Había despertado gran
expectación y atractivo, al menos, mediático. A la penuria siempre se opone el
deseo. Durante los treinta y tantos años de democracia, esta era la tercera
oportunidad en que candidatos y equipos se enfrentaban o lo parecía. Resulta
laborioso seducir al postulante a quien las encuestas (modernos oráculos)
predicen ganador. Sólo en caso de empate técnico, ante un escenario incierto,
ambos contendientes se lanzan al ruedo público con arrojo. Cuando la diferencia
estadística se aprecia insalvable, al elegido le entra temor escénico porque
carece de margen para ganar; pues ya es ganador. Esta circunstancia le permite
establecer cláusulas extremas para el antagonista menos aceptado.
Presumo que Rajoy, aconsejado naturalmente por diestros asesores (que no inteligentes ni astutos, me temo), iba a la "tele" de mala gana; con amarga sensación de caminar hacia un mecanismo torturador. Sin embargo le era preciso. A estas alturas, pasar por "cobardica" supone una encrucijada cuyo costo popular superaría con creces la hipotética o previsible derrota televisiva. Menos ante quien hace abuso en escudriñar y airear menguas del contrincante como sustento de su propia indigencia. Tal contexto debió propiciar condiciones bastante estrictas. Seguramente a Rubalcaba (ocupado, quizás preocupado en lavar su imagen cara al futuro) no debieron parecerle excesivas porque si Rajoy ansiaba eludir ciertas materias delicadas, él querría desterrar del debate dos vocablos: corrupción y faisán.
Cuentan que Alfonso XII encontró un colega ocasional de juergas. Tras acompañarse en la noche madrileña, cercanos al palacio, el rey se despidió diciéndole: "Alfonso XII a tu servicio en el Palacio Real". El otro, vivaz, le contestó: "Pio Nono en el Vaticano al tuyo". Esta anécdota subraya la aplastante lógica de la respuesta ante un caso increíble, alucinante. Algo parecido debió exclamar en su fuero interno cada español la noche del lunes, terminado el famoso encuentro Rubalcaba-Rajoy o viceversa. "Aquí, un debate electoral". "Gracias, Napoleón Bonaparte atento al televisor". Ambos (anécdota y diálogo ficticio) son consecuencia forzosa de sendos antecedentes improbables.
En efecto. Quienes encabezan el cartel de esta campaña, dejaron dentro del tintero muchos asuntos que nos han llevado a la presente situación. Mentaron las consecuencias, mas se abstuvieron de enumerar los motivos. La economía y sus alrededores, eje central (casi único) del tímido litigio, tiene un rédito capital porque con el pan de cada cual no se juega. Sin embargo, no sólo de pan vive el hombre. Hambre es uno de los cuatro corceles del Apocalipsis: compendio de males terroríficos que atenazan al individuo en su existencia. Los restantes (Victoria, Guerra y Muerte) complementan el origen de todas las desdichas humanas.
Presumo que Rajoy, aconsejado naturalmente por diestros asesores (que no inteligentes ni astutos, me temo), iba a la "tele" de mala gana; con amarga sensación de caminar hacia un mecanismo torturador. Sin embargo le era preciso. A estas alturas, pasar por "cobardica" supone una encrucijada cuyo costo popular superaría con creces la hipotética o previsible derrota televisiva. Menos ante quien hace abuso en escudriñar y airear menguas del contrincante como sustento de su propia indigencia. Tal contexto debió propiciar condiciones bastante estrictas. Seguramente a Rubalcaba (ocupado, quizás preocupado en lavar su imagen cara al futuro) no debieron parecerle excesivas porque si Rajoy ansiaba eludir ciertas materias delicadas, él querría desterrar del debate dos vocablos: corrupción y faisán.
Cuentan que Alfonso XII encontró un colega ocasional de juergas. Tras acompañarse en la noche madrileña, cercanos al palacio, el rey se despidió diciéndole: "Alfonso XII a tu servicio en el Palacio Real". El otro, vivaz, le contestó: "Pio Nono en el Vaticano al tuyo". Esta anécdota subraya la aplastante lógica de la respuesta ante un caso increíble, alucinante. Algo parecido debió exclamar en su fuero interno cada español la noche del lunes, terminado el famoso encuentro Rubalcaba-Rajoy o viceversa. "Aquí, un debate electoral". "Gracias, Napoleón Bonaparte atento al televisor". Ambos (anécdota y diálogo ficticio) son consecuencia forzosa de sendos antecedentes improbables.
En efecto. Quienes encabezan el cartel de esta campaña, dejaron dentro del tintero muchos asuntos que nos han llevado a la presente situación. Mentaron las consecuencias, mas se abstuvieron de enumerar los motivos. La economía y sus alrededores, eje central (casi único) del tímido litigio, tiene un rédito capital porque con el pan de cada cual no se juega. Sin embargo, no sólo de pan vive el hombre. Hambre es uno de los cuatro corceles del Apocalipsis: compendio de males terroríficos que atenazan al individuo en su existencia. Los restantes (Victoria, Guerra y Muerte) complementan el origen de todas las desdichas humanas.
Victoria es otro que genera
inquietud y que nuestros candidatos bordearon con disimulo o a propósito.
Conseguir el sometimiento de la corrupción a las leyes; la independencia del
poder judicial; lograr una igualdad real ante la ley, etc. significarían
diferentes versiones de una victoria democrática ante la desnaturalización del
Estado de Derecho. Mención aparte merece ETA y su derrota moral ante las
víctimas que hoy no ven desagravio a su dolor inocente. Guerra tiene por
apelativo el más odiado, quizás, de estos equinos siniestros. Se acerca cuando
el egoísmo, la insolidaridad, tal vez el desmembramiento, emergen en el
horizonte. La cuestión territorial (inveterada, artificiosa y radical) provoca
conmociones irreversibles, turbulentas; se asemeja a un suelo resbaladizo,
incandescente, por tanto de cómodo olvido pero de ardua enmienda. El sumario me
atemoriza, pues percibo un enmarque escalofriante. Muerte, montura segura e
imprecisa, nace al tiempo que la vida, a su vera. Nadie puede domarla o
minimizar su galope. Supera al prócer estratega y bienintencionado; es
intratable e incorregible
Decía Ronald Reagan: "La política se supone que es la segunda profesión más antigua. Me he terminado dando cuenta de que tiene un gran parecido con la primera". ¿Qué hubiese referido de conocer la vigente política española? Dada la intensa decepción (asimismo honda zozobra) a que nos llevó esa especie de debate/exhibición, el amable lector concluirá sin duda que la expectativa levantada en la sociedad española quedó en agua de borrajas. Poco a poco va calando que los dos competidores se mostraron romos, sin ánimo; cual veteranas figuras casi apartadas ya de la competición. Paupérrimo espectáculo.
Decía Ronald Reagan: "La política se supone que es la segunda profesión más antigua. Me he terminado dando cuenta de que tiene un gran parecido con la primera". ¿Qué hubiese referido de conocer la vigente política española? Dada la intensa decepción (asimismo honda zozobra) a que nos llevó esa especie de debate/exhibición, el amable lector concluirá sin duda que la expectativa levantada en la sociedad española quedó en agua de borrajas. Poco a poco va calando que los dos competidores se mostraron romos, sin ánimo; cual veteranas figuras casi apartadas ya de la competición. Paupérrimo espectáculo.
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