viernes, 26 de marzo de 2021

EL CANDIDATO MENDICANTE, ENDEBLE

 

Si tuviera el eco de Ayuso, yo tampoco dedicaba un minuto a Iglesias y lo orearía sin fobia; así, con alguna omisión probable e involuntaria, voy a escrutar al personaje que suscita gran rebato a este país, según distintas capas sociales. Sin embargo, nunca lo consideré apocalíptico, ni por su fortaleza, ni por su inteligencia. Siempre he visto en él un individuo inestable, barroco; no ya por el discurso revuelto, incendiario, sino por lo retorcido del carácter y estilo. Sabidillo, sin pedigrí político, sin praxis preliminar más allá de alguna algarada juvenil que le añada un crédito aceptable, este aventurero llegó demasiado lejos inoculando quimeras, espejismo, a colectivos desarraigados y hambrientos de utopía y demagogia. “Cuanto más alto se sube, más grande es la caída” recuerda una certera sentencia popular. Tal vez crea ser, invadido por su egolatría, el ave Fénix impregnado de extraordinario poder de resiliencia. La realidad abate fantasías.

Cualquier hervidero retórico, ayuno de ejemplaridad y coherencia, a medio plazo instituye el eslabón roto en la cadena de fidelidad, de ilusión, provocando fugas irreversibles. Constituye ese peaje fatídico para quienes conforman multitudes sin convicción, adheridas a promesas virtuales o eslóganes extemporáneos, irrealizables. Sí, la argamasa adhesiva suena bien, seguramente pretende una consistencia excepcional, pero ocurre igual que aquella reflexión propia (greguería sin lustre), que se me ocurrió hace años, con el siguiente texto: “Este pegamento tiene una pega, que no pega”. Pudiera parecer nota destacada del candidato podemita a la Comunidad madrileña ante esa fanfarria de que se presenta para unir y superar el porcentaje mínimo puesto antes en cuestión. Desbancar a Isa Serra implica un narcisismo antifeminista obtuso, además de indigno insulto a ella, a los círculos desvencijados o desaparecidos y a los votantes.

Ignoro si es normal en las élites podemitas tanto ensoberbecimiento u ocasionan consulta médica diferenciada para extraer epílogos juiciosos, reconfortantes. No ha mucho, Irene Montero glosaba el inmenso esfuerzo personal invertido en conseguir el puesto que ocupa. Monedero, cofundador de Podemos, en su entrevista con el juez del caso Neurona, entre otras cosas, dijo: “Señoría, le hablo como académico”. Del líder máximo, ¡para que hablar! Revestirse de jactancia —aparte exceso insolidario que menoscaba la igualdad (base del ministerio ostentado por doña Irene) y rudimentos sociales pregonados por el resto— constituye una farsa rechazable. Lo evidente no necesita argumentos para desenmascarar tanta estupidez. Sigo sin comprender el porcentaje de voto que todavía atesora la patraña, aunque ajustemos el foco censor en una sociedad desorientada y necia. Por cierto, académico es acepción desusada que utiliza la fatua casta universitaria.

Sabemos, deberíamos saber, que esta caterva de desaprensivos muestra sobradas suturas para tener crédito todavía. Políticos —que ocupan el poder gracias a apoyos inmorales y medios bien pagados— blanquean, sin decoro, individuos y doctrinas contrarios a los intereses nacionales y al bienestar ciudadano. ¿Por qué unos y otros, aunque no siempre, apostillan diferencias entre derecha y extrema derecha mientras hablan solo de izquierda, incluyendo en ella a comunistas, CUP y Bildu? ¿Por qué solo se habla de fascismo y no de totalitarismo criminal, culpable de cien millones de muertos? ¿Conocen algún país comunista donde haya democracia? Busquemos (fuera de la elocuencia demagógica) algo mollar que llevarnos a la boca, alguna sustancia reconocible, exuberante de virtualidad cautivadora únicamente para bobos tras conocer obras y milagros del candidato.

