viernes, 27 de octubre de 2017

CON LA SOGA AL CUELLO

Al iniciar este artículo nadie sabe qué va a pasar (sospecho que ni los protagonistas), pues el fiel de la balanza puede preferir o desdeñar cualquier flanco. No sé, pero sensatez y sentido común se muestran ligeros frente al peso muerto que comporta todo suicidio. El momento entraña bastante desazón ante lo que se juzga sin salida satisfactoria. ¿Cómo encajar la no aplicación del artículo ciento cincuenta y cinco después del pulso echado? Malo si se aprueba, peor si se inhabilita. Tras el error cometido por mí cuando pronostiqué (ver el artículo “Atado y bien atado”) que todo apuntaba a pacto previo, no me atrevo a realizar ningún otro augurio. Con individuos irracionales, encaramados a nula mesura, la adivinación constituye un ejercicio aventurado, inútil. Lo constata el proverbio francés: “Nunca permitas que tus pies vayan por delante de tus zapatos”.
Pensaba, pobre, que sería milagroso proyectar tanto desatino sobre esta disputa cuya cota de exaltación, quizás penuria humana, considero insólita. Hubiera sido razonable alcanzar acuerdos, pilotados con extrema prudencia, para compensar excesos de avidez, de insolidaridad, de narcisismo. Ya avisaba Spinoza: “Si deseas que el presente sea diferente del pasado, estudia el pasado”. Estoy convencido de que los prebostes catalanes de Convergencia y el PSC pretendían dos objetivos. Por un lado, enarbolar la bandera de un soberanismo postizo para obtener regalías y competencias. De otro, iniciar un amplio adoctrinamiento identitario que alimentara su cobertura de votos. Ni más ni menos. Sin embargo, sabemos que el hombre propone y Dios, o el destino, dispone.
Cuando retomo el artículo, habiendo disipado horas y horas ante una televisión reiterativa, densa, insoportable, ya se ha consumado la atrocidad. Viene a colación aquella frase de Einstein sobre la infinitud de la estupidez humana. Hasta hoy, suponía que conformaba un exordio profundo, pedagógico. Visto lo visto, confirmo una penetrante habilidad del físico para dibujar generosamente algunos atributos individuales, aun colectivos. Todo lo cual, dicho sin conocer al político patrio. Menudo castigo. Y nosotros con estos pelos.
Sea como fuere, al bodrio se le da apariencia democrática y legal. Termina esta caricatura grotesca con la aprobación de medio Parlament para tramitar su ansiada república independiente de Cataluña. Insertos en lo jocoso, semejante porfía me recuerda a la de aquel que acariciando el disparate quería comprar medio armario. Al otro lado, un Senado justiciero aprobaba la armadura “suave y gradual” del artículo ciento cincuenta y cinco. Mientras, los jueces dejaban para el lunes cualquier medida penal, lícita, carcelaria. La prórroga del horizonte penal, además de generar lucubraciones temerarias, es inoportuna e indecorosa. Imposible explicar semejante regate, pues la justicia lenta, indolente, no puede considerarse justicia. A poco que analicemos los hechos, ambas acciones matizan un sí pero no. Seguimos jugando al ratón y al gato. Sancionar de forma sutil una república independiente a la vez que repeler escrupulosas medidas constitucionales para restaurar el statu quo, supone un costo institucional, social y económico, elevado. Nadie quiere -se atreve- a anotarlos en su debe. Menos, si a algunos puede afectarle personalmente.
Pase lo que pase en los próximos días, el asunto seguirá patente porque supera cualquier ámbito político. Hoy, el tema adquiere una componente exclusivamente social. La manipulación populista acarrea situaciones difíciles, endiabladas. Toda referencia a tópica ideologización de las masas, constituye un eufemismo que ensalza la miseria semántica vinculada a procesos revolucionarios. Al final, la masa se mueve por atesorar conquistas materiales, de acuerdo con su encarnadura pedestre. Por este motivo, solo puede desengañarse analizando errores vividos, nunca descritos. El éxito es alumno ignorante; el fracaso, el yerro, profesor fidedigno.  
Nuestro entorno actual -tanto interno como externo- niega cualquier acceso a la fuerza, pero tampoco conviene limitarse al privilegio e insolidaridad. Se abrirían heridas injustificadas que pudieran arrastrar al país hacia una desvertebración definitiva. Como dije, únicamente se aprende de los fracasos; más si cabe, cuando se fanatiza una conciencia dogmática. Razón por la que un gobierno inteligente permitiría el experimento independentista. Solos, aislados, sin amparo nacional ni internacional. Tengo la certidumbre de que el vigor soberanista quedaría reducido a la nada por convicción. Cuando el paro y la miseria se adueñaran del escenario, cuando su propia experiencia les hiciera vislumbrar falacias y camelos, surgiría una explosión de clarividencia, no precisa en estos casos sino esencial. ¿Existe otra forma duradera de convencer al hijo pródigo?
Distintas medidas -manipulándolas hasta retorcer la realidad; es decir, su quimera- sería darle fundamentos eficaces al torbellino independentista. Nada costaría viciarlas por esta demagogia inapreciable para una sociedad infectada de populismo. Un alimento generoso y gratuito que satisfaría al govern cesado, amén de asociaciones cebadas con subvenciones públicas. El sueño, las pesadillas, terminan cuando se hace la luz. Hasta el método científico se basa en aquel principio irrebatible de prueba y error. Dejemos, con ayuda de Europa y del llamado primer mundo, que se equivoquen, que aprendan.
Seguramente este periodo necesario, desde mi punto de vista, haga daño a catalanes sensatos. Soluciones diferentes, más allá de no enderezar nada, les haría un daño infinito dada la quimera sembrada por adoctrinamiento largo tiempo planificado. Se debe evitar por todos los medios que la fractura social desemboque en enfrentamiento civil. Examinemos una sentencia de Quintiliano: “Lo que no ayuda, estorba”. Ocurre con las llamadas frecuentes al diálogo, al pacto (insustanciales brindis al sol), de aquellas siglas que carecen de programa nacional y coherencia. Cada vez que Podemos expele algún mensaje desabrido, frívolo, atentatorio, asoma en mí una mueca jocosa, tal vez de conmiseración. ¿Cómo se puede ser tan bocazas? ¿No se dan cuenta de que así pierden crédito a chorros? Al hacer lo que sabemos y después airear vocablos como democracia, libertad, convivencia, derechos humanos, etc. me desternillo y asqueo. Se ven, al igual que los políticos catalanes, con la soga al cuello.
 
