viernes, 18 de noviembre de 2016

ME PREOCUPA EL BAJO SUELDO DE LOS POLÍTICOS


Los años sabáticos implican ausencia de congojas, al menos laborales. Abundando en esto, me van a permitir que por una vez tome con despreocupación, a chirigota, el acontecer político y sus servidumbres durante unas horas; un lapso sabático. Ignoro si me lleva el hartazgo de ver y oír hechos que superan mi capacidad de asombro, ciertamente cuantiosa e incluso providente. Cambiar de actitud, tomarse a zumba algunos temas, no por sospechados menos folklóricos, supone una cura casi ineludible. Aunque la política en sí exhibe cierta carga caricaturesca, hay momentos o episodios que precisan una prevención, un tratamiento, inusual. Ahora mismo somos espectadores de un espectáculo grotesco que inquieta a nivel mundial; cuanto menos, al mundo industrializado. Opino que, cuando la excrecencia, el insulto, la chirigota, tienen aceptación y se encaraman al poder, vivimos hechizados por grupos sin escrúpulos y circunscritos a una sociedad enferma. Quienes mantenemos todavía alguna cordura, urgimos en defensa propia recurrir a la evasión cómica, al recurso irónico, templado, cachondo, que salve mente y contingencias de frustraciones lesivas. Solo así lograremos mantener un equilibrio difícil, heroico.

Desde hace tiempo, comunicadores hieráticos, hueros, tiralevitas, vienen manteniendo sin recato que los políticos españoles ganan poco. Para mis adentros, respondo a tales aseveraciones -con poco o ningún fundamento- que muchos de esos damnificados cobran mucho más de lo merecido en razón de idoneidad y trabajo. ¿Cuántos de ellos estarían parados o con sueldos inferiores a mil euros? Con toda certeza, quedándome corto, muchos. Si un congresista, asesor, quizás asimilado, percibe entre cincuenta y setenta mil euros anuales (seis mil al mes), díganme qué trabajador normal o cualificado obtiene treinta mil al año. Pongamos cuarenta mil en un arranque de hiperbólica munificencia.  ¡Pobres! Trabajan con denuedo, sirven al ciudadano, velan por su bienestar, y encima ni tan siquiera reconocemos tanto sacrificio. ¡Desagradecidos!

Tertulias y debates -divergentes pero terapéuticos, ilustrativos- hacen causa común del raquítico sueldo que perciben los políticos españoles. Esta severa indigencia, dicen, provoca la negativa a ocupar cargos públicos de aquellos cuyo currículum refleja un crédito indiscutible. Por contra, tal realidad atrae a personajes de dudosa talla intelectual y moral. Semejante supuesto me lleva a la certidumbre de que además del salario oficial, existen comisiones, corretajes, regalos, sinecuras, simplemente sisas, que agigantan haberes personales y colectivos. Hay que sumar (amén de estas irregularidades, como poco) otras minucias vinculadas a servidumbres representativas y ágapes de trabajo donde falta ese aditamento popular llamado “sobaquillo”. Entre copichuelas y grata compañía, que desvelan las visas oro, el monto total adquiere niveles vergonzosos siempre, en periodos de crisis intolerables. Generan el caldo de cultivo para gloria de populismos no menos corruptos, oscuros y, desde luego, antidemocráticos, peligrosos.

Al solar patrio le cupo el infamante honor de emprender la farsa. Podemos abrió camino, encomienda. Sin ningún apremio ni exigencia, propusieron cobrar tres veces el salario mínimo interprofesional, unos mil ochocientos euros. El resto, muy cuantioso, lo donarían a diversas instituciones sociales. Durante un tiempo -bajo un trasfondo mitad burla, mitad estrategia mezquina- así lo hicieron. Dejaban el sobrante al partido, empresas sociales propias (puede que de titularidad unipersonal) y fundaciones. Hoy, el trágala se ha desvanecido en la incertidumbre u ocultación que conlleva una larga lista de diputados nacionales o europeos, senadores y alcaldes. En definitiva, una nueva casta, un nuevo lastre, carente de etiquetas según ellos. No obstante, este clan -manada por su proceder gregario- presenta un rostro impertérrito, inasequible, jeta. Forman un contingente en el que nadie causa baja por nada del mundo, firmes a tan difundido “tres veces el salario mínimo interprofesional”. ¿Dimitir para engrosar el paro? ¡Pero qué broma es esa!

