Como su nombre indica, tal
artefacto apisona; es decir aprieta o allana bajo un hormigueo moral —salvo
conciencia laxa— e incluso por efecto del enorme peso mecánico. Nuestra mente se
altera con esa máquina mastodóntica (cuyo hábitat usual son caminos y
carreteras) causando cierta inquietud instintiva. Aunque la visión mayoritaria
se refiera al hecho físico, constatamos reseñas más inspiradoras en el ámbito
metafórico. Hoy vivimos, sin exclusiones expresas, sometidos a una presión
multigenética que causa desorientación y alteraciones múltiples. Desde la incertidumbre
sanitaria, al indudable caos económico, pasando por el gobierno farsante e
inepto y una oposición que da pena en lugar de esperanza, estos vividores (si
Europa no lo impide, porque los españoles no parece que tengan intención de
cambiar nada por el momento) mangonearán el país a su antojo y harán de él y de
nosotros lo que les dé la gana.
Haciendo un paréntesis en
los modos, pero con la misma filosofía propagandística, maquillado el
escaparate a su máxima hipnosis, Sánchez —envuelto en flashes— ha destruido
armas y municiones, teórica y fingidamente, entregadas por Eta en “su derrota”.
Esfuerzo oportuno, pero inútil porque conforma otra pantomima. Primero requisó
una apisonadora de alguna empresa afecta, devota, de las que (presuntamente)
ceden un tres por ciento (cuota talismán) a la causa. Otra opción implicaría paralizar
obra pública, preferencia sin consecuencias para un gobierno estático y un
pueblo indefenso. Luego ensaya dos trolas amalgamadas. Primero dice que las
armas destruidas corresponden a las facilitadas por Eta, cuando fueron Fuerzas
y Cuerpos de Seguridad del Estado quienes intervinieron ese pequeño arsenal
incluyendo al GRAPO. Eta no ha entregado sus armas, ni fue vencida; se llegó a
un acuerdo favorable a la banda. Observen datos y hechos.
Sin duda, estos tiempos
convulsos, maleables, quizás abarrotados de estupideces, se nutren de
tecnologías diversas que el viento, no tan azaroso, las hace claudicar ante la
comunicación espacio-digital que conlleva poder, elitismo y manipulación. De
manera innegable, los medios audiovisuales adoctrinan, guiando procesos
ideológicos en grandes masas de población. Así, es difícil salirse del camino
programado por expertos en dinámicas sociales. Instituye la corrupción
fundamental, al agotar toda soberanía efectiva, destruyendo los sistemas
democráticos. Quien haga gravitar su fe sobre redes sociales y cimiente en
ellas una aparente pureza doctrinal es víctima directa de políticos transgresores.
Al fin y al cabo, los medios conforman la aldaba utilizada para llamar la
atención sobre individuos que leen con oídos y lucubran con vísceras prestas al
enfrentamiento. Las redes, además, llevan inquina.
¿Qué intenciones mostraba
Sánchez? (mientras la apisonadora cumplía su papel) cuando revelaba: “La
destrucción de estas armas tiene un grandísimo significado para la democracia española.
Implica la derrota de la violencia frente a la razón”. Su dialéctica pretendía laminar
muchas más mentes que armas aquel armatoste metido a espectáculo
exhibicionista. Pedro miente, tima, sin solución de continuidad y ahí se
encuentra todo su balance vital; al menos, el público. Cierto que el llamado efecto
rodillo, sinónimo de aplanar cualquier intento de sublevación o evasiva, dejó
hace tiempo la novedad para convertirse en lastre antañón sin perder
oportunidad de acopiar las últimas mejoras en su afán de liquidar apéndices
insólitos, malignos, complejos. Nada causa mayor alarma, dentro de un objetivo concienzudo,
que el verso libre, suelto. Solo él es capaz de dar al traste con ambiciosos
proyectos gestados para alcanzar el poder y su disfrute. Conviene acallar voces
discordantes, cuales sean; así se hizo y así se hace.