 

viernes, 20 de octubre de 2017

QUIJOTES Y SANCHOS


En varios lugares de La Mancha, de cuyos nombres temo no acordarme, hemos ido viviendo la paradoja cervantina. El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha es un título contradictorio ya que loco e ingenioso son antagónicos. Con todo, eso es otro tema. Nuestro periplo, llanura eterna con escasos oteros, está protegido por un ejército de colosos astados. Preveíamos besanas e interminables viñedos, pero hemos encontrado también inesperadas plantaciones. Queríamos recorrer la ruta del Quijote conociendo además los pormenores del asunto catalán. A cada paso -con acelerado vaivén- iban sucediéndose informaciones viejas, si no opuestas, al segundo siguiente. La cuestión interesa, preocupa. Una insólita sacudida recorre, quizás vertebra, mesas de redacción y noticiarios audiovisuales. Personalmente, todavía tengo dudas de si Cataluña, y su artificial coyuntura, merecen la histeria político-social engendrada. Si bien es cierto que llevamos juntos siglos, que don Quijote y Sancho unieron centro y periferia con instinto viajero, cada cual puede estrellarse a gusto si su empeño impide soluciones serenas, ilesas o poco lesivas.

Iniciamos viaje (mi señora y yo), junto a otra pareja amiga, el pasado jueves día diecinueve. Jalonábamos castillos, molinos, historia, literatura y buen yantar, con notables deseos de escuchar notas aclaratorias, definitivas, emanadas del sentido común. Vana esperanza. Acompañando el retiro nocturno, tras frugal -casi monacal- cena, confiábamos cuerpos y almas a la información. Nada nuevo ni tranquilizador. Los políticos catalanes, jaleados por una muchedumbre enfebrecida, agresiva, seguían echando un pulso estúpido al Estado, a la sociedad restante. Cerraban, sin resquicio alguno, toda posibilidad de avenencia. El adoctrinamiento educativo-mediático carece de freno.

