viernes, 31 de diciembre de 2021

TOMADURA DE PELO

 

Quien lleve años vividos —si recapacita un mínimo— dispone de hechos que le permitirán forjarse idea exacta (no afectada por apariencias ni propagandas) del papel que juegan los políticos en democracias reales o presuntas. Se dice con hartazgo, ahora mismo tal vez excesiva discreción e indulgencia, que España es un “país bananero”. Medios afines y contrarios al gobierno de turno, han difundido tal especie quebrando, de forma habitual, objetivismos e independencias que debieran serles intrínsecos. Preocupa no solo semejante expresión destemplada, sino su absoluta veracidad desde los primeros pasos democráticos. Escudriñando a fondo el acontecer de los años, podremos advertir lo poco que se valoraron los intereses ciudadanos a la hora de elaborar nuestra Constitución, exaltada en títulos concretos por partidos agencias de acomodo; una tomadura de pelo.

Aquellos famosos padres de la patria (padres putativos al correr de los tiempos) a quienes se confió redactar una Carta Magna que engrasara el sistema naciente, por fas o por nefas idearon un texto envenenado. La apertura del Estado Autonómico, duplicando competencias con Diputaciones, ha generado un costo inasumible. Según cálculos precisos, estas cuestan al contribuyente setenta mil millones de euros que sumados al derroche autonómico se llega a una cifra desmedida. Imagino a aquellos señores, los “más competentes” de colectivos aletargados durante cuarenta años, debatiendo el sinsentido de la unidad española en el previsto Estado Autonómico y una Ley Electoral que prima los nacionalismos (hoy independentismos) sobre partidos de ámbito nacional. Su excusa eran los “derechos históricos” de catalanes, vascos y gallegos. Trajeron el maremágnum.

Demócrito, pensador griego, proclamaba: “Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”. Rechazo usar calificativos porque bondad y maldad son términos huidizos, emparejados a filias y fobias siempre neurasténicas, pero hoy gobiernan España fantoches independentistas que desean cuartearla. Desde las elecciones de mil novecientos noventa y tres, CyU (hoy JxCat, alias para velar la corrupción), ERC y PNV han jugado un papel peculiar en la gobernanza —quizás desgobierno— del país. PP y PSOE consintieron que los nacionalismos, burgueses todos ellos pese al etiquetado, conquistaran parcelas importantes e irreversibles de poder. Ahora ambos, cuando padecen el desamparo que entraña la oposición, inculpan al otro de las confabulaciones realizadas mientras dirigían un gabinete con graves escaseces, minusválido, dependiente.

Política como acepción ejemplar significa arte o ciencia del gobierno. Sin embargo, entre concepto y práctica observamos divergencias aparentemente insuperables. Mi experiencia personal, sumada a la que padecen millones de conciudadanos, lleva a certificar una farsa connatural al vocablo visto el desenfreno a que nos ha llevado esta conjunción maldita de políticos indocumentados, ruines, anexionados a un pueblo gregario, seguidor del cencerro. Esa esquila que llama al rebaño no solo se materializa en el preboste de turno; los medios usufructúan una caja de resonancia sin igual. Implantar sentimientos colectivos que lleven al individuo a comportarse cual sordos, ciegos y ayunos de sentido común, me parece una labor meritoria, aunque onerosa y perjudicial. Cierto que ahora abandonan aquel papel inicial de servicio ciudadano para someterse voluntariamente al gobierno aceptando ser cómplices de su arbitrariedad e imposición.

Desaparecido Suárez y UCD, sofocado un golpe militar sui géneris, realizada la “alternancia democrática” (luego comprimida tres décadas en Andalucía), empezaron los dirigentes a defecar sobre la soberanía popular. Consecuencia de ello, se gestó una degradación paulatina del sistema cuya rúbrica significativa refrendó Alfonso Guerra con aquel amenazador “quien se mueva no sale en la foto”. Más allá del desafío concreto a sus damnificados correligionarios, sobrevolaba la advertencia al pueblo: “haremos en adelante lo que queramos” sin pasar filtros éticos ni legales. El año mil novecientos noventa y dos se celebraron sendos acontecimientos desastrosos dentro del boato: Exposición Universal de Sevilla y Juegos Olímpicos en Barcelona donde se escamotearon muchos miles de millones de pesetas. Constituyó el preludio del desenfreno que llevaría irremisiblemente al envilecimiento político y social. ¡Desvergonzados!

