jueves, 2 de agosto de 2012

ABSURDILANDIA


Un amigo, filólogo y poeta, es el agudo padre del epíteto que da título al presente comentario. En su lucubración, pudo referirse a la actitud irracional e ilógica de la élite gobernante pero también a la indiferencia ciudadana, renta existencial ante el cúmulo de acontecimientos sinsentido. Kierkegaard y Sartre analizaron tal comportamiento en su teoría de lo absurdo. Sospecho que la intención de mi amigo se aproximaba al primer concepto pues, humanista declarado, suele conceder poca entidad a lo que resulta extraño al individuo en su parcela más íntima. Sea como fuere, comparto plenamente la ingeniosidad.

Que en pequeños Estados del llamado Tercer Mundo, se imponga una deplorable ley de la selva parece razonable. Sin embargo, que esa actitud arbitraria ocurra con demasiada frecuencia en países civilizados, termina por reprobar el propio sistema democrático donde la Ley debe orientar toda ocupación gubernamental. Son muchos los casos que, ora lucro ya prepotencia, anulan el buen juicio llevando al absurdo (además de al ridículo) y deslegitimación a un dominio para el que, claramente, carecen de cobertura legal. ¿Necesito poner ejemplos?

Empezaré por la alta dirección de Entidades Financieras Públicas o empresas de semejante titular. Ambos escenarios son pródigos en especímenes cuya incapacidad de gestión, error o -peor si cabe- de extravagancia han supuesto pérdidas milmillonarias. En este campo, Cajas de Ahorros se han endeudado seis veces, al menos, la cantidad de fondos efectuados por sus impositores. Todo ello con el visto bueno del Banco de España, entidad encargada de controlar los movimientos financieros. Ahora el Estado (es decir nosotros) debe realizar un rescate indefinido, superior a los cuarenta mil millones de euros ¿Por qué no doscientos mil millones?  ¿Acaso sabe alguien la cantidad real?

Seguiré relatando esta competición del disparate con los sindicatos. Originariamente estaban constituidos por trabajadores que pagaban sus cuotas. Ello les otorgaba autonomía financiera y, por ende, libertad de acción. Hoy conforman entes burocratizados, jerárquicamente rígidos, sin representación efectiva y sometidos a la estructura gubernativa de quien se financian. Constituyen la espita, favorable al gobierno de turno, que regula y encauza la presión del mundo laboral en situaciones explosivas. Los millones de parados (según se cuenta) junto a múltiples subsidios, les permite tener saneadas sus arcas.

Nuestros representantes (gobierno u oposición, ¡qué más da!) destapan el tarro de las esencias en cualquier empleo o iniciativa. El ejecutivo actual, excelente oposición ayer, ha perdido el timón y la brújula; aunque parece cautivarles a más no poder el astrolabio. De la oposición, días atrás máximos responsables, nada podemos añadir. Son viejos conocidos pertrechados de ineptitud y otros vicios, presuntos, que la prudencia mía y el ingenio del amable lector me permiten obviar. Sobre esa minoría excluyente, victimista, provocativa, retadora, mejor correr un silencio flemático.

España, los españoles, ha sufrido a lo largo de cinco años un saqueo que supera récords. Se ha derrochado la Hacienda Pública sin orden ni concierto. El caos e imprevisión fueron los únicos argumentos esgrimidos por quien debiera planificar un dispendio. Además, nadie se atrevió a poner coto al endeudamiento privado. Así, abonaban cierta avidez de probidad económica. Todos fuimos un poco culpables. Unos buscando un prestigio personal sin exhibir mérito alguno para poseerlo; otros cerrando ojos a su torpeza infinita e indigencia moral.

Quebrada la nación, misérrima la sociedad, instalados en una dinámica peligrosa y lamentable, los responsables máximos (tal vez trincones) se ven amparados por la más injusta de las impunidades. Los postreros pasos de este gobierno bienamado: Elección del presidente del CGPJ, autorización para fusionarse Antena Tres y la Sexta, amén de olvidos insultantes, aquiescencias, silencios cobardes y otras medidas asombrosas, nos llenan de desconcierto y alarma. La parroquia, el individuo, sigue pasiva, insensible. Sí, España (este país sin justicia, donde prebostes fatuos e incoherentes abjuran de la Ley, donde al ciudadano se le considera cada cuatro años y lo acepta) ahora puede denominarse ABSURDILANDIA.