viernes, 26 de diciembre de 2014

DE NUEVO: FELIZ AÑO, IDIOTAS



Permítanme un breve prólogo. Epígrafe y escrito se publicaron en el umbral de 2008. Hoy, siete años después, solo cambiaría nombres, fechas y siglas. Las elecciones generales se deben celebrar el próximo noviembre y los partidos que a partir de ahora adquirirán un protagonismo igual de destructivo que entonces, o más, serán PP, PSOE y Podemos. Lo que contaba en el haber desastroso de Zapatero, sin quitar una coma, puede facturársele actualmente a Rajoy. Hasta la ciudadanía sigue inamovible en su inercial ceguera. Tras este primer párrafo -con las salvedades citadas y alguna otra que me dejo en el tintero de forma escrupulosa- repito el artículo exacto, tal cual se publicó. Los lectores ocasionales juzgarán qué ha cambiado, excluyendo el advenimiento de algunas siglas que no terminan de cuajar y la irrupción de un partido que quiere enterrar casi cuarenta años de paz y libertad.

La frase no es el fruto de un deseo paradójico; tampoco es la cita cargada, a partes iguales, de sarcasmo ácido y de ingenio a lo Groucho Marx; ni tan siquiera puede considerarse un exabrupto impetuoso e insultón. Es, básicamente, el alegato del comportamiento humano para unos congéneres que van a cavar la fosa de su propia desgracia con la alegría del que no sabe, o no quiere saber, las consecuencias de su ingenuidad, de su ligereza o, peor aún, de su mesianismo.

Sí, pronostico, conjeturo, adivino, que en las próximas elecciones del 9 M una gran parte de la sociedad española, quizás a regañadientes, votarán al PSOE a pesar de todo. Empeñan su fidelidad de forma misteriosa, para mí irracional, por un prurito ideológico que en el fondo repudian; son consecuentes dentro de su inconsciencia. A estas alturas parece imposible la existencia de ciudadanos que comulguen con esa inmensa rueda de molino que el gobierno -y sus interesados adláteres- hace rodar permanentemente con el mayor descaro, sin contenciones, a lo largo y ancho del solar patrio. 
Diferente es que la ciudadanía, culpable y sufridora al mismo tiempo de la situación, acepte de buen grado esa bola fabulosa, esa falacia mayúscula inherente al socialismo español.

Veamos. Los socialistas son partidarios del Estado federal cuando la experiencia histórica, maestra irrebatible, enseña que la federación conduce al cantonalismo radical e insolidario. No sé si basándose en este germen federal o por iniciativa particular y exclusiva del Sr. Zapatero, se elaboraron ciertos estatutos de autonomía que potencian el desgajo, la independencia de esas comunidades y, por ende, propician la parcelación del país en claro desacato a la norma constitucional. Sin embargo este es el gobierno que se autocalifica, aún obviedad evidente, como  gobierno de España. El mismo por cuya iniciativa se aprobó una ley de la memoria histórica que vuelve a abrir heridas cicatrizadas y a, lo más preocupante, resucitar de nuevo el enfrentamiento que ha de helar el alma, en palabras sabias del poeta. ¿En serio, es este un gobierno de España?

Se miente en economía cuando se airea su aspecto saludable en relación a los países del resto de Europa. Se dicen baladronadas a costa de un hipotético crecimiento del PIB, del superávit en las cuentas públicas, de emprender mejoras laborales a lo largo de la legislatura, etc.; se oculta el déficit comercial, la deuda exterior consiguiente, el declive en la construcción (motor único y sin alternativas de la producción propia), la pérdida preocupante del poder adquisitivo y por tanto de la inminente disminución del consumo interno, motor virtual. Veremos las consecuencias del paro, descontrolado, en la población indígena -altamente hipotecada- y en la población foránea sin ese colchón protector de la familia. Es ingenuo pensar que, en un marco capitalista, un gobierno de izquierdas -real o revestido-  pueda sortear la crisis económica, visible en el horizonte inmediato, con posibilidades de éxito.

Se miente sobre política antiterrorista cuando el gobierno se deshace en cucamonas con ETA, para de inmediato alardear de ser quien más etarras ha detenido. El señor Zapatero, su ejecutivo, es el menos inflexible para ETA durante toda la época democrática. Sigue pensando puerilmente que es factible la rendición de la banda. A  conseguir tal objetivo fantasioso tenderán las conversaciones que se reanudarán en breve.

 Se embauca en política exterior, en política educativa, en política de infraestructuras; en fin, el espacio mediático constituye una gigantesca patraña porque al PSOE, cara poco agraciada del capitalismo, únicamente le queda la manipulación para engatusar al ciudadano acrítico y candoroso. Ha hecho de la falacia y de la calumnia el hilo argumental, un exquisito puchero envenenado de su dilatada campaña, incluidas ofertas electorales; ¿por qué no rebajas ahora que estamos en ello?

En mi pueblo hay una sentencia popular muy repetida: sólo los idiotas tiran cantos a su tejado.  Menudo año o años nos esperan. Con el mayor respeto y con todo mi afecto, renuevo mi feliz año,  idiotas.    

viernes, 19 de diciembre de 2014

LA DEMOCRACIA DEBE PROTEGERSE DE LOS INTRIGANTES


Un sistema físico se encuentra en equilibrio, es imperecedero, cuando las fuerzas concurrentes a las que se ve sometido originan una resultante de magnitud cero. Carecen de sentimientos y cualidades. A la sazón, los sistemas humanos vienen determinados (aparte leyes comunes, planetarias) por ímpetus subjetivos, morales, inconmensurables. Este marco origina una complejidad desestimada. Los primeros sugieren un orden caótico, inmutable. Aquellos que atañen a las sociedades, sea cualquiera su naturaleza, sufren afectos o aversiones según qué intereses rijan. Un sistema justo debe mantener equidistancias entre beneficios y quebrantos; no debiera priorizar ni distinguir a unos individuos sobre otros. Así se establecería cierta escrupulosidad, no exenta de alarma, para intrigantes con voluntad de quebrantar el statu quo.

Pese a Rousseau, el hombre carece de bondad. Es un animal que pelea, sin restricciones, impelido por su instinto vital. El carácter racional le permite asumir algunos límites, quizás debido al prejuicio y no a la convicción. Sin embargo, pervivencia y fatalidad son caras del mismo azar. El ser ha de aceptar lo arbitrario de cualquier desenlace. Más si se ajusta al código natural; aquel que se adhiere a la persona de forma indeleble y expedita de coyunturas temporales e ideológicas. Conforma un destino hecho de riesgo y grandes dosis de entereza. Porque ser incorrupto consiste en saber discriminar el bien del mal con rectitud, huyendo de privilegios, verificando recompensas y condenas. Quien pretende canonjías pierde todo atributo noble para atiborrarse de oprobio y mezquindad.

