domingo, 30 de diciembre de 2012

EL ANIVERSARIO


Cuando las sombras físicas (que no otras) empiezan a disiparse impulsadas por los primeros rayos solares, inicio estos renglones con la sana intención de un análisis objetivo, sin penas ni alegrías. Enseguida, Rajoy expondrá en rueda de prensa los cimientos que ha ido asentando para salir de la crisis, dice a finales del año venidero. Ejemplarizará el éxito de tales medidas en un equilibrio cierto que apunta la balanza comercial, solitario dato positivo. Sin embargo, tal circunstancia acomoda su lectura a diversos razonamientos, incluso antagónicos. Al estilo Zapatero, nuestro actual presidente fía soluciones a largo plazo. Recrea una nueva manera de mentir sin que haya prueba. Pronto, la justificación y el crédito desaparecen. La mentira fehaciente, en cambio, tiene poco recorrido, no pretende engañar -a lo sumo  se viste de soflama-  y suele mantener firme el prestigio de su autor.

Mis observaciones se ajustan al sentido común y a la experiencia. Los datos entrañan esa argamasa que permite dar firmeza al análisis. Errores puede haber pero no merecen encajarlos sólo legos o inexpertos. Quien juega con fuego suele quemarse. Asimismo el que realiza ejercicios y predicciones se somete al yerro necesariamente. Con esta contingencia voy a desmenuzar por sectores mi apreciación personal sobre el primer año de legislatura. Afirmo que no me lastran filias ni fobias al personaje o partido que lo sustenta. Cualquier pugna observada, en estos extremos, por el benévolo lector escapa a toda lucidez; menos a un frenesí confortable.

Si bien la famosa herencia recibida no pudo ser más calamitosa en sí y en su rutina, crea intenso aturdimiento utilizar con redundancia esta reseña infractora para el alegato del devenir económico. Un año se estima tiempo suficiente para asentar políticas que minimicen los efectos devastadores de una postrera gestión lamentable. El gobierno con disposiciones cuanto menos paradójicas en relación a propuestas anteriores, ha agravado la realidad ora por cobardía, bien por apremios foráneos o por ambos. Los datos constatan tan tremendo efecto.  El déficit alcanzará (quizás supere) el nueve por ciento, los ingresos disminuyen a pesar del incremento arancelario, la deuda pública se aproxima al billón de euros, el paro se disparata, la prima de riesgo ha subido cien puntos y se adueña del panorama una sensación de quiebra absoluta. El equilibrio de la balanza comercial, neto apunte positivo, configura un sueño pasajero que proviene de un descenso salarial, cuyas secuelas se sienten ya letales para el consumo y el rearme económico.

El aspecto político-institucional tiene abiertos dos frentes imprevisibles. El primero se refiere a los pactos con ETA, originarios del antiguo ejecutivo y que Rajoy -desleal- ha contraído. Los acuerdos para que sus rastros externos no exaltaran impaciencias en unos u otros, se estiman vulnerados. Es imposible, suele sentenciarse, hacer una tortilla sin romper huevos. A la izquierda, autodenominada abertzale, lo obtenido le parece poco y el gobierno considera excesivo lo dispensado (reflexionen qué juicio merece a las víctimas semejante escenario). El segundo, no menos peliagudo, versa del camino soberanista -con difícil retorno- emprendido por CiU. Rajoy acaricia una ocasión única para demostrar al pueblo español empeño y  firmeza.

Desde la óptica doctrinal tampoco supera un examen mínimo de compromiso. Aquellas lejanas servidumbres de reconducir algunos asuntos que años atrás abandonaron la moderación, siguen impertérritos los pasos marcados sin variar un ápice. Me refiero a la Ley Orgánica 2/2010 de la interrupción voluntaria del embarazo, así como la derogación del Real Decreto 1631/2006 sobre Educación para la Ciudadanía, con augurio de cambio por Educación Cívica Constitucional desde el treinta y uno de enero de dos mil doce, entre otras también incumplidas.

Del optimismo quimérico, lasitud e incoherencia de Rajoy, da muestras su pasaje relativo a la Constitución en el trigésimo cuarto aniversario: “más de tres décadas después, podemos afirmar que la voluntad que entre todos consagramos en nuestro texto constitucional nos ha permitido gozar de la mayor etapa de paz y bienestar que se recuerda en nuestros cinco siglos de Historia”. Si contamos seis millones de parados, el ocaso de la clase media, el hartazgo social, la corrupción desplegada y el flamante anteproyecto de la Ley Orgánica del CGPJ que atribuye al Parlamento la elección de veinte vocales, ¿se puede leer mayor sarcasmo?

A pesar del latoso anuncio de que el PP practicaría una política veraz, cristalina (hasta hacer daño al ciudadano), la falacia y ocultamiento se han practicado a lo largo del año. En resumen, el actual ejecutivo festeja su aniversario no sólo suspendido sino con el personal asqueado. Lo único hecho, la extraordinaria realidad, se limita al aumento grosero y negativo de impuestos. El resto han sido doce meses de buenas palabras, propósitos de enmienda… papel mojado. Como dijo Diógenes de Sinope “el movimiento se demuestra andando”.

¡Ojalá los hados nos sean clementes en dos mil trece! Este es mi deseo para el año que viene.

 

 

sábado, 22 de diciembre de 2012

SUPEREMOS LA HORA DE LOS FANTASMAS


El aquelarre soberanista (real o aparente) de Mas, cuenta con la aquiescencia -e incluso silencio cómplice- del partido y el abrazo letal de ERC. Cualquier análisis riguroso debe perfilar una Cataluña  día a día con menor margen de maniobra. Desconozco si esta situación se genera por frenesí político, parálisis social (básicamente de la élite financiera y fabril) o un intento dramático e irresponsable de escapar a la justicia. Sea como fuere, el escenario vigente se presenta complejo, árido, aterrador. Jamás hasta ahora CiU “había sacado los pies del tiesto”. Su lamento se saldaba con la subvención lenitiva bajo el añadido, poco convincente, de coadyuvar a la gobernanza. Se cercenaban, al tiempo, envidias e hipotéticos desencuentros hostiles que pudieran sentir otras Comunidades privadas del manjar común.

De rebote, esta sinrazón ha venido bien a los medios, pues disponen de miga abundante, y a un gobierno perplejo si no andrajoso. El pueblo sigue aseverando que el Sistema Autonómico es económicamente inviable. Voces periodísticas, incluso de próceres con parecidas u opuestas afinidades, insisten en su oportunidad y validez para el ciudadano. Falta, dicen, sólo una gestión correcta, transparente, rentable; es decir, falta todo. Sin embargo parece que su fracaso traspasa el mero trámite para centrarse en los principios constitucionales. Cuando el poder se disgrega, cuando se acerca al individuo, entra en escena la corrupción integral. Aproximar la administración, para atenuar trabas seculares en el ámbito burocrático, no precisa acometer duplicidades ni sobrecargar el costo de los servicios. Que el Estado Autonómico nos arruina por sí mismo, sin explorar otras consideraciones, es una realidad cuya certidumbre debiera ser admitida.

Se reputa con porfía que el Título Octavo de la Carta Magna fue redactado para integrar hipotéticas Comunidades Históricas, asimismo de flamante acotación y nula  exigencia social. Opino, por el contrario, que estas pobres razones enmascaran la excusa perfecta para burlar la Historia y borrarle un periodo de cuarenta años. Los españoles, ansiosos por vivir en un sistema formal de libertades, no advertimos el virus siniestro que se introducía con aparente inocuidad en un texto confuso, elástico y de exiguo porte conciliador. Ahora, el gobierno catalán extrema el pulso que viene echando al Estado desde casi el inicio. La lógica exigiría una respuesta contundente pero el ejecutivo nacional, además de timorato, lucubra qué vía debe utilizar, si lo hace. Es, por desgracia, la tónica rutinaria de ambos partidos nacionales y supuestos garantes de la Constitución y su acatamiento.

El problema se viene gestando al día siguiente en que los españoles aprobamos la Ley Suprema. Ni su generación fue espontánea ni ha adolecido de varios padres putativos que actuaran con diferente ardor y afecto que el biológico. ¿Era preciso dejarse en la gatera pelos soberanos o pecuniarios? No; cambiar la Ley Electoral para impedir cualquier presión o incomodo hubiera sido suficiente. La ceguera, el beneficio y la falta de acuerdo entre PP y PSOE han traído la situación límite en que nos hallamos.

Causa bochorno recordar cómo los sucesivos presidentes, sin excepción, requerían apoyo periódico a nacionalistas vascos y catalanes a cambio de suculentas cesiones. Se olvidaban, raptados por insaciables impulsos, de una solidaridad tan proclamada como quimérica. El resto de españoles era moneda de cambio. Suponía la inercia endémica de todo régimen, cuyas opulentas bondades se derramaban exquisitas sólo en la periferia nororiental. Así surgió la España rural sojuzgada frente a la industriosa insumisa. Este proceso de siglos no mengua; por el contrario se agiganta. Aparte de aprecios, desapegos e incomprensiones, parece tener importancia suma un lacrimal presto a la maniobra. Deben tener bien aprendida esa sentencia pícara: “Quien no llora, no mama”.

Felipe González y Aznar cayeron, sin rechazo ni pesar, en los brazos ávidos de unos nacionalismos siempre sediciosos e insatisfechos que, con paciencia no exenta de ciertos apremios, fueron conquistando etapas previas al asalto final. Contaron con la insólita colaboración de un personaje sacado de la cámara, tanto de unos errores colectivos cuanto de los horrores por él acumulados. Rajoy, inconsciente sosias, infravalora su mayoría absoluta y -cual amante despechado- solicita, exhibiendo una debilidad lesiva, los afectos desairados de una vanidosa veleta.

