Transcurrieron ya algunos días
desde que el pueblo español certificó la agonía definitiva del PSOE. Presagio
del hecho letal (era una muerte anunciada, esperanza reparadora para muchos)
fue vivir en aquella atmósfera insana, podrida por microorganismos
antidemocráticos ayunos de toda ética e inmunes a cualquier ideal que
conllevara, incluso en pequeñas dosis, algo de ortodoxia o decencia. Cualquier
país donde el bipartidismo se conjugue como única vía de convivencia, como
fuente de apelación tendenciosa al voto útil, el declive (real o potencial) de
uno, ocasiona graves desequilibrios que ponen en jaque el propio sistema
democrático. Obtener ciento diez diputados no se puede concebir descalabro
numérico sino franqueo de la línea sin retorno. Es imprescindible el rediseño,
la renovación total, del partido.
Zapatero (rebosante de visiones,
reclamos y extravagancias que intentaban ocultar su indigencia operativa),
principal -casi único- protagonista interno del caos en que nos hallamos,
necesitó el concurso necesario de conmilitones y medios para amortajar un
partido que presentaba achaques crónicos. A su acción desaforada,
contraproducente, suicida, se debe este descalabro sin atenuantes, tan pobre
cosecha de aceptación social. No obstante, tasar el análisis en el acaso o
capricho popular significaría cerrar oídos al clamor cimentado a lo largo de
dos legislaturas, donde la argucia y el quebrantamiento monopolizaron gran
parte del quehacer gubernativo. Contribuyó, eficaz, el silencio cobarde (quizás
constreñido) de quienes anteponen apetencias personales a intereses comunes.
Suele ocurrir cuando individuos con poco crédito, enfrentados al recto proceder
y virtudes aledañas, parásitos sin oficio ni beneficio, desaprensivos, se
revisten de políticos; se atrincheran y convierten en oficio lo que debiera ser
coyuntura, extravagancia.
Diferentes medios cultivaron una
pertinaz línea editorial. Jamás difundieron desacuerdo o crítica a tan altas
cotas de torpeza. Esta aceptación plena de la práctica, este asentimiento
dogmático, visceral (que no juicioso), los convierte en cómplices prominentes y
considerados. Excéntricos comunicadores, asimismo políticos adeptos, ofrecieron
a título personal o representativo, infinitos loores sin dejarse oír nota
alguna discordante, cuando los hechos imponían serenas reservas. Desde los
arrabales, ellos también atesoran su alícuota parte de culpa en la presente
ruina. No cabe duda: el desplome del PSOE se sustenta sobre una multitud. Entre
todos lo mataron e incluso, a lomos de la ligereza, se detectan maniobras para
enaltecer sus escombros.
UCD, recién inaugurados los ochenta
del pasado siglo, se autoinmoló. Contaba con ciento sesenta y ocho diputados en
la Cámara, pero constituía una mezcla heterogénea de grupúsculos cuyo nexo era
el poder. La disolución vino fomentada por protagonismos excluyentes.
Demasiados gallos. Desapareció el partido que sustentaba al gobierno y no pasó
nada. El testigo lo recogieron AP, que se revitalizó en nueva sigla: PP. y una
izquierda, virgen aún, exenta a esa hora de sus demonios ancestrales. Así el
famoso "clan de la tortilla" (y a su frente Felipe González), señores
incuestionados del socialismo patrio, consiguieron el récord de apoyos en unas
elecciones generales: doscientos dos diputados en mil novecientos ochenta y
dos.
Tras el paréntesis de Aznar,
vino Zapatero. Oportunista, embaucador, nigromante, supo despertar expectativas
irracionales en un partido desorientado, abatido. Una vez dueño del Boletín,
arrasó las "viejas glorias", ya sexagenarias, y se rodeó de ladinos
ineptos, incompetentes, que han cosechado (con el director a la cabeza) las
mayores reprobaciones de los tiempos recientes. El exceso, la discrecionalidad,
esa obsesión antiestética de que el dinero público está adulterado por la
vaguedad, facultó derroches y trinques abusivos; creando una atmósfera malsana,
fatal. Zapatero llevó a España y al PSOE a la bancarrota, con su inutilidad y
el amparo (por acción u omisión) de líderes y barones, enmudecidos bien por
cobardía bien por acomodo.
Conscientes de la encrucijada,
juzgan como única salida la reconstrucción del partido o su ocaso inapelable.
La UCD les produce un ingrato recuerdo. Postreras noticias permiten, por
contra, conjeturar altas cotas de inconsciencia en los próceres. La Comisión
Federal de este sábado pergeñó la senda por donde debía discurrir el Congreso
Ordinario de Febrero. El objetivo es elegir al nuevo Secretario General que ha
de acaudillar la metamorfosis del PSOE, ese quiebro que le devolverá el
beneplácito social. Suenan tres candidatos: Rubalcaba, Chacón y Bono. Ganará la
"vieja guardia" (Rubalcaba o Bono) a quienes apoyan los barones.
Impedirán que salga otro Zapatero capaz de repetir una segunda edición de
tierra quemada. Prefieren mantenerse en el despojo que perderlo todo. Se
instaura un paradigma de prudente pervivencia. Cualquiera de ellos, convertirá
el PSOE en un partido exangüe, burocratizado, mínimo; suficiente para que unos
cuantos profesionales de la política vivan con holgura. Esta será su coartada y
su meta.
Hemos gestado, por desgracia, el
monopartidismo; en su defecto el pentapartidismo.