi punto de vista, haga daño a catalanes sensatos. Soluciones
diferentes, más allá de no enderezar nada, les haría un daño infinito dada la
quimera sembrada por adoctrinamiento largo tiempo planificado. Se debe evitar
por todos los medios que la fractura social desemboque en enfrentamiento civil.
Examinemos una sentencia de Quintiliano: “Lo que no ayuda, estorba”. Ocurre con
las llamadas frecuentes al diálogo, al pacto (insustanciales brindis al sol),
de aquellas siglas que carecen de programa nacional y coherencia. Cada vez que
Podemos expele algún mensaje desabrido, frívolo, atentatorio, asoma en mí una mueca
jocosa, tal vez de conmiseración. ¿Cómo se puede ser tan bocazas? ¿No se dan
cuenta de que así pierden crédito a chorros? Al hacer lo que sabemos y después
airear vocablos como democracia, libertad, convivencia, derechos humanos, etc.
me desternillo y asqueo. Se ven, al igual que los políticos catalanes, con la
soga al cuello.