Acostumbramos a pensar
que entre singular y plural media solo un número, una medida. Sin rechazar semejante
razonamiento, existen además diferencias notables de concepto. El epígrafe incluye
un vocablo que recoge ese rasgo: cuento. Si el titular fuera, en tal apartado,
“de cuentos”, todo el mundo traduciría por conjunto de narraciones cortas. La
manera que adopto, por el contrario, permite interpretar -incluso al menos diestro-
que me refiero a la acepción coloquial de embuste, engaño u otras de parecido
jaez. Dejo clara, pues, cual es mi intención a la hora de analizar
acontecimientos que perturban la vida española durante los últimos tiempos. El
devenir impide mostrarnos optimistas pero, según Murphy y su famosa ley, cuando
algo puede empeorarse debemos estar listos para enfrentarnos a mayores
dificultades. Siempre, o casi, ocurre así. Nadie vea el activo impotente del
pesimista; constituye, más bien, una realidad empírica. Ignoro si es azar
siniestro o ley existencial. Queda como último recurso nuestro empeño humano
para vencerla.
Estrenamos semana con
aquella larga tortura del debate. Aparte el marco técnico-estético (del que soy
lego y siento poco interés), su contenido fue lamentable desde mi punto de
vista. Encorsetado, frío, irreal, mecánico, asistimos a un toma y daca alternativo
con sequía de propuestas innovadoras o datos fidedignos. Quien más quien menos -usando
aderezos iracundos- inundó el plató de falacias, o truncadas verdades, a fin de
convencer al suspicaz auditorio. Aunque se apreciaba un territorio embarrado,
las formas -salvo momentos concretos- fueron suaves; quizás porque a ninguno le
interesara sacar el puñal traidor ante tanta encuesta confusa. ¿Quién les será
al final útil? Albert Rivera acometió con aparente inquina contra Pablo
Iglesias porque el pacto posterior es imposible y aquel nada tenía que perder.
Tal vez hubiera cierta esperanza de pescar algún voto socialista diciendo cosas
que pocos medios se han atrevido a airear; ninguno, de gran audiencia. Sánchez,
tampoco.
Como mandan los cánones,
inicio la rigurosa andadura con Mariano Rajoy. El presidente en funciones, cual
asno en desusadas norias, daba vueltas y vueltas al plan económico, único
manantial de su imprecisa labor al frente de un ejecutivo que todavía vive a la
sombra de Zapatero. Los datos que brinda siempre me han parecido demasiado
endebles, efervescentes. No se sostiene, para subir impuestos, esa reiterada
excusa del embrollo atribuido al PSOE, cuando dijo el seis y luego era el nueve
de déficit inicial, días después de anunciar a bombo y platillo el ejemplar
traspaso de poderes. Hay que sumar también los seis meses de gobierno del PP en
casi todas las Comunidades, deudas causantes al decir del responsable económico.
Como juzgan mis amables lectores, estas son disculpas increíbles. Por cierto,
los impuestos no han bajado, bajaron su subida y porque era año electoral. Ojo
a la exigencia europea de recortar nueve mil millones más. Inquieta el aumento
del empleo, según se dice, mientras disminuye la caja de la Seguridad Social.
No se comprende, al menos yo no, que disminuya el déficit mientras aumenta la
deuda pública. Renuncio a hablar, para qué, de la democratización del Estado,
del abuso territorial, de hacer cien leyes y mil trampas, por aquello de hecha
le ley… Etcétera, etcétera, etcétera.
El señor Sánchez,
envuelto en el sudario, saca fuerzas -quién sabe de dónde- para decirle no a
Rajoy y a Iglesias. ¿Acaso piensa ganar las elecciones y alcanzar con
Ciudadanos un gobierno ni nuevo, ni de izquierdas? Lo de progresista, otro tic,
es tan indefinible como su Estado Federal. Si quiere tener opción de presidir
un ejecutivo a medio plazo, ha de cumplir cinco cosas. Dejarse de tópicos
absurdos, cambiar de asesores, homologarse con la socialdemocracia europea,
abstenerse el 27 J y pasar a la oposición con condiciones que impliquen un
freno definitivo a la corrupción y a los intereses partidarios, amén de
personales. En el ínterin, romper los pactos con Podemos y divergir de ellos
fijando las incompatibilidades netas entre socialdemocracia e izquierda
radical, populista, totalitaria, ruinosa y liberticida. No hay otra salida
propia, ni ideológica, tras la estrategia y trampas dispuestas por Iglesias.
A Albert Rivera lo exceptúo
de esta breve antología. Me parece un político que aún debe modelarse, vigorizarse.
Estoy de acuerdo con el apoyo que presta al PSOE en Andalucía, pero debería
estabilizar algunos desequilibrios tácticos en ciertos ayuntamientos y
diputaciones. También, asimismo, guardar simetría respecto a apremios e
indulgencias. Quebrar, aunque sea aparentemente, equidistancias centristas, dar
pie a que fructifique una opinión de ladeo, le hará perder votos de ambos
caladeros. No basta con ser; hay que aparentarlo. Creo que, limando estas
pequeñas deficiencias, tiene un futuro esplendoroso.
Pablo Iglesias, pese a su
cuento reiterado, a su audacia, a su manejo de los medios, jamás será
presidente del gobierno. Lo intuye. Sabe que España es un país moderado pero no
puede cambiar de campo, incluso siendo un perfecto camaleón. Si esto escapara a
su percepción dejaría de ser lo inteligente que se especula, más después de
proclamar a Zapatero el mejor presidente de la democracia. Su enorme ego queda
satisfecho con liderar un grupo de entusiastas discípulos que adoran,
mayoritariamente, al tótem providencial. Iglesias queda absorto con la escena,
camuflándose con variados disfraces cual Menandro y su nueva comedia de
caracteres. La máscara es la clave en el ritual pues convierte al actor en
personaje, en mito. Los corifeos reciben a cambio el peculio estipulado; transmutan
del paro a la canonjía, de la nada al todo cómplice. ¡Casta!
Nadie sufre apreturas
explotando el cuento.
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