Decía Tocqueville: “Habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla”. Presiento que, ahora mismo, muchos conciudadanos comulgan con tan rotunda frase. La democracia favorece el individualismo, por tanto salvaguarda los derechos y libertades del hombre. En puridad, solo el liberalismo -sus bases doctrinales- pueden garantizarlos. Por tanto democracia implica liberalismo y viceversa. Engrandece al individuo hasta permitirle recelar de su validez como sistema eficaz de convivencia social, sin declararle enemigo o traidor a la causa. Otras doctrinas populistas, donde el sujeto queda supeditado al clan, fomentan -al menos- el rechazo o la prisión de aquellos que osan discrepar del pensamiento único. Gentes protegidas por la inmunidad del sistema hostigan con violencia a nuestra democracia (desnaturalizada, putrefacta, sucia). Perciben que su felonía no penará, que será tasada con indulgencia. Si la victoria favoreciera a los radicales, sus censores sufrirían, cuanto menos, desprecio y acoso. El resto ahogo.

Quien participa del juego político, quien aventura su apoyo a determinadas siglas que agreden -presunta e históricamente- la convivencia pacífica, debieran asumir los efectos de su yerro. Aquí y ahora nos encontramos en un instante clave. PSOE, PP, IU, UPyD, Ciudadanos y Vox concurren como siglas democráticas. Su crédito, en algunas, viene avalado por años de ejecutoria. Podemos, aparte embozo y máscara, dispensa muchos tics incontestables, demasiados. Sus líderes más representativos, frente a continuas alusiones, exteriorizan gestos, palabras y hechos que la Historia catalogaría de tiránicos. Empresarios, jueces, comunicadores y personajes (personajillos) populares empiezan a sembrar méritos para ocupar un lugar de salida ventajoso, en la hipotética probabilidad de que alcanzaran el poder. Me pregunto qué recompensa espera a quienes reivindican una reforma quirúrgica frente a la ruptura. De momento, pocos medios se alinean con UPyD, Ciudadanos o Vox. Esta realidad orienta el voto, sin escapatoria, al bipartidismo o a Podemos en peligroso reclamo a la estampida por acotación excesiva del panorama. 

“El cielo no se toma por consenso sino por asalto” alberga un método más que una imagen, señala una actitud más que un eslogan, entraña un arrebato agresivo más que la explosión ilusa de un deseo. Adjunta una amenaza encubierta, el aviso iracundo del que salva dificultades u obstáculos sin tasar medios para conseguir los fines propuestos. Sabemos que el sistema democrático, aun putrefacto, indulta a quien lo traiciona o desampara. Por este motivo, debido a tan clamorosa impunidad, resulta fructífera y nada lesiva la cooperación al cambio de régimen. Ponen en tremendo riesgo las libertades individuales, el sosiego, asimismo la paz, a cambio de recibir prebendas del nuevo sistema que ellos perciben desde su miserable sexto sentido. Además de inmoral, es injusto, punible.

Cierto que padecemos un régimen carcomido, corrupto, enmarañado. Es indiscutible que estamos alejados de una democracia auténtica; que urge un cambio de líderes, una limpieza a fondo de la casta, una operación quirúrgica que taje el tejido enfermo, que se aprecia abundante. Hay que renovar personas y modos en el PSOE, PP e IU. Contener el nacionalismo radical -excluyente e independentista- y racionalizar la Administración autonómica supone la segunda prioridad. Lo que no debemos consentir bajo ningún concepto es la desaparición de un sistema que ha traído el mayor periodo de paz y ha transformado España de forma inequívoca. Quienes arremetan contra él, aquellos que codicien su erradicación, conjuran un golpe de Estado.

Reitero, las personas que aceptan el juego político deben asumir altas responsabilidades. No puede ponerse en peligro una sociedad impunemente, de balde. Decía Hilaire Belloc que “el efecto de la doctrina socialista sobre la sociedad capitalista consiste en producir una tercera cosa diferente a cualquiera de sus dos progenitores: el Estado de siervos”. Resultaría equitativo, por tanto, que quien lo propugne y favorezca reciba la repulsa -el castigo- de una sociedad libre. Un sistema democrático riguroso, con principios, debe pronunciarse en relación tanto a seguidores cuanto a disidentes.

Mientras, y a la espera de acontecimientos, meditemos con atención las palabras que Hayek dejó escritas en su Camino de Servidumbre: “Solo si reconocemos a tiempo el peligro podemos tener la esperanza de conjurarlo”.

 

viernes, 12 de diciembre de 2014

APRENDICES Y MAESTROS


Las ciencias, su avance, originan un precipitado opresivo superior al esfuerzo que puede o quiere desplegar el individuo moderno. Aquellos que se encargan de especular sobre estilos, caracteres y comportamientos humanos -sociólogos y psicólogos- en ocasiones pugnan, más allá de los límites descritos, con el incisivo trasfondo que esconden ciertos vocablos. Cualquier operación comunicativa la preside un principio guía: que emisario y receptor sintonicen sin ninguna fractura semántica. Solo así puede haber interacción entre lo que se transmite y la réplica buscada. Desde un punto de vista político, este simple esquema determina el éxito o el fracaso.

Diferentes sondeos, incluidos barómetros (voz horrorosa, desubicada) electorales, desprenden aberraciones tácticas. ¿Cómo interpretamos el que un partido novel, sin oferta razonable, sin estructura, carente de experiencia, se codee con dos veteranos protagonistas que han realizado cambios sustanciales en la España de nuestros anhelos? Pero… ¿adónde vamos a llegar? Podemos hace de la crítica destructiva su modus vivendi. PSOE y PP enmudecen pero necesitan reflexionar con celeridad. Diversas vicisitudes y una atractiva elocuencia populista consentirán que les roben la cartera. ¿Quiénes son aprendices y cuáles maestros?

Mientras aprendiz es persona -por lo general joven- en el primer grado de un oficio, denominamos maestro a quien atesora gran experiencia profesional. Ambas palabras se completan con otras acepciones más o menos oportunas. Sin embargo, estas me son válidas para acomodar mi tesis. Según lo expuesto, a Podemos se le debe acusar de aprendiz por doble motivación: la juventud casi insultante de sus cabecillas y el carácter bisoño aplicado al partido en su totalidad. PSOE o PP acumulan años de gobierno, veteranía y destreza, aunque echamos en falta el talento que debiera suponérseles. Es decir, no siempre empirismo y pericia andan a la par, unidos.

Aquellos que dispusieron  un bipartidismo sólido, impenetrable, erraron; deja entrever una eficiencia cicatera. Puede afirmarse, sin reparos, que ambos muestran -pese a todo- cierta torpeza en su jurisdicción. El aprendizaje, adquirido tras cuatro decenios, refleja exiguos frutos u ofrecen penuria de entendimiento y voluntad. Hay, no obstante, otra actividad donde despliegan aptitudes innegables. Son avezados maestros para concebir un sistema en el que la sordidez constituye su armazón raquídeo. A esto se llega no por azar sino tras un artificioso y complejo proyecto de ingeniería social. Los instigadores, empero, deben profesar habilidades poco comunes, extraordinarias, muy superiores a la media.