Trump, populachero, demagogo y sin embargo rico, les ha dado una lección de humildad, de desprendimiento. Él cobrará un dólar al año. ¿Alguien da más? Nuestros aborígenes quedan a la altura del betún, con las vergüenzas hechas unos zorros. Trump proporciona a la renuncia calidad, señorío; lo demás son ganas de ponderar el escaparate. Se asemejan en que, supuestamente, el futuro presidente toreó al fisco americano unos años y los líderes podemitas, españoles al fin, en diferentes episodios similares lo capotearon, banderillearon, le dieron pases de pecho y lo apuntillaron sin compasión. Presuntamente, claro. Utilizando el lenguaje popular (no populista) que nos caracteriza, Trump les ha robado la merienda. Espero, como epílogo del párrafo, que mis amables lectores hayan interpretado el tono irónico, con doble lectura, del mismo. Aseguro que ni unos ni otro están dispuestos a cumplir tales pasos, digo, salidas de tono.

Colau, esa alcaldesa de rebote, de colecta, ha planteado un magnífico proyecto, al decir de la prensa. Quiere emitir dinero local para, textual, “luchar contra el neoliberalismo”. Lo que ya no soportaría, aquello que me dejaría de piedra, patidifuso, es que podemitas y Trump quisieran recibir esos “tres veces el salario mínimo interprofesional” y dólar en moneda “adática”. ¡Jesús, qué caterva!

 

 

 

viernes, 11 de noviembre de 2016

DOCTRINA, ESTRATEGIA Y EDUCACIÓN


Es proverbial que cada doctrina tenga sus principios, actitudes o límites como manuales rectores, tal vez discriminatorios. Sin embargo, con frecuencia, intrusos modelo cuco aprovechan nidos ajenos para mantener presencias chirriantes. Basta con que puedan obtener ventaja de un soporte ya construido aunque diverja de sus más íntimos esquemas. Desde Gramsci, la izquierda -ultra y aun moderada- domina en exclusiva toda concepción docente. También, como sugiero, el liberalismo conservador se adecua a estos estándares con excusas superficiales. Existe una razón nítidamente revolucionaria o de acoplamiento seductor. La hegemonía cultural gramsciana (para el político marxista) consiste en aleccionar cualquier sociedad, desde los ámbitos cultural al moral, para que pueda ser domeñada por un grupo rector. De ahí el gran interés que esconde ofrecer al educando dogmas, arquetipos, y desdeñar su pleno desarrollo, como exige el concepto educación, para conseguir ciudadanos complacientes, de fácil manejo.

Armados de autoridad, de crédito injustificado, sobrevenido, inhabilitan cualquier voz que polemice sobre sus “verdades reveladas” de las cuales han hecho un santuario sagrado. Les sirven premisas y acciones insólitas, desatinadas. Da igual que rocen lo ilógico, lo absurdo -al menos lo dudoso- porque su evangelio debe triunfar con justeza o sin ella. Amén de semejante superioridad adscrita a “peritos”, existen numerosos legos cuyo atrevimiento queda exonerado por ese clan selecto que reparte competencias y credenciales. A cambio, solo se exige lealtad (culto) al líder bien amado que expele un maná ideológico cuando no prosaico. Seguimos necesitando mitos para superar nuestros límites y angustias. Por este motivo, siempre los buscamos en épocas de desorientación, de crisis. No miramos, ni nos atañe, que sean eficaces o inútiles, íntegros o farsantes, con tal que despierten ilusiones novedosas. Trump, nada menos, se ha convertido hoy en el sueño americano.

Más allá de la izquierda radical, vocinglera, extemporánea, populista de encarnadura no de método según Korstanje, el PSOE abandera la manifestación contra la LOMCE. Aparte dictados reverentes, impugna su propia ley: la LOGSE. Nadie a estas alturas, estimo, duda de que LOPEG (PSOE), LOCE (PP, sin aplicar), LOE (PSOE) y LOMCE (PP, sin aplicación hasta el momento), emanan -con pequeños matices- del tronco común LOGSE. Es decir, la base educativa en España sigue siendo aquella que aprobó Maravall en mil novecientos noventa, a cuyo precedente -el Libro Blanco- contribuí de buena gana. Fue una farsa más, un paripé indigno e indignante, que sufrieron profesores y sociedad. Desde entonces, la educación conforma un pretexto político que unos y otros utilizan como arma arrojadiza para conseguir fines diferentes, espurios; un señuelo que gran parte de la sociedad aplaude de forma consciente e irreflexiva. Las aguerridas protestas surgieron a principios del curso 2011/2012 en Madrid por recortes del profesorado y aumento consiguiente de horas lectivas. A la postre, el curso pasado, Ley Wert, reválidas y disminución del presupuesto para becas, se convirtieron en espoleta de la explosión estudiantil.