Aznar concluyó una primera legislatura provechosa si bien permitió el reforzamiento catalán con un Pujol vivo, ladino y, por lo descubierto más tarde, presunto ladronzuelo. Además, en economía fue incapaz de perfilar empresas que compensaran el cataclismo industrial perpetrado por Felipe González para entrar en la Unión Europea. A cambio, permitió la burbuja inmobiliaria y financiera de infaustas consecuencias a futuro. Su segunda legislatura, para olvidar, consolidó la corrupción del ejecutivo anterior.

Zapatero, pujolista, supo aprovechar el falso auge económico de Aznar. Realmente fue fundador de bastantes “chiringuitos” con aquellas frívolas naderías llamadas “Memoria Histórica” y “Cambio climático”. Inepto récord (hasta que alguien lo batiera), propagandista diligente y deplorable, dijo en plena crisis “estamos en la champions league de la economía mundial, no estamos en crisis y tenemos la tasa de paro más baja de la historia”. Entre el cachondeo mayúsculo del auditorio, instituyó “historia e histórico” como elemento dinamizador de la farsa. Repitió legislatura desenmascarando al personal.

Rajoy frustró las esperanzas en once millones de votos. Apático, insensible e ingenioso, permitió una corrupción injustamente acrecentada por rivales sin ninguna autoridad moral. Actuar cual Zapatero adán, nulo, impío, le hace ser de los peores presidentes.

Llegamos a Sánchez. Con él he descubierto que los españoles restringimos nuestra vida al mes de diciembre, concretamente al día veintiocho. Las encuestas, y los cien diputados adjudicados al sanchismo con la que está cayendo, confirman la anterior afirmación. Transcribo parte de una carta enviada a Sánchez por Enrique Pérez Romero, vicesecretario del PSOE extremeño. Dice: “Como individuo desideologizado, narcisista, falaz y antidemocrático, tu principal objetivo jamás tuvo que ver con el PSOE, ni con España, sino contigo mismo. Alcanzar el poder para cumplir tu ambicioso y personalista sueño de llegar a Moncloa y vivir de la política el resto de tu vida. No había nada más detrás, ni una ideología, ni ética, ni una visión o misión histórica. El PSOE como partido prácticamente ha desaparecido mediante el estrangulamiento de su funcionamiento orgánico y la dirección mesiánica que ejerces”. Certero, exacto; los socialistas, asimismo, comprenden que algunos nos toman el pelo.  

Sánchez concentra todas las taras personales y políticas. Considero ininteligible cómo un aventurero anodino, inane, mendaz, ha llegado a presidente de este país con Historia irrepetible. Alardea de todo y solo contiene propaganda, imagen, escaparate. Analizando rigurosamente su gestión, se encuentra a distancias siderales del resto. El “aprendiz de tirano”, según Abascal, nos lleva a la ruina sanitaria, institucional, económica y social, potenciando odios (hasta con uno mismo) entre españoles. Conocido por quien quiera ver y saber, sobran epítetos para ilustrar al personaje sin esfuerzo ni alusión.

           

 

jueves, 23 de diciembre de 2021

TRANSICIÓN Y DESCONCIERTO

 

El género humano siempre ha sido esclavo de su cortedad, de mirarse el ombligo y, puestos en lo peor, de ser tiranizado por ombligos ajenos. La globalización, los ingenios tecnológicos, amén de ese enigma llamado inteligencia emocional, han desestabilizado las variadas directrices que guiaban el devenir mundial. Ignoro si podemos aceptar como justificación los ciclos que explican comportamientos naturales y humanos, o todo es el resultado de un plan exquisitamente dispuesto por mentes aviesas y bolsillos opulentos. No cabe duda, sin embargo, que cualquier avatar transgresor de usanzas y rutinas, automatismos al fin, lleva aparejado un convencional enfrentamiento popular. Importa poco que el cambio signifique, o pueda hacerlo, alguna ventaja u oportunidad de futuro. Anular la inercia ociosa, conseguida con años de letargo, conlleva un doloroso peaje.

Estos tiempos de transición entre dos órdenes mundiales (distintos, si no opuestos), debieran constituir un aliciente para prepararse y afrontar los retos hipotéticos que llegan por el horizonte inmediato. Sentencias del tipo: “No podemos convertirnos en lo que necesitamos si permanecemos en lo que somos”, probablemente sirvieran de estímulo porque su mensaje favorecería la acción. Pese a lo dicho, no toda mudanza es ventajosa; hay reacciones cuyo afán, consciente o casual, consiste en difuminar materias sustantivas para el ciudadano. Vemos con harta frecuencia cómo poder y medios —valga la redundancia— abonan polémicas triviales mientras ocultan debates e informaciones trascendentes. Gobierno de Madrid, cambio climático y feminismo son temas repetidos; salud económica, deuda e IPC, verbigracia, merecen silencios sonoros, escandalosos.