Se deduce, apreciando tal escenario, que aprendiz y maestro tienen -pese a la exclusión semántica- competencia multifacética. Un mismo individuo, quizás grupo, despliega pocos méritos al atender aspectos puntuales mientras destaca de forma inigualable en otros distintos. Cualquier persona, desempeñando el oficio o labor que le sea asignada, muestra atajos extraños. Indigente e inepto para algunos menesteres, en otros desarrolla capacidades atípicas que, a veces, jamás deja traslucir. Personalidad y ética propias conforman una parte de tal escenario. Dogma, maniqueísmo, subjetividad, excusan la certeza de modo ciego, turbado; voluntariamente inadvertida.

Entre el aprendiz y el maestro se establece un vínculo progresivo, adyacente. Además intervienen cuantiosos factores incluyendo lo heterogéneo de la sofisticada porfía. Actitud, esfuerzo, dedicación, idoneidad, son dominios esenciales para conseguir un avance que impulse cambios en el estadio inicial. Constituiría un grave desliz considerar banal e innecesaria la ejecutoria de semejantes valores que, junto a desequilibradoras dosis de ambición, catalizan mentes en incurable vigilia. No debemos minimizar ningún peligro aunque coyunturas novedosas nos hagan vislumbrar barreras insuperables. Yo también opino que el actual mundo globalizado obstaculiza definitivamente la toma del poder por cualquier partido montaraz. Hay quienes escasos de currículum, bajo la máscara que pretende proyectar un rostro íntegro, enseñan -sin proponérselo- una patita totalitaria.

Podemos es un hábil aprendiz. Como la materia, pasa a maestro sin fase intermedia. Completan un proceso de sublimación con total inmediatez. Dominan la técnica audio-visual, el arte del embeleso y  despliegan amplias facultades seductoras. Desde el punto de vista político muestra clara desgana por conocer -menos practicar- las virtudes democráticas. Ofrece un genotipo totalitario que no puede fingir. Exige la desaparición, la anulación, de toda discrepancia. ¡Qué no pedirá para la oposición! Detesta a los adversarios. Del sistema -curioso, debido a sus vehementes improperios- siente debilidad, auténtico fervor, por percibir los privilegios de la casta. Al paso que llevan, pronto camparán en tan ubérrimas praderas. Donde han alcanzado el doctorado cum laude, la extrema maestría, es en inventivas manipuladoras. Suelen sintetizarse con dos vocablos: agitación y propaganda. Les añadiría, asimismo, infrecuentes cuotas de atrevimiento porque, al fondo, dejan traslucir carencias atribuibles a la LOGSE. Ya conocen el aforismo: “La ignorancia es muy atrevida”. Fascinante pero postiza quimera.

Sí, el pueblo español -no exento de onerosa inconsciencia- convive, se deja arrastrar por aprendices de ruda virtud y por acreditados maestros del toco-mocho y la farsa. Ahora llegan estos (maestros del disfraz, discípulos del aggiornamento y aprendices de la nada) con el ansia de imponernos una casta nueva. Nos pillan indigentes, exhaustos, desorientados. Por ahora ganan pero, poco a poco, descubriremos su levedad argumental que les conducirá irremisiblemente a una permanente etapa de riguroso aprendizaje. Afinando la vista, ya se otean algunos signos en este sentido. 

 

viernes, 5 de diciembre de 2014

LA MALQUERIDA


Salvando el epígrafe, no hay ningún nexo entre la obra del genial autor (Jacinto Benavente) y este texto que desarrollo a renglón seguido, nunca mejor dicho. Si bien es cierto que ambos dibujan escenarios dramáticos, una fabula la vida mientras otro la palpa. En efecto, don Jacinto plantea una supuesta porfía de sentimientos que parecen divergir; aunque el destino, la propia periferia, su condición humana, lo impidan. El relato queda postergado por la realidad presente. Sojuzga, incluso, al esfuerzo masivo pero indigente del individuo de a pie. Cual sueño de Nabucodonosor, somos gigantes con pies de barro. Pese a la soberanía que ladinamente se nos atribuye, constituimos una excusa perfecta. En esencia es el timo del toco-mocho.

Estos días nos incitan al homenaje. Llevan treinta y seis años haciéndolo; pero ahora parece notarse -debiera al menos- cierto hedor e impostura cuando no una abierta infamia. Siempre hay prohombres que mantienen los pies dentro del tiesto. Supone el peaje normal, un garbanzo negro más que se cuela en cualquier cocido. Hasta resultaba ameno preverlo con anterioridad y juzgarlo posteriormente. Constituye un ejercicio de esparcimiento familiar, asimismo social. Me refiero a la Constitución española; esa joven de enigmática naturaleza que ha traído consigo largo periodo de paz y prosperidad, junto a etapas en que surgieron alarmantes zozobras. Desde su deseado nacimiento, cada cual realizó loas o menosprecio a aquel cuerpo diseñado bajo la égida del consenso; al presente desacreditado, puesto en solfa.

A lo largo de casi cuatro decenios, aguanta oscuros vaivenes provocados por individuos con vocación maquiavélica  o sectores inquietos e inquietantes. Cómo olvidar el aprieto, la zancadilla, que le puso un PSOE montaraz, todavía desperezándose de su radicalismo belicoso pese al escamoteo marxista en septiembre de 1979. La expropiación de Rumasa objetó el reglamento constitucional. Trajo, además de la disfunción del Alto Tribunal, la descarnadura efectiva de nuestro soporte legal. Cierto que concurrieron unas circunstancias especiales, pero la verdad consumó un atraco político-financiero. Cómo ignorar aquella frase atribuida a Alfonso Guerra: “Montesquieu ha muerto”. Configura la sibilina metáfora que menoscababa aún más una Constitución que, poco a poco, abandonaba la color, en sutil lirismo clásico. Consumida por presuntas razones de Estado, se ha visto vejada de tiempo en tiempo por diferentes poderes, instituciones y siglas. Algunos airean su desamor fingiendo balbucir un vade retro apenas audible. Son oportunistas que comienzan su falso “evangelio” con frases que llevan incrustada la coletilla: “los demócratas” para obtener carta de naturaleza, cubrir el ego insidioso y disfrazar su herejía. 

Esta joven denostada conforma un pedestal amplio, generoso, sobre el que legitiman su asiento la caterva de estafadores que dicen servirnos. Vanos sirvientes e indignos señores. Por este motivo le rinden una tímida -quizás zalamera- ofrenda que, cual fariseos, extienden al pueblo para que goce virtualmente las mieles de su soberanía. Qué vergüenza, si la tuvieran, y qué indignidad. No solo a la sociedad, también al máximo ordenamiento. ¿Cómo puede ofrecerse impoluta al ciudadano una Constitución permanentemente obviada, maltratada? Solo un cínico ejemplar, paradigmático, puede plantearse tal atrevimiento.