Cierto que la campaña electoral acumula compromisos y promesas con intención de incumplirlos. Esto se considera algo rutinario, pero constituye una simulación corrupta de gigantescas proporciones. Sin embargo, no puede tolerarse el cinismo antiestético de que algunos hacen gala permanentemente. Iglesias inscribe su campaña —contra el talante injurioso, atrincherado, de rivales— en datos y propuestas empezando con esta frase: “Quiero impedir que estos delincuentes y criminales puedan tener todo el poder en Madrid”. ¿Necesitan más pruebas?; aquí nos vamos conociendo todos. Se lanzó al ruedo electoral, dice (desde mi punto de vista lo lanzaron), para evitar un desastre en la asamblea autonómica mientras asegura ganar las elecciones. Cabe recordar que en mil novecientos diecinueve, el veintiocho A obtuvo por Madrid un diputado más que el diez N. Igual que a Ícaro, su vuelo desmedido lo hunde al averno.  

Los políticos tienen antojos, no sentido común. Digo esto porque días atrás, Iglesias auguró que ganaría las elecciones con el argumento: “Nadie pensaba que sería vicepresidente del gobierno y lo soy”. Pablo (Iglesias) no sabe la diferencia entre “llegar a ser” —en donde el verbo principal es llegar— y “ser”. Él, solo ha llegado a ser vicepresidente segundo (encima segundón, caso aislado) del gobierno. Lo abandonan sus votantes, lo planta Errejón y hasta el bueno de Gabilondo manifiesta estar en las antípodas de “este Iglesias”. Después, todo seguirá igual porque ellos conformarán la oposición y ahí sobran cálculos poselectorales. En cualquier caso, un único candidato tiene el discurso frentista, fariseo, postizo. Pregunta sencilla, patente, ¿saben de quien se trata? Correcto, han acertado.

Ofrece a Madrid ese cambio seductor, engañoso, que finge retocar la ética, estética, instituciones y bienestar ciudadano. Su cínico proceder personal disfrutando placeres negados al común, decenas de policías guardando una integridad (a priori plena) y mansión al alcance de pocos, habilita al austero Errejón —verbigracia—merecer audiencia y voto. Asimismo, nula eficacia gubernamental si basamos el examen en quince meses de quehacer gubernativo. ¿Hay, por tanto, indicios de que su hipotética gobernanza resultara positiva para la Comunidad? Ninguno. Concluyendo. Cuando dice que gobernará Madrid para cambiarlo o vaticina que Yolanda Díaz será la próxima presidenta de España, una de dos: es un “chorra” (en Cuenca epíteto indefinido con extraordinaria carga peyorativa) o individuo fantasioso, extraviado, presunto paciente de psiquiatra.

Desmenucemos, para concluir, alguna de sus “cualidades” públicas. Procedente de una élite endogámica universitaria, ha proclamado orgulloso ser comunista; es decir, partidario de Lenin, Stalin, Castro y —con emotiva reiteración, casi pasión ciega—Chávez. Ninguno sirve de referencia democrática, salvo que lleve el remoquete “popular” con mucha peor nota que aquella lejana apodada “orgánica”. Su gestión, si fuera decisiva, traería miseria y sometimiento. Representa una paradoja irreductible e incoherente. Se desgañita proclamando el derecho constitucional a una vivienda digna, sin mencionar el mismo derecho al trabajo o ceder a tal fin alguna de sus propiedades, varias según detallan. Entro otros muchos, un dato clarificador y ofensivo: Irene Montero gasta veinte mil euros en maquillaje y peluquería para mejorar su imagen. Delirante. No va más.

viernes, 19 de marzo de 2021

LA INVASIÓN

 

Además de irrumpir o entrar por la fuerza —lo que equivale a ocupar militarmente un territorio o país, suceso de escasa normalidad— la acepción cuatro indica “entrar injustificadamente en funciones ajenas”. Por su parte, el concepto cinco detalla: “Dicho de un sentimiento, de un estado de ánimo, etc. Apoderarse de alguien”. Creo acertar si digo que tal vocablo lleva implícito el uso de la coacción en su sentido más amplio; por tanto, constriñe intenciones, derechos y voluntades individuales. El poder, cualquier manifestación del mismo, tiende a invadir todos los ámbitos. Nada ni nadie escapa a su afán inquisidor, ni siquiera los que poseen alguna parcela, porque tiene pavor a compartirlo de forma plural, abierta. La Historia muestra, asimismo, que las tiranías totalitarias (nazismo y leninismo-estalinismo) son capaces de crímenes atroces.