Resulta curioso, preocupante, la forma en que han politizado la labor educativa. Lo sé por experiencia personal. Aunque la llamada derecha no debe juzgarse ajena, es la izquierda quien marca los pasos estratégicos. Con el mismo tratamiento, cuando gobierna el PSOE todo se desarrolla bajo un horizonte de perfección, de satisfacciones inmensas. Impera la calma que se extiende, sibilinamente orquestada, a una sociedad indolente cuando no necia. Los discípulos de Gramsci lo tienen facilísimo en este país tan permeable. Enseguida atribuyen a leyes que propician (según ellos) la desigualdad, el rechazo, junto a infames recortes presupuestarios, el advenimiento del fracaso escolar. La relación causa-efecto es incuestionable, aseguran. No, nada tan falso como una verdad a medias y su prédica lo es.

Antes de la Ley General Educativa -llamada Ley Villar Palasí- en mil novecientos setenta, existían leyes franquistas. Con poco presupuesto y ratio descontrolada (yo empecé con sesenta alumnos de tres niveles) se conseguían resultados asombrosos. Era loable su espíritu de sacrificio, motivación y esfuerzo personal. Si nos olvidamos del cariz político-religioso -hoy normalizado aunque oculto entre mil biombos- el sistema educativo, básicamente con la LGE, cosechó triunfos notables e inconcusos. Ha sido la LOGSE, matizada hasta nuestros días, quien ha originado tanta vergüenza acumulada en los distintos informes PISA. Llevamos decenios a la cola de Europa en cuanto a resultados académicos se refiere. Ahora gozamos de un presupuesto mucho mayor que el de los años sesenta, en términos absolutos y relativos, siendo evidente el deterioro que se infiere al momento actual. No son, por tanto, determinantes ni los recortes dinerarios ni tampoco el del personal que pueda reducir la ratio.

El problema, digo, sobrepasa presupuestos y acicate profesional, otro hándicap poco analizado y actualmente en caída libre. Esta desventura arranca de su esencia, de la epistemología del conocimiento y del tipo de escuela. Todo conocimiento gira sobre dos pilares: constructivismo y conductismo. Ambos presentan versiones contradictorias sobre virtudes y fallos; parecidos porcentajes en pros y contras, en éxito y fracaso. Los dos son ventajosos o inicuos, según se mire, pero el constructivismo potencia una evidente falta de interés, esfuerzo y capacidad de sacrificio al considerar que el sujeto adquiere el conocimiento a través de la propia experiencia, sin esfuerzo apriorístico. La Escuela Comprensiva y su promoción automática ahogan todo estímulo individual e impide cualquier grado de emulación, básico en el acontecer educativo. El resto de argumentos son tan falsos como interesados, desde mi punto de vista. Aquí radica el problema de la educación española y mientras no se subsane esta filosofía, el fracaso escolar está asegurado y la indigencia social y económica también.  

En esta situación, la mediocridad es concluyente. Acaso se busque llegar al punto en que Gramsci aseguró. “Nuestro optimismo revolucionario siempre se ha fundado en esa división crudamente pesimista de la realidad humana en la que inexorablemente hay que pasar cuentas”. ¡Pobre individuo!

 

 

viernes, 4 de noviembre de 2016

LAS VERDADES DE PEDRO SÁNCHEZ Y LAS OTRAS


Cientos de estudiosos han destinado su existencia a explicar el cosmos, en definir vocablos, angustias y ciclos vitales; la vida. Verdad, vocablo, constituye uno de esos interrogantes. Ofrece tanta complejidad, tantas perspectivas, que -desde Grecia clásica a nuestros días- predomina la idea de su negación. André Maurois aseguraba: “Solo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”. Sintetiza con acierto cuantos esfuerzos se han gestado para afirmar dicho término. Al mismo tiempo surgen, inapelables, verdad subjetiva y verificabilidad; prescribiendo la primera el ámbito inmaterial y la segunda el medio físico. Lo expuesto reporta el viejo tópico de que, como mucho, uno expone su verdad pero puede alejarse infinitamente de otras diferentes u opuestas sobre idéntico motivo. Hoy rememoro algunas “verdades” vertidas -con mayor o menor tino- por individuos que alcanzaron algún grado de poder, sin que entendamos el porqué, sus merecimientos.

