Llamamos insípido a
algo falto de sabor. También a lo escaso de espíritu, viveza, gracia, sal. El
vocablo, por tanto, puede referirse a cualidad intrínseca o a envoltorio
formal. La reseña genérica afecta al PP, pero se adscribe al Ministerio de
Justicia; por ende, coloco el foco de interés en la primera acepción. A
don Alberto puede reprochársele bastantes virtudes y defectos; jamás ausencia
de viveza, gracia o sal. Por el contrario acostumbra a efectuar declaraciones en
tono eufórico e incluso con chispa.
Afirmo mi total convicción de haber padecido,
durante casi ocho años, el peor gobierno
de España en siglos. Sin embargo me surgen ciertos recelos sobre el ejecutivo
presente cuando lleva ya un mes y no ha mostrado la celeridad que reclamaba
tiempo atrás. El mayor problema que percibimos ahora apunta al desempleo (cinco
millones trescientas mil personas). Otros, desde mi punto de vista, son más
espinosos pero se otean menos perentorios. Rajoy debió pensar lo mismo. Incitó a
los agentes sociales a que pactaran una reforma laboral antes del siete de
enero. Superada con creces la fecha tope, su contenido -que en teoría debiera
estar ya aprobado y creando empleo- pende de la indolencia gobernante, retoño
asimismo del desapego. El acuerdo que han alcanzado sindicatos y patronal abona
sus intereses, pero parece distanciarse de las aspiraciones nacionales.
Presidente y ministra del ramo, incluidas felicitaciones pueriles, practican
una gobernanza extraña, sometida a rentabilidad electoral.
Tenemos un Consejo de Ministros, según dicen, con
un crédito excepcional que se hace extensivo a subsecretarios y directores
generales. ¿Es suficiente? Veamos. Salvo error u omisión, sólo el ministro del
Interior realizó diligentemente los cambios conforme al mandato de las urnas.
Montoro, pese a empeños presidenciales, sube los impuestos directos, de
momento, y anuncia restricciones a ministerios y autonomías (déficit cero),
pero denotando escasa seguridad. Al dispar Luis de Guindos se le conoce por la
polémica generada con el nombramiento de Carmen Vela, una admiradora de
Zapatero, como secretaria de Estado. El resto, excluyendo al ministro de
Justicia, son convidados de piedra; miembros aparentes, fantasmales, de un
ejecutivo a la deriva, abatido por un peso torpemente estimado.
El señor Gallardón rompiendo la armonía, excusando
la ley pendular que orienta al gobierno, en un acceso súbito, prometió cinco
medidas necesarias: Nueva Ley Orgánica del Poder Judicial; penas permanentes y
revisables para delitos de especial gravedad o multirreincidencias; permiso
paterno cuando aborten las menores de edad; cambios sustanciales en la ley del
menor y Nuevo Estatuto de Víctimas. Las reformas expuestas pueden responder a
un compromiso solemne, ser un anuncio calculado o entonar el famoso estribillo
de “renovar todo para que nada cambie”. El tiempo, ese testigo incorruptible,
determinará la sinceridad o jactancia de don Alberto. La coyuntura diaria se
nutre de noticias altamente explosivas procedentes del País Vasco y Cataluña
(Amaiur y Mas), donde los desprecios a la Ley encuentran el silencio cómplice
de quien asumió la exigencia de hacerla cumplir. Esta actitud, incompatible con
principios programáticos expuestos en defensa de la democracia y de las
libertades ciudadanas, me lleva a recordar a los próceres patrios esa máxima
popular, tajante y definitiva, cuya propuesta indica que “el movimiento se
demuestra andando”. Sería tremendo despedir al gobierno de los falsos reclamos
para instalar al de las vanas reformas, en una antojadiza pirueta de la Ley de
Murphy.
Reconozco cierta intemporalidad en cualquier
análisis efectuado al novel gabinete por el apuro e incumplimiento de fórmulas
que la costumbre reconoce casi norma a proteger. No obstante observo -y no es
una estimación privativa- que los primeros pasos (incluyendo la acefalia en
trances onerosos), las trazas -pues no podemos basarnos en hechos concretos-
atesoran altas dosis de zozobra. Resurge potente, indómita, la sensación de
torpeza, ceguera e impotencia en este gobierno; estricto, apremiante y muy
eficaz (así se vendía) en la oposición. Su incertidumbre empeora tres sectores
básicos para superar la crisis: Recesión económica, estancamiento de la deuda
soberana y aumento del paro. Complementan, por otra parte, el hundimiento
progresivo de la clase media sobre la que recae todo el peso de la horrible
situación.
Si el ejecutivo socialista era prototipo de la
aridez, amén del reclamo delictivo y caos absoluto, este se está mostrando como
el gobierno de las reformas exiguas e insípidas. El sabor intenso proviene del
guiso compuesto por el laberinto financiero, el Estado Autonómico, las
subvenciones inmorales y las empresas públicas, deficitarias e incluso granero
de nepotismo. Quien tiene atribuciones sabe cuál es el arranque de nuestra penuria,
pero nadie se atreve a emprender la terapia correctora.