La Constitución no gusta, cada vez menos. Es un sentimiento común de quienes se apoltronan. Visten su repulsa de vetustez, de incapacidad. A la derecha le parece demasiado rígida con los fuertes y flexible en exceso con los débiles. El PSOE pretende que defina un Estado putativo para ahijar diferentes naciones con conductas lascivas, confesas de asimetría libidinosa. Los nacionalismos independentistas no la quieren de ninguna manera, ni siquiera tras diversas sesiones de cirugía plástica. Claman un desaire lunático e insano. UPyD, Ciudadanos, Vox, junto a otras siglas con poca prestancia, la estiman y respetan; ignoro si por atractivo o por pleitesía a las canas. Sea cual sea el motivo, me atrae la segunda opción. Podemos está lejos del matiz y de la reforma profunda. Anhela su extinción porque ella es el mejor signo de la democracia;  una barrera jurídica, un obstáculo para asaltar ese cielo alucinante, para conseguir “su solución última”.

Transcurren fechas de cumpleaños. Las Cámaras -Parlamento y Senado- se abren al pueblo en un paripé relamido e ineludible, una invitación mecánica, una especie de penitencia condonante. Al fin, una impostura a que obliga la concepción democrática para acallar conciencias desalmadas. Consideran privilegio extraordinario lo que debiera ser práctica permanente; ensalzan los gestos simbólicos para omitir la esencia constitutiva. Usurpan un patrimonio sin derecho; un bien del ciudadano, su legítimo dueño y administrador. Por esto no debemos consentir reformas estructurales y profundas. Exijamos, en todo caso, un cumplimiento exquisito de su articulado, punto que ninguna institución cumplió a pesar del juramento o promesa en tal sentido. Demasiado parásito lampedusiano puebla nuestro solar patrio.

Sospecho que nosotros -la sociedad, quienes sufragan el Estado- seguimos prefiriéndola como al principio, incluso ajada y con arrugas. Nacimos con ella a la democracia y nos hemos acostumbrado a sus males. Dudamos, mejor dicho conocemos a los políticos que quieren cambiarla. No nos satisfacen. Ellos sí han de renovarse porque son máximos responsables de la crisis que padecemos en todos los órdenes. Retocar la Constitución es el último remedo para dejar una misma realidad. Evitémoslo. Ellos acarrean los conflictos, no la malquerida.

 

viernes, 28 de noviembre de 2014

EL MAL LLAMADO PROBLEMA CATALÁN


Ignoro qué lógica impulsa a políticos nacionales y nacionalistas a denominar problema catalán un asunto español. Seguramente aproveche para que los primeros metan la cabeza bajo tierra dando fe de cobardía, indolencia o complicidad. Los segundos dosifican semejante impostura para manejar la autonomía a su antojo, importando poco o nada los intereses de sus gentes. Entre tanto, como siempre, se deja pudrir un escenario que ha ocasionado sucesivos lamentos. Acontece a menudo; ahora, con exigua periodicidad. Un proverbio africano apunta qué consecuencias pudiera acarrear la dejadez: “Si no tapas los agujeros, tendrás que reconstruir las paredes”. Treinta años de adoctrinamiento comportan una desidia insensata. Al presente sufrimos sus tremendas consecuencias.

Hagamos una breve remembranza. Los primeros percances serios surgieron mediado el siglo XVII. A raíz de infaustos abusos cometidos por mercenarios reales (a su paso por tierras catalanas) y criminales excesos consumados posteriormente por segadores nativos, emergió la chispa separatista. Prebostes e instruidos afianzaron el condado poniéndolo al amparo del rey francés. Las tropas de Felipe IV pusieron fin a la revuelta. Tres cuarto de siglo después, en la Guerra de Sucesión, cambian de bando y apoyan al pretendiente Habsburgo. Vence el candidato francés y, a resultas, suprime fueros y Generalidad. Surge aquí la leyenda de Rafael Casanova, un patriota cuyo prestigio surgió del error al tomar partido. Finalmente, el 6 de octubre de 1934, Companys proclamó el Estado Catalán. Batet, en menos de veinticuatro horas, terminó con la sublevación y detuvo a todo el gabinete. 

Una monarquía absoluta y la Segunda República fueron testigos de los hechos relatados. Sistemas antagónicos, ambos, reaccionaron de forma semejante y no permitieron oídos sordos o chanza a la ley. Esta, cuando es transgredida, se reviste de fuerza implacable, de defensora a ultranza del régimen aceptado. En caso contrario, el derecho de la mayoría queda subordinado al capricho, quizás arrebato tiránico. A veces, soslayar las dificultades produce un efecto más terrible del que se quiere evitar. Por desgracia, disponemos de argumentos empíricos irrefutables por encima de cualquier lectura interesada. A lo largo de tres decenios se ha ido construyendo una conciencia catalanista, identitaria, con el ciego beneplácito de diferentes gobiernos. Permitieron desigualdades en el sistema de financiación autonómica sin acallar ninguna demanda independentista. Y aquí estamos.

Phillips Feynman, célebre físico americano, postuló que “las mismas ecuaciones tienen las mismas soluciones”. Lo que en matemáticas carece de atajo, seguramente precise un estudio paciente en el ámbito social. Sin embargo, me temo que Rajoy desconoce semejante alusión y, por tanto, revela total imposibilidad de tasarla. Un adagio castellano afirma: “Más vale llevar la carga que arrear la mula”. Ambos, cita y adagio, acarrean la misma praxis, formulan similar estrategia. Cuando un asunto deja de tratarse a tiempo, se vuelve tan espinoso que su resolución suele ser dolorosa, violenta.

Cataluña jamás supuso un problema por sí misma. No podemos decir igual de los políticos que la condujeron. España -en tres ocasiones, 1640, 1714 y 1934- tuvo un menoscabo territorial, una amenaza disgregadora. Fue ella, como Estado, quien tuvo energías para solventar sendas dificultades antes de que desembocaran en peliagudos conflictos. Asumió el empleo de la fuerza una vez relegado el discernimiento. Se hizo de forma tan expedita como justificada. El derecho internacional ratifica la defensa efectiva cuando un agente interno o externo decide fragmentar la integridad territorial. Legitima, por tanto, el uso de la fuerza a fin de preservar el marco constitucional y la independencia. Así ocurrió, básicamente, en 1640 y 1934.

Decía Chopín: “Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo”. Desconozco si el actual Estado Autonómico corresponde a un proceso de elusión o a una necesidad perentoria previa al concierto nacional. Temo que se deba a lo primero. ¿Admitimos como error la evidente falta de cautela que suponía -desde un punto de vista económico e institucional- dicho Estado? Estoy convencido de que primaron ambiciones espurias frente a reiterados anhelos de acercar al ciudadano una administración perversa y distante. ¿Por qué no se tomaron medidas tajantes para evitar el adoctrinamiento identitario y el derroche de fondos públicos? Aquellos polvos trajeron estos lodos. Ahora tenemos un quiste considerable cuya extirpación seguramente ocasione demasiado dolor. PSOE y PP, PP y PSOE, consideraron (por inadvertencia o comodidad) que era materia ajena. Transferidas educación y sanidad, relegada su competencia nacional, ¿dónde queda la igualdad de todos los españoles, dónde el Estado de Bienestar, dónde el Estado de Derecho? Chusma.