Incluso contando con una sociedad apática, pasota, borreguil (el propio gobierno confirmaba, superado el setenta por ciento de vacunados, la inmunidad de “rebaño”), considero irremediable —pese al CIS— una debacle socialista (sanchista en realidad) por su trayectoria temeraria, insensata, divergente, respecto al lenguaje europeo. Surge, asimismo, un asunto pavoroso: desangela comprobar qué alternativas viables tenemos para aprovisionar alguna esperanza. Seguir con el gobierno Frankenstein nos llevaría a dos opciones incompatibles; hundidos, fuera de Europa porque terminaríamos siendo dictadura hispanoamericana, o gobierno fallido. Otra disyuntiva, ya experimentada, nos llevaría a pasadas tragedias, repetidas últimamente en siglos de orden impar (XVII y XIX). Deduzco que cordura e instinto evitarán enfrentamientos, aunque, insisto, a corto plazo no vislumbro ninguna solución templada, razonable.

El PP adolece de análogo epílogo, salvo cambio en la proyección real del partido respecto a su riguroso compromiso ideológico. Quien proclame las renuncias —generosas o menos— del bipartidismo para mejorar la realidad ciudadana, proviene de marte o practica una extravagancia sublime. Casado (fiasco insospechado, aflictivo) muestra día a día el atolondrado trastorno que origina, motu proprio o bajo seducción, en los afiliados y votantes. Enfrentarse directamente a Ayuso, mientras utiliza rodeos para debitarla, fortalece a la presidenta y reduce con desdén sus probabilidades de llegar a La Moncloa. Ignora obstinadamente cuan inútiles se consideran filias y fobias, aunque sean aparentes, preciadas contra el ánimo votante. Su destacada retórica pierde efectividad si recordamos viejos desencuentros nacionales con Vox e invitaciones súbitas al PSOE.

Casado lo tiene difícil, complejo; más que Sánchez, aunque su gestión sea pésima, pues este ya paladea los exquisitos sabores del poder. Con toda seguridad, el PP ganará las próximas elecciones que se van a celebrar el otoño próximo, desde mi punto de vista. Europa mantiene gobiernos de coalición entre la renacida socialdemocracia y partidos liberal-conservadores. No sería extraño, vistos ciertos movimientos con iniciativa incierta, que PSOE y PP formalizarían pactos de gobierno que les permitiera retomar un bipartidismo ad hoc. Desde luego sería bueno para ellos y para España si tuvieran la intención de realizar políticas éticas y meticulosas, opuestas a lo hecho hasta el momento.

Si tras una legislatura siniestra, política y económicamente hablando, queda el edificio constitucional en pie, aunque muy cuarteado, estamos preparados para cualquier alianza a excepción de comunistas e independentistas. Caso contrario, Europa nos inhabilitaría. Semejante posibilidad deja minado el futuro de aquellos. Restaría un Ciudadanos sumido en la incertidumbre —casi desaparecido, a la espera de reaparecer al menor error del bipartidismo— y Vox, con las vanguardias preparadas para alcanzar mayoría absoluta. ¿Recuerdan qué ocurrió tras Zapatero? ¿Hizo Rajoy méritos para conseguir la segunda mayoría absoluta tras la de Felipe González en mil novecientos ochenta y dos? Los cambios sociales carecen de método o planificación concreta, perfilándose al albur de afectos incontrolados. El hipotético “Frente Amplio” de Díaz puede que lo aborten.

¿Por qué pronostico que las elecciones se celebrarán el otoño próximo? Encontraremos la respuesta analizando con detenimiento el desconcierto generalizado. Empezaremos por esta obsesión sanitaria que ha despertado un temor incongruente con lo dicho desde el principio de la pandemia. Primero se anunció que las mascarillas no servían para nada. Tras meses confinados, se dijo que habíamos vencido al virus. Finalizando el dos mil veinte se sembró una nueva ficción: cuando se consiguiera el setenta por ciento de vacunados (agosto del año dos mil veintiuno) lograríamos la inmunidad de “rebaño”. Estamos casi al noventa por cien de vacunados, la pandemia alcanza magnitudes groseras, sin ingresos ni fallecidos, vienen restricciones discutibles y el presidente, como única solución nacional, obliga las mascarillas en lugares abiertos donde la incidencia es nula.

Subiendo de grado, viene el desconcierto territorial. Las sentencias del Tribunal Supremo, un poder del Estado, se toman a cuchufleta incluso por el propio gobierno central que no obliga a su entero cumplimiento. Lo más ridículo constituye la pretensión de Pere Aragonés, después de permitir gigantescas manifestaciones contra el castellano que han sido foco importante, de “cerrar” España para superar el momento.