Ochenta años, junto a políticos de baratija, son suficientes para olvidar las lecciones que la Historia se encarga de ofrecer a los pueblos en su intento de evitarles revivir amargas experiencias. El extravío y la necedad nos retrotraen a momentos dramáticos. No obstante es tiempo de superar la hora de los fantasmas para comparecer ante la hora de la verdad.

 

              

 

 

viernes, 14 de diciembre de 2012

PLANTEAMIENTOS Y RECURSOS VERSUS LOS FUERA DE LA LEY


Decíamos no ha mucho que, en este momento crucial, España era un problema. Como todo él, se trata de una situación o enigma que es preciso esclarecer. Cualquier método utilizado para su resolución exige determinar diversas vertientes y apéndices. El hombre gasta, quizás malgasta, su vida bajo la presión de dos conflictos bien discordantes. Uno le aflige la existencia al lucubrar sobre de dónde y hacia dónde. Surge la angustia vital cuya clave indica que sólo cretinos versados pueden alcanzar la dicha terrena. Semejante trance filosófico ocupa, preocupa y anima a una minoría selecta que gusta del tránsito y la vigilia.

Otro, más terrible y sin evasivas, aplica un orden versátil tras el conflicto universal del género humano. Surge sin tasa empírica más allá de nuestra devoción subjetiva y el criterio común le imputa un sesgo utilitario. Para intentar resolverlo viene impuesto un método científico que aprendemos cuando sufrimos los protocolos y formularios matemáticos. ¿Quién no recuerda aquellos típicos pasos de: comprensión, planteamiento, resolución y comprobación? Si aceptamos que cualquier problema presenta similar naturaleza, salvo matices singulares, podremos adoptar estrategias conocidas que regulen anomalías y especificidades.

Avanzábamos al inicio que España hoy pena un problema profundo. Su enunciado abarca múltiples aspectos sin factible esquematización. Cada uno se convierte, a su vez, en sustancia con entidad propia que se imbrica en el órgano común. Esta coyuntura dificulta su percepción; configura el problema del problema. El esparcimiento del objeto demora interiorizar e instituir una conciencia individual y colectiva de aquello que nos obsesiona y martiriza. Cohíbe así dar el primer paso en su demolición porque llegados a este extremo no sirven retoques ni reformas parciales.

Una idea consolidada ocupa el solar patrio: Políticos, financieros y empresarios (con la alianza necesaria de comunicadores y jueces), a lo largo de treinta años colocaron las bases de un sistema, aparentemente democrático, que privilegia el latrocinio y la corrupción con impunidad absoluta. Bajo el imperio de la injusticia surgen casos, sin apelativo decente, que consuman las mayores cotas de rapiña donde lo crematístico atempera a veces la eventualidad ética. Estas acciones confunden y exasperan al ciudadano que exhibe un cuajo insólito. Cabría preguntarnos qué extracto prodigioso conforma la piel del cuerpo social, factor congénito del problema.

Desmenucemos algunos excesos aunque sea escenario de dominio público. El PP atesora, además de pretextos, incoherencia y apocamiento para remediar la crisis. Opera y se somete a sus rutinarios complejos que, no sé si por accidente o a resultas, ubican en último término al ciudadano. PSOE es sinónimo de confrontación, autoritarismo, ambición desmedida y reclamo. Aclaro que, allende nuestras fronteras, conforma un partido sin referencias doctrinales ni operativas. Poco a poco, el individuo va descubriendo su vacuidad e inoperancia como demuestran los postreros resultados electorales que lo convierten sucesivamente en sigla testimonial. ¿Cree el amable lector que, con estos antecedentes, pueda influir su arbitraje para combatir la miseria que padecemos?

A lo largo de treinta años se ha alimentado, entre desidias e inepcias, un terrible monstruo capaz de devorar incluso su propia entelequia. Se llama nacionalismo. Desde el principio, cualquier analista libre de prejuicios o prebendas sabe que es una especie indomable, irracional; nada abierta a pactos o encuentros, que impliquen apartarse de su desvarío soberanista. Sin embargo, aún quedan comunicadores banderizos que echan la culpa a Wert de la exaltación nacionalista (me recuerda la alegre historieta del sordo, cuyo asno comía la siembra de un lejano agricultor y a sus reproches contestaba reiteradamente que estaba capado. Harto, el agricultor terminó tan inútil dialogo con airado soliloquio: “¡Tendrán que ver mucho los cojones para comer trigo!”). Una arrogancia, con insumisión incluida, a cuya sombra codiciosos desaprensivos se enriquecen bajo la bandera inmune de un patriotismo jugoso.

Financieros y grandes empresarios bendicen esta democracia postiza que esquilma a la clase media. De rebote, participan con entusiasmo del festín carroñero. Precisan el cuerpo exánime de una sociedad timada para complacer la avidez del grupo al que se adscriben segundones henchidos, y no de gozo, denominados sindicatos.

Estos elementos (en su más amplio significado) explican qué dificultad entraña la percepción del problema. También entorpece cualquier planteamiento el hecho turbio de que sea precisamente la razón democrática o catalana quien excuse y “justifique” el asalto al bolsillo ciudadano. La resolución es premiosa cuando se han empleado treinta años en fraguar una conciencia colectiva que permitiera establecer un régimen totalmente envilecido.

Reconocidas las deficiencias metodológicas que la ciencia matemática nos ofrece para poner orden a tan complejo e inducido entorno, desterremos el planteamiento académico. Nos queda a mano usar recursos articulados hasta desterrar a tanto jeta. La necedad y el dogmatismo son socios muy estimados por la élite. Enmarañada la solución firme e inverosímil una pauta operativa, propongo la abstención plena puesto que quien gobierne no facilitará cambios sustanciales y precisamos una enmienda quirúrgica. Sería un recurso improbable pero las alternativas refuerzan su vigor. El problema social se reduce a construir cierta conciencia soberana que fuerce la expulsión de estos aventureros sinvergüenzas (unos y otros) del sistema. Hay que aplicar la Ley,  la de todos; nuestra ley.

 

sábado, 8 de diciembre de 2012

ESPAÑA ES HOY UN PROBLEMA


Anteayer, seis de noviembre, evocamos el plácet de la Constitución Española. Políticos diversos en pelaje (aunque desconfío que sea así en propósitos) fueron desgranando opiniones sobre la oportunidad, o contratiempo, de retocar algún Título para adecuar el articulado a las necesidades actuales. Los medios, que centraban sus dispositivos  en sendos presidentes del Congreso y Senado, elegían al parlamentario o parlamentaria protagonista de sincero afecto, quizás puñetero antagonismo propiciatorio de innoble atadura. Preguntas y respuestas se deslizaban con naturalidad, sin rebasar un ápice el marco definido año a año. Pareciera un playback con matices temporales que marcan los rostros cuyas ideas, por oposición, reiteran cansinamente.

Otros comunicadores urgían adeptos en ciudadanos anónimos. Demandaban su opinión sobre España y la deriva nacionalista. Interrogantes demasiado complejos para avezados analistas y probos tertulianos, cuanto ni más para simples ciudadanos de a pie. Las respuestas vagaban desde una situación preocupante al abuso impune e irrefrenable del nacionalismo desaforado bajo la ominosa parálisis de un gobierno timorato. Incumplimiento de la Ley, deslealtad e incesante desafío conforman el camino que radicales, conscientes o inducidos, recorren con total exención. Adosan un victimismo compasivo e histórico que, al proyectar una realidad adulterada, cosecha pingües “satisfacciones” crematísticas. Aquellos vicios y estas rutinas parásitas van generando un malestar social que el futuro prevé alarmante. Cuando el paro y la angustia castigan sin control, no se pueden comprender diferencias ni privilegios.

DENAES convocó una manifestación en defensa de la patria española. Deducir la visión de sus líderes respecto a España se vislumbra sencillo. Cuando como respuesta final la sociedad civil toma la calle, certifica “a contrari” la inoperancia institucional en su doble vertiente. El dato supone un escenario terrible. Dibuja al país en peligro real de desmembramiento, de aniquilar conjunciones que propiciaron antaño logros únicos en la Historia. Treinta años fabricando odio, ese sustitutivo de argumentos inconsistentes, no resulta baladí. Proclaman, a su vez, el idioma esencia identitaria y diferenciadora. Ambos mecanismos provocan compartimentos estancos que hacen incompatible la vertebración nacional. El  iracundo rechazo al borrador de Wert confirma una situación límite. Nos encontramos en una encrucijada dramática.

Vivimos tiempos revueltos donde la Constitución (marco general de convivencia) se tergiversa e incumple a diario mientras su garante es un Tribunal laxo y politizado. Ponen al descubierto la inmoralidad acentuada, con pocas excepciones, de políticos fulleros y las tragaderas de una sociedad obcecadamente necia. Tras comprobar el desacuerdo que amasan Rajoy y Rubalcaba respecto a la solidez de nuestra Carta Magna, el interés mediático se centró en definir España. A expensas del significado inestable, aparecieron acepciones históricas, poéticas, afectivas, tangibles, fantásticas, épicas y románticas; una relación hecha a la luz de épocas remotas, como si el presente presentara un aspecto corrupto y desagradable, tanto que se les notara cierta reticencia a catalogar la España presente.

España hoy genera temores, complejos, salvedades. Rajoy evita su defensa y languidece por unos falsos cerros de Úbeda cuando, ante cualquier compromiso, asegura inasequible el final de la crisis en dos mil trece o catorce. Rubalcaba la ignora y sólo le interesa meter el dedo en el ojo del PP. Los nacionalistas la detestan por estrategia o por error. Algunos individuos la venden por un plato de lentejas capcioso e iluso. Otros la veneran y defienden orgullosos, impacientes. Los políticos, en fin, la usan en su mayoría mientras el pueblo, salvo exigua porción, la acalla por obviedad fervorosa, quizás indolencia testimonial.