Así, Pedro Sánchez (extraviado e incompetente exsecretario general del PSOE), en reciente e insólita entrevista, se atrevió a afirmar palabras de hondo calado. Allá van algunas. “España es una nación de naciones”. “Cataluña y País Vasco son naciones dentro de una nación: España”. Algo semejante alumbró su antecesor, “la nación española es un concepto discutido y discutible”, y que el eco actual trae consigo la hecatombe socialista consecuencia inevitable de tan aparatosa carencia programática. Quien traiciona el principio de universalidad no tiene cabida en la izquierda socialdemócrata. Sí en la izquierda radical; aquella que tras defender el derecho de independencia somete, una vez alcanzado el poder, a las diferentes repúblicas. Evoco el recuerdo de Hungría en mil novecientos cincuenta y seis y Praga en mil novecientos sesenta y ocho pese a lo preconizado por Lenin respecto al derecho de autodeterminación. De golpe, ambos políticos aborígenes (discutidos y discutibles) beben -sin que lo sepan seguramente, o sí-la rancia pócima del leninismo trasnochado y terrorífico.

Dijo, pecando de ingenuo o de sincero necio, “me equivoqué al tachar a Podemos de populista”. Su papel, ahora, cimienta el Caballo de Troya. Tal declaración, amén de esta: “El Comité Federal fue una vergüenza” muestra a las claras qué grado de indigencia doctrinal y personal despliega quien lideró el partido modernizador de un país hosco, atrasado, mísero. Carlos IV y Fernando VII, reyes felones, actuaron con Napoleón de similar manera. ¿Hacia dónde nos hubieran conducido sus erráticas ideas y su infinita ambición? Pese al autorretrato, aún tuvo arrestos -quizás osadía- para anunciar intentos de recuperar el PSOE. Sigue confiando en una militancia adiestrada, ilusa, y en fieles lugartenientes obcecados, irreflexivos. Vano intento, pues el PSOE en sus manos sería una confluencia irrisoria, otra más, de Iglesias. Sánchez, emulando a Garzón, firmaría la defunción de este partido centenario y vertebral para España.

“El país necesita unos medios más plurales” fue otra de las sentencias ofrecidas por un personaje ajeno o enajenado. Más allá de confesión inoportuna, lamentable, refleja el poderoso instinto censurador de quien no admite ninguna opinión nociva, tal vez distante del propio credo e incluso denuncia de pruritos abarrotados de incierta superioridad. Toda encarnadura totalitaria teme la libertad y chirría frente a la de prensa. Aparentaba ser dueño de un talante liberal dentro del sectarismo que trascendía sin escrúpulos cuando participaba en mesas de debate político. Parece impulso común e inevitable. Dictadores, aun demócratas, desean acallar como sea aquellas voces discrepantes que se caracterizan por verter críticas razonables al poder. Constituye una nota típica de sistemas e individuos totalitarios; cuanto menos, huérfanos de hábitos liberales.

Pablo Iglesias, raptado por la loa reverencial de su ¿contrincante? devenido en apologeta, se dejó apuntar campanudo: “Pedro Sánchez ha dicho la verdad, pero demasiado tarde”. Tal frase me encaminó al epígrafe y primer párrafo; era preciso aclarar que no existe verdad fuera de uno mismo. Don Pablo, que respira absolutismo incluso por los poros lingüísticos, la elevó a expresión incontestable. Con igual intensidad hubiera defendido su defenestración si le perjudicara o pusiera en duda sus intenciones. Porque eso sí, líder, adláteres, cuadros, simpatizantes, son intachables, virtuosos, lapidarios, casi intangibles. Además, en un no va más místico, Podemos corona su venida siendo partido milagrero al resucitar el contubernio, no judeo-masónico sino mediático-financiero. Muchos lo ignoran pero -allá, por aquel lejano franquismo- dicho vocablo, contubernio, se mantuvo bastantes años en el hit parade político.    

Aparte estas “verdades” formuladas por dos probos representantes de la casta, hay cuantiosas más porque como dijo Gandhi “la verdad es lo que te dice tu voz interior”. A mí me dice la mía que Pedro Sánchez ha pagado su propio funeral; que Iglesias no presidirá nunca un gobierno; que Podemos es una oficina vip de colocación; que Errejón, matizando su discurso, tiene futuro únicamente en el PSOE. Me susurra también que al PP le esperan tiempos difíciles, de zozobra. Por su parte, el PSOE concreta un programa exhaustivo, socialdemócrata, convergente, o desaparece ahogado por un radicalismo quimérico e irracional. Ciudadanos necesita defender con pasión su espacio programático; es decir, debe asumir, exigir, un papel bisagra en las nuevas formas de gestión institucional alejadas de independentismos y partidos laboratorio.

Por cierto, señor Sánchez, no hay nada más reaccionario que “no es no”. Niega toda eventualidad dialéctica y progreso. Opongo esta respuesta a su afirmación, “es más reaccionario que el anterior”, sobre el nuevo gobierno. Tenga por seguro que mi verdad vale tanto, o tan poco, como la suya.