En grado sumo, y es del que menos se habla por la prensa adicta, le toca el turno a la economía. Todos los expertos —menos quienes entienden algo, presuntamente, en el gobierno— sostienen un fracaso económico sin precedentes. Deuda disparada, impagable, déficit “oficial” elevado, crecimiento inferior en tres puntos al anunciado, paro descontrolado, etc. etc. Todo ello sin contar con el efecto negativo de la reforma laboral para potenciar el poder sindical con los convenios colectivos. Según Darwin, “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor responde al cambio”. La sociedad española, por fin, imitando la europea pide un cambio. ¿Será Eric Zemmour un referente? Es probable.

viernes, 17 de diciembre de 2021

CONSTITUCIÓN, DESAZONES Y EQUÍVOCOS

 

El paso del tiempo no es baladí ni inútil pues todo se ve con perspectiva más amplia, reflexiva y enriquecedora. Hace una semana se celebró (así, con expresión imprecisa) el aniversario de la Constitución que muchos desprecian entera, por diversos motivos, y otros analizamos negativamente el título octavo, referido a la organización territorial, y artículos sueltos. Excuso una descentralización del Estado lógica, viable, pero no acepto el derroche económico que supone sufragar diecisiete gobiernos. Si oímos los argumentos de cualquier partido —a excepción, quizás, de Vox— llegaremos a la conclusión de que no hay alternativas posibles. Haberlas, haylas, como las meigas, pero eso supondría la desaparición de incontables momios. Además, los nacionalismos se nutren provocando obesidad mórbida, amén de pelaje aparente, con esta ley electoral ad hoc.

Creo que, los presentes en el acto institucional—peor quienes huyeron para exhibir una pedante censura, siempre descortés, electoralista e ignominiosa—por diversas razones carecían de fe en la actual Constitución. El gobierno social-comunista, relumbrón, la embiste (nadie lea el vocablo con segundos matices) cuando interesa sin que ello lleve aparejado (¡vaya por dios!) ningún rechazo o enmienda social. Al resto de izquierdas que no gozan, más ahora con los rigores invernales, del calor generado por “ese dinero sin dueño” que pregonaba Calvo, la Constitución le origina un sinvivir histórico. Como humanista agnóstico siento cierta conmiseración por esta izquierda nacional siempre inmersa en laberintos doctrinales. Resulta “milagroso” ver una comunista hilvanando quehaceres evangélicos con el Papa. Ignoro si despertó piedad o náusea.

Casado, presidente —cada vez más diluido— del PP junto a miembros destacados de la estructura orgánica, ahora parece el primo de zumosol cuando hace decenios que viciaron el cauce constitucional. Maridarse con Pujol, incluso hablando catalán en la intimidad como le ocurrió a Aznar, es un estigma demasiado inmundo para admitir enmiendas inaplazables. Le traiciona la memoria cuando ahora exige activar el artículo ciento cincuenta y cinco tras años de insensibilidad con el tema lingüístico en Cataluña. Al decir de Hegel: “Cuando contemplamos el pasado, esto es, la Historia lo primero que vemos es solo ruinas”. Cierto; PSOE y PP cultivaron, sobre todo pero no exclusivamente, una política educativa tibia (casi cambalacheada) con el nacionalismo catalán y vasco. Dejación culposa se mezcla con alientos infames y aldabonazos mezquinos.

La Constitución permitió al comunismo realizar un punto y aparte del conflicto civil que le pesa como una losa porque afianzó y alargó el desenlace que gustaría omitir. Suele afirmarse que la Guerra supuso una derrota republicana y no es cierto, ni siquiera el Frente Popular; solo lo fueron los comunistas. Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Julián Besteiro, Segismundo Casado, Melchor Rodríguez o Cipriano Mera, entre otros republicanos puros, socialistas y anarquistas, no prodigaron la capitulación. Evitaron, eso sí, un inútil derramamiento de sangre pese a los terribles acontecimientos iniciados el seis de marzo de mil novecientos treinta y nueve en Madrid. Otra evidencia incontestable fue el reconocimiento de Franco por Inglaterra y Francia ese mismo mes. Occidente no permitió que Stalin tuviera la llave plena del Mediterráneo. Consideraciones esenciales eran la situación política en Europa y el temor al totalitarismo. Sin duda, la Guerra Civil, y no solo a nivel nacional, estaba tiempo atrás liquidada. 