España en este momento dista mucho de ser un poema que estimule el goce del esteta. Tampoco levanta apasionados afectos, antaño atesorados por el común. Esconde todavía un peso histórico de grandeza imperial que cuatro desalmados desean borrar a golpe de impostura. Pasamos de la rebeldía heroica del siglo XIX (vertebración civil ante un soberano felón) al entorno hosco, irritante, descorazonador, que padecemos. España, ahora mismo, suscita una cuestión que se debe despejar.

Rajoy es incapaz de impulsar con rigor el cumplimiento de la ley. Rubalcaba ocupa sus esfuerzos en armonizar un partido roto, anclado y sin referentes europeos. IU puede juzgarse como un jinete sin cabalgadura; su destino es delirar en este marco capitalista. Se mueve entre dos imposibles: su propia evolución y la metamorfosis del sistema económico. Los nacionalistas se enredan en la contradicción permanente. La Historia demuestra que unos no quieren ser independientes pero la inercia social (que ellos siembran) les marca un itinerario azaroso. Otros apetecen un territorio soberano pero el statu quo lo encalla y lo torna utópico. Los proyectos minoritarios, verbigracia UPyD y Ciudadanos, navegan en el recelo. Sin duda consagran buena noticia y mejor perspectiva. Al pueblo, España le duele. La adora de verdad, sin intenciones bastardas, pero su impotencia o, peor aún, su desidia tolera a los políticos que España hoy sea un problema.

 

 

sábado, 1 de diciembre de 2012

SUSPENSO MERECIDO


Más allá de una probable deformación profesional, atisbo cierto paralelismo entre sistema democrático y educativo. Ambos vienen determinados por dos factores principales: gobernantes y gobernados en el primero; educadores y educandos constituyen los simétricos en el segundo. Son tan influyentes que la vida se desliza a caballo de uno u otro. Interaccionan de forma palmaria en los distintos estadios personales. Infancia y adolescencia se acomodan con plenitud al sistema pedagógico que establece una impronta formativa. Después, el resto de su existencia, gozarán o expiarán -depende- un sistema democrático que suele destaparse, a nivel patrio, bastante abusivo. Deglutimos la fase docente, cual medicina amarga, con la esperanza de merecer una paz posterior que, hasta el momento, parece esquiva.

Todo sistema humano sugiere una realidad dinámica, mutable. Necesita, por tanto, el análisis reglamentario a fin de adecuar tipologías, atributos y desarrollos. Su evaluación ha venido ajustando ámbitos, destrezas e instrumentos a las nuevas circunstancias y concepciones. En fechas antiguas quedaban al margen sectores que formaban las élites de poder: educadores y gobernantes. Aires recientes trajeron rudimentos y estilos igualitarios. A priori, quebraron cualquier signo o trato discriminatorio. Se impone un proceso global, sin atajos acomodaticios. Sólo así evitaremos conclusiones parciales e imprecisas. En el espacio educativo, desde hace años, predomina un proceso de enseñanza-aprendizaje que tasa, entre otras variables, la idoneidad; asimismo lo perfectible de profesor y alumno desterrando culpabilidades unidireccionales en notorios fracasos orgánicos.

Si consideramos justo y conveniente tal examen que implica a los actores sin excepción, traslademos esta premisa a la esfera social. Nos proponemos juzgar la actividad política sin dejar al albur ningún recoveco. Enjuiciaremos sin filias ni fobias -lo aspiramos al menos- actitudes, promesas y comportamientos de los agentes que intervienen, desde diferentes quehaceres, en el devenir del sistema democrático visto a partir de un marco temporal inmediato.

Las pasadas elecciones generales del 20N supusieron una derrota histórica para el PSOE. El PP, de rebote, obtuvo mayoría absoluta. La ciudadanía otorgó a Rajoy lo que pidió para realizar cuantos cambios fuesen precisos a la hora de reparar los desperfectos económicos e institucionales ocasionados por el infame e indigente Zapatero. Transcurrido un año, el PSOE (olvidando siete años desastrosos) continúa prepotente, falaz, manipulador. Escaso de autocrítica, somete al gobierno a una presión destructiva que, en este marco aciago, le está ocasionando permanente y extrema fuga de votos. El ejecutivo no se queda atrás en los despropósitos, tampoco en la merma de votantes. Sin cumplir ninguno de sus compromisos electorales, airea pretencioso medidas que, salvo una tibia reforma laboral, no pasan del anuncio reiterativo. Ejecutan con total destreza ese principio lampedusiano de “cambiar todo para que nada cambie”. El hartazgo y abandono ciudadano parece un desenlace lógico pero insuficiente a juzgar por el bajo índice de abstención, señal inequívoca de que la sociedad practica su castigo, sin más, en tertulias de café.

Los nacionalismos van ganando terreno a medida de su radicalización. Cada uno procura explotar las contradicciones que debilitan el respectivo edificio doctrinal. La izquierda resquebrajando la universalidad y cohesión obrera a la par que coquetea con la derecha burguesa. Esta traiciona a sus bases sobrias, gentes de orden, desafiando con todo lujo de desplantes el compendio legal. PNV y CiU se echan al monte guiados por visionarios quiméricos sin demasiado crédito colectivo. No puede travestirse de lobo un manso cordero que enseña dentadura láctea. Por este motivo, el independentismo puro, quien detesta la unidad nacional por encima de cualquier consideración, vota BILDU o ERC; formaciones que representan, como máximo, un quinto del electorado. Al final la burguesía nacionalista ha de pactar con PSOE o PP, dos grupos ganados por la indecisión y el disfraz, al igual que ellos.

El pueblo, los gobernados, no aguanta un mínimo ejercicio de consistencia. Exhibe a calzón caído un raquitismo lacerante. Incapaz de desplegar un ápice de fuerza, oscila víctima de una embriaguez intelectual, cual títere de guiñol, guiado por la manipulación y falsos augurios de auténticos especialistas. Su acriticismo conforma la estructura deficiente del sistema. El político debería pergeñar la coyuntura que exaspera.

Decía Guillermo Alberto O’Donell: “La democracia está hoy y lo estará siempre en una especie de crisis, pues desvía constantemente la mirada de sus ciudadanos de un presente más o menos insatisfactorio a un futuro de posibilidades incumplidas”. El sistema, este que conocemos, se hace merecedor del suspenso. En mi dilatada etapa docente nunca tomé una decisión negativa con tanta seguridad. Los políticos (salvo honrosas y raras salvedades), sobresalientes en indecencia, se encuentran lejos del aprobado. La sociedad, por su parte, arrastra reputación de indolente, necia e ingenua. Extramuros -taberna o plaza- aprueba con nota. A la hora de la verdad, cuando llega el momento decisivo, cuando ha de imponerse el raciocinio, la praxis, su nota es vergonzosamente mediocre. Es indudable, nuestra democracia necesita mejorar. Está suspensa.

 

 

sábado, 24 de noviembre de 2012

LA FARSA Y LA CAMPAÑA


El lenguaje permite una comunicación completa entre personas. Sin embargo, para que sea eficaz hemos de precisar con esmero vocablos y significado en una correspondencia inequívoca. Si incumpliéramos esta premisa, la polisemia del idioma español nos llevaría a un fárrago impenetrable. Farsa, según el DRAE en su cuarta acepción, significa “enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar”. Los políticos, masivamente, son especialistas de la farsa; incluso abusan de ella. Cualquier momento es adecuado para esconderse tras esa máscara histriónica que les permite protagonizar los mayores excesos verbales al amparo del papel asignado en el marco de la figuración. Son actores y están exentos de peajes lógicos, éticos y morales. Así, al menos, lo creen ellos.

Amores y, sobre todo, desamores llenan el graderío. Los afectos últimos llevan impregnada la praxis. El oyente muestra predilección por el personaje refractario, a quien dirige su encono. El actor no debe buscar la estima a sí mismo sino el odio a su rival. Este objetivo, que parece una paradoja, marca el éxito del político moderno. No interesa desmenuzar programas e intenciones. Primero porque escasean y luego (o a resultas) porque al ciudadano se le ha persuadido a favor del voto contradictorio, severo, en lugar de aquel que revela convencimiento y razones plenas. Probablemente el individuo sea consciente del juego; pero aunque -imbuido- lo mantenga, se le excluye de establecer su reglamento. Como dijo Bismarck: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”.

La campaña electoral en Cataluña navega (quizás naufraga) por procelosas aguas. Un Mas desconocido (aunque poco a poco al descubierto, en apariencia) quiere capitalizar, sin que signifique que la cabra tira al monte, todo protagonismo a fin de atesorar -sirva la expresión- una mayoría absoluta al objeto de satisfacer un prurito personal, profetizo. Jamás Pujol, su maestro y promotor, consiguió superar una minoría mayoritaria que aportara, aparte vanidades, un gobierno personalista. Don Arturo coloca toda la carne en el asador retórico. Lenguaraz, importuno y desestabilizando permanentemente lealtades institucionales, trastabilla consciente por esa cuerda floja que puso bajo su pie el once de septiembre. En esa fecha, necio e imprudente, se izó a una cuadriga (concierto fiscal, soberanía, independencia y Europa) desbocada que llevará a él o a Cataluña al precipicio. Un cálculo incorrecto, un pronóstico incierto, mueve la farsa a melodrama.

Por desgracia, en esta España de nuestras desazones, se pretende camuflar la farsa con otra más aparatosa. El caso es ocultar la sustancia en envolturas, exógenas a ella, plenas de quimera o de insidia. Ahora, próxima la papeleta a su destino, aparecen con todo lujo de detalles las presuntas irregularidades económicas de familiares muy cercanos a la médula convergente. No cuestiono el hecho y sería tan oportuno como necesario que se aclarasen responsabilidades (incluida la satisfacción penal o civil) a que hubiere lugar. Sin embargo, me parece repugnante la utilización política, evidente en este caso, de un asunto que ocasiona alarma social. Considero, ética y estéticamente, tan nauseabundo el uso de la noticia que lo noticiable. No por ello desdeño la trascendencia del asunto, más si cabe por la angustiosa crisis que padecen muchos españoles.

