Mi
pueblo, como cualquier otro del solar patrio, adolece de usos inveterados
incluso frases que conforman la columna vertebral de su idiosincrasia. Desde
los primeros recuerdos que asaltan mi niñez, la gente utilizaba una frase muy
precisa con dos vertientes diferenciadas. Se refería a señoras o jóvenes
(jóvenas según la lingüista Carmen Romero) de cuerpo escultural -casi siempre
supuesto por el decoro, quizás pudor, imperantes- o a aquellas que ponían sus
gónadas a escrutinio colectivo, es decir, de armas tomar. Ambas, portadoras de
unas u otras “razones”, recibían un título que arrastraban más allá del espacio
y del tiempo: “la bien plantá”. El metaplasmo prosódico, frecuente en Andalucía
y Castilla la Mancha, acompasa la indigencia fonética al infortunio material.
Constituyen zonas humildes donde el boato y la ostentación se dan solo en
determinadas élites económicas o individuos pretenciosos -probablemente
acomplejados- que ansían arrojar un lastre enjuiciado desde sus cortas y
erróneas miras.
Rita
Maestre -motu proprio, sin necesidad de impulso definido- decidió sacralizar su
torso. Fue un acto exhibicionista (en su más amplia acepción), un argumento
netamente femenino a la vez que reivindicativo, para procurarse un lugar al sol.
Dejó al descubierto una anatomía cercana al famoso canon de las ocho cabezas,
si bien media armadura hubo que suponerla acorde a la norma. Sin duda, Rita era
bien plantá aun tasando la divergencia armónica entre su físico y algunas
concepciones que merecen el respeto democrático. Quedan exonerados de tal acato
talantes totalitarios o dogmáticos, sirva la redundancia. Destaca el hecho
impío -al declarar ante el juez- de negarse en carne y hueso alimentando la
frustrante noticia de ser exclusiva figura adscrita al Museo de Cera.
El
devenir -digo sugerido, desprovisto de azar- la hizo munícipe de Madrid. Figura
relevante en el equipo gubernativo, se le asigna ser portavoz del mismo. Sin
llegar a los cien días (tópico infantil) ni mucho menos, Rita ha dado muestras
de temperamento indómito, proverbial en damas guerreras. Cumple a rajatabla el
otro punto para significarse como bien plantá. Tal escenario la hace merecedora
de acecho, de observación rigurosa, por parte de compadres e intrusos. La
singularidad del personaje y el proceso que tiene abierto a consecuencia del
despelote generoso, sacrílego para cristianos tersos, tiene en ascuas al PSOE. Agarrada
al asiento municipal, no parece dispuesta a dimitir, a abandonar armas y
bagajes, pese al anuncio de limpieza anticasta que voceaba Podemos; su mentor,
patrocinio y respaldo.
La
señora Carmena y el señor Carmona, su apoyo imprescindible, advierten un vaho
antiético que expelen algunos concejales de ese colectivo heterogéneo,
desmadejado, que conforma Ahora Madrid. Tanto ella (atada a su antigua
profesión), como él (preso de exuberancias verbales), se inquietan ante
imputaciones e insolencias fronterizas con el delito. Ni en política puede
hacerse una tortilla sin romper huevos y esta comparsa los casca por docenas.
La novedad estriba en que son “ecológicos”, diferentes a los que quiebra
cualquier otra sigla. Quiero decir que, debido a su procedencia, se les exime
de juicio y deben quedar impunes. Por supuesto, Rita (la bien plantá) destaca
como estrella principal, fuera del apartado tuitero.
MadridVO,
esa web que pone en cuarentena a medios y periodistas, ha levantado ampollas en
el sector. Se ha extendido además a gran parte de la sociedad cuya respuesta acoge
cierta carga de espanto ante lo que intuye. Hay sospechas de vedar la libertad
de expresión. Podemos aparenta congeniar, al menos, con dicha web. El PSOE,
bien por convicción bien por el qué dirán en esta larga precampaña electoral,
ahoga su desacuerdo con la boca pequeña de Carmona. Exige delicadamente que
desaparezca MadridVO. Carmena le dice no. Matizará sus formas, ajustará
cualquier acritud a la inconcreción de medios y periodistas. Nada más. Rita (la
bien plantá), se planta de nuevo y dice que nones, que ni matiz ni gaitas. Es una
portavoz autoritaria, con suficiente autoridad para desautorizar a Carmena,
truncando -al tiempo- el optimismo de Carmona. La polémica, además de cambiar
el tono castaño a oscuro, roza lo inaudito.
Produce, no obstante, un exiguo rasgado de vestiduras. El sonrojo está
prohibido
Antonio
Miguel Carmona, ese candidato endeble, es un político sin papel o, por mejor
decir, comparsa. Como dicen por estos lares, manda menos que un perro en misa.
Enemigo de la invectiva y del insulto, encarna al preboste inusual,
extemporáneo. Se desmarca de los modos agresivos, sectarios. Aquí, en esta
jaula de grillos, donde los anhelos son curvos como puñales morunos, campa cual
esquimal en desierto. A mayor gloria, Pedro Sánchez -que prejuzgo un Zapatero,
o Mariano, bis- lo tiene preñado de querencias electoralistas. Manuela Carmena,
alcaldesa oficial (ignoro si real) se bandea mal entre jóvenes antisistema porque
su anterior actividad consistió en
garantizar a ultranza el régimen de la Transición y sus leyes.
Rita
(la bien plantá) al contrario, es un verso suelto que rima a la perfección con
Podemos y la marabunta que ha asentado sus reales en el Palacio de Cibeles.
Como el lector ha comprobado ya, o está en ello, los “descastados” abandonan a
poco sus trincheras atesorando nepotismos y sinecuras, amén de todos los vicios
y excesos de aquella casta tan vilipendiada cuando eran mileuristas o parados.
Pecan de palabra y obra. ¡Cuántas historias, qué jetas! Es la política,
idiotas.
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