Llevamos décadas siendo invadidos social, política e intelectualmente por un ejército de intrigantes, bellacos, tal vez mindundis (prebostes y comunicadores), que reducen de forma asfixiante nuestros derechos y libertades. A su vez, la convivencia libre, pacífica, democrática, exige jueces imparciales, sin chantajes cuyo fin sea doblegar resoluciones objetivas, ajustadas a Ley. Quien desee poseer un poder absoluto sabe qué enemigo debe vencer primero: los jueces. Cualquier retórica liberal, cualquier compromiso de salvaguarda, quedan huecos, ilegitimados, si al mismo tiempo se pretende invadir la independencia judicial. Alfonso Guerra fue artífice de aquella famosa frase “Montesquieu ha muerto” porque sepultó dicha independencia permitiendo que los partidos eligieran el CGPJ. Ahora —el gato escaldado, del agua fría huye— denuncia y le preocupa que Sánchez quiera ocuparlo.

Pese a lo escrito, advierto que la invasión inaugural, primigenia, se padece en los campos semántico y ético. Existen verdaderos intentos para profanar, prostituir, el recto significado de vocablos, mensajes e informaciones. Lealtad y traición, heroicidad y cobardía, verbigracia, tienen alcances distintos según quien los exprese. Me parece tan corrupción gigantesca loar un gobierno progre (sin definir su carácter ni naturaleza) como denigrar, por oposición, otro presuntamente reaccionario o rancio, sin clarificar siquiera el soporte veraz. Una sentencia afirma: “En la invasión cultural, es importante que los invadidos vean la realidad con la óptica de los invasores y no con la suya propia”. Desde el punto de vista moral, existen actitudes a priori sugerentes, ejemplares, cuyo encuadre real resulta dificultoso porque enseguida puede descubrirse una anatomía postiza. Su fundamento tiene acomodo en la locución: “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”.

Los gobiernos de Suárez, González y Aznar mantuvieron, alternando luces y sombras, una correcta hechura democrática. Zapatero —con aquella farsa de la tercera vía y el despiece europeo del armazón socialdemócrata, ya por entonces decadente— tiñó de radicalismo la izquierda española que, salvo con Felipe González, jamás fue homologada por Europa. Huérfana de atractivo económico y social, tuvo que reinventar cierta estructura ideológica para evitar la desbandada electoral. Aquí empezaron las invasiones conceptuales que Cronos, ambición y pactos contra natura, han traído tanto quebranto a la par que decepción. El señor Rodríguez (constatación incontestable de hasta donde puede llegar el pueblo español en su necedad) compuso el caos gubernativo, como no podía ser de otra manera, sobre tres pilares inoperantes: Memoria histórica, feminismo y cambio climático; tridente que dejó España hecha un solar.

Rajoy invadió toda esperanza del pueblo forzándolo a sufrir grandes frustraciones. Con su tibieza y abandono sentó las bases para atraer la diversa e ingente invasión de Sánchez, a cuya ruindad particular dedica horas y esfuerzos. Con la ayuda inestimable de Podemos que dedicó esfuerzos titánicos para aunar nacionalistas, independentistas, versos sueltos y Bildu, Pablo regaló el gobierno a Pedro. A propósito, estoy convencido de que Sánchez no hubiese retirado la moción aun si Rajoy hubiera dimitido. Tras arrogancias de uno y otro, a la segunda se conformó un cuerpo sumido desde su origen en deslealtades y suspicacias generalizadas. Presiento que el espectro de Iglesias ha modificado de forma severa el armazón presidencial incorporando un aliento totalitario, ya existente y bien alimentado. Iván-Sánchez, o viceversa, cocinaron —fuera de los fogones podemitas, pero utilizando, eso sí, especias con su marca— intrusiones virulentas, como mínimo onerosas.

El cuerpo doctrinal del PSOE viene sufriendo en dos décadas una invasión tal que ahora es un partido deforme, grotesco, sin lustre. Genera no pocas dudas y, desde luego, extraños afectos, no ya su naturaleza (alterada tras la ocupación por personajes siniestros) sino el rumbo laxo después del cambio. Aplicar tácticas —en ocasiones incomprensibles, atrabiliarias, pero siempre engañosas— resulta palmario, incluso arraigado, con tal de alcanzar el poder. Sin embargo, no debieran aceptarse las que quiebran normas sustantivas, contrarias a su esencia. Unirse al comunismo extremo mientras acusa al contrincante de aproximarse a una incierta extrema derecha, implica tanta manipulación e inmoralidad que debiera tener consecuencias electorales. Supera todos los excesos partir pan con partidos antiespañoles o aproximarse a siglas herederas del terrorismo.

