Los años sabáticos implican
ausencia de congojas, al menos laborales. Abundando en esto, me van a permitir
que por una vez tome con despreocupación, a chirigota, el acontecer político y
sus servidumbres durante unas horas; un lapso sabático. Ignoro si me lleva el
hartazgo de ver y oír hechos que superan mi capacidad de asombro, ciertamente
cuantiosa e incluso providente. Cambiar de actitud, tomarse a zumba algunos
temas, no por sospechados menos folklóricos, supone una cura casi ineludible.
Aunque la política en sí exhibe cierta carga caricaturesca, hay momentos o
episodios que precisan una prevención, un tratamiento, inusual. Ahora mismo somos
espectadores de un espectáculo grotesco que inquieta a nivel mundial; cuanto
menos, al mundo industrializado. Opino que, cuando la excrecencia, el insulto,
la chirigota, tienen aceptación y se encaraman al poder, vivimos hechizados por
grupos sin escrúpulos y circunscritos a una sociedad enferma. Quienes
mantenemos todavía alguna cordura, urgimos en defensa propia recurrir a la
evasión cómica, al recurso irónico, templado, cachondo, que salve mente y contingencias
de frustraciones lesivas. Solo así lograremos mantener un equilibrio difícil, heroico.
Desde hace tiempo,
comunicadores hieráticos, hueros, tiralevitas, vienen manteniendo sin recato
que los políticos españoles ganan poco. Para mis adentros, respondo a tales
aseveraciones -con poco o ningún fundamento- que muchos de esos damnificados
cobran mucho más de lo merecido en razón de idoneidad y trabajo. ¿Cuántos de ellos
estarían parados o con sueldos inferiores a mil euros? Con toda certeza, quedándome
corto, muchos. Si un congresista, asesor, quizás asimilado, percibe entre cincuenta
y setenta mil euros anuales (seis mil al mes), díganme qué trabajador normal o
cualificado obtiene treinta mil al año. Pongamos cuarenta mil en un arranque de
hiperbólica munificencia. ¡Pobres!
Trabajan con denuedo, sirven al ciudadano, velan por su bienestar, y encima ni
tan siquiera reconocemos tanto sacrificio. ¡Desagradecidos!
Tertulias y debates -divergentes
pero terapéuticos, ilustrativos- hacen causa común del raquítico sueldo que perciben
los políticos españoles. Esta severa indigencia, dicen, provoca la negativa a
ocupar cargos públicos de aquellos cuyo currículum refleja un crédito
indiscutible. Por contra, tal realidad atrae a personajes de dudosa talla
intelectual y moral. Semejante supuesto me lleva a la certidumbre de que además
del salario oficial, existen comisiones, corretajes, regalos, sinecuras,
simplemente sisas, que agigantan haberes personales y colectivos. Hay que sumar
(amén de estas irregularidades, como poco) otras minucias vinculadas a servidumbres
representativas y ágapes de trabajo donde falta ese aditamento popular llamado “sobaquillo”.
Entre copichuelas y grata compañía, que desvelan las visas oro, el monto total
adquiere niveles vergonzosos siempre, en periodos de crisis intolerables.
Generan el caldo de cultivo para gloria de populismos no menos corruptos,
oscuros y, desde luego, antidemocráticos, peligrosos.
Al solar patrio le cupo
el infamante honor de emprender la farsa. Podemos abrió camino, encomienda. Sin
ningún apremio ni exigencia, propusieron cobrar tres veces el salario mínimo
interprofesional, unos mil ochocientos euros. El resto, muy cuantioso, lo
donarían a diversas instituciones sociales. Durante un tiempo -bajo un
trasfondo mitad burla, mitad estrategia mezquina- así lo hicieron. Dejaban el
sobrante al partido, empresas sociales propias (puede que de titularidad
unipersonal) y fundaciones. Hoy, el trágala se ha desvanecido en la
incertidumbre u ocultación que conlleva una larga lista de diputados nacionales
o europeos, senadores y alcaldes. En definitiva, una nueva casta, un nuevo
lastre, carente de etiquetas según ellos. No obstante, este clan -manada por su
proceder gregario- presenta un rostro impertérrito, inasequible, jeta. Forman un
contingente en el que nadie causa baja por nada del mundo, firmes a tan difundido
“tres veces el salario mínimo interprofesional”. ¿Dimitir para engrosar el paro?
¡Pero qué broma es esa!
Trump, populachero, demagogo
y sin embargo rico, les ha dado una lección de humildad, de desprendimiento. Él
cobrará un dólar al año. ¿Alguien da más? Nuestros aborígenes quedan a la
altura del betún, con las vergüenzas hechas unos zorros. Trump proporciona a la
renuncia calidad, señorío; lo demás son ganas de ponderar el escaparate. Se
asemejan en que, supuestamente, el futuro presidente toreó al fisco americano
unos años y los líderes podemitas, españoles al fin, en diferentes episodios
similares lo capotearon, banderillearon, le dieron pases de pecho y lo
apuntillaron sin compasión. Presuntamente, claro. Utilizando el lenguaje popular
(no populista) que nos caracteriza, Trump les ha robado la merienda. Espero,
como epílogo del párrafo, que mis amables lectores hayan interpretado el tono
irónico, con doble lectura, del mismo. Aseguro que ni unos ni otro están
dispuestos a cumplir tales pasos, digo, salidas de tono.
Colau, esa alcaldesa de
rebote, de colecta, ha planteado un magnífico proyecto, al decir de la prensa. Quiere
emitir dinero local para, textual, “luchar contra el neoliberalismo”. Lo que ya
no soportaría, aquello que me dejaría de piedra, patidifuso, es que podemitas y
Trump quisieran recibir esos “tres veces el salario mínimo interprofesional” y dólar
en moneda “adática”. ¡Jesús, qué caterva!