Ignoro si la estrategia adherida a la sectaria “Memoria Democrática” persigue una incruenta cruzada para que el comunismo extremo gane una guerra tras ochenta años de haberla perdido. Opino, no obstante, que es una idea “fishing” (según definición de Ortega), “que se anuncia y proclama porque se sabe que no tendrá lugar”. Lo vivido nos lleva a la conclusión, bastante tormentosa, que es lo que parece; es decir, que los políticos mediocres buscan vivir de los frutos ubérrimos cultivados con el mencionado estiércol, inmejorable abono orgánico. Ocurre que al fertilizante le avistan ya todas las filfas.

La desazón, en estos momentos, ocupa y preocupa a los agudos estrategas que conforman el corazón de partidos o bandas. Sánchez, junto a su tropa, ya conoce el futuro inmediato según augurio del oráculo. Sabe, por tanto, que este gobierno Frankenstein durará dos telediarios. Personalmente, tiene como única salida el pacto PSOE-PP para continuar con la presente vida de lujo y opulencia. Abandonará previamente todo desviacionismo comunista e independentista para acomodarse a una socialdemocracia centrada que renace en la Europa del bienestar. Su auténtico rival, al que debe temer y teme, es Vox. En el contexto político actual, Podemos e independentistas son meros apéndices de hecho y deshecho. Histriónico y postizo, antes muerto que fiel o sencillo.

Una profunda reflexión afirma: “el pensamiento no es un don del hombre sino adquisición laboriosa, precisa y volátil”. Premisa absolutamente certera, más durante tiempos de zozobra como vive el ciudadano, político o contribuyente en absoluta divergencia. Casado lleva meses febril, erróneamente obsesionado —tal vez bajo los apremios de alguien cercano— contra Isabel Díaz Ayuso. Teme que le quite la presidencia nacional del partido cuando carece de indicios. Tal brecha estúpida, onerosa (sumada a los humillantes complejos y ardores si murmuran de Vox), le obliga a aventurar una discutible coalición con Sánchez o PSOE cuyos antecedentes son poco o nada recomendables. Casado también teme a Vox. Preso por tanta alarma, adiós presidencia.

Siempre que se emprende un conflicto superfluo, absurdo, aparecen daños impensados de consecuencias imprevisibles. Vocablos y argumentos equívocos suelen agravar, hasta pudrirse, escenarios controlables. El dilema lingüístico catalán, llevado a extremos insólitos, ha propiciado un movimiento social que empieza a preocupar al gobierno central y autonómico. El primero permanece insensible, pasivo, irresponsable. Pere Aragonés, altanero y prepotente, ha exigido: “Dejad en paz la escuela catalana” (desconocía que Cataluña fuera país independiente) para añadir, a renglón seguido, “la neutralidad en educación no existe”. ¡Si lo sabrá él! El equívoco es ya un principio ético.

A propósito, o no, me vienen a la mente las palabras de Platón: “El hombre es un ser ignorante. Solo Dios y la bestia no ignoran nada. Dios porque posee todo saber; la bestia porque no lo ha de menester”. Citaré algún ejemplo donde la necedad se quiere revestir con máscara de confusa sabiduría. Sobre la sentencia contra Juana Rivas, anulando su libertad, Irene Montero denunciaba “la estrategia reaccionaria” de poderes no electos. Aventa un ataque furibundo a la división de poderes, fundamento de cualquier sistema democrático. El menoscabo consiste en ubicar ideológicamente la “reacción”. El PSOE sobre la honradez de Sánchez al dar subvenciones a la antigua empresa de su padre: “El presidente es ejemplar”. Sí, pero… ¿con quién hemos de compararlo? Veremos qué dicen los medios afines. ¿Hay dudas? Callarán y seguirán pregonando el engañoso predominio hegemónico de la izquierda. Han renacido los juegos semánticos.

viernes, 10 de diciembre de 2021

EL CASTELLANO Y LA BURBUJA MEDIÁTICA DE LA ULTRADERECHA

 

Hace años, el castellano (máxime dentro de la enseñanza) viene sufriendo un acoso restrictivo y rabioso en las Comunidades bilingües. Las razones —lejos de conculcar los derechos de padres e hijos, que también— se asientan sobre el error obsesivo de considerar único fundamento histórico, dinámico, potente, idioma e identidad nacionalista. Esta perturbación me recuerda aquel probo político español que, medio en broma medio en serio, quería aprender Suajili (lengua bantú hablada en Tanzania y Kenia, entre otras naciones) para, probablemente, de forma grotesca sentirse ciudadano del mundo africano. No quisiera interpretar aquella desfachatez como respuesta irónico-sarcástica a los incisivos esfuerzos del nacionalismo por desterrar el castellano de sus respectivas áreas de influencia. Si bien el deseo puede calificarse de impertinente, la insólita inacción con que los respectivos gobiernos aceptaban ese contexto carece de calificativo audible por ajustado. ¡A qué punto nos ha llevado semejante componenda!