Un proverbio turco enseña que: “cuando el carro se ha roto, muchos dirán por dónde se debía pasar”. No es el caso. Que íbamos directos al desastre lo vaticinaba un sentido común poco explotado y una  Historia proscrita como maestra de vida. El primero nos lleva a la consideración inevitable de que este país es el paradigma de la picaresca, del trinque. Somos dueños de virtudes admirables, pero nos domina el vicio de afanar cuánto llega a nuestras manos. Por este motivo,  era previsible el dispendio, el hurto, la inviabilidad económica del Estado Autonómico. Asimismo, nuestra historia muestra el carácter traidor del político en general, especialmente del que fundamenta Cataluña. Esta es la auténtica perturbación de España aunque se refleje como un problema catalán. 

 

viernes, 21 de noviembre de 2014

LOS POLÍTICOS INCOMPETENTES PRECISAN PUEBLOS NECIOS


Desde siempre, el hombre tuvo que enfrentarse a un dilema trascendental en opinión de Macrobio: ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? Unos priorizan el huevo y otros la gallina a falta de solidez argumental definitiva. Este conflicto filosófico, simplificado entre dos seres adyacentes muy comunes, encierra una incógnita capital. Sin duda, se asemeja al interrogante que generó tanta angustia existencialista. El orbe entero se perturba cuando inquiere de dónde venimos y cuál es nuestra meta. Cualquier respuesta llega vacía de sosiego, de luz clarificadora. El Gran Teatro de la vida viene ocupado, satisfecho, por numerosas e infames sombras chinescas. Configura la caverna de Platón.

Los españoles, hoy, nos debatimos además en una grave -al tiempo que típica- disyuntiva: ¿Tenemos los políticos que nos merecemos o estamos hechos a su imagen y semejanza? La percepción general concuerda con la primera sugerencia. Sin embargo, mi tesis defiende la segunda. Desde que las ciencias descubren paralelismos entre ingeniería y manipulación, cualquier sociedad moderna (singularmente la nuestra) sufre toda una variada gama de excesos en manoseo genético y social. Se pretende así reducir hambrunas amén de desdibujar los grupos humanos para someterlos a un poder abusivo e ilegítimo. Supone una nueva encarnadura de la contradicción entre bien y mal; ese maniqueísmo excluyente para dogmáticos obstinados.

Alboreando los años noventa del pasado siglo, los socialistas iban perdiendo con celeridad la confianza del pueblo español. Triquiñuelas, falacias y enormes divergencias entre lo dicho y lo hecho mermaban los escaños logrados en sucesivos procesos electorales. El gabinete, urgido por el temor, prevaleció a sociólogos sobre expertos en áreas técnicas. Se impuso la ingeniería social a la civil, cuyo objetivo fuese conseguir un individuo maleable (indolente, absorto, consentidor) en lugar de una gestión fecunda. Surgió así la LOGSE, un sistema de enseñanza de apariencia atractiva y principios triviales, fatuos. Promulga la enseñanza gratuita de cero a dieciséis años. Ayuna de una ley para su financiación, todavía arrastra -más allá de libros, seguros, etc.- la no gratuidad de cero a tres años. Apurado un cuarto de siglo, nadie puede negar sus deplorables resultados tanto en el aspecto cultural cuanto trasluce de extravío social.

Dejando para la Historia varios gobiernos adscritos a dos siglas, todos ellos con luces y sombras, nos topamos con Zapatero. Creía que este político superaba cualquier marca ruinosa, hasta que apareció Rajoy. Si el primero dejó un país hundido, este nos arrastra por el lodazal. ¡Vaya par! Pasamos del ilusionismo a la inactividad; de un indigente soñador a un ilustrado inepto. El PP, ahora mismo, es incapaz de resucitar una economía que provoca desesperación, que aporta hambre física. Ha olvidado preceptos, aun promesas, que le proporcionaron una mayoría absoluta desaprovechada, a lo que se ve. Corrupción, falacias y sordera inundan el quehacer de un partido cuyo (des)crédito no parece preocuparle. Se concluye el penoso fiasco. Las urnas le pasarán factura porque cometeremos un desliz peligroso si nos dejamos engañar de nuevo.

Un PSOE inane -vacio de ideas, de proyectos- más que de oposición actúa cual fuerza concurrente cuya resultante es negativa. Mientras España desaparece por el sumidero económico, ético e institucional, este atiza la succión. Cuando el ciudadano exige silencioso, tácito, un pacto pleno, una política de Estado, uno y otro abren el frente partidario como único interés. Pedro Sánchez sigue los tics de la vieja escuela anclada en siglos superados. Su mayor y mejor contribución a la gobernabilidad de esta nación desvencijada es proponer una reforma constitucional para embutir con calzador la España federal dentro de otra autonómica, como una matrioska o muñeca rusa. Al parecer acaba aquí su aportación. Corramos un tupido y discreto velo sobre diversas cuestiones financieras, educativas; en fin, de regeneración democrática huérfana de consenso y de impulso colaborador. Eso que llaman arrimar el hombro.

Podemos -sin programa definido, al ataque dialéctico, mostrando a su pesar un fondo totalitario- gana terreno. Un terreno abonado por la crisis y la idiocia de dos o tres partidos que otrora transformaron, para bien, el país. Cierto que la corrupción les ahoga, que el trinque ilumina su caminar discontinuo. No obstante, Podemos luce insolente, desdeñoso, altanero, sin (de)mostrar nada. Con su particular visión de las cosas y estafando conciencias -algo habitual entre populismos y demagogias- fluctúa desde la paja ajena, reprendida al momento, y la viga propia que merece encubrimiento, cuando no bula. Menos mal que algunos medios empiezan a ventear flaquezas incompatibles con tan probos personajes. ¿Acaso no hay siglas que merezcan la atención de mis conciudadanos? ¿Es antidemocrática la abstención? Tenemos a nuestro alcance varias alternativas menos inciertas, desde mi punto de vista. No es preciso salir de villamala  para caer en villapeor. Estos tiempos obligan a poseer una mente abierta, sin condicionantes doctrinales ni apariencias.

Sí, los políticos generaron una sociedad irreflexiva, cómoda, borreguil. El problema, como en la guerra bacteriológica, es que este virus social no discrimina el individuo devoto del refractario. Debieron prever tan ingénito y espeluznante pormenor. Cuando una sociedad se convierte en grey descabezada, cualquier oportunista taumaturgo puede conducirla a su antojo. La incapacidad para seguir a un pastor concreto constituye su gloria, pero también su infierno. Adiós bipartidismo. 