Al fondo, ocultos tras un marco sombrío, aparecen —preparados, diestros (en puridad, siniestros), para invadir la conciencia social— los medios audiovisuales, nucleares en países analfabetos o no leídos. Es evidente que cualquier político desea dominar la vida ciudadana, pero los medios constituyen una caja de resonancia aparatosa hasta el punto de que el individuo se entera únicamente de lo publicado. Realizan un solipsismo (solo hay constancia de la realidad a través del yo) privativo y manipulador. El agitprop es la técnica de agitación y propaganda, con envoltura artística y literaria, para influir en la opinión pública. Se desarrolla, buscando réditos electorales, sobre todo en la izquierda al abrigo del proyecto gramsciano para lograr plena hegemonía cultural.

Ocasionalmente, las invasiones —siempre dañinas, inclementes— forman plagas, descritas ya por la Biblia, que el individuo pretende exterminar por su temible voracidad. Políticos y adláteres hoy en nuestro país constituyen una plaga gravemente invasiva para el bienestar ciudadano. Menos mal que suelen devorarse entre ellos mismos y en los prolegómenos nos dejan un residuo de paz, de gozo.  Preocupa, a mí al menos, la incapacidad demostrada para su exterminio ético-político mientras nos basta con saborear un momento casi humillante. Encima, alguno se ha extraviado por algún efecto recayente, surgido por invasión anímica desconocida, que le obliga, quizás obliguen, a humillar una cerviz con aspiraciones celestes o, en el peor de los casos, excelsas. Esos, altaneros y pomposos “salvadores” de la izquierda (buñuelos, al fin y al cabo), consiguen, aparte rechazo irascible, alcanzar un ocaso gris, bufo. Retiro, ganado a pulso, en defensa propia, porque la sociedad no debe aceptar fantasmadas ni perdonar incoherencias.

viernes, 12 de marzo de 2021

LA APISONADORA

 

Como su nombre indica, tal artefacto apisona; es decir aprieta o allana bajo un hormigueo moral —salvo conciencia laxa— e incluso por efecto del enorme peso mecánico. Nuestra mente se altera con esa máquina mastodóntica (cuyo hábitat usual son caminos y carreteras) causando cierta inquietud instintiva. Aunque la visión mayoritaria se refiera al hecho físico, constatamos reseñas más inspiradoras en el ámbito metafórico. Hoy vivimos, sin exclusiones expresas, sometidos a una presión multigenética que causa desorientación y alteraciones múltiples. Desde la incertidumbre sanitaria, al indudable caos económico, pasando por el gobierno farsante e inepto y una oposición que da pena en lugar de esperanza, estos vividores (si Europa no lo impide, porque los españoles no parece que tengan intención de cambiar nada por el momento) mangonearán el país a su antojo y harán de él y de nosotros lo que les dé la gana.

Haciendo un paréntesis en los modos, pero con la misma filosofía propagandística, maquillado el escaparate a su máxima hipnosis, Sánchez —envuelto en flashes— ha destruido armas y municiones, teórica y fingidamente, entregadas por Eta en “su derrota”. Esfuerzo oportuno, pero inútil porque conforma otra pantomima. Primero requisó una apisonadora de alguna empresa afecta, devota, de las que (presuntamente) ceden un tres por ciento (cuota talismán) a la causa. Otra opción implicaría paralizar obra pública, preferencia sin consecuencias para un gobierno estático y un pueblo indefenso. Luego ensaya dos trolas amalgamadas. Primero dice que las armas destruidas corresponden a las facilitadas por Eta, cuando fueron Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado quienes intervinieron ese pequeño arsenal incluyendo al GRAPO. Eta no ha entregado sus armas, ni fue vencida; se llegó a un acuerdo favorable a la banda. Observen datos y hechos.