Belmonte y Mota del Cuervo, dos perlas conquenses, conformaron la primera veta de hidalguía, de buen comer, que fue recurrente a lo largo y ancho de otras jornadas. Bajo estos atributos vertebrales (largueza y soberbio alimento, repito), tras Campo Criptana y sus famosos molinos siguió El Toboso de Dulcinea hasta recalar en Alcázar de San Juan. Exhaustos, pero satisfechos, recibimos la muy grata bienvenida de Beatriz, encanto hecho recepción. Las tierras cervantinas, pragmáticas, llenas de realismo sanchopancista, siguen preñándose de trigo. La viña, con europea subvención, fue arrancada sustituyéndose por el oriental pistacho y olivo mediterráneo. Es la visión del agricultor sagaz que surge del entorno seco, mísero. Quedan, sin embargo, quijotes que completan esa dualidad tan española. La Asociación de Amigos del Museo del Carro, en Tomelloso, aporta excelentes muestras que constatan el esfuerzo desinteresado. Gentes con espíritu recio, solidario, perseverante, llevan décadas para conseguir un sin par museo etnográfico, “bombo” descomunal incluido.

Argamasilla de Alba parece copar el núcleo representativo. En esta villa, los contrastes (canal y aridez) constituyen la esencia, la encarnadura, de un territorio que cabalga -como nuestros protagonistas cervantinos- entre un realismo tosco, rural, casi indigente, y una sensibilidad noble, limpia, generosa. Aquí, donde según cuenta la tradición estuvo preso Cervantes, reside Lorenzo. Orondo de figura pero proceder recto, un Sancho Panza gigantesco, encierra el talante liberal del Quijote sin recovecos, presto. Nos dio bien de comer. Individuos como él, orgullosos de su tierra, engalanan balconadas de hermosas labranzas con banderas nacionales. Todos los pueblos estaban llenos de ellas.  

Puerto Lápice recibe al visitante mostrando su Plaza Mayor. Uno, si bien ya advertido, queda raptado por el encanto, la fascinación. Lo despide esa venta -transformada hogaño en moderno restaurante- ataviada con ropaje antañón. Almagro colma las esencias de la ruta, más allá de palacios y casonas blasonadas, con un trío bastante novedoso: Plaza Mayor, Corral de Comedias y Museo del Teatro. La primera comporta un amplio espacio rectangular con portales laterales para guarecerse del sol, supongo, que no de la lluvia. Sin adjetivos, pese a padecer sobrexplotación turística. Gozamos de una breve representación teatral que compendiaba diferentes piezas del Siglo de Oro. Por cierto, si quieren un consejo, no paren a comer en Moral de Calatrava. De los diez-quince euros habituales y viandas deliciosas, pasamos a los veinticinco de cocina normal. La viña del señor, nunca mejor dicho por estos lugares de buen vino, deja sorpresas ingratas.

Como exponía al principio, estos días conjugamos fantasía e indelicadeza, invención y realismo. Algunos, sin moverse del despacho-camilla de psiquiatra, confunden ambas. En Alcázar de San Juan, viernes noche, nos topamos con un independentista catalán. Su dogmatismo, ese apuntar ciego, me llevó a concluir de golpe un diálogo imposible. Le había inquirido sobre el escenario actual por aquellos lares conflictivos. La respuesta fue suficiente para entrever una argumentación única, pasiva, irreversible. A poco, todas las cadenas informaron que, ante la postura radical del “govern”, el gobierno central pondría en marcha de inmediato el artículo ciento cincuenta y cinco. Cabe algún matiz del PSOE, como mínimo, amén del retroceso no de Puigdemont (arrebatado por la vorágine, tal vez estulticia) sino del PDeCAT económico. Me extrañaría que el auténtico poder burgués permita tanto signo psicótico cuya consecuencia será la ruina autonómica, sin conocer la verdadera razón. ¿Prurito o tapadera?

No obstante, los soberanistas montan a Clavileño picando espuelas hacia una utopía, un delirio, que conduce al suicidio colectivo. Su engendro puede terminar con Europa si esta no pulsa el resorte político y económico que confine a aquellos impidiendo su contagio. Probablemente la fractura social supere cualquier medida interna, pero el boicot internacional debiera ser suficiente para evitar epidemias. Esta locura, sanchopancista más que quijotesca, tendrá consecuencias difíciles de subsanar pues se ha abierto un abismo social que tardará generaciones en cerrarse. De nuevo ha surgido la división, las dos Españas, la de quijotes y la de sanchos. Cataluña, ahora, ha sido el punto de ignición.