 

viernes, 14 de noviembre de 2014

ESTAMOS AL BORDE DEL PRECIPICIO


La famosa Ley de Murphy indica que si algo puede salir mal, saldrá mal. Pese a nacer allende nuestras fronteras, parece asentarse con deleite en el solar patrio. Sin embargo, y aun sometidos a la providencia fatalista del español, el proceder despreocupado, alegre, un tanto ligero, le impide vivir en un ¡ay! sempiterno. Esta mezcla heterogénea entre acechanza e inconsciencia, entre frenesí y preocupación, permite adoptar una filosofía epicúrea, hedonista. Enemigos de lucubraciones, nos movemos por impulsos; es el instinto quien marca la táctica a seguir. Escogemos un método poco o nada aconsejable, pero se prefiere al enojoso ejercicio de pensar. El intelecto es sustituido por la emoción.

España, ahora mismo, se encuentra en una encrucijada. El horizonte cercano  contiene un espinoso proceso separatista junto a la quiebra del sistema. Cataluña aparece solo como la punta de lanza y campo experimental que terminará por extender el conflicto a otras comunidades, sean históricas o no. Podemos -ese partido con tics totalitarios- intenta sustituir todas las instituciones democráticas por un régimen flamante, virtuoso, incorrupto. El nuevo mesías -probable anticristo- viene a salvarnos porque somos su pueblo elegido. De momento ocultan planes y proyectos concretos, pero ventean la podredumbre que salpica al estado democrático para lucrarse de tanta miseria humana. No quieren purificar, reformar; anhelan sustituir. Ignoramos cómo y para qué. En realidad, ellos también desconocen el cómo; mas no así el para qué. Magnetizan al individuo con quiméricas promesas envenenadas.

Nos atenaza, aparte, una crisis económica que obliga a muchos españoles a zambullirse en la miseria más atroz. Demasiados hogares, familias enteras, necesitan de inmediato ayuda para subsistir. Resulta penoso oír la cantidad de niños que tienen carencias alimentarias y dependen, casi por completo, de la caridad. Era difícil imaginar que tal escenario pudiera darse en el denominado pomposamente primer mundo. Nos castigan, encima, con el bombardeo diario de que estamos saliendo, de que la crisis remite ya; de que empiezan a dar frutos las medidas gubernamentales. Es un sarcasmo patético, indignante. Son falsos, al parecer, hasta los datos macroeconómicos. A pesar de la mengua salarial, ni producimos, ni exportamos, ni consumimos. Deuda implica progresión geométrica porque somos incapaces de satisfacer los intereses; menos, la amortización. ¿Seguro que estos señores pertenecen al planeta? ¿No vendrán de otra galaxia? Quizás ocasionemos nosotros incertidumbre y, circunspectos, pequemos de prepotencia cuando no de cortedad.

Se sospecha que el Estado Autonómico es costoso, inviable. Hay que satisfacer, no obstante, a un ingente número de familiares, amigos y conocidos. ¿Habrá alguien capaz de poner remedio, sensatez, a este país que agoniza? La respuesta evidente niega semejante posibilidad. Cobardía y falta de ética política terminan por olvidarse de quienes les aúpan al poder. Diseccionando palabras, guiños y extravíos, el ciudadano importa un comino. ¿Por qué han de recoger, entonces, nuestros desvelos y esfuerzos? ¿Por qué hemos de legitimar sus abusos? Cualquier réplica conforma el argumento en que baso mi ardor abstencionista. Piense el amable lector si la misma réplica merece cambiar su visión política.

Urge tomar medidas drásticas más allá de inclinarnos por gentes que propugnan la desaparición del sistema. Debiéramos ser cautos. Ponderación y presuntas dictaduras ultras mantienen una divergencia plena, incluso conjeturándoles triunfos económicos. ¿Qué arcano induce a tolerar un radicalismo de izquierdas, pero no de derechas siendo ambos clónicos? Nos hemos vuelto locos. Si el sistema democrático desaparece, ¿qué viene tras su aniquilación? La respuesta es irrefutable. Una solución correcta, la única, obliga a cambiar las personas no las instituciones. ¿Cómo? Este interrogante constituye la clave. Reconozco -y quien diga lo contrario miente- que el empeño se aprecia enmarañado. Quizás fuera bueno asumir una soberanía más diligente. Aparte el voto, que debe ser por convencimiento no a la contra, hemos de adoptar un protagonismo activo (movimientos vecinales, manifestaciones, acciones varias, etc.) porque somos titulares de soberanía, del sistema. Solo cuando demandemos nuestro papel se acabará la superchería, el derroche y el saqueo.

Los políticos, por otro lado, a lo suyo. Unos, codiciosos, quieren tomar el poder como sea y se revelan dispuestos a utilizar argumentos sofistas para quedárselo. Otros, aupados ya a él, tiene su mente ocupada en estrategias partidistas. Nosotros, ciudadanos, pendemos de los hilos que manejan y agitan a su antojo. Si aquellos primeros apetecen organizarnos, imponernos, una Arcadia feliz, estos segundos nos abandonan a nuestra suerte. Yo, prefiero lo último porque amo la libertad. Así se comportan Podemos, PP y PSOE; siglas que, según el CIS, contemplan lograr el gobierno.

 Pero ¿qué ocurre con UPyD, Ciudadanos, Vox y demás siglas limpias de escándalo? ¿Acaso abstenerse no implica luchar contra la corrupción? ¿Por qué motivos hemos de caer en extremos inquietantes? Podemos explota las pasiones; arrastra a un sinsentido, a un régimen liberticida pero coyuntural. Prefiero doctrinas que garanticen la libertad, que busquen el convencimiento, la persistencia. Apelo al buen sentido, a la suspicacia ciudadana, individual, para evitar errores fatales. No hay soluciones ni remedios mágicos. Existen aventureros seductores, ayunos de atributos y facultades para sacarnos del marasmo. Sí, necesitamos un cambio de trayectoria; de políticos, de gobernantes, no de instituciones. Ante la ciega insensibilidad, exijámonos un riguroso ejercicio reflexivo para evitar pesadumbres y remordimientos.

 

 

viernes, 7 de noviembre de 2014

POLÍTICOS IMPOSTORES Y PUEBLO IRREFLEXIVO


La palabra impostor, vistas diversas acepciones, descubre como fundamento común el espíritu artero o aparente. En esta época de tribulaciones, estafas y charlatanerías, la artimaña solo pervive porque una ola de cretinismo arrasa el inconsciente soberano. Al apático individuo patrio lo vistieron de ciudadano dándole un papel de comparsa. Cree, pobrecillo, que democracia y derechos se funden en rituales concretos. Votar cada tiempo, manifestarse bajo el ojo policial (cuando no violentado), pedir derechos (olvidando deberes) y “largar” sin causar estruendo, acapara su máximo horizonte democrático. Desterrar exigencias que conforman una soberanía plena y someterse a normas ad hoc, cuestionan gravemente la calidad del Estado instituido. Si a semejante escenario añadimos una corrupción escandalosa, crisis terrible e incapacidad completa para abordar tales desperfectos, estamos brindando un halagüeño caldo de cultivo a aventureros y embaucadores.

