Quien siga mis
lucubraciones políticas materializadas en sendos artículos semanales, sabe que
la libertad -desde mi punto de vista- conforma el distintivo fundamental del
ser humano. Por esta razón me enfrento al poder, cualquiera que sea su naturaleza.
Reconozco solo la soberanía popular (lo que surja de ella, con los matices precisos)
en relación al individuo, jamás al grupo. PP, PSOE y Podemos, siglas claves en
los gobiernos patrios, me parecen acreedores de análisis severos,
inmisericordes. Encajo a Ciudadanos al margen, de momento. Sin embargo, pese a
esta salvedad, no me merece suficiente confianza para quebrantar el
abstencionismo recalcitrante y bien argumentado que ejercito. Tampoco votaré a
Ciudadanos. Semejante actitud constituye el peaje único para estos políticos ineficaces,
farsantes y corruptos, cuando no totalitarios.
No hace tanto, en un
auditorio de jóvenes comunistas, le preguntaron a Pablo Iglesias qué le
importaba más la propaganda o la educación. Su respuesta fue: “Primero la
propaganda, luego controlaremos el Ministerio de Educación”. Realzo el vocablo “controlaremos”
porque tiene evidentes visos totalitarios, según nuevo estilo, si no tiránicos.
Tal respuesta, mitad goebbelsiana mitad gramsciana, debería causar más espanto
que hecho y contenido de las grabaciones a Fernández Díaz, ministro del
interior. No obstante, aquella ha sido silenciada mediáticamente mientras esta
servirá de “comidilla” hasta el domingo. Semejante marco conduce al convencimiento
de que existe una caterva de periodistas dogmáticos, sectarios o, en expresión de
Cadalso, eruditos a la violeta; es decir, proclives a la incompetencia.
Gramsci, de quien la
élite podemita es convencida gregaria ideológica, mantenía que el poder se
consigue a través de una hegemonía intelectual y moral dentro de un plano
universal. Afirmaba, en los albores del siglo XX, que el grupo hegemónico debe “liquidar”
o someter -incluso con la fuerza armada- a los grupos adversarios y dirigir a
los afines. Añadía que este grupo debe ampliar su base aglutinando todas las
energías nacionales mediante compromisos equilibradores. Por último, juzgaba la
escuela y los tribunales como principales órganos de producción hegemónica. Cualquier
lector reflexivo se dará cuenta enseguida de que Iglesias y su guardia pretoriana
siguen al pie de la letra tan antañona estrategia. Podemos, sigla capital, anexiona
multitud de grupúsculos radicales que se someten a un líder salvador,
mesiánico.
Concedo una mínima posibilidad,
en la práctica ninguna, de que estas doctrinas nazi-totalitarias puedan
conseguir el poder en nuestro país por dos razones. A principios del pasado
siglo había una Europa occidental, asimismo noroccidental, democrática.
Existían también dos imperios medio feudales (Prusia y Autro-Hungría) y otro
feudal (Rusia). Poseían una nobleza real o terrateniente junto a un
proletario-campesinado menesteroso. Constituía el escenario ideal para
experimentar soluciones supuestamente democráticas y que sirvieron para extinguir
gobiernos tiránicos y gestar otros de mayor crueldad. Ahora, toda Europa está
formada por una clase burguesa, más o menos pauperizada, que ha sustituido al
viejo proletariado. La otra razón incuestionable es el fracaso económico (muy
influyente en los Estados de bienestar), social e institucional de tales
ideologías. Tenemos a Portugal y, sobre todo, a Grecia como ejemplos destructivos,
inocultables, incómodos, de gobiernos progresistas a los que tanto ensalza
Sánchez. Callo los países hispanoamericanos y asiáticos. No obstante, y a fuer
de sincero, reconozco que nos estamos volviendo insensatos, locos.
Pese a lo dicho, todavía
existen políticos seducidos por quimeras o, peor aún, anhelos psicóticos. Pedro
Sánchez, entre achispado y cadáver, continúa con peligrosas alucinaciones.
Insiste en no facilitar la presidencia a Rajoy ni a Iglesias. Acaso piense
renovar el pacto PSOE-Ciudadanos para conseguir a posteriori la abstención de
uno u otro. Temo que Mariano no esté por la labor y Pablo, olvidada aquella oferta
de echarse a un lado si fuese preciso, menos. ¿Quiere terceras elecciones? Asegura
que no, pero sus palabras difieren de sus intenciones. Suponiendo que al
terminar el escrutinio no dimita, voluntaria o involuntariamente, tiene dos
opciones: apoyar a Podemos y acarrear la desaparición del PSOE o abstenerse, imponiendo
duras condiciones, para que gobierne el PP, solo o en coalición con Ciudadanos.
Esto o nuevas elecciones.
A falta de un día para
que termine esta tediosa pesadilla, PSOE y Ciudadanos avientan culpas al PP de
realizar una campaña polarizada. Culpable de ella, y de su nula credibilidad
cuando hostiga a Podemos, la tiene Sánchez por legitimar a esta izquierda
radical, populista, como una izquierda fiable. Mientras no rompa los pactos municipales
y autonómicos, Podemos tendrá un poder legítimo, legitimado, que castigará al
PSOE una vez perdida su pátina socialdemócrata. Ignoro qué ocurrirá el 26 J
porque los movimientos sociales, aunque los tiempos son muy distintos a
aquellos que perfilaban a Gramsci sus lucubraciones doctrinales, son
impredecibles. En cualquier caso, lo realmente esclarecedor comenzará al día
siguiente.
Si un ateo sustentara su
filosofía de vida en la moral católica, me produciría sorpresa e hilaridad. Si
un populista, más o menos embozado, disfruta propagando democracia y transparencia,
a mí -defensor de la libertad individual- me causa pavor porque avisto un lobo
con piel de cordero. Huyan de comunistas que se dicen demócratas y patriotas.
Elaborado el artículo, me
levanto con los resultados del referéndum inglés. Observo una huida hacia
adelante del ciudadano europeo, incluyendo los presuntamente más cultos y juiciosos.
Nacionalismos insolidarios, ultraderecha, populismos y otros movimientos radicales,
intentan cambiar el statu quo, al menos en toda Europa. Tanta frivolidad
debería preocupar, aunque sea natural esta respuesta a políticas tan nefastas
que han traído el aturdimiento de las clases medias aburguesadas, amén de una depauperación
de difícil vuelta. Vislumbro un periodo de desequilibrios generalizados y un
futuro en verdad alarmante.