Del revoltijo de informaciones, mentidos y desmentidos, entresaco una cargada de humor si no grotesca. Se refiere al augurado proyecto postelectoral (realizado por algunos medios) que une a CiU y ERC al objeto de gestar un sólido empeño -léase plan- soberanista que permita a los catalanes superar en cinco años su longevidad, entre otros cánticos de sirenas odisiacas. En el fondo, se trata del viaje a ninguna parte. Posible es porque todavía hay milagros. Apostaría, asimismo, por el imposible físico y metafísico; por la imbricación utópica y la divergencia nítida. ¿Acaso son miscibles la alta burguesía y la clase media baja? El análisis correcto proviene del fondo, jamás de la burbuja.

El ganador, aun con exigua victoria, gobernará solo con apoyos concretos del PP que se ha convertido en aderezo de salsas nacionalistas gracias a su estómago múltiple que, cual rumiante, engaña a propios y extraños en esas degluciones lentas, sinuosas y difuminadas u oscuras. Será lo auspiciado por el burgués catalán, por la mayoría de catalanes y por Mas, junto a sus variados quebraderos, allende la farsa y la campaña.

 

 

 

domingo, 18 de noviembre de 2012

HUELGA GENERAL INDIGNA


Calientes aún los rescoldos (y actuando contra mi habitual distanciamiento para objetivar el foco del examen) trenzo los siguientes renglones, no ya sobre la huelga sino diseccionando gestores, motivos, tácticas, servidumbres e impudicias. El epígrafe desea mostrar lo denigrante que es un relato en el anacrónico marco de avasallamiento liberticida que nos invade a veces. Me lo comentó uno de mis hijos, asqueado, tras verlo en la tele. Unas jóvenes ociosas tomaban un reparador refrigerio a la intemperie bonancible de cierta terraza. A poco, el escenario se llenó con la presencia incómoda e ingrata de eso que se le ha dado en llamar “piquetes informativos”. Desconozco si medió palabra o no (indiferente para calificar el hecho), pero una “piquetera”, atiborrada de sinrazones, vertió sobre el testuz juvenil de una de las chicas, que optaron por huir silenciosas ante el trato amistoso, el resto del líquido nutrimento. Indigna e insólita práctica informativa. Constituye un atributo estándar de la Huelga General. Luego proclaman, mordaces, la manipulación de los medios audiovisuales.

El diccionario de la RAE revela que indigna significa “que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias”. El caso expuesto en absoluto puede considerarse aislado ni extraordinario; anecdótico como algunos apetecen enjuiciarlo. La columna vertebral de estos informadores no la dotan filólogos y, menos, retóricos. Se llaman piquetes, ¿verdad? Si tuvieran otra función diferente a la coerción se les denominaría, verbigracia, “peritos del verbo”, “profetas de la concordia”, quizás “maestros de la convicción”. Aunque el adjetivo suavice las formas, el sustantivo atrae un sinfín de  inquietudes. Las atrae y las materializa. Simple y evidente, ¿o no?

Los defensores de estas actitudes (progres de boato y elevado estipendio) aducen la necesidad como contrapeso virtuoso. Mantienen capciosamente que es el empresario quien fuerza la situación con amenazas tácitas de despido como respuesta al denuedo irresponsable de secundar una huelga atentatoria e inoportuna. Justifican a la contra el cometido de los piquetes; visten de virtud su debilidad argumental. En cualquier caso, no puede legitimarse un escenario claramente opresor, vandálico, para atajar supuestas injusticias que tienen su asiento y réplica en la legislación actual. Semejantes consideraciones validarían hipotéticos grupos de defensa ciudadana ante casos graves, de inseguridad o proporcionalidad, que sí atenúa el código penal. Al final legitimaríamos la ley de la selva.

Los sindicatos UGT y CCOO, corresponsables de la actual situación económico-laboral de España, se permiten ofrecer soluciones cuando han ocupado siete años en acrecentar el problema. Alcanzan el clímax del descaro. Ese desaforado afán de convertirse en veletas de la opinión, según venga la dirección del poder que los impulsa, les hace arrostrar un crédito cada día más exiguo. Terminarán por desarmarse ante un mundo laboral moderno, ajeno al del siglo XIX, a quien dirigen métodos y eslóganes anclados en la vetustez vana. Ellos, que sí se han adaptado al moderno sindicalismo europeo, no son capaces de explicar la nueva entraña burocrática del sindicato a un trabajador, o parado, al que siguen considerando dogmático o necio. El temor los ciega y la contingencia de la incomprensión los paraliza.

El personal, no obstante, ajeno a sus vigilias para atesorar subvenciones, sabe que detentan un patrimonio inmobiliario que no se corresponde con las propiedades anteriores a mil novecientos cuarenta; que CCOO carece de derechos históricos para ocupar ninguna sede; que se les exonera de múltiples impuestos, tasas, permisos y otros pormenores correosos para el común de los mortales; que reciben cantidades inmensas, directas o excusadas tras biombos más o menos pertinentes; que el organigrama democrático y la claridad, que ellos exigen a los demás, suelen brillar por su ausencia; que, en fin, se solapan con el poder (alabando ciertas preferencias) que exprime y sojuzga sobre todo al trabajador, ese sector que hoy configura la clase media.

Méndez y Toxo, o viceversa, cuando atacan al gobierno cometen una injusticia y cuando lo hacen a los financieros consuman un brindis al sol. El sindicalismo no debe agredir a nadie, tiene que defender a los trabajadores. Esta diligencia, hoy por hoy, la ha dejado para mejor ocasión.

La huelga general siempre es política, revolucionaria. Pretende desgastar un ejecutivo, derrocar un gobierno; complementar, cuando no suplir, la función de los partidos. Se ha convertido en apéndice vermiforme; es decir, algo perfectamente inútil, molesto y eliminable. No puede alinearse con la apología de algo o de alguien. Es un trasfondo pleno de ribetes indignos.

 

lunes, 12 de noviembre de 2012

CORRUPCIÓN, VÉRTIGO Y MUERTE


Ludwig von Mises, practicante de un liberalismo casi libertario, aseguraba: “La corrupción es un mal inherente a todo gobierno que no esté controlado por la opinión pública”. El mensaje es tan palmario que sólo una mente dominada por la irracionalidad del dogma puede negar su justeza. A tal efecto, todo poder social se mece en cuna democrática, pero ambiciona controlar, paradójicamente, los medios de comunicación. La corrupción, capaz de depravar y pudrir el sistema, alimenta su lactancia con proceder inofensivo, inocuo, envileciendo la conciencia del ciudadano. Cuenta con la colaboración necesaria de informadores que abandonan cualquier adeudo deontológico y se avienen a un alquiler infame.

Cuando la crisis económica aprisiona al individuo, muerde su cuerpo y (de forma lacerante) su alma, surge poderosa una vehemencia rebelde, dispuesta a afianzar actividades que neutralicen sus efectos dramáticos. Conforma, sin duda, un terreno fértil, idóneo para que la corrupción emerja pujante, imparable. Asimismo potencia su exuberancia con ese fertilizante eficaz que genera el relativismo moral dominador. Políticos indigentes han cocinado al amparo de una torpeza manifiesta o, peor aún, de una gula viciosa, el escenario perfecto para jugar impunemente con formas y leyes.

La colectividad (formada por contribuyentes, desaparecido el ciudadano) sufre a diario un atracón de noticias, relatos, -tal vez experiencias- en que el soborno u otra manifestación pareja sea fenómeno recurrente. Lo que llega al conocimiento común constata ese epílogo generalizado de “ser únicamente la punta del iceberg”. Los desgraciados sucesos que cercenan de tarde en tarde el sosiego humano, nos dan pautas fehacientes para sospechar la magnitud real de tal corrupción, que suele vestir diferentes ropajes. Noel Clarasó, genial humorista del pasado siglo, pone al descubierto una de las imaginadas vestimentas al advertir: “Un hombre de Estado es el que pasa la mitad de su vida haciendo leyes y la otra mitad ayudando a sus amigos a no cumplirlas”.

Bancos y Cajas, otrora dadivosos con dineros ajenos, están empeñados desde hace meses en crear una atmósfera irrespirable, donde los desahucios elevan el vértigo a categoría, a vocación. Al parecer, desde dos mil ocho se han producido cuatrocientos mil. El Banco de España, que no puso freno a la paranoia general; las entidades financieras, con voraz apalancamiento y el sujeto, alegremente hipotecado, son corresponsables de la situación actual. Ninguno quiso poner fin al endeudamiento familiar que superaba con creces el cuarenta por ciento de su renta, porcentaje lindero para evitar sobresaltos. Sin embargo, los efectos no son compartidos. El staff del Banco Nacional se va de rositas, Bancos y Cajas son rescatados con el aval de todos; el deudor moroso (ya quisiera poder sufragar su carga) lucha en solitario contra la miseria y la vergüenza.

Dos conciudadanos, hombre y mujer, se han suicidado bajo la amenaza del desahucio, en principio. Carecemos de datos para ligar con firmeza hechos, legales pero antisociales, y secuelas luctuosas. A pesar de las correcciones puestas en marcha con celeridad, los políticos -como siempre- reaccionan tarde. Me encuentro indeciso entre calificar tal decisión como un testimonio auto inculpatorio o resultado de un gesto digno. A su pesar, los suicidios ocupan la conciencia de la élite. Para los ciudadanos corrientes constituye una desdicha no poder aconsejar, a sus compatriotas extintos, con las palabras de Michel Cioran: “No vale la pena molestarse en matarse porque uno siempre se mata demasiado tarde”. Esperemos que esas muertes traigan crónicas venturosas en un futuro cercano.

