Estado es un concepto que se fija por el subjetivismo
de quien lo enuncia en cada coyuntura. No obstante aparecen vocablos o frases comunes
a todos ellos. Violencia legal y conquista de fines indeterminados formalizan
un armazón frecuente. Entre los grandes pensadores dedicados al análisis del
comportamiento y organización humanos, yo destacaría a Agustín de Hipona cuando
afirmaba rotundo: "Desterrada la justicia, ¿qué son los reinos sino
grandes latrocinios?" Max Weber y Hans Kelsen aseguran abiertamente que el
Estado conforma un medio para la realización de cualquier fin social. Hay,
pues, entre estos tres pensadores (salvando las distancias históricas)
aproximaciones notables en los rudimentos de justicia, derecho y fin social que
debe garantizar la fuerza legítima.
Años atrás, al tiempo que se alumbraba la nueva Ley
sobre Tráfico, ya urdí un artículo indicando la irracionalidad plasmada en
algunos puntos del texto; asimismo el objetivo básicamente recaudatorio a pesar
del epígrafe solemne y falso de "Seguridad Vial". Hoy constato la
naturaleza monetaria de tal norma. En un reciente viaje a Vinaroz por la
autovía CV-10, que une Almenara con el aeropuerto de Castellón (a la postre
inviolado por aeronave alguna), al término de la misma, aproximadamente
quinientos o mil metros antes, una fantasmagórica señal limita la velocidad a
80 Km/h para que a su conclusión, ya en los diez kilómetros de carretera con
doble sentido que nos lleva a la AP-7 o a la N-340, la velocidad en todo el
tramo se limite a 100. Apostado convenientemente, el radar móvil cazaba
hambriento a los confiados conductores, mi caso (uno va a ciento veinte,
velocidad de autovía), para arañarles dos puntos y trescientos euros, ciento
cincuenta tras el descuento coactivo.
Quien conozca la zona, observará que se trata de un
trecho recto; sin peligro ni riesgo potencial ordinario, cuanto menos
extraordinario. Si Tráfico dijera verdad, bastaba la colocación de señales
informativas, progresivamente escalonadas, para advertir el escenario
retratado, considerando, además, el escaso nivel circulatorio. Pero no,
"para salvar vidas" era imprescindible la vigilancia extrema del
lugar. En el tiempo que estuve retenido por cuestiones técnicas, no menos de
otros diez incautos cayeron con alevosía y mala fe en las garras de esa rapaz
llamada Dirección General de Tráfico, orlada por su pretenciosa "Seguridad
Vial". Ja.
Ni el gobierno es Gobierno de España, ni los partidos
son democráticos, ni el pueblo es soberano, ni tan siquiera nadie trabaja para
el contribuyente (antes ciudadano), por mucha cohorte de medios, voceros y
afines que se desgañiten en atestiguarlo. Desconozco la forma, el método
empleado, para que ese afán originario de servicio, esa lucha sin cuartel para
conquistar la libertad, para superar las secuelas del "fascismo", se
haya convertido en la cueva de Alí Babá. Qué fatídico halo orienta nuestra existencia
que nos impele a tropezar más de dos veces en la misma piedra; magnitud que
determina el límite del extravío humano. Un elevado grado de indolencia, menos
aún de idiocia, no puede acreditar en modo alguno actitudes que denigran la
dignidad personal.
Impotencia y reflexión son pésimas compañeras. Refuto
talmente una para quedarme con aquella que puede aportar un destello de luz
sobre la alarmante situación nacional; sin ser, a fuer de precisos, el paro y
la crisis lo más terrible a medio plazo. El sistema ha creado un Caballo de
Troya que está socavando indefectiblemente derecho natural y principios constitucionales. Al contrario de
Saturno, no hay esperanza que tal engendro sea devorado por su padre.
El Estado, Social y de Derecho según la Carta Magna,
se parece como dos gotas de agua a ese otro que San Agustín calificaba de
latrocinio. Así se presume una vez cotejadas las estrategias de caza, aunque
quieran camuflarse tras un engañoso, maquiavélico, biombo. Desvergüenza y
saqueo campan a sus anchas sin que, aparentemente, nadie quiera poner freno.
Llevamos demasiado tiempo sin veda y, en puridad, sin justicia.
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