Antes de continuar, precisamos releer la Constitución Española para renovar el recuerdo de unos y otros. Así el artículo tres señala los siguientes puntos: Uno.- El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla. Dos.- Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. Tres.- La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección. Los Tribunales Constitucional y Superior de Justicia de Cataluña, han dictado varias resoluciones a favor de los padres respecto al derecho que les asiste sobre qué idioma desean para la educación de sus hijos. Asimismo, reconocen el derecho de los ciudadanos a expresarse en cualquier idioma elegido, en este caso castellano o catalán, incluidos documentos oficiales o rótulos.

Es evidente que el artículo cuatrocientos diez del Código Penal —génesis jurídica y coercitiva para cumplir lo dicho junto a penas incluidas por desacato— se ha tomado sucesiva e insistentemente a cachondeo. Bien es cierto, insisto, que el bipartidismo siempre ha dejado la magistratura con las vergüenzas al aire cuando PP y PSOE concertaban acuerdos espurios para alcanzar La Moncloa. Hoy, aparentemente rotos todos los puentes entrambos, los jueces visten idéntica desnudez. Lo asombroso con este gobierno reaparece a poco. Ayer, como quien dice, el Tribunal Supremo sentenció que las Comunidades Bilingües darán en castellano el veinticinco por ciento, al menos, del horario lectivo. Cataluña (su gobierno, usando triquiñuelas habituales), se pasará oficialmente por el forro dicha resolución. Ya han dicho que el TS debe comunicarlo al TSJC y este dará conocimiento a la respectiva consejería que comunicará a los centros, sin prisas, su cumplimiento. Adiós curso escolar presente. Armengol, presidente socialista de Baleares, lo incumplirá aduciendo estúpidas razones. Eso ha dicho.

Hay, sin embargo, dos versos sueltos y un poema. El poema lo explicita el gobierno catalán que prioriza un idioma hablado por diez millones de individuos sobre otro, oficial, y que lo hablan casi seiscientos millones. Prueba inequívoca del interés que despiertan en ese gobierno sus ciudadanos. Una cosa es conservar y otra, muy diferente, obligar por un prurito electoral. El primer verso suelto lo firma el sanchismo que deja la sentencia en manos del gobierno de Cataluña mientras Sánchez (un engañabobos compulsivo) pide “cumplir la Constitución de pe a pa”. El segundo verso suelto es doble; lo firman la inquina de los padres del colegio Turó del Drac de Canet de Mar, en Barcelona, contra la familia y el niño que pidió castellano amén de Patricia Gomá, secretaria general del departamento educativo que califica de “positivas” las acciones insumisas. El sentido común indica qué meta conseguirá la actuación de esta sociedad catalana si secunda a sus gobernantes sin plantearse cuestiones trascendentes e imprescindibles.

Lo descrito hasta ahora constituye una burla contra la Democracia, la Constitución, la Judicatura y el propio ciudadano que descubre así un sinsentido pagar impuestos. Mi abstencionismo impulsa aquí precisamente su porqué: “Si los políticos no se preocupan de mí, ¿por qué tengo yo que preocuparme de ellos? Este es mi argumento definitivo. Porque los votos, queramos o no, legitiman el quehacer político, considerado o infame, de muchos mediocres. Me revienta pagar impuestos solo para satisfacer su confort.

¿Qué les parece a ustedes la respuesta que dio Rufián (apellido y atributo presuntamente, superpuestos, fundidos) a Javier Negre —periodista hipotéticamente tan facha como otros que reciben loas sin veda, pero acreditado en el Parlamento— ante una pregunta incómoda? Dijo, sin contestar la pregunta: “No participamos de las burbujas mediáticas de la ultraderecha”. Estando solo, el tal Rufián, imagino que “participamos” lo usó con intenciones mayestáticas, marco que no parece descartarse conociendo al personaje.

Que yo sepa y considere, en España solo hay una extrema: la izquierda radical. Aun suponiendo que Negre sea ultra a nivel personal, es periodista —puente entre el poder y la ciudadanía respecto a la información pública—. Rufián es, o debiera ser, un servidor público cuya obligación, sin prejuicios ni excepciones, es informar a la sociedad. Creo que ha abierto un frente peligroso porque, con el mismo argumento o similar, algún español (con parecida burbuja) puede negarse a pagarle su sueldo por ser independentista. Incluso podría levantarse una ola de magnitudes gigantescas, un tsunami insurgente.

