Hay un refrán que revolotea
arrogante mi tierra de la Manchuela conquense: “Todo se pega menos la hermosura”.
Víctima de tan hosco anuncio, me tomaré la licencia de ponerme a parecida altura
de nuestros diputados; si no de todos, de un alto porcentaje. Hoy pienso saltarme
el estilo, romperé una costumbre añeja, para hacer piña -cómo no- con sentencia
popular y caterva política. Reconozco que mi empeño tiene poco o nada de sabio,
pero el intento busca un reclamo a la sensatez glosando actitudes que debieran formar
parte sustantiva del estercolero más inmundo. Ignoro qué objeto embarga a
ciertos grupos cuando convierten el Parlamento en taberna pendenciera o, peor
aún, casa pública (nunca mejor dicho) con todo respeto para estos lugares de esparcimiento
y deleite pasajero.
Esta Cámara -llamada baja,
hoy casi enana- empieza a desfigurarse con la impronta, los signos ortopédicos,
de que hacen gala algunas siglas prestas al dicterio y la bufonada. Su
prioridad está alejada del individuo porque hacen de la canonjía objetivo
único. Protagonizan con harta frecuencia disonancias estruendosas,
perfectamente orquestadas, para conseguir algún titular ante la indigencia programática
exhibida. Como diría aquel, “corren bien cuando lo hacen fuera del camino”. Aportan
a la vida social una praxis extravagante, conforman el ejemplo evidente,
indiscutible, de aquello que no debemos consentir bajo ningún concepto. Nadie
mejor que ellos tiene esa capacidad asombrosa de ocultar la mezquindad tras el dedo,
ni nadie peor que nosotros para fijar la vista en él.
Veo bastantes políticos inclinados
a realizar reformas constitucionales precisas, hechas con bisturí, para salir
airosos del laberinto nacionalista. Omiten, sin embargo, argumentos sólidos, satisfactorios,
para vertebrar tales iniciativas. Incluso memos con carnet advierten el inútil
artificio que se propone: Constitución Federal Asimétrica (Cataluña no
aceptaría otra distinta). El invento presenta tacha y media. La entera constituye
una falta horrenda, grosera, de solidaridad entre regiones españolas sin obviar
el maridaje no consumado entre federalismo y monarquía. He aquí la media tacha
invalidante, junto a la primera, del Título Preliminar considerado su espina
dorsal. Espero que con tanto inconveniente, aventura e inestabilidad, no haya
acuerdo y menos ofrecer al consenso popular un cuerpo jurídico atroz,
malformado, proclive a divergencias, a enfrentamientos sociales. Los cambios no
siempre son afortunados ni solución esperanzadora.
Algunos padres de la
patria (deduzco que putativos) quieren hacer tabla rasa de lo hasta ahora convenido.
Deben pensar que lo fue a la corre prisa, quizás bajo coacciones ideológicas o
financieras. Tan insensatas -asimismo antidemocráticas- fuentes, requieren la asepsia
efectuada por quienes gozan de pulcritud genética y moral bendecida con el
hisopo que aferran cinco millones de demócratas convictos y confesos, sobre
todo confesos. No instauran, pues, una ruptura belicosa aunque incruenta, sino
más bien la esterilización por el fuego purificador del entramado que
levantaron, quiérase o no, terroríficos personajes. Era la casta primigenia,
precaria, previa a esa metamorfosis que, al cabo del tiempo, dejó una nación
invadida por vicios rastreros. Menos mal que, en buena hora, llegaron estas
huestes letradas, impolutas, virtuosas, para librarnos (quien sabe si exorcizar)
de ese demonio sosias de los cuatro jinetes del apocalipsis. Dios aprieta pero
no ahoga.
Lo que mola o peta (voces
que evocan a mi amigo filólogo, Ángel) es el frescor coloquial, no exento de desfachatez,
de la bancada podemita. Se asemeja muy mucho, guardando las distancias, a la
explosión casi espontánea, lasciva, del champiñón. Alojado en su bolsa
amniótica hecha de paja putrefacta y micelio, rompe todas las previsiones que
sobre él se presumen. Igual que los diputados de Podemos, sin paja y sin
micelio pero imprevisibles. Posteriormente, exprimida la bolsa, dado ya su
juego, a la postre, fundamenta un abono orgánico. Igualito que los diputados de
Podemos. Pues bien, con el mismo adobo, con la misma inercia, Podemos ha
convertido el Parlamento en una cueva de champiñón que tan bien conocemos en la
Manchuela conquense. Hasta empieza a oler igual. Un hedor genuino, impropio -dicen-
para mujeres embarazadas y para todo aquel que adueñe una pituitaria sensible.
Las maneras o son buenas o engrosan espíritus chabacanos sin adscripción social.
Remiten siempre a flojera intelectiva y nula capacidad de gestión. Atraen sin
remedio oquedades, bufidos; en fin, payasadas, floresta húmeda que cala solo a
quienes caminan la vida huérfanos de paraguas y chubasqueros valedores.
Sí, amigos, el hemiciclo -usualmente
ayuno de apostura, de rigor- se ha transformado en una corrala ampulosa donde caseras
y arrieros vociferan y gesticulan a la vez gestando un guirigay ensordecedor,
histriónico, petulante. PP y PSOE, empapados de corrupción, desean limpiar la
imagen con propuestas certeras, tal vez algo fantasiosas. Los nuevos, amparados
en su ociosidad, en su lejanía del poder, blanden calificativos, recelos,
acusaciones directas. Reparten estopa para ocultar las múltiples deficiencias
que les caracterizan. Podemos, a falta de razones, pierde los papeles, las
maneras, utilizando tan pobre táctica para protagonizar telediarios y debates.
No dan para más, y no me extraña, pues ya lo dice el refrán afín a su estilo: “A
la mejor puta se le escapa un pedo”. Ellos, además, se alejan de ser la mejor
puta; carecen de fondo, de cuerpo, para ello.