Comenzamos noviembre con cuatro chicas jóvenes cuya vida se llevó un Halloween de terror, multitudinario y extraño, envuelto en la vorágine, el vértigo y la corrupción. Pudieron evitarse, pero el pánico (siempre a flor de piel, acrecentado por el marco que nos agrede) obnubiló juicios y las presuntas corruptelas y ruindad moldearon un comportamiento calamitoso, punitivo. “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas” precisó Albert Camus. Seguramente se refiriera no a los sistemas sino a las actitudes humanas porque, en aquella época, la maldad del totalitarismo era obvia. Descubrir al tirano, que antoja  vidas y haciendas, es complejo en un régimen de libertades porque se enmaraña y solapa con él. El demócrata debe denunciar cuanto error se cometa para evitar actitudes opresoras, pero por lo mismo debe concebir corrupción, vértigo, etc. remediables; todo menos la muerte.

 

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL RECORRIDO DE LAS TONTERÍAS


En la película Forrest Gump, bajo la penumbra silenciosa de cualquier cine, pudo oírse: “tonto es el que dice tonterías”. A su pesar, discrepo profundamente. La palabra abandona al mensajero desnuda, sin acepción. Pudiera compararse a una onda electro-magnética que se convierte tangible, corpórea, en ese receptáculo audiovisual cuya oferta la ciencia vuelve casi vetusto de forma inmediata. Tal es el avance, que la primicia parece enseguida algo arcaico, superado. La tontería (digo) toma cuerpo, proclama su existencia, alardea de identidad, al momento mismo en que el individuo le concede carta de naturaleza, precisión y beneficio semántico. Por tanto, quien acapara todo protagonismo expresivo (apoderado infeliz en este caso) es el receptor que la bendice con sorprendente entusiasmo.

Mas, borracho de épica, quiere emular a su tocayo rey ficticio. Gustaría gobernar sin perfiles, limpio de extremos, con formato redondo; a la usanza de aquella tabla donde el soberano sentaba a sus pares. Se ha pasado de rosca, no obstante. Ni él está orlado de majestuosidad, ni sus consejeros son caballeros, al menos desde esta concepción novelada. En el fondo, ha perdido ese adminículo llamado tuerca que hace imposible toda comprobación eficiente. Así la rosca queda libre de cualquier control cualitativo o empírico. El encumbrado político, soberano sin trono, ha desgranado el programa electoral abarrotado de fantasías más que de pretensiones. Debe saber qué siembra y maliciar qué frutos recogerá.

La sola relación de objetivos supone, a priori, confianza extrema si no excéntrica ocurrencia. Quizás estratagema evasiva. Creación de sesenta mil nuevas empresas, déficit cero, situar las universidades catalanas entre las doscientas mejores del mundo, tasa de paro equivalente a la media europea, etc. reflejan algunas medidas del alegato. Constituyen las ofertas posibles. Otras ocupan holgadamente el dominio de lo milagroso: reducir al cincuenta por ciento los muertos y heridos graves en accidente de tráfico (no se menciona la hipoteca a favor de San Cristóbal), aumentar en cinco puntos la tasa de supervivencia del cáncer y, sobre todo, elevar un cinco por ciento la esperanza de vida de los catalanes. ¿Alguien puede desear más de lo que brinda Mas?

Samuel Butler decía: “Si en el mundo no hubiera más tontos que pícaros, los pícaros no tendrían de quién aprovecharse para vivir”. Aseguro que el amable lector sabe desglosar a tontos y pícaros en el caso expuesto. Es el último en los arrabales patrios y destaca por su contenido insólito. Adosada a él camina la incredulidad e incluso, en mayor medida, la esperanza. Arquímedes apuntó que la esperanza es el sueño de los tontos. Se asienta poco a poco una ilusión putativa (sinónimo ruidoso de postiza) que conlleva justo castigo a quien apetece timar al individuo con tan burdas propuestas. Me gustaría escuchar, en silencio, decir a Mas el veintiséis de noviembre, tras un sonado chasco electoral: “y el tonto soy yo”.

Por suerte o desgracia, las tonterías carecen de patente. Incluyen cualquier sigla, acompañan sin rubor a gobernantes y prebostes autorizados. El PSOE las apila con deleite porque precisa un verbo torrencial, degradado por siete años de despropósitos. El PP le va a la zaga acortando distancias. Por eso hablan poco y no explican nada. Temen hasta al silencio. Este marco abre el apetito retórico a los ministros que cabalgan a lomos del recelo. El señor Fernández Díaz nos regala el mayor porcentaje de ¿cómo lo diría?... dislates, al anunciar que el ejecutivo no va a negociar con ETA a cambio de liberar presos o, en su caso, impulsar la ilegalización sobrevenida de BILDU. La ministra Báñez aprecia ya “brotes verdes” con otra expresión. ¿No creen que dichos y hechos están separados por distancias astronómicas? Sospecho que las elecciones en Galicia y País Vasco harán permutar de campo a los tontos.

¿Por qué es tan amplia la esfera adscrita a las tonterías? Solemos encontrarlas en altas instancias, sindicatos, patronal, deportistas, cómicos, etc. Mención especial merecen los medios audiovisuales, destacando la televisión. Este cotejo no me produce placidez ni entusiasmo porque, como señala el adagio popular: “manden unos, manden otros, los tontos siempre somos nosotros”.

domingo, 28 de octubre de 2012

ANÁLISIS SERENO


Nunca fueron buenos consejeros premuras ni prendimientos instantáneos; tampoco primeros planos que hacen exiguo el campo visual. Una semana después se tiene información amplia y talante impermeable. Lamento, sin embargo, martirizar al amable lector con la árida enumeración de unos datos previos que se hacen necesarios. Veamos. El veintiuno de octubre, en Galicia, el PP perdió ciento treinta y cinco mil votos aunque obtuviera tres diputados más que en dos mil nueve. El PSOE sacrificó doscientos treinta mil y siete diputados. El nacionalismo, compuesto por AGE (Alternativa Galega de Esquerda) y BNG, ganó setenta y cuatro mil y cuatro escaños. La escisión del nacionalismo gallego bendijo una holgada mayoría del PP. Sin esta eventualidad hubiera repetido mayoría, por estrecho margen, gracias a la abstención que perjudicó al PSOE, sobre todo. En el País Vasco, el PNV pierde dieciséis mil votos y tres diputados. BILDU gana ciento setenta y seis mil y dieciséis diputados. El PSOE se deja ciento siete mil y nueve escaños. El PP pierde dieciséis mil y tres diputados. UPyD pierde setecientos votantes pero ningún diputado.

Los primeros análisis hablan de una victoria “sin paliativos” del PP en Galicia y un “desastre” en el País Vasco. Con mayor exactitud se apostilla el fracaso total del PSOE. El tiempo alumbra el exceso de optimismo con que comentaristas y líderes loan un falso triunfo pepero (aquí acumulan una derrota mayor, a pesar de las apariencias) servido por los gallegos. La realidad viste de luto ante el fallecimiento de ambos partidos nacionales. Su defunción fortalece, por contraste, al nacionalismo radical. BILDU y AGE son los auténticos triunfadores en las elecciones del 21 O y el verdadero problema de España. Desconozco si todavía queda tiempo para rectificar tal dinámica secesionista que ha pillado por sorpresa, asimismo, a nacionalistas de mentirijillas; de esos que enarbolan con una mano el señuelo mientras agitan significativamente  una furtiva bolsa con la otra.

“Yo no soy político. Además, el resto de mis costumbres son todas honradas” expresó Artemus Ward en el siglo XIX. Creo compartir con el referido escritor análogo carácter. Semejante detalle, así como las reiteradas reseñas que proporciona cualquier encuesta, me permite vislumbrar un escenario en Cataluña idéntico al analizado. Quizás pueda incrementarse el descalabro de un PSC errante y roto. Aquí, en esta Comunidad, se acrecienta la deriva independentista por la huida adelante que viene protagonizando CiU, hasta ahora moderado ideológica y tácticamente. CiU y PSC han alimentado un monstruo que empuja al primero a radicalizar el discurso y devora al segundo, víctima de incoherencias y vacilaciones. Cataluña se encuentra en una encrucijada opuesta a aquella que, en el siglo XVII, desembocó en los trágicos sucesos del Corpus Sangriento. Hoy, la sociedad catalana parece embarcarse sin plena conciencia en proyectos quiméricos de resultados inciertos respecto a logros, sinsabores y peajes solapados.

Peter Drucker, padre del Management, mantenía que “la mejor estructura no garantiza los resultados ni el rendimiento, pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso”. Management es el método corporativo cuyo fin se centra en mejorar la eficacia de una empresa. Se basa en la elección de procesos adecuados, entre ellos el mantenimiento de la cadena de valor. Un partido político tiene, o debe tener, gestión empresarial. Nadie negará que, aparte el descrédito general, PP y PSOE perciben los umbrales de la desaparición más que del descalabro. Así lo indican los postreros resultados electorales.

Tal marco afecta seriamente a la convivencia en España. No importan siglas ni líderes, pero sí sus efectos. Es mala noticia el imparable ascenso de doctrinas excluyentes, de dudoso proceder democrático. Los partidos vertebrales han desarraigado la cadena de valor; es decir, la idea de Estado y sus fundamentos ético-jurídicos. PP y PSOE deben abandonar diferencias artificiosas y enfrentamientos egoístas. Es imprescindible, al menos, sentar las bases de la independencia judicial, racionalizar la estructura territorial y concebir un sistema educativo que armonice esfuerzo personal e igualdad de oportunidades. También ha de corregirse el acomodo partidario demoliendo reductos intestinos. Por supuesto, se hace imperioso modificar la Ley Electoral para que se haga del poder un reparto equitativo. Precisan, a nivel interno, atesorar principios sólidos, lealtad al ciudadano y congruencia sin tacha.