 

viernes, 13 de octubre de 2017

NADA, OQUEDAD Y HUNDIMIENTO


Decía Bacon que nada induce al hombre a sospechar mucho como el saber poco. Tal frase ratifica su certidumbre en momentos históricos. Análisis y conjetura se imbrican, a veces funden, a la hora de advertir qué ocurre, por qué tanta expectación. Una plaga de incauto cotilleo se vislumbra en la ciudadanía ahíta de argumentos que le lleven a conciliar sentido común y actos ininteligibles. Vano intento, pues entrevemos complejo acceder al retorcido mundo dirigente. No debido a dificultad objetiva sino porque la dinámica política esconde trayectorias diversas marcadas todas ellas con el sello de la coyuntura, de la paradoja, tal vez del descalabro. Ahora, el analista rebosa espejismo -empapado de sed- pareciéndose al viajero perdido en el desierto.

Semejante extravío, este caminar por el erial informativo, no surge de forma mágica o milagrosa. Hay que atribuirlo a despierta voluntad, a cruel rechazo, de quienes debieran clarificar el itinerario para alcanzar la Tierra Prometida. Todo Estado, su gobernanza, tiene como origen y fundamento salvaguardar derechos e intereses ciudadanos. En este sentido -a lo que se ve- principio rector y tarea ocupan ámbitos antagónicos, divergentes. Cierto es que el escenario está plagado de oportunistas trincones o, en su caso, de necios indocumentados, oportunistas. Tanto monta monta tanto, unos y otros transitan beodos, vacilantes, sin conferir impulso; cuánto menos, esperanza futura. La actual situación arrastra al exégeta a conformar un oráculo atrabiliario, acre; asimismo, expuesto a aturdimiento permanente.

Si bien su andar es sibilino y acarrea confusión, el político se va desenmascarando. Por afinidad con un popular aforismo, podemos asegurar que quien miente tiene las patas muy cortas. Además, mentira y paripé carecen de embalaje sugestivo para vestir un tosco papel de estraza. Muestran tanta necedad que ya ni ocultan un talante agreste, mediocre. La confianza da asco, suele asegurarse, y estos individuos ya no se molestan en guardar las apariencias. Ignoro si es bellaquería, arrogancia o burla, pero su estilo y actitud rozan, más allá de la insolencia, el desprecio. Siento no concretar ninguna excepción porque están confeccionados con el mismo patrón al estilo de aquellas “hornadas” que retrata precursoramente “Un mundo feliz”.

El común, pese a diferencias filosóficas, identifica nada y oquedad vocablos sinónimos; pues, en un espacio no infinito, ambos enuncian lo mismo. Nuestros próceres -ayer, hoy y mañana- adolecen de vacíos profundos, integrales, hasta el punto de constituir su distintivo vertebral. Don Mariano, presidente sin iniciativa, cabalga a lomos de una inactividad proverbial e indecisión arraigada. El séquito silente se esfuerza por convertir semejante carencia en plenitud. Dice, a coro, que está curtido en gestionar los tiempos, pero pasa olímpicamente de Cronos. Pudiera insinuarse (sin temor a errar) que el tiempo, los tiempos, ajustan su quehacer definido siempre por dudas y zozobras. Personifica lo inadvertido, no ya como táctica sutil sino como encarnadura sustantiva. Despliega un muestrario de abalorios con el que encandila a la desolada feligresía ahíta de jovialidad, de optimismo. En los últimos meses hace malabares lanzando al aire la bonanza económica y el artículo ciento cincuenta y cinco.

Pedro Sánchez es un buñuelo de viento. Tras Felipe González, PSOE, desorientación y anemia, trajeron caos, división e inmundicia a la izquierda moderada. Zapatero fue el principal responsable gestando aquella nefasta Ley de Memoria Histórica y el Estatuto Catalán. Hoy, el secretario general -perdidos brújula y sextante- vive sin vivir en él reclamando un Estado Federal invertebrado; es decir, sin sustancia programática. Su proyecto político, su vena de estadista, dejo ayer aquella impronta imperecedera de “no es no”. Actualmente acaricia el éxito su “sí, pero…”. Es perito de lo virtual zambulléndose en todo aquello que pueda significar un voto. Menudo zascandil.