Sin duda, estos tiempos convulsos, maleables, quizás abarrotados de estupideces, se nutren de tecnologías diversas que el viento, no tan azaroso, las hace claudicar ante la comunicación espacio-digital que conlleva poder, elitismo y manipulación. De manera innegable, los medios audiovisuales adoctrinan, guiando procesos ideológicos en grandes masas de población. Así, es difícil salirse del camino programado por expertos en dinámicas sociales. Instituye la corrupción fundamental, al agotar toda soberanía efectiva, destruyendo los sistemas democráticos. Quien haga gravitar su fe sobre redes sociales y cimiente en ellas una aparente pureza doctrinal es víctima directa de políticos transgresores. Al fin y al cabo, los medios conforman la aldaba utilizada para llamar la atención sobre individuos que leen con oídos y lucubran con vísceras prestas al enfrentamiento. Las redes, además, llevan inquina.

¿Qué intenciones mostraba Sánchez? (mientras la apisonadora cumplía su papel) cuando revelaba: “La destrucción de estas armas tiene un grandísimo significado para la democracia española. Implica la derrota de la violencia frente a la razón”. Su dialéctica pretendía laminar muchas más mentes que armas aquel armatoste metido a espectáculo exhibicionista. Pedro miente, tima, sin solución de continuidad y ahí se encuentra todo su balance vital; al menos, el público. Cierto que el llamado efecto rodillo, sinónimo de aplanar cualquier intento de sublevación o evasiva, dejó hace tiempo la novedad para convertirse en lastre antañón sin perder oportunidad de acopiar las últimas mejoras en su afán de liquidar apéndices insólitos, malignos, complejos. Nada causa mayor alarma, dentro de un objetivo concienzudo, que el verso libre, suelto. Solo él es capaz de dar al traste con ambiciosos proyectos gestados para alcanzar el poder y su disfrute. Conviene acallar voces discordantes, cuales sean; así se hizo y así se hace.

Desconocemos si el promotor se llama Iván, Iglesias o Sánchez. Al final, importan talantes y empresas. Los primeros hieden a totalitarismo encubierto, quizás revestido con novedosas galas democráticas que, a poca atención, delatan una hipocresía electoral insuficientemente condenada. Las segundas señalan un sombrío camino marcado al ciudadano por grupos gobernantes a cuyo proyecto burdo, demoledor, se aúpa la oposición acomplejada y errante. Surge envilecido, a ese compás, el deseo indómito de someter toda tentativa que conlleve cualquier atisbo de libertad. Hay razones fundamentadas para sospechar que, aparte torcer voluntades (el miedo como dinámica social de Norbert Elias), conviene al gobierno generar humo con misión de difuminar —cuando no envolver, encubrir— ineficacias y errores consumados por políticos deshonestos, lerdos; a lo peor, desaprensivos. Si quiere llegar al bienestar pleno, segura, sin desencuentros, la sociedad tiene una misión ineludible, aunque engorrosa: librarse de aventureros siempre; más, si ocupan el poder con malas artes.

Esta situación sanitaria y económica —que dura ya un año—permite al gobierno llevarnos a una libertad vigilada parecida a las medias verdades, que constituye la forma sibilina de mentir. El Estado de Alarma es un dudoso instrumento constitucional (expertos juristas hay que lo califican de Estado de Excepción camuflado), tipo biombo, para excusar algún exceso que otro y alguna que otra resolución liberticida. Se aprecia también, como rebote glotón, la probable existencia de otra apisonadora en el Tribunal Constitucional. Asumo y comprendo qué punto de riesgo conlleva esta maldita pandemia (por cierto, se va constatando por voces muy prestigiosas la naturaleza artificial del virus), pero podrían adjudicarse mejor las responsabilidades en vez de atribuir al pueblo el mayor porcentaje. Un año después, todavía colea la imprevisión, el exceso de mediocridad o caudillaje retrógrado, para tener que enfrentarnos a la pandemia con métodos medievales, siempre a costa del individuo. Otro proceder apisonador, machacante, indigno.

Sánchez —maquiavélico e impresentable, a la par que achulado, pomposo, ignorante y manirroto presidente— pretende añadir tara a su apisonadora consintiendo, ya sin tope, las estrategias totalitarias de Podemos. Aplastado el poder ejecutivo, concentrado en su persona, aplastado el legislativo (sometiendo al Parlamento con extremistas, antiespañoles, herederos de terroristas y otras siglas disgregadoras), queda enhiesto todavía (gracias a Europa) el poder judicial para impedir que España se convierta de hecho en un totalitarismo marxista. Gestos, sobran, pues la “casta” —ahora duplicada— inunda puertas giratorias, amiguismos y trapicheos insólitos propios del tercermundismo. ¿Y los medios? Mejor callo. Constituye el efecto nocivo de un gobierno social-comunista, pese al marketing pertinaz, soporífero, pero efectivo.