A pesar de estar en juego el sistema democrático, la unidad territorial y su propia subsistencia como partidos, me temo lo peor. Alguien aseguró que a los políticos no les gusta pensar lo que dicen. Sospecho que tampoco lo que hacen. Allá ellos con su responsabilidad, patriotismo y sentido común. La ciudadanía empieza a dar muestras poco alentadoras. Entre tanto, prebostes, afines y anexos, siguen ciegos y sordos; hostiles al análisis ecuánime. Basta ya de vanas inculpaciones recíprocas. O siembran ideas o nos hundimos.

 

sábado, 20 de octubre de 2012

COBERTURA POLÍTICA OBSCENA


Los partidos políticos aprovechan cualquier coyuntura para obtener beneficios electorales. Si la sociedad se muestra absorta, indolente, algunos adversarios del gobierno -muy concretos y que conforman una oposición hostil- fustigan sus más toscos instintos. Persiguen una muchedumbre domada que constriña determinados soportes democráticos. Sin embargo, quienes hacen de lo público un medio exclusivo de vida, no se conforman con el alboroto moderado, testimonial. Desaforadamente inquietos por una ansiedad sin freno, borrachos de poder, maduran la movilización general revolucionaria; aquella que pretende violentar, con mil excusas, hipotéticas soberanías ciudadanas. Suelen recurrir a sectores dogmáticos, abducidos; idóneos para ejecutar acciones radicales que llevarán a cabo, no ya contra la élite opresora (de cuyo núcleo forman parte los cabecillas) sino contra la población.

Reconozco que todo sector social puede desplegar razones para la queja; para expresar, incluso con cierta vehemencia, su hartazgo ante un escenario oneroso de cuya gestación se reputa inocente. No obstante, me parece inadjetivable el uso, y hasta abuso, a que es sometida una comunidad bastante irreflexiva y presta, bajo hábiles estímulos, a la revuelta estridente. El individuo aporta, con su indignación, parte del sustento al verdadero objetivo, a la maldad política; empero, quien atesora el fraude (por tanto la mala fe agravante) debe buscarse en esa minoría tonsurada que instiga al desorden con fines espurios. Estas algaradas suelen rozar el ensañamiento si no lo sobrepasan. Es la táctica nazi o totalitaria -valga la redundancia- para quebrar ilegítimamente un poder constituido.

Además del viejo vicio expuesto, existe otro con parecido semblante. Me refiero a la circunstancia temporal, mejor dicho extemporánea. Constituye la prueba que confirma el lecho político por el que transcurre toda protesta (siempre de la oposición), especialmente si en ella pastan los partidos considerados de izquierdas. Poco importa deslindar culpables. Se magnifica el momento para beneficio u olvido de la fuente. Asimismo, les puede servir el argumento antagónico si fuere preciso. La masa, en mayor grado si está atomizada, acepta sin pestañear una tesis y su contraria.

Esta huelga de estudiantes configura un claro ejemplo de manipulación. Se aduce como motivo casi único una supuesta mengua de la calidad educativa debida a los recortes. ¿Quién puede ofrecer datos rigurosos que dejen traslucir una implicación concluyente entre recortes y deterioro cualitativo? Meras especulaciones. Pareciera lógico sospechar que con menos medios materiales y humanos, la educación deba sufrir un empeoramiento manifiesto. Pese a quien pese, aquellos factores que influyen de manera capital en el éxito o fracaso no son precisamente los tangibles. Así lo vienen demostrando diferentes informes PISA, en años de bonanza, y mi propia experiencia. Cuando empecé mi andadura profesional, mediados los sesenta del pasado siglo, era común tutelar un aula con tres niveles y más de cincuenta alumnos. Puedo dar fe de que, en conocimientos y preparación, superaban con creces a los actuales cuya ratio -en primaria- no llega a treinta. ¡Ah!, ahora rige la LOGSE.

Se ha dado el caso chocante, insólito, de que la CEAPA (en origen Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos, hoy con la innecesaria coletilla de “y Madres” pues el plural entraña padre y madre o un velado insulto a la madre, aparte la casuística que puedan traer los nuevos tiempos), una de tantas asociaciones instrumentales teledirigidas por el PSOE, apoyara la huelga; es decir, brindara -más o menos directamente- a niños con el empeño de conseguir algún rédito político en una acción execrable. Menos impúdico, aunque origine mayor desconcierto social, es el soporte explícito que diversos líderes socialistas han concedido a estas movilizaciones. Haciendo gala de gran cinismo, acusan al gobierno actual de los mismos yerros que ellos cometieron con entusiasmo en una atmósfera de resignación y silencio. Sólo los jetas mentecatos se atreven a jactarse de tan irracional extravagancia. He ahí la providencia fortuita del gobierno incompetente que padecemos.

El broche de oro lo ponen (¡cómo no!) los sindicatos. Para recargar su crédito y soporte social -abandonado hace lustros-, para garantizar un modus vivendi subvencionado a través de la presión, las centrales sindicales mayoritarias, y sus cuantiosos liberados, han dispuesto una huelga general para el catorce de noviembre. Algún líder, obnubilado por la quimera, calificó de hito histórico esta “primera huelga ibérica”, cuando media Europa ha previsto docenas. ¿Tiene sentido forzar dos huelgas generales en pocos meses? ¿Quién va a pagar los vidrios rotos? Debe ser el desperezo de siete años de práctica inactividad.

Dos huelgas generales, unas violentas manifestaciones estudiantiles de fría raíz invernal, un cerco al Parlamento y una huelga más, también colegial, en menos de un año, parece de difícil digestión. La sociedad tiene justificaciones sobradas para un rechazo masivo de gobiernos y políticos en general desde hace, al menos, diez años. Únicamente la avenencia y el hastío lo impiden. A cambio ha de soportar distintas revueltas molestas e inútiles porque encauzan desembocaduras ajenas al interés colectivo.

 

 

domingo, 14 de octubre de 2012

ESPAÑOLIZAR, ADOCTRINAR, COBARDEAR Y APESEBRAR


Aunque parezca lo contrario, no me anima ninguna apetencia especial por el infinitivo pero tampoco encono belicoso sea cualquiera su contenido. El señor Wert (sin ser diestro en su quehacer educacional, desde mi punto de vista, porque ataca una reforma educativa omitiendo rectificar la esencia epistemológica y el principio comprensivo)  merece, al emitir esa fórmula tan chocante, incomprensible y radicalmente censurada, que se concluya una reflexión profunda y serena del mensaje en lugar de arrojar el sobre a la hoguera. Los santones, esa ralea que refuta el púlpito sin bajarse de ellos, deciden quemar la letra para que resulte imposible percibir su espíritu a través de ella. No me sorprende la inquina desplegada por nacionalistas de sentimiento u ocasión, tampoco la respuesta inercial de un PSOE extraviado y con necesidades electoralistas vivificantes. Me asombra, más bien me enfurece, la cochambre de unos y el fariseísmo de otros. El ministro ha hablado con particular tino no exento de bravura, pues debía imaginar el terremoto que iba a ocasionar su reflexión. 

Que los nacionalistas llevan treinta años adoctrinando a sus infantes, no es materia de examen ni objeto de titubeo. Siembran con impunidad lacerante, al tiempo que permisiva, un odio invasor que produce el caldo de cultivo oportuno, indispensable, a un irredentismo falso, imposible, desgraciado. Fuerzan la acción ilegal, capciosa, asumiendo una representatividad íntegra al identificarse plenamente, cual encubierto camaleón, con el territorio. Ayunos de ponderación, todos suelen violar la frontera. Dibujan, o desdibujan, a la vez demarcaciones burguesas (CiU, PNV), proletarias (PSC, PSE), revolucionarias (ERC, BILDU). Definen la misma realidad a través de una curiosa e insólita fenomenología subjetiva. Así, vocean una realidad difusa, postiza, sin pasado ni futuro. Muestran, exigiendo plena aceptación a los demás, actitudes que ocultan  tras una legitimidad popular y democrática (más que vaga) comportamientos totalitarios.


La situación que soportamos se inicia por una vana e infeliz esperanza de integrar los nacionalismos latentes. Un Referéndum sanciona el Estado Autonómico para evitar conflictos que generaron trágicos incidentes hacia mil novecientos treinta y cuatro. Quedó claro, no obstante, la indisolubilidad de España, principio recogido en la Carta Magna. Enseguida, los nacionalistas emprendieron una derrota soberanista; blandieron la independencia por instinto una minoría, el resto por rédito. Quienes habían jurado (quizá prometido) cumplir y hacer cumplir la nueva Constitución, empezaron a cobardear cediendo competencias exclusivas o permitiendo excesos inconstitucionales. La Ley Electoral, que concedía dividendos particulares, obligó a los partidos mayoritarios, supuestamente nacionales, a entregar porciones de soberanía patria a cambio de apoyos concretos. Nadie se salvó. Ninguno puede sacar pecho e imputar al adversario de amparar sediciones o vilezas. La permisividad de sendos ejecutivos, y su apéndice jurídico-constitucional, respecto a las arbitrariedades lingüísticas, terminó por imbricar el binomio adoctrinamiento/odio a lo español, implantando un poderoso alimento identitario. Crisis para el nacionalismo, sobre todo catalán, es sinónimo de perturbación. Declaraciones, aun hechos agresivos y violentos, lo confirman.