El CIS, contrahecho oráculo de los tiempos modernos, anticipa en su última respuesta las propensiones ciudadanas respecto al voto. Según él, desparece el bipartidismo protagonista de tres decenios democráticos. Motor que ha conducido, desde mi punto de vista,  a la situación actual. Penosa en el aspecto económico. Delicadísima si nos limitamos al carácter institucional. Hasta ayer parecía imposible desbancarlo. Sin embargo, se impone una realidad incuestionable. Inquirir qué motivos han conducido a su ocaso, nos lleva irremediablemente a converger todas las culpas en políticos indoctos y trincones. El devenir patrio está lleno de episodios parecidos al actual. Cada tiempo, el marco de convivencia se vuelve casi insostenible, por unas u otras razones. Crisis económica y diferentes divergencias, atenazan a unos gobernantes inseguros e indignos. Les es más cómodo tirar por la calle de en medio. Provocan enfrentamientos sociales que acarrean dramáticos desenlaces. Y vuelta a empezar tras lo infructuoso de las dolorosas experiencias anteriores. Es una cruz pesada, recalcitrante.

Sería injusto personificar únicamente en ellos toda culpa. El pueblo debe admitir un porcentaje significativo. Si bien es cierto que los prebostes conducen a la sociedad hacia el precipicio, es ella quien da el último paso. No caben titubeos. Somos apáticos, despreocupados, individualistas, viscerales, algo cazurros y dogmáticos. Enemigos de la cavilación, del cotejo, caemos sin remedio en actitudes maniqueas y, por ende, radicales. Faltos de ecuanimidad, somos pasto de una violencia aniquiladora. Por tal motivo, nuestros dirigentes mantienen viva, fomentan, una rivalidad infausta. Así, plenos de fervor -cuando no de odio- damos bandazos desequilibradores. Saltamos de la pasión al desprecio sin causa aparente. El corazón se impone al intelecto. Necesitamos una metamorfosis imposible. Unamuno, confidente ocasional de Ortega, afirmaba que era preciso españolizar Europa. Divertido e inoportuno sarcasmo.

Podemos (un movimiento de raíz elitista) convertido en partido, consigue un ascenso inusitado, sorprendente. Ayuno de crédito sólido, ha mancillado a todas las siglas existentes, sin excepción. En sí, es una técnica nazi, totalitaria. Desprestigian el soporte democrático, la pluralidad doctrinal, para convertirse en partido exclusivo que conforme una limpieza ética, hoy por hoy indemostrada. Ignoran, detestan, toda reforma. Desean imponer “su solución”. Los demás hemos de insuflarnos de fe. ¿Quién asegura, demuestra sobre todo, que poseen la fórmula mágica que se requiere para acabar con la crisis económica y restituir una democracia plena? ¿Acaso ofrecen la democracia popular? Mi respuesta personal es: no, gracias. Me bastó la democracia orgánica para conocer el paño mejor que vosotros percibís la enmienda a los problemas diversos que nos atenazan.

“Aún no asamos y ya pringamos”, alecciona el refrán. Monedero, un padre glamuroso del ahora partido, dijo altanero (proceder particular de estos líderes injustificados) en una tertulia televisiva: “El pueblo está por encima de la ley”. Toda una propuesta de intenciones, síntesis de principio rector. Con parecidos argumentos, Hitler justificó el Holocausto a mayor gloria de Alemania y Stalin los millones de mencheviques sacrificados para lograr el bienestar del pueblo ruso. Cuando la dignidad personal, los derechos individuales -“del hombre y del ciudadano” que proclamaba la Asamblea Francesa- quedan supeditados al deseo de la mayoría (visada por el politburó), la democracia se convierte en pura evocación. Vamos superando una “casta” inepta, atracadora, para caer en manos de una “élite” sin acrecentamientos empíricos de eficiencia; pero, además, tiránica porque no admite ninguna controversia. Prefiero un sistema plural podrido, que sea reformable, a un régimen totalitario, presuntamente virtuoso, que se obceque en confeccionar una sociedad a su imagen y semejanza. Al menor descuido, haremos un pan como unas tortas.

Conjeturo innecesario enfocar los rasgos que se vienen observando en Podemos. Un líder ególatra (al decir de alguien que asegura conocerlo); un asambleísmo presa fácil, como todos, de astutos retóricos huecos, mercaderes de humo; unos círculos que ambicionan atenazar, dirigir, las estructuras sociales; un sindicato que regule, atenúe, las ruidosas reivindicaciones laborales, etc. Cuatro académicos leídos, un experto polemista y comunicador, asimismo un grupo de arribistas proyectan sacarnos del desastre. Ellos solos. Vislumbro, veo claramente, su porte, sus tics, y no me gustan nada. Ofrecen un déjà vu a lo largo del siglo XX bajo la máscara de una democracia nueva, pura. Desconozco si invitan o amenazan con el prodigioso gobierno del siglo XXI.

Me inquieta, eso sí, el pueblo iletrado, incapaz de realizar un estudio sosegado de la situación, de los salvadores que se insinúan. ¿Cómo puede entenderse tan insólito trasvase? La gravedad del momento, el hartazgo general -hasta el cabreo extremo- lo admito y comparto. Lo que me parece increíble es que se piense que Podemos disponga de la solución, aun pulcritud, necesaria para conseguirlo. ¿Por qué? ¿Cuál es la base, si no ha demostrado nada de nada? Se acentuará la miseria y, encima, perderemos las libertades que ahora gozamos. Es lo que se desprende de sus propuestas económicas y sus presupuestos doctrinales. Sin duda, políticos impostores y pueblo irreflexivo constituyen una maldita combinación.

viernes, 31 de octubre de 2014

IMPARTIR ENSEÑANZA Y ADOCTRINAR


Enseñar consiste en recorrer un camino arduo para conseguir seres libres. Al educador le cabe solo el cometido de escolta, de vigía. Así los educandos podrán sortear cuantos escollos posterguen la meta propuesta. Adoctrinar -por el contrario- implica una planificación minuciosa al objeto de conseguir identificaciones afines a intereses específicos. Hoy, la pureza ideológica sirve únicamente como excusa extraordinaria a la hora de ocultar apetitos rastreros, poco escrupulosos. Lamentable error. Las sociedades se hayan desorientadas, víctimas propiciatorias del relativismo imperante y de la mezquindad; asimismo, de una mansedumbre fatalista. Considero trascendental que pedagogos, e intelectuales y comunicadores íntegros, dediquen sus esfuerzos a deslindar la paja del grano y a descubrir la ingente cantidad de predicadores que pueblan nuestro solar.

Mi amplia experiencia docente, me reporta el corolario de cuán difícil resulta salir indemne. Uno, forma parte de la sociedad y siente parecidos vicios y virtudes. Separar el empleo de ciudadano por la prerrogativa vocacional de maestro -asemejados, a veces idénticos pese al deber de dar ejemplo que exigía el antiguo tópico- acostumbra a ser infructuoso. Por tal motivo, resulta factible cometer la pifia; quebrar una cuasi sagrada misión. Lo que deontológicamente se juzga canallesco es perpetrarlo a conciencia, madurar el efecto malsano, esclavizador. Si la enseñanza, el aprendizaje, dignifica y constituye una fuente innegable de libertad, el adoctrinamiento induce a la opresión e infortunio seguros. 