Anoto —entre sus muchas indigencias, no exentas de actitud petulante y agitadora— ciertas facultades histriónicas, siempre acompañadas del papel que le permita escaparse del complejo común de “catalán charnego castellano”, según terminología catalana a los nacidos o no en aquella tierra, fueran andaluces, aragoneses, gallegos murcianos o verdaderos castellanos. Cobraba preeminencia la frialdad del vocablo genérico porque enmascaraba el ínfimo cosquilleo vanidoso, hospitalario, lucrativo, con un denigrante desdén de raza superior.

Durante dos cursos seguidos, iniciados en mil novecientos sesenta y cuatro, estuve dando clases de alfabetización en San Juan de Torruella (Sant Joan de Vilatorrada) y Martorell. Viví siempre en San Juan, en la zona catalana. Mis alumnos eran “castellanos” adultos, trabajadores en su mayoría, y conozco bien cuál era la opinión que despertaban los venidos de fuera incluso en catalanes de generosidad reconocida, algunos amigos míos. Observé, al mismo tiempo, ese no sé qué de insolente predominio.

Ignoro la razón que me lleva a ocupar hoy mi tiempo en personas anodinas, aunque ¡vete a saber qué carambola! les haya permitido abandonar el paro. Quizás se deba a un poso de acerba censura a la arrogante vanidad y lenguaraz aderezo del tonto útil a su señor, mientras reprueba un talante humilde y discreto. Probablemente también por traicionar pautas de brega escrupulosa, púdica, dejando que sus principios, éticos y estéticos, se limiten a esa gongorina frase del clásico: ”Ándeme yo caliente y ríase la gente”.

viernes, 3 de diciembre de 2021

DEMOCRACIA VERSUS FRANQUISMO

 

El debate — espinoso, políticamente incorrecto— se da en personas que nacimos antes de iniciarse los años sesenta del siglo pasado. Quienes tenemos cierta edad y hartazgo, asimismo voluntad y mente abierta para expresarnos sin complejos, solemos preguntarnos (yo, al menos, sí) si la democracia actual nos da más satisfacciones ciudadanas que la dictadura de los dichos años, incluso algunos precedentes, y posteriores hasta su final. Limitar el debate cronológicamente carece de cualquier afán de censura o discriminación. Es evidente que una gran parte de la sociedad asienta sus fundamentos, cuando emite juicios, en lecturas u opiniones ajustadas, precisas, cuyo crédito les resulta fiable, pero se encuentran ayunos de experiencias personales. Tal vez, muchos tampoco sean asiduos lectores y su germen histórico se haya construido en referencias con dudosa ecuanimidad.

Vaya por delante mi curiosidad intelectual por la Historia, básicamente de España en los siglos XIX, XX y XXI. El bagaje lector es amplio y si mi nacimiento (en mil novecientos cuarenta y tres) ha permitido curtirme con el franquismo y con la democracia, creo estar en buena disposición para hablar de ambos. Reconozco limitaciones descriptivas y empíricas porque nadie llega a tener una visión espaciosa, profunda, resolutoria, de nada; es metafísicamente imposible. Mi experiencia se limita a las vivencias en un pueblo conquense de mil habitantes. Luego, ya adolescente, proseguí estudios en Cuenca capital. Después, soltero y casado ya adulto, anduve por diferentes localidades de Barcelona, Cuenca y Albacete, hasta terminar en Valencia ciudad. Mi curiosidad innata me llevó a completar el acervo escuchando detalles de la Guerra Civil a personas mayores, también mi padre, casi todos pertenecientes a la once división de Lister.

Sé también, pese a mi eclecticismo, que las extensas lecturas sobre la guerra y la postguerra descubren áreas limitadas, cuando no manipuladoras. Razones para que el análisis, como cualquier otro, sea muy personal considerando los pormenores expuestos. Añado que jamás pertenecí de forma voluntaria a ningún partido ni sindicato, solo a la OJE (Organización Juvenil Española) y al SEM (Sindicato Español de Magisterio), por razones obvias. Que sepa, en mi pueblo no mataron a nadie antes, en y después de guerra ni hubo prisioneros determinados, salvo un tío mío que fue muerto en acción durante la batalla de Brunete. Quiero decir, no acaeció ningún hecho trágico fuera del conflicto. Personalmente, viví el franquismo, la dictadura, con dificultades económicas, como todo el mundo, pero sin percibir opresión ni impedimento alguno.