Nadie, sin embargo, se acerca al récord de don Carlas (perdón por mi fonética). El señor Puigdemont, sepulturero de la autonomía catalana, no personifica el vacío político, lo borda. Extraño, a fuer de singular, creador y contestatario de una independencia irrisoria, cómica, este personaje -si pasa a la Historia- vivificará a alguno de “La venganza de don Mendo”, sainete de Muñoz Seca. Acompañado, quizás complementado, por Ada Colau para concluir el sinsentido, se muestran empeñados en despeñar Cataluña de forma cruel y definitiva. Utilizan sin recato la demagogia junto al populismo con ajustadas dosis de tácticas fascistas. Por cierto, esta señora protagonizó una entrevista en la que, tras media hora, ofreció un vacío indecente. Navegaba gris, a la deriva, con proposiciones comunes, triviales, sin aporte alguno. “Bendito ser quien calla cuando no tiene nada que decir” apuntó Ben Jonson, dramaturgo renacentista inglés. Vaya dúo; para enmarcar.

Cataluña se hunde irremisiblemente. Queda poco margen de maniobra, por no decir ninguno. Y lo peor no sobrevendrá por su empobrecimiento, qué va; lo agotador será revertir la fractura social, su belicosa ceguera. El adoctrinamiento educativo y mediático debido a intereses concretos, constituye un caldo de cultivo extraordinario para sucumbir hechizado bajo el populismo oneroso. Estoy convencido de que la autonomía más próspera y moderna pasará momentos terribles por mor de un independentismo fanático, iracundo, irracional. Como dice la Biblia, luego vendrá el llanto y crujir de dientes, mas levantar lo hundido será misión de titanes, casi imposible. Intuyo pocas ganas de razonar pese a signos notables, evidentes, clarificadores. Por el contrario, quedan fuerzas para aventar falacias, para ahondar diferencias. Aún existen individuos con la quimera de que se confunda, incluso fuera de nuestras fronteras, patraña y realidad. Mientras, entre todos la mataron y ella sola se murió. 

 

