Rechazo cualquier
intento de adjudicarme toda autoría del entorno y asunto que expongo a renglón
seguido. Acepto únicamente una actitud compiladora, así como la extrapolación
argumental posterior, de la premisa que Maragall vertió en el Parlamento
Catalán, allá por febrero de dos mil cinco, refiriéndose a la crisis del
Carmel: "El problema de CiU se llama tres por ciento". Desde este
instante la sospecha dejó paso al cotejo, disminuido (según diferentes
indicios) en varios puntos porcentuales. Quien lo declaraba conocía
perfectamente los entresijos del acontecer público. Excedía el desplante
tabernario, insolente, evacuado en esa típica atmósfera de vino, humo y
necedad.
Berkeley, filósofo
constructivista inglés, afirmaba: "Es lo que percibo". En otras
palabras, conozco lo que advierte mi experiencia. Cuando don Pascual
incriminaba a los convergentes escamotear el tres por ciento en comisiones
varias, dejaba al descubierto, según Berkeley, su personal afán recaudatorio en
esta materia. Si adjudicamos al resto de siglas igual o parecida naturaleza
(por tanto las mismas o similares tentaciones), hemos de admitir análogos
vicios. La lógica nos conduce a desterrar excepciones, por trascendentes que se
pongan sus líderes. Podríamos acceder a alguna modificación en el porcentaje,
con esfuerzo y no siempre bajando el "tipo publicado". Ciertas
habladurías señalan que la indignidad alcanza en ocasiones magnitudes que se
detallan con dos dígitos.
Constatar la osadía, el saqueo, que patrocinan
próceres en teoría al servicio del ciudadano, deja siempre un rosario de
sentimientos complejos, ácidos, inusuales. Si además apreciamos la sangrante
crisis, asumiremos que se agreguen matices alarmantes Cuando la burla impera
incluso por el más recóndito andurrial patrio, deberíamos encontrar una
respuesta proporcionada y ejemplar. Los tiempos actuales exigen urgentemente,
por encima de sólidos voluntarismos, respuestas enérgicas. No se hacen acreedores
a menos, ni proceden alegatos benévolos. Se acerca una ocasión oportuna para mandarles algún "recadito" disimulado en sufragio.
Entresaco,
consultando páginas oficiosas absolutamente fiables, los asientos detallados de
ministerios o negociados factibles de "enjuagues". Sanidad,
Industria, Infraestructuras, Subvenciones, Investigación, Transferencias y
Deuda, en dos mil cuatro alcanzaron un monto total de ochenta y siete mil
doscientos millones de euros. En dos mil cinco, tal medida llegó a noventa y
tres mil ciento cincuenta millones. Por aproximación tras estos primeros
periodos, la media anual de las dos legislaturas zapateriles se aproximará a
los cien mil millones. Esto hace un total de ochocientos mil millones,
pergeñando un cálculo amenguado.
Dando por válido el
porcentaje de las comisiones catalanas, paradigma antiestético del Estado, las
legislaturas de Zapatero han supuesto un emolumento adicional e ilegítimo de
veinticinco mil millones de euros. Estupendo bocado para llenar unos bolsillos,
antaño secos y hoy rebosantes por mor de un talante inmoral, trincón,
desaprensivo. También se hace precisa, si no necesaria, la licencia del sistema
democrático. Semejante conjetura lleva implícita mi renuncia a emparejar
democracia y corrupción. No obstante, en regímenes con ausencia de libertad,
los sinvergüenzas están sometidos a estricto control, al capricho arbitrario
del jefe o dictador.
La estadística es una
ciencia que no pueden alterarla sistemas ni individuos. De acuerdo con este postulado
y vencidos treinta y dos años de democracia, no sería exagerada la cifra
(tasando bajo) de ochenta mil millones de euros; casi quince billones de las
antiguas pesetas que han atesorado un número impreciso de dirigentes, cuyos
patrimonios no se corresponden con los honorarios oficiales. Son nuevos ricos,
indianos de la doctrina, caciques del siglo XXI. Esos a quienes algunos
políticos proyectan subir los impuestos para mantener el Estado de Bienestar.
¡Qué paradoja! Sin embargo, las matemáticas no engañan.
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