Recuerdo que los primeros años fueron convulsos, probablemente debido —entre múltiples eventualidades— al deseo de controlar la población para desenmascarar adversarios potenciales del nuevo régimen o gentes que practicaban el estraperlo. Concluido el maquis y firmado el pacto bilateral con Estados Unidos, la vida interna se fue normalizando, sin olvidar el riguroso control social de la dictadura sobre quienes exhibían ciertas manifestaciones. ¿Había cosas buenas? Desde luego, había seguridad (en las casas de los pueblos sobraban cerraduras) y no se pagaban impuestos directos. Rememoro una época en que apareció alguien bajo una sábana blanca. “El fantasma”, le decían. Sus intenciones serían amatorias o rapiñar “alguna falta porque no quedaban sobras”. Enseguida se dio orden de que en las esquinas se apostaran cazadores con las escopetas preparadas. Nunca más se supo del fantasma.

Como suele ocurrir a raíz de conflagraciones civiles, el maniqueísmo se adueña del relato y sigue sembrando odio dejando abiertas demasiadas heridas y enfrentamientos interminables. Ocho decenios después, sin que quede vivo ningún protagonista directo del choque, sin que nadie mencione el único perdedor: la sociedad española, con sujetos inmorales cuyos intereses espurios se nutren del rencor, la muerte de centenares de miles de españoles ha sido estéril. Hoy, más que nunca, se han abierto trincheras de repulsa. Existe un resentimiento inculcado, unas divergencias irreconciliables, que hacen imposible el aliento colectivo. Sin embargo, ni es innovador, ni actual. Ortega dejaría hoy tal cual, sin cambiar una coma, sus centenarios escritos políticos. Mi extrañeza alcanza su clímax cuando constato que todavía el pasado desvirtúe presente y futuro.

Sobre el pasado disgregador, presente ignorante e incívico, se quiere levantar un futuro pavoroso, deprimente. Construyen, o lo pretenden, sobre cimientos yermos, necios, indoctos. Ortega, sí es preciso volver a él, proponía una estrategia. “¿Por qué no juntar nuestras ignorancias? ¿Por qué no formar una sociedad anónima, con un buen capital de ignorancia y lanzarnos a la empresa con vivo afán de ver claro que súbitamente vamos a llenarnos de evidencias? Partamos una vez más en busca de verdades” (El hombre y la gente). Solo así iremos desenmascarando farsa tras farsa para ser dueños de nuestro destino y hallar una democracia acrisolada e higiénica. Caso contrario, porfiarán con la manipulación y adoctrinamiento hasta hacerlos adictivos, necesarios, en su afán de apropiarse sin escrúpulos del poder que se le niega limpiamente. Sestear no es solución. Goethe advirtió que la libertad se debe conquistar cada día.

Nunca, en mis muchos años de docencia, expresé preferencias respecto a temas religiosos o políticos. Considero que la decisión es exclusivamente personal y quien la tome, ya entrado en juicio, debe llegar a tan importante coyuntura limpio de lastre; es decir, sin adiestramiento previo. Ahora tampoco lo voy a hacer, porque lo transcendental para cada individuo son sus propias ideas. Alguien pregunto a Baudelaire, “¿Dónde preferiría usted vivir?” Respuesta concluyente: “En cualquier parte con tal que sea fuera del mundo”, pero el único fuera del mundo es dentro de sí mismo, en sus ideas. Creo que, ahora mismo, España rompería esa idea utópica de “en cualquier parte”. Somos un país acéfalo, sombrío, oscurantista; en franca decadencia, pese al clima optimista impulsado. Otro fiasco a que nos lleva la “democratura”, como Alfonso Guerra llama al cóctel surgido aunando los vocablos democracia y dictadura.

Un sistema democrático tiene que ser fiel a los siguientes principios, entre otros. Afianzar la parcelación e independencia de los tres poderes clásicos. Compromiso gubernamental inquebrantable de cumplir la Ley y hacerla respetar por encima de consideraciones o intereses bastardos. Detallar la gestión de los capitales públicos, asimismo abrir con generosidad la información (portal de transparencia) se ha de consumar con exquisita observancia y rigor. Potenciar, al abrigo de estímulos económicos, la objetividad y autonomía de los medios. Erradicar todo tipo de corruptelas, tanto crematísticas como intelectuales, que degradan la autenticidad democrática mientras despiertan deserciones y usufructos abyectos, arbitrarios, despóticos. Desde luego, proscribir la mentira

Tengo el derecho a proclamar que, desde mi punto de vista, las diferencias entre esta democracia postiza y el franquismo son mitológicas.