Julio, canicular y porfiado,
acaba con una noticia sorprendente: la asignación de García Albiol como
candidato a la Generalidad catalana en los próximos comicios. Rajoy fulmina, de
hecho, a Alicia Sánchez Camacho. Aunque, desde mi punto de vista, esta señora finiquita
todo optimismo, me disgusta su cese in péctore. Aseguro que, desde cualquier
otero, la situación del PP catalán -e incluso nacional- supera el hecho
artificioso de exhibir rostros nuevos o viejos con suficiente juego. Las caras,
con el tiempo, se desfiguran en caricaturas, cierto. Sin embargo, estas no
añaden, de forma necesaria, lastres ni defectos al original. A los sumo deforman
el trazo consiguiendo resultados casi metafóricos.
Los partidos, cuando
ven mermar sus expectativas electorales, jamás modifican argumentos ni
conductas; renuevan diáconos y, en contadas ocasiones, sacerdotes. Retocan el
perfil, la pauta, para que (siguiendo criterios lampedusianos) nada cambie.
Podrían atender reivindicaciones y deseos similares a aquellos que cualquier
prócer alienta. Pese a todo, el ciudadano siempre recibe un portazo como
respuesta a sus demandas sin que el individuo ose tomar medidas drásticas para
responder a tanto desprecio. Joaquín Leguina -intelectual estoico, espíritu
libre y sin complejos- se dejó decir jornadas atrás: “Va siendo hora que
alguien significado diga algo políticamente incorrecto. El ciudadano se
equivoca en numerosas ocasiones”. Considerar intocables a quienes administran la
cosa pública es el mayor error de todos, agrego yo.
Zapatero dejó al país
hundido en la miseria material y moral. Rajoy, sorprendentemente, sigue el
guión sin desviarse un milímetro. Tras Zapatero vino Rubalcaba, un aderezo
oneroso e inconsistente. Permitió que el PSOE transitara por el período más
anodino de toda la Transición. Le sustituyó Pedro Sánchez, un joven inédito que
arrancó alguna esperanza. A las primeras de cambio pudo constatarse cuánto
podría dar de sí. Aquella palmaria frase: “Pactaré con todos a excepción del PP
y Bildu”, tan miserable e injusta, puso de manifiesto su dimensión de
estadista, al tiempo que le inhabilita para ocupar la Moncloa. Tan exclusivo
sectarismo le confiere un elevado grado de incapacidad para ocupar cualquier compromiso
gestor. Ningún Presidente riguroso excluiría a sigla democrática de cualquier
pacto que pudiera beneficiar al contribuyente. El votante debiera pedir a
gritos un repuesto urgente bajo la advertencia de abstención total. Esta
amenaza es hoy la espada de Damocles con que conviven nuestros políticos de
baratija. Conforma su tendón de Aquiles.
Rajoy representa la
gota que colma el vaso. Tras una legislatura de arrumacos con el nacionalismo
burgués llega al epílogo de que tal escenario le deja sin apenas representación.
Saca de la chistera, entonces, a Xavier García Albiol para corregir el declive.
Se trata de un diácono con altura, pero necesita a alguien milagrero. El PP
catalán, tiempo ha, perdió toda credibilidad junto al PSC. Uno y otro fueron generosos
en concesiones a cambio de apoyos puntuales. Una política de Estado hubiera
permitido gobernar al mayoritario con respaldo exigente del opositor. Tan confortable
remanso ha costado demasiados platos de lentejas. La crisis -junto a políticos
truhanes, prepotentes, aventureros, sin cota moral- trajo esta inmoderación reciente
que deja a Cataluña al borde de la ruptura social. UPyD, con gran sentido, propone
una plataforma constitucional que contrarrestase el efecto de la
independentista. Estoy convencido de una respuesta muda por parte de PP, PSOE,
Ciudadanos e Izquierda Unida. Entonces, ¿a qué piar? PP y PSOE, al menos, han
cosechado méritos para convertirse en siglas testimoniales. Merecen la
abstención masiva.
Cataluña importa a Rajoy
igual que a Pedro Sánchez: un bledo. Aquel siente un horror tremendo en tomar
medidas quirúrgicas. Este solo encuentra un camino tan extravagante y misterioso
como incierto: el federalismo. Si les importara, ambos crearían un gabinete de
crisis para analizar el problema jurídico-social que se avecina. No se puede
incumplir la Ley gratis, sin consecuencias. Terco y errado (aun herrado), el PP
acomete a Ciudadanos, su puntal. Allende la vituperación rutinaria, escasean
argumentos sólidos para convencer al votante ahíto de verborrea fatua. ¿Qué
estratega, para recuperar la credibilidad, sustituye un programa reformador por
la invectiva al rival próximo? Quizás sea peor enarbolar bandera de incapacidad
suprema. Hay que ajustar aptitudes y trayectorias.
El PSOE, extraño hombre
de paja, centra su contra argumentación en una España federal confusa,
hipotética, que lleva impreso un lema: “es peor el remedio que la enfermedad”.
Izquierda Unida se desgañita ansiando consolidar unas siglas mortecinas debidas
al ciclón Podemos, espontáneo y destructor. A su vez, en justa correspondencia,
da una dentellada a Pablo Iglesias -líder ególatra del nuevo aunque periclitado
partido- con el advenimiento de Ahora en Común. Alberto Garzón, político (no
hay más de dos) al que le compraría un coche de segunda mano, manifiesta un
discurso económico inviable en el actual statu quo. Sin embargo, me parece un
joven honrado, juicioso, que trae aire fresco, descontaminado, a este
chiringuito maloliente y perverso.
Que no espere el PP
ganar las próximas generales con mayoría suficiente para encabezar un gobierno
estable. Ningún partido, salvo Ciudadanos, UPyD (en bancarrota) e Izquierda
Unida constituye alternativa intachable. Podemos significa confusión económica
y tinieblas en libertades individuales. Se impone la abstención para ilegitimar
este sistema corrupto, cleptómano, que castiga salvajemente a las clases medias. No nos sirven lucubraciones sobre
socialdemocracia, liberalismo o comunismo planificado. Se requieren menos teorías
y más voluntad de servicio al ciudadano. Lo demás, debemos considerarlo
principios teoréticos seductores, no siempre, pero vanos. Veremos qué nos
depara el futuro al día siguiente de las elecciones catalanas o nacionales. Yo,
personalmente, preveo reducidas novedades gane quien gane.
Los españoles tenemos
que diseccionar adecuadamente la terminología política y su entronque con la
realidad.