Desconocemos si el promotor
se llama Iván, Iglesias o Sánchez. Al final, importan talantes y empresas. Los
primeros hieden a totalitarismo encubierto, quizás revestido con novedosas galas
democráticas que, a poca atención, delatan una hipocresía electoral insuficientemente
condenada. Las segundas señalan un sombrío camino marcado al ciudadano por grupos
gobernantes a cuyo proyecto burdo, demoledor, se aúpa la oposición acomplejada
y errante. Surge envilecido, a ese compás, el deseo indómito de someter toda tentativa
que conlleve cualquier atisbo de libertad. Hay razones fundamentadas para
sospechar que, aparte torcer voluntades (el miedo como dinámica social de
Norbert Elias), conviene al gobierno generar humo con misión de difuminar
—cuando no envolver, encubrir— ineficacias y errores consumados por políticos deshonestos,
lerdos; a lo peor, desaprensivos. Si quiere llegar al bienestar pleno, segura, sin
desencuentros, la sociedad tiene una misión ineludible, aunque engorrosa:
librarse de aventureros siempre; más, si ocupan el poder con malas artes.
Esta situación sanitaria
y económica —que dura ya un año—permite al gobierno llevarnos a una libertad
vigilada parecida a las medias verdades, que constituye la forma sibilina de
mentir. El Estado de Alarma es un dudoso instrumento constitucional (expertos
juristas hay que lo califican de Estado de Excepción camuflado), tipo biombo,
para excusar algún exceso que otro y alguna que otra resolución liberticida. Se
aprecia también, como rebote glotón, la probable existencia de otra apisonadora
en el Tribunal Constitucional. Asumo y comprendo qué punto de riesgo conlleva
esta maldita pandemia (por cierto, se va constatando por voces muy prestigiosas
la naturaleza artificial del virus), pero podrían adjudicarse mejor las responsabilidades
en vez de atribuir al pueblo el mayor porcentaje. Un año después, todavía colea
la imprevisión, el exceso de mediocridad o caudillaje retrógrado, para tener
que enfrentarnos a la pandemia con métodos medievales, siempre a costa del
individuo. Otro proceder apisonador, machacante, indigno.
Sánchez —maquiavélico e
impresentable, a la par que achulado, pomposo, ignorante y manirroto presidente—
pretende añadir tara a su apisonadora consintiendo, ya sin tope, las estrategias
totalitarias de Podemos. Aplastado el poder ejecutivo, concentrado en su
persona, aplastado el legislativo (sometiendo al Parlamento con extremistas,
antiespañoles, herederos de terroristas y otras siglas disgregadoras), queda enhiesto
todavía (gracias a Europa) el poder judicial para impedir que España se
convierta de hecho en un totalitarismo marxista. Gestos, sobran, pues la “casta”
—ahora duplicada— inunda puertas giratorias, amiguismos y trapicheos insólitos propios
del tercermundismo. ¿Y los medios? Mejor callo. Constituye el efecto nocivo de
un gobierno social-comunista, pese al marketing pertinaz, soporífero, pero efectivo.
Sánchez quiere un reparto
discrecional, abusivo, del dinero europeo. También pretende eliminar a la
derecha nacionalista para conformar en Cataluña y País Vasco gobiernos de
izquierda; mientras, recluye a la oposición y cautiva al pueblo en todo el
territorio nacional. Su objetivo, mantener el poder varias legislaturas, si no
siempre. Se olvida de algo: cuando la apisonadora acepta acciones junto a otras
con menos lastre, formando un pack aterrador, el suelo puede presentar
oquedades invisibles hundiendo esos monstruos fantasmales, atrapan debajo a los
pilotos y no dan lugar a posible rectificación. Madrid se ha tragado la
apisonadora y se ha convertido en símbolo nacional.
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