viernes, 6 de octubre de 2017

LLEGA LA HORA DE LOS LILIPUTIENSES

Quizás este epígrafe no se ajuste a la concreción que pudiera colegirse de la inmediatez ofrecida por el verbo. Llevamos siglos de indigencia. En cualquier caso, prefiero ser magnánimo antes que riguroso. Tras advertir contradictorios sentimientos por las imágenes que contemplamos en televisión, me siento aturdido ante el absurdo. Viene a mi mente una frase precisa: “La vida es tan buena maestra que si no aprendes la lección te la repite”. El día seis de octubre de mil novecientos treinta y cuatro, Cataluña y su presidente Lluís Companys recibieron una lección.
Ochenta años después, por olvidar aquellas enseñanzas, está a punto de repetirse la Historia. Por aquel entonces, con un gobierno radical de Lerroux y la CEDA, Companys proclamó la república catalana con una arenga que empezaba: “¡Catalanes! Las fuerzas monárquicas y fascistas que de un tiempo a esta parte pretenden traicionar a la República han logrado su objetivo y han asaltado el poder”. Puigdemont probablemente no cambiara una coma -salvo mención al sistema republicano- si se atreviera a declarar la independencia de forma unilateral. Cuarenta y seis personas abrieron una gigantesca, estúpida, lista luctuosa.
Como digo, ochenta años después hemos cincelado un escenario similar. ¿Hay responsables? Sí, y muy diminutos; indocumentados e ineptos. Primero, los políticos catalanes junto a su escandalosa corrupción. Luego PSOE y PP, que permitieron todo tipo de abusos (incluyendo el adoctrinamiento infantil) mientras eran apoyados en aquel toma y daca ignominioso. Por último, un pueblo que perdona sus trascendentales faltas votando sin exigir ninguna penitencia ni propósito de enmienda.
Hablemos claro. Suárez, Felipe González y Aznar, no supieron -o no quisieron- limitar cuantas concesiones exigían los nacionalismos, básicamente CiU, para gobernar sin trabas. Constituía una deslealtad a la sociedad española fácilmente remediable. Solo con cambiar la Ley Electoral se hubieran librado del tributo que menoscababa al resto. Esta Ley que permite cincuenta y dos circunscripciones electorales es culpable, en buena parte, del problema. PP y PSOE no quisieron cambiarla y ahora tenemos una España hecha a la eventualidad y desiderata del nacionalismo catalán con el patrocinio cómplice de cierto político delirante, por utilizar un epíteto caritativo y piadoso.
Hoy, todos se vuelven garantes de la unidad nacional sin reconocer que su inacción ha sido génesis de tanta inquietud. ¿Por qué la judicatura, las fuerzas de orden o la sociedad, deben resolver finalmente los conflictos alumbrados por políticos cobardes e incapaces? ¿Por qué el rey tiene que quedar desamparado, a la intemperie? ¿Qué les impidió concebir una única circunscripción electoral para el Parlamento y cincuenta y dos para el Senado? ¿Qué particularidad obliga a aguantar en el Congreso, cámara nacional, a gentes que se definen con recochineo no españoles? ¿Qué democracia, en fin, estamos tolerando?
Los partidos mínimos -algunos prescritos- y nacionalistas habían perdido peso político y capacidad de gobierno en un país que tenía dudas de su fe y compromiso. ¿Cómo puede formar parte de una institución española quien se siente extraño a España? Pues sucedió sin alarma ni controversia. Si no vuelve a ocurrir es porque la aparición de siglas ¿nacionales? en el ruedo ibérico tiene “acongojados” a los grandes. Tanto absurdo, tanta desfachatez, nos ha llevado a un clímax, más que insólito caricaturesco.
No cabe duda, hemos perdido la brújula. Gobierno y oposición dejaron de utilizarla tiempo atrás. Al presente, jueces, policía y guardia civil se ven envueltos en una vorágine que les ha sido impuesta por holganza de los primeros. Es bueno que arrecien voces exigiendo al “ejecutivo” que haga cumplir las leyes o, si se presiente incapaz, permitir el adelanto electoral. La ciudadanía se está hartando de tanta tibieza, languidez y vanagloria. No actuar degrada día a día nuestra realidad. Cualquier interacción entre gobierno e independentismo sigue las leyes físicas: si uno se achica el otro se agiganta en la misma medida.
Nadie puede considerarse exento de culpa, ni siquiera Ciudadanos aunque aparente tener ideas claras; al menos, más claras que el resto. Desde mi punto de vista, bate cualquier récord el nuevo PDeCat matrimoniado con una desequilibrante CUP que le hace confundir discernimiento y esquizofrenia. Jamás podré entender qué amalgama a ambas siglas tan divergentes. Pienso que uno y otra solo tienen en común el error; ese que, por diferentes razones, aproxima al precipicio a Cataluña. Aquel, para ocultar una corrupción amoral, escandalosa. Esta, intenta dar un paso inmenso si viene acompañado de caos revolucionario, devastador. Izquierda Republicana, remozada la lección histórica, teme que su huida hacia adelante le prive saborear un crédito que se le escapa. Vigilen, para evitarlo, a los señores Tardá y Rufián. Por cierto, si yo fuera este último exploraría, contra cuchufletas, un nombre artístico; en este caso, de guerra. 
Aparte Puigdemont, revestido de necio peligroso, el PSOE consigue -cum laude- el galardón a la incoherencia. Tras una trayectoria quebrada, ora apoyando ora zahiriendo, “le moja la oreja” (por mi tierra, antiguo dicho infantil ante un dominio incontestable) a cualquier sigla nacional o autonómica. Podemos sigue fuera del análisis porque su derrota hacia una izquierda radical, neurasténica, le impide presentarse a examen democrático. Utilizan parejas fórmulas para discrepar, tal vez convenir, al mismo tiempo. No convence un partido que rompe y pega sin solución de continuidad: agreden y defienden, al unísono, descaradamente, a la guardia civil.
Vemos, asimismo, inocente culpabilidad en quienes debieran hacer tenaz y sincero acto de introspección. Nadie se libra del papel que le correspondió representar a cada uno en esta farsa, pronta a reventar. Dar la espalda a los acontecimientos, dejar que se pudran, corromper diferentes pautas de convivencia, resulta repugnante. El rey, junto a jueces y fuerzas de orden, han cumplido de forma notable su negociado. Los demás intentan ocultar un patente enanismo transfiriendo a otros su cobardía e ineptitud. Como expresaba el clásico: “Grande es aquel que para brillar no necesita apagar la luz de los demás”. Ha llegado la hora de los liliputienses.