Sánchez quiere un reparto discrecional, abusivo, del dinero europeo. También pretende eliminar a la derecha nacionalista para conformar en Cataluña y País Vasco gobiernos de izquierda; mientras, recluye a la oposición y cautiva al pueblo en todo el territorio nacional. Su objetivo, mantener el poder varias legislaturas, si no siempre. Se olvida de algo: cuando la apisonadora acepta acciones junto a otras con menos lastre, formando un pack aterrador, el suelo puede presentar oquedades invisibles hundiendo esos monstruos fantasmales, atrapan debajo a los pilotos y no dan lugar a posible rectificación. Madrid se ha tragado la apisonadora y se ha convertido en símbolo nacional.

viernes, 5 de marzo de 2021

CONJETURAS, OPINIONES Y NEGACIONISMOS

 

Quiero dejar claro, en primer lugar, que no soy negacionista porque objetar casi cien mil muertos —además de cerrar los ojos y sucumbir al absurdo— supondría un escarnio inmoral, obsceno, a múltiples deudos. No obstante, con la misma firmeza reclamo mi derecho a cuestionar lo políticamente correcto, a sortear trayectorias que se proclaman innovadoras (y suelen amparar intereses económicos, aun políticos), para exponer mis ideas sin cortapisas ni imposiciones. Conjetura significa conocimiento no acreditado que se edifica sobre indicios más o menos consistentes. A veces, resulta complicado deslindar supuesto y realidad porque lo inmaterial acepta múltiples facetas y asientos que permanecen o esfuman sin remitirse a norma alguna. Salvo escasas precisiones irreprochables, lapidarias, existen verdades (conjeturas) científicas poco duraderas y jurídicas sobre incuestionadas. Las que realizamos, consciente o inconscientemente, los ciudadanos de a pie pueden calificarse de expansiones virtuosas, ingenuas.   

Decía Calderón que la vida es sueño. Ninguna discrepancia cuando nos refiramos a individuos contenidos o candorosos, pues el resto vive cautivo, penando continuamente la conjetura cual Sísifo en su metafórico, perseverante y perpetuo esfuerzo de subir la roca al monte. Igual que Sísifo, el género humano persiste buscando esa verdad transformada —de forma intrínseca y ya casi vencido el trance racional— en otra conjetura. Se inicia así un bucle imperecedero, probable culminación del castigo ontológico debido a nuestra codicia por conocer lo ininteligible: el ser y la vida misma. Toda ciencia puede considerarse un eterno retorno al inicio, aunque algunos apuntes sirvan a estructuras ulteriores sin que lleguen a formar por sí mismos esencia científica.

Popper, a estos efectos, concluía: “La ciencia no puede poseer la verdad absoluta y sus enunciados no son verificables ni probables, sino falsables”. En otras palabras, de la ciencia solo puede probarse su falsedad; por tanto, es pura conjetura, un conocimiento sin avalar. Creo que nadie, hasta la fecha, ha desmentido tal idea con argumentos concluyentes. Semejante certidumbre eclipsa ciertas “verdades reveladas” relativas a los actuales debates originados por la pandemia vírica sobre dimensión, perfiles y enfoques. Pueden concebirse con el empuje, no exento de humildad, que la gravedad requiere. Sin embargo, el marco en que se asienta toda exigencia viene acompañado de un oscurantismo despectivo más que irregular. Parece evidente que la fórmula esquiva acallar alguna voz discorde, probablemente para juzgarla prototípica cabeza de turco.

Cualquier democracia depurada, decente, protege la libertad de opinión y expresión sin respaldos ni agresiones dirigentes, mediáticos o sociales inducidos. Hacer una causa general, inquisitoria, de cualquier sentir —incluso desordenado o extemporáneo a priori— constituye un precedente grave, de consecuencias insospechadas, por excesivo esmero o celo posterior. Justificar resoluciones y movimientos, hacer leña del supuesto árbol caído, conforma un escenario conflictivo, sin limitaciones nítidas. Hoy se persigue a quien atenta hipotéticamente contra la salud grupal, mañana quizás estorbe el drogodependiente que acosa la seguridad y bienestar ciudadano. Agotarán tal lista con los jubilados, un estorbo social y económico de primera línea. La “cata”, esa incisión que hacen los inexpertos al melón para ver si está maduro, impulsa su deterioro, putrefacción e inhabilita el consumo. Lo sé por fatal experiencia en mis años mozos. Así de claro.

