sábado, 30 de junio de 2012

NATURAL, RARO Y FRUSTRANTE


Aquellos episodios que, a lo largo de nuestra existencia, quedan grabados en retinas físicas y anímicas, marcan la conducta del individuo (su actitud) a golpes de fortuna e incluso con toques de desencanto. No limito este aserto a tal o cual marco concreto; rebasa por el contrario la estrechez, aun el tope, de cualquier disciplina. Se aproxima a todas sin eludir tabúes ni cebarse en gremios cuyo crédito hoy disminuye de manera directamente proporcional a su prosperidad. Sin embargo, el calvario a que nos llevaron aconseja descubrir públicamente los enredos de este clan, cuadrilla, casta (elijan ustedes), cuyos “esfuerzos” han traído desgarro nacional, déficit democrático (¿es necesario seleccionar alguno de los cuantiosos casos que lo atestiguan?) y quiebra económica.

Consideramos natural el hecho conforme a la propiedad de las cosas. Juzgamos raro aquello  que resulta poco común. Sucumbimos a la frustración cuando se nos sustrae algo esperado según una idea preconcebida e ilusa tras el examen subsiguiente. Que una persona religiosa, verbigracia, sea honorable se tacharía de acción natural. Una aureola de impúdica quedaría rara; constatar este último supuesto comporta el paso previo  a la frustración, un pesar propio por el error acaparado. Jamás subyace en este sentir un poso de entrega por quien no supo ajustar sus bondades a nuestra exigencia.

Este PSOE constituye un partido sin cotejo en Europa ni en el llamado primer mundo. Su nacimiento vino aquejado de identidad sorprendente, atípica, extraña al dominio socialdemócrata. Dogmático y sectario, siempre ha alimentado una estrategia de discordia, de ruptura, contra ese aforismo que propugna la unión como patente para alcanzar dividendos. Gestó un caldo de cultivo eficaz para pervivir, pero nefasto a la hora de conquistar el bien común. Nacionalista a ratos, amparaba la universalidad obrera. Ayuno de porte demócrata, junto a su apéndice sindical (la UGT) se cobijó a la sombra primorriverista encasillando en las barricadas al sindicato CNT. Parece innegable su concurso en el golpe militar, alboreando los ochenta del pasado siglo, que proyectara conformar  un Gobierno de Concentración. Republicano de cuna, se percibe ahora como el mejor apoyo, quizás único, de la monarquía. Presenta, en fin, retos extravagantes, extemporáneos o superados. Quede claro para los fanáticos que bondades y sevicias sólo pueden verificarse cuando hubiere posibilidades de comparación, empresa histórica imposible. Peca, pues, de inútil toda loa o menosprecio más allá de la propia experiencia objetiva.

Durante las “jefaturas” de Felipe González y Zapatero (dos tercios del postrero periodo democrático o pariente), España terminó anémica -perdida la color que diría el clásico- en el primer caso, para rematar con ZP habitando la UCI, desahuciada. Todavía recuerdo al rechazado sindicato del crimen, vigoroso enemigo mediático de González porque se atrevió a airear sus desmanes. Zapatero, inepto gobernante pero ladino estratega, desacreditó y desarticuló con habilidad su resurgimiento después de Aznar. Aprovechó, para ello, las concesiones del espacio radioeléctrico. Superaba su penuria para el bien, con esa maestría que exhibiera en  la farsa y recreación del mal. El PSOE, sin parangón y anclado en el siglo XIX, lleva la tragedia en su adeene. Proclamo, por tanto, natural el resultado de sus dos ciclos gubernativos.

El advenimiento del PP, con el raro, vacilante y silente Rajoy, ha abierto muchos ojos (espero que asimismo mentes) a la realidad. Hasta los más escépticos, aquellos que desertan de estos políticos prestos al engaño, al abuso, quienes optaron por la abstención en legítima defensa (mi caso), esperaban un cambio sustancioso en el uso del poder. Rudo fiasco a estas alturas y aunque el presidente dice saber cómo actuar, sus palabras a tenor del empeño producen pasmo en lugar de sosiego. El presente ejecutivo desarrolla los vicios de antaño. Suple deficiencias operativas con pomposas declaraciones donde el humo impide apreciar la auténtica realidad. Seguimos recorriendo un camino, ya conocido, que termina indefectiblemente, a pesar de Europa, en el abismo. Al español, incrédulo, desorientado, no le queda hueco para asentar una pizca de esperanza; es cautivo de enorme frustración.

Precisamos salir del embrollo. El PSOE (tal cual se muestra ahora, sin obviar su historia) es una circunstancia; una pandilla alejada de cualquier referente anejo al mundo civilizado. El PP adopta naturaleza o servidumbre socialdemócrata desplazando a su opositor. ¿Quién abona, pues, las apetencias morales y doctrinales de una derecha social? ¿Qué exótico escenario nos embarga? Acaso don Mariano persiga desquitarse de aquel antidemocrático Pacto del Tinell ocupando el espacio de un socialismo moderado, europeo. En ese supuesto, nos falta un partido que concilie democracia, valores individuales, unidad nacional y bienestar. Hasta ese momento, incluyendo los defectos de origen, estamos sumergidos en las turbulentas aguas de la rareza y la frustración.

 

 

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