Los españoles en masa, asimismo diferentes analistas internacionales, culpan al Sistema Autonómico del grave aprieto que padecemos. También de la dificultad que conlleva, en sí mismo, para abandonarlo. Tal aseveración es compartida por quien posea capacidades libres de lastre dogmático o cicatero; es decir, el conjunto social a excepción de los nacionalismos fanatizados. Si bien su fundamento se debe a un voluntarismo integrador, a poco, ambos partidos mayoritarios, destaparon un afán desmedido por colocar deudos, amigos y afines en puestos de confianza (sin exigencia previa) muy bien remunerados. Ahora, en pleno saboreo de tan exquisitos manjares, les resulta utópico abandonar esos manteles. ¿Quién se atreve a poner el cascabel al gato? ¿Comprenden por qué razón las encuestan ubican a los prebostes en el tercer puesto de las preocupaciones ciudadanas? A mí me desconcierta que no ocupen, muy destacados, el primero.


El tiempo -factor fijo- junto a cuatro infinitivos movedizos, han cosechado estos frutos con maca por la acción de incontables parásitos. Se precisa una maniobra preventiva, puede que enérgica, para reducir el efecto dañino. Conformemos un país consistente, evitemos divergencias, enterremos, por obvias, expresiones -políticamente incorrectas pero necesarias- del tenor de españolizar España (los alumnos catalanes son España), hija humilde de aquel “españolizar Europa” que Unamuno defendió cuando el continente estaba a los pies de los caballos. Proscribamos sus acompañantes funestos: adoctrinar, cobardear y apesebrar (infinitivo todavía no suscrito por la RAE, a pesar del tumulto que le acompaña). Este postrero, en acepción distinta a la que entendió monseñor Mario Aurelio Poli de preparar el corazón para que se hinche de amor navideño. Amén.

martes, 4 de septiembre de 2012

RESCATE


A veces, inexplicables coyunturas que se presentan en la vida premian o castigan al hombre. Esos efectos tienen, casi siempre, una connotación lingüística porque los vocablos acarrean finos hilos interdependientes entre individuo y percepción. Los últimos tiempos nos dejaron dos que hastían y preocupan: crisis y rescate. Ambos dejan de ser conceptos frescos para convertirse en amarga vivencia. Sorprende que postreros gobiernos negaran, obcecados, el primero y este ejecutivo sosias, calcomanía, utilice semejante método (atiborrado de parecido cinismo) con el segundo.

 Se empezó tal embrollo con el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), un rescate a la chita callando, una suerte de parche poroso para atenuar aquella grave dolencia, asimismo rechazada, que padecía la economía española. Surgió a mediados de 2009 con un importe rayano a nueve mil millones de euros, se dijo, cuyo setenta por ciento sufragaban los Presupuestos Generales; es decir, usted y yo. Pretendían restituir los despropósitos de las Cajas de Ahorro totalmente politizadas. Arbitrarios Consejos de Administración (con inconfundible perfil parlamentario y sindical), por acción u omisión, cometieron todo tipo de manoseos y excesos financieros cuando no apropiaciones legítimas o no tanto. Finalmente, el potingue empleó treinta mil millones de euros. Sin embargo, la enfermedad continúa su desarrollo.

 Sin que nadie esclarezca las razones, Estado y Banca se han hermanado en una trama siamesa. Esta compró, con capitales ajenos, deuda pública que aquel no puede devolver. El círculo, viciado y vicioso, se intenta cerrar con un rescate de cien mil millones al haber de la Banca y al debe del Estado, aunque voces cicateras afirmen lo contrario. El aval, eufemismo de débito, recae sobre un Estado cuyo cuerpo político se adereza con ambigüedad y desaliño. Luis de Guindos (en un sin vivir alarmante, casi neurálgico) tararea al BCE: “que sí, que no/ que no, que sí/ que sólo, sólo/ te quiero a ti”. Este tótum revolútum esperpéntico, violenta al individuo instruido y harto de soportar tributos extraordinarios, inexplicados, equívocos y contrahechos.

 Ahora son las autonomías, tentáculo voraz que asfixia al Estado, quienes a grito pelado piden ser rescatadas por el gobierno. Este pone a su servicio dieciocho mil millones cuando la deuda, y los recortes precisos para cumplir el objetivo de déficit autonómico, exceden los cincuenta mil. Tres de ellas (Cataluña, Valencia y Murcia) pidieron ya más de diez mil. El desfase se hace innegable. Sin embargo, la Ley de Murphy avienta a los políticos catalanes y el grano queda eclipsado por la hojarasca. Mantienen, arrogantes, que no aceptarán condición alguna por el ejecutivo nacional, pues esa cantidad se les debe merced a un supuesto exceso en la derrama impositiva; interpretación fructífera del nacionalismo catalán, sobre todo. Una falacia jamás podrá corregir la verdad, aunque se repita mil veces.

 Sospecho que al amable lector el “rescate” bancario y autonómico le parezca innecesario, oprobioso; pues su sentido común impone la enmienda. No se debiera traspasar la barrera que asegura los depósitos. Gobierno y oposición, en alternancia de funciones, muestran un desmesurado interés por las grandes fortunas a quienes van dirigidos todos los desvelos económicos. El desenlace de las Acciones Preferentes confirma tal sospecha. Me gustaría saber quién rescata a las PYMES arruinadas, a la clase media empobrecida, a seis millones de parados, a una sociedad esquilmada; en fin, al parco bienestar que se encuentra en vías de extinción.

 El marco financiero es necesario aunque mezquino, por ello desenfocamos la escena principal; esa que, en apariencia, presenta una importancia nimia siendo nuclear. Nos han implantado un chip materialista, deplorable, que nos predispone a atesorar farfolla, abalorios. Lo pecuniario se ha impuesto a lo inmaterial. Urge rescatar la ética política, la cordura, la educación y el civismo. He aquí el genuino rescate.

 

 

 

 

 

 

jueves, 2 de agosto de 2012

ABSURDILANDIA


Un amigo, filólogo y poeta, es el agudo padre del epíteto que da título al presente comentario. En su lucubración, pudo referirse a la actitud irracional e ilógica de la élite gobernante pero también a la indiferencia ciudadana, renta existencial ante el cúmulo de acontecimientos sinsentido. Kierkegaard y Sartre analizaron tal comportamiento en su teoría de lo absurdo. Sospecho que la intención de mi amigo se aproximaba al primer concepto pues, humanista declarado, suele conceder poca entidad a lo que resulta extraño al individuo en su parcela más íntima. Sea como fuere, comparto plenamente la ingeniosidad.

Que en pequeños Estados del llamado Tercer Mundo, se imponga una deplorable ley de la selva parece razonable. Sin embargo, que esa actitud arbitraria ocurra con demasiada frecuencia en países civilizados, termina por reprobar el propio sistema democrático donde la Ley debe orientar toda ocupación gubernamental. Son muchos los casos que, ora lucro ya prepotencia, anulan el buen juicio llevando al absurdo (además de al ridículo) y deslegitimación a un dominio para el que, claramente, carecen de cobertura legal. ¿Necesito poner ejemplos?

Empezaré por la alta dirección de Entidades Financieras Públicas o empresas de semejante titular. Ambos escenarios son pródigos en especímenes cuya incapacidad de gestión, error o -peor si cabe- de extravagancia han supuesto pérdidas milmillonarias. En este campo, Cajas de Ahorros se han endeudado seis veces, al menos, la cantidad de fondos efectuados por sus impositores. Todo ello con el visto bueno del Banco de España, entidad encargada de controlar los movimientos financieros. Ahora el Estado (es decir nosotros) debe realizar un rescate indefinido, superior a los cuarenta mil millones de euros ¿Por qué no doscientos mil millones?  ¿Acaso sabe alguien la cantidad real?

Seguiré relatando esta competición del disparate con los sindicatos. Originariamente estaban constituidos por trabajadores que pagaban sus cuotas. Ello les otorgaba autonomía financiera y, por ende, libertad de acción. Hoy conforman entes burocratizados, jerárquicamente rígidos, sin representación efectiva y sometidos a la estructura gubernativa de quien se financian. Constituyen la espita, favorable al gobierno de turno, que regula y encauza la presión del mundo laboral en situaciones explosivas. Los millones de parados (según se cuenta) junto a múltiples subsidios, les permite tener saneadas sus arcas.

Nuestros representantes (gobierno u oposición, ¡qué más da!) destapan el tarro de las esencias en cualquier empleo o iniciativa. El ejecutivo actual, excelente oposición ayer, ha perdido el timón y la brújula; aunque parece cautivarles a más no poder el astrolabio. De la oposición, días atrás máximos responsables, nada podemos añadir. Son viejos conocidos pertrechados de ineptitud y otros vicios, presuntos, que la prudencia mía y el ingenio del amable lector me permiten obviar. Sobre esa minoría excluyente, victimista, provocativa, retadora, mejor correr un silencio flemático.

España, los españoles, ha sufrido a lo largo de cinco años un saqueo que supera récords. Se ha derrochado la Hacienda Pública sin orden ni concierto. El caos e imprevisión fueron los únicos argumentos esgrimidos por quien debiera planificar un dispendio. Además, nadie se atrevió a poner coto al endeudamiento privado. Así, abonaban cierta avidez de probidad económica. Todos fuimos un poco culpables. Unos buscando un prestigio personal sin exhibir mérito alguno para poseerlo; otros cerrando ojos a su torpeza infinita e indigencia moral.