Hago verdaderos esfuerzos y no hallo motivos para impulsar la agitación del gallinero hasta extremos insospechados. Reconozco el eco que suscita la señora Abril, pero ni su mensaje, ni su poder, tienen enjundia suficiente para producir un alarmismo furibundo. He diseccionado con rigor las palabras de doña Victoria y, fuera de alguna indiscreción de dudosa certidumbre, podría suscribirlas yo mismo (incluyendo rúbrica) básicamente en relación a las vacunas, reseñas y precipitación. Me produce perplejidad, y ya es difícil, cómo el personal comulga con ruedas de molino que ponen a su alcance responsables políticos y medios sin conciencia. O pensamos un poco o estos aventureros nos llevarán definitivamente al páramo sanitario y económico, como mínimo. Presuntos expertos (asiduos a lo políticamente correcto y desde las primeras castañas) negaron los efectos del coronavirus —sin “levantar” tanta polémica— por oscuros impulsos. Tomar medidas a destiempo, según indica algún informe, generó decenas de miles de muertos.

Sé, desde años, que este es el país del púlpito y de la proclama, pero dentro de un orden. Quien esté adscrito al “sanedrín” puede decir verdades monstruosas, tóxicas, dañinas, sin que el sismógrafo nacional anote oscilación alguna. Si acaso fuera intruso, su sacudida excedería la escala Richter. El asunto Victoria Abril es prueba contundente. Medios, sanitarios de alto nivel, ciudadanos voluntariosos e irreflexivos y artistas del cazo con dilatado repertorio, se arrojaron sobre ella ávidos, inmisericordes, ayunos de contrición. Renovaron su sentencia: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”. Me ha causado desconcierto asimismo que el ejecutivo quedara mudo. Como decía la Bombi, ¿por qué será? Creo mucho más peligroso, debido al escaso crédito, excesivo poder y graves secuelas, palabras —cuando no hechos— de gobernantes ligeros de labia y torpe cautela. Ejemplo bochornoso son las frases de Irene Montero cuando cuestiona la utilidad monárquica mientras abre un horizonte republicano por haberse vacunado las infantas. Oportuno, ahorrativo, sería inquirir antes su conveniencia y provecho como ministra.

Súbitamente, quizás esperando la ocasión como el Chicho (bromista amigo de mi padre), ha aparecido un vocablo que rompe moldes semánticos: negacionismo. Se usa para indicar cierta actitud peyorativa, cuando solo esboza alternancia contraria. El negacionista es “afirmacionista” de lo contrario en un plano individual. Tener seguidores o no escapa a la voluntad de quien afirma o niega haciendo uso de su libertad de expresión sujeta a las leyes en vigor. Al igual que facha o fascista, negacionista constituye la forma de exclusión —y campo de exterminio político-social— para quienes se atreven a rechazar el pensamiento único, hegemónico; hoy, referido a la pandemia. Son fácilmente reconocibles porque (al contrario) suelen tener poder, se autodefinen demócratas a machamartillo y se dicen luchadores por la libertad de expresión. Sí, la suya.

Tal vez estemos en un escenario donde se nieguen demasiados bienes esenciales; no a nivel conceptual e íntimo sino grupal y gubernativo. La ciudadanía, presa de pavorosa indolencia, niega —sorda, ciega, domesticada— cualquier atropello, desliz u oprobio que proceda del ejecutivo. Este, que niega todo sumido en la arbitrariedad y el caos, me recuerda la anécdota del ciego (Podemos) y el lazarillo (PSOE) con aquel diálogo: — ¡Lázaro, me estás engañando! —¿Por qué, señor?— Porque habíamos pactado comer las uvas de dos en dos; yo las tomo de tres en tres y tú callas—. Ignoro, a estas alturas, si el curioso diálogo invade la narración pícara o forma parte de la picaresca hecha gobierno.