Quebrada la nación, misérrima la sociedad, instalados en una dinámica peligrosa y lamentable, los responsables máximos (tal vez trincones) se ven amparados por la más injusta de las impunidades. Los postreros pasos de este gobierno bienamado: Elección del presidente del CGPJ, autorización para fusionarse Antena Tres y la Sexta, amén de olvidos insultantes, aquiescencias, silencios cobardes y otras medidas asombrosas, nos llenan de desconcierto y alarma. La parroquia, el individuo, sigue pasiva, insensible. Sí, España (este país sin justicia, donde prebostes fatuos e incoherentes abjuran de la Ley, donde al ciudadano se le considera cada cuatro años y lo acepta) ahora puede denominarse ABSURDILANDIA.

sábado, 30 de junio de 2012

NATURAL, RARO Y FRUSTRANTE


Aquellos episodios que, a lo largo de nuestra existencia, quedan grabados en retinas físicas y anímicas, marcan la conducta del individuo (su actitud) a golpes de fortuna e incluso con toques de desencanto. No limito este aserto a tal o cual marco concreto; rebasa por el contrario la estrechez, aun el tope, de cualquier disciplina. Se aproxima a todas sin eludir tabúes ni cebarse en gremios cuyo crédito hoy disminuye de manera directamente proporcional a su prosperidad. Sin embargo, el calvario a que nos llevaron aconseja descubrir públicamente los enredos de este clan, cuadrilla, casta (elijan ustedes), cuyos “esfuerzos” han traído desgarro nacional, déficit democrático (¿es necesario seleccionar alguno de los cuantiosos casos que lo atestiguan?) y quiebra económica.

Consideramos natural el hecho conforme a la propiedad de las cosas. Juzgamos raro aquello  que resulta poco común. Sucumbimos a la frustración cuando se nos sustrae algo esperado según una idea preconcebida e ilusa tras el examen subsiguiente. Que una persona religiosa, verbigracia, sea honorable se tacharía de acción natural. Una aureola de impúdica quedaría rara; constatar este último supuesto comporta el paso previo  a la frustración, un pesar propio por el error acaparado. Jamás subyace en este sentir un poso de entrega por quien no supo ajustar sus bondades a nuestra exigencia.

Este PSOE constituye un partido sin cotejo en Europa ni en el llamado primer mundo. Su nacimiento vino aquejado de identidad sorprendente, atípica, extraña al dominio socialdemócrata. Dogmático y sectario, siempre ha alimentado una estrategia de discordia, de ruptura, contra ese aforismo que propugna la unión como patente para alcanzar dividendos. Gestó un caldo de cultivo eficaz para pervivir, pero nefasto a la hora de conquistar el bien común. Nacionalista a ratos, amparaba la universalidad obrera. Ayuno de porte demócrata, junto a su apéndice sindical (la UGT) se cobijó a la sombra primorriverista encasillando en las barricadas al sindicato CNT. Parece innegable su concurso en el golpe militar, alboreando los ochenta del pasado siglo, que proyectara conformar  un Gobierno de Concentración. Republicano de cuna, se percibe ahora como el mejor apoyo, quizás único, de la monarquía. Presenta, en fin, retos extravagantes, extemporáneos o superados. Quede claro para los fanáticos que bondades y sevicias sólo pueden verificarse cuando hubiere posibilidades de comparación, empresa histórica imposible. Peca, pues, de inútil toda loa o menosprecio más allá de la propia experiencia objetiva.

Durante las “jefaturas” de Felipe González y Zapatero (dos tercios del postrero periodo democrático o pariente), España terminó anémica -perdida la color que diría el clásico- en el primer caso, para rematar con ZP habitando la UCI, desahuciada. Todavía recuerdo al rechazado sindicato del crimen, vigoroso enemigo mediático de González porque se atrevió a airear sus desmanes. Zapatero, inepto gobernante pero ladino estratega, desacreditó y desarticuló con habilidad su resurgimiento después de Aznar. Aprovechó, para ello, las concesiones del espacio radioeléctrico. Superaba su penuria para el bien, con esa maestría que exhibiera en  la farsa y recreación del mal. El PSOE, sin parangón y anclado en el siglo XIX, lleva la tragedia en su adeene. Proclamo, por tanto, natural el resultado de sus dos ciclos gubernativos.

El advenimiento del PP, con el raro, vacilante y silente Rajoy, ha abierto muchos ojos (espero que asimismo mentes) a la realidad. Hasta los más escépticos, aquellos que desertan de estos políticos prestos al engaño, al abuso, quienes optaron por la abstención en legítima defensa (mi caso), esperaban un cambio sustancioso en el uso del poder. Rudo fiasco a estas alturas y aunque el presidente dice saber cómo actuar, sus palabras a tenor del empeño producen pasmo en lugar de sosiego. El presente ejecutivo desarrolla los vicios de antaño. Suple deficiencias operativas con pomposas declaraciones donde el humo impide apreciar la auténtica realidad. Seguimos recorriendo un camino, ya conocido, que termina indefectiblemente, a pesar de Europa, en el abismo. Al español, incrédulo, desorientado, no le queda hueco para asentar una pizca de esperanza; es cautivo de enorme frustración.

Precisamos salir del embrollo. El PSOE (tal cual se muestra ahora, sin obviar su historia) es una circunstancia; una pandilla alejada de cualquier referente anejo al mundo civilizado. El PP adopta naturaleza o servidumbre socialdemócrata desplazando a su opositor. ¿Quién abona, pues, las apetencias morales y doctrinales de una derecha social? ¿Qué exótico escenario nos embarga? Acaso don Mariano persiga desquitarse de aquel antidemocrático Pacto del Tinell ocupando el espacio de un socialismo moderado, europeo. En ese supuesto, nos falta un partido que concilie democracia, valores individuales, unidad nacional y bienestar. Hasta ese momento, incluyendo los defectos de origen, estamos sumergidos en las turbulentas aguas de la rareza y la frustración.

 

 

domingo, 24 de junio de 2012

EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DE LAS ISLAS SALOMÓN


El error, ese traspié fraterno y democrático, puede clasificarse bajo dos perspectivas: de Concepto, cuando concurre la inexactitud al producir en la mente una idea sobre algo y de Apreciación, cuando el desacierto afecta a la reseña sensorial ante un determinado horizonte o problema. Sin embargo, en ocasiones, la línea divisoria se vuelve confusa, ambigua, porque el accidente, núcleo del error sensible, traspasa la mencionada línea que le diferencia y se introduce en el campo de la esencia dando lugar a una curiosa paradoja. Así, sin perder su naturaleza distintiva, adquiere eventualmente innegable alcance curioso a fuer de impropio. A veces, un análisis agudo, cauteloso, debilita el perfil obtenido tras sucinto peritaje.

Ayer, en la Conferencia Río+20, un resuelto miembro de la ONU (accidental presidente de Asamblea) presentó a Rajoy como Primer Ministro de las Islas Salomón. Impertérrito, don Mariano desgranó su discurso y, al término del mismo, el sujeto errado corrigió el yerro y pidió disculpas. Desconozco si el tal presidente, autor de la ligereza, lo hizo -quizás conociendo el descubrimiento español de aquellas tierras- por un complejo proceso especulativo. Tal vez fuera la infamante fórmula para desprestigiar a España, país sin activos que le permitan acariciar una posición relevante en el concierto internacional. Un enclave que no necesita sardinas para beber vino, dirían los maliciosos de mi pueblo. Hasta pudiera resultar razonable matizar el apriorístico desliz. Como dice Amiel:”Un error es tanto más peligroso cuanto más cantidad de verdad contenga”.

Paralelamente, el Tribunal Constitucional resolvió a favor de SORTU, contra la sentencia del Tribunal Supremo, las víctimas del terrorismo y un alto porcentaje de españoles. Cuando el veredicto llena de oprobio a otro Tribunal y al ciudadano, hemos de poner en reserva la equidad del mismo. Una justicia arbitraria es el mejor paradigma de atropello y vileza, aun considerando loas y altura institucional con que otros quieran agraciarla. Partidos políticos y grupos interesados tasan al Constitucional garante de los derechos individuales, menospreciando de paso otros foros judiciales. Por fas o por nefas, hoy se rumia una soterrada  rivalidad entre el celo jurídico y la maniobra calculadora, calculada.

Empiezan a surgir frecuentes mociones que exigen  la supresión del Tribunal Constitucional por la parcialidad y menoscabo a que se ha hecho acreedor. Se sugiere, a modo de reparación, ocupe ese cometido una sala especial del Supremo para aliviar arbitrariedades debidas al nefasto sistema de cuotas. Recobraría, asimismo, crédito y solvencia. El retoque de la Carta Magna, al parecer necesario, no debiera suponer obstáculo dilatador o definitivo. Otra cosa diferente es la voluntad política de llevarlo a cabo. La experiencia demuestra que ninguna sigla mueve un dedo si ello conlleva perder alguna merced. ¿Qué lugar ocupan los efectos ciudadanos? Sin dudarlo, el último.

Desde aquel célebre dictamen que acomodaba a Ley la expropiación de Rumasa, el Tribunal Constitucional se trocó en zombi; una rémora envuelta bajo el ropaje de institución vertebral en nuestra democracia. Todos los políticos de forma ladina, han hecho virtud de sus manejos. Resultaría pueril relatar las resoluciones eternas, curiosas, descabelladas, temerarias, que ha ofrecido tal Institución; contaminadas y aromatizadas por los afanes del momento. Ya veremos cómo corregimos los excesos autonómicos y éticos a que nos ha llevado tan ominosa, cara y abusiva ligereza.

Sospecho que el antedicho presidente, autor del hipotético disparate en Río+20, conocía perfectamente los derroteros de un Tribunal Constitucional clónico (desde su punto de vista) al de las Islas Salomón. Por esto, atando cabos, presenta a Rajoy como jefe del gobierno de tan paradisiaco (pero tercermundista) lugar. No me extraña el trance, me fascina que individuos foráneos conozcan los entresijos patrios mejor que los propios aborígenes, siempre dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Las comparaciones son odiosas, enseña el proverbio. Si obviamos el sentido, el axioma queda empapado de aborrecimiento.

El amable lector pensará, con razón, que los renglones anteriores vulneran cualquier límite de sensatez; que el párrafo postrero acaricia la bufonada e incluso roza el sarcasmo; pero ¿puede garantizarse que el fondo sea inadmisible? ¿Están seguros?