Intuyo que yo, al cabo humano, habré cometido errores. Digo intuyo porque intenté ser objetivo e imparcial, huyendo de mis propias limitaciones. Las doctrinas, sean religiosas o políticas, tienen demasiadas versiones para tasarlas en un universal, para subordinarlas a cualquier ortodoxia. Este marco induce al epílogo de que toda sugerencia llevaría irremisiblemente a un adoctrinamiento gravoso, abrumador. Es la fórmula perfecta que adoptamos -quiero pensar que de manera inconsciente- para impulsar la desgracia individual. Si con personas adultas es vil, cuando se trata de niños que abren su mente al mundo se me acaban los epítetos. Nadie posee atribución ni crédito que le permita erigirse en dispensador de verdades incuestionables. Son apoderados del dogma y de los dogmáticos.

Quienes protagonizan la “evangelización” social, quienes se atribuyen esa facultad de requisar conciencias, son los políticos. Aparte, aquellos que emplean su vida en afrontar la muerte de otros. Contemplo solo a los primeros porque los segundos muestran buenas intenciones pese a que, desde mi punto de vista, el alegato tenga una estructura mistificada. Nuestros políticos, digo, reúnen material, método e inmoralidad suficientes para seducir. El personal -incauto, bastante necio- compra una mercancía averiada. Ignora que abrevar en sus aguas, donde flota savia de adormidera, implica atiborrarse de atontamiento. Con todo, bebamos plácidos, animosos. Qué otra cosa podemos hacer si nos lo ofrecen los “padres de la patria”. ¡Imbéciles!

Creo que la Historia ha sido remisa en documentar sistemas educativos cuyo fin único fuera conseguir hombres libres. Ahora mismo, sobran dedos de una mano para detallar qué autonomías tienen un reglamento específico que mueva a impartir enseñanza sin más. Desde luego, las bilingües (en conjunto) catequizan a sus alumnos justificando tan burda sanción con el hecho de considerar la lengua vehículo identitario vertebral. Todas integran sustantivamente en sus planes de estudio una torpe exigencia lingüística, cuando debiera constituir contenido transversal y voluntario. Interesa, a nacionalistas o nacionales, cuidar esa llama que vivifica su status. Contra lo mantenido arteramente, un idioma territorial, escaso, no alienta por sí mismo ni el conocimiento ni la cultura. Solo es un método convencional de comunicación; bagaje insuficiente para desoír derechos y censuras.

PSOE y PP -con parecido arbitraje- pese a sus compromisos con el pueblo español, pretenden culpar al adversario de adoctrinador. Sin embargo, ambos deberían ser discretos y esconder la bicha. El nivel cultural ha caído a niveles insólitos. Procuran, asimismo, que se contrarreste con altas dosis de manejo ideológico. Educación para la ciudadanía, junto a leyes que mantienen la nociva LOGSE con suaves matices, abandera un tinglado perverso. Individuos juiciosos, educación y libertad constituyen un tridente maldito que ensarta nepotismos, arbitrariedades y corrupciones. Por este motivo desean desterrarlo del escenario político. Semejante propósito hace ilusoria la catarsis urgente e imprescindible.

Tan peculiar coyuntura atiborra a Podemos. Su táctica consiste en adoctrinar a la contra, poniendo al descubierto vicios ajenos. No brindan, empero, soluciones porque carecen de ellas. Las que bosquejan u ornamentan constituyen ilusas y risibles respuestas infantiles. A falta de constatar virtudes -que a lo mejor no tienen- esparcen, cínicos (sin sustento moral, probatorio), defectos que achacan a los demás como si fueran portadores exclusivos del sacrificio, incluso de la renuncia. Chomsky asegura que la gente sabe poco sobre estructura y función de su sociedad. Al trance lo llama el “problema de Orwell” y lo define: “capacidad de los sistemas totalitarios para inculcar creencias que son firmemente sostenidas y muy difundidas, aunque carecen por completo de fundamento y a menudo contrarían francamente los hechos obvios del mundo circundante”. Configura un poderoso mensaje para desentrañar a Podemos y aledaños; esos que adoctrinan sin ninguna solvencia.

Cultivemos el interrogante, no la presunción. Abramos una hostilidad definitiva entre ceguera y raciocinio.

 

viernes, 24 de octubre de 2014

ABSOLUTISMO, DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO


Son vocablos sinónimos sin apenas matices, por mucho que quiera maquillarse su diferencia. No obstante, hay teóricos cuya empresa consiste en buscar profundos contrastes entre ellos. Apelan conscientemente a un maniqueísmo, infractor de toda lógica, cuyos adeptos exhiben enorme orfandad crítica. Es imposible que alguien, algo, pueda cristalizar solo bondad o maldad excluyéndose una a la otra. Tal percepción asidua, indiscutible, debería llevarnos al desistimiento de cualquier argumentación que coopere a sacralizar o demonizar sea cual sea el sistema de convivencia social.

Abundan los santones que acomodan su retórica al encargo de generar una determinada conciencia ciudadana. Logran, persiguiendo objetivos espurios, devociones duraderas al pervertir mentes ingenuas y desprevenidas. Alimentan una personalidad opresiva, manipuladora, algo patriarcal. Se entusiasman con esa intermediación envilecida entre poder e individuo. Son imprescindibles para configurar cualquier régimen. Realizan el trabajo molesto a las élites que luego les compensan con largueza. Serviles hacia los poderosos, manifiestan al humilde una destemplada -a la par que solemne- displicencia. Pululan por los amplios universos mediáticos y, a priori, deberían constituirse en centinelas sociales a fin de airear extralimitaciones y abusos del poder.

Especificaba que las fórmulas del epígrafe presentaban idéntico pelaje. Por tradición, se tiende a discriminarlos ante una orfandad reflexiva. Veamos. El absolutismo imperó durante siglos al cobijo de un marco religioso que mantuvo aquella sociedad oscura. Dios era la fuente del poder. El monarca -su católica majestad- lo usufructuaba, al principio, con la venia del Papa. ¡Ay! de aquel que osara poner en recelo tal escenario. Si el Papa excomulgaba al rey, sus súbditos quedaban desligados de la obediencia debida. He aquí el porqué del poder papal. Cuando el humanismo irrumpió en Europa, aquel absolutismo mohoso, destructivo, aún perduró dos siglos. La revolución burguesa inauguró el sistema democrático, al menos en el orbe católico. Inglaterra inició su democracia parlamentaria en mil seiscientos cuarenta.

Pese al esfuerzo, aquella Iglesia acabó perdiendo poco a poco un dominio absoluto apuntalado sobre la fe. Fueron instaurándose las formas de gobierno que nacieron en Grecia dos mil años antes. El poder procedía del individuo -ahora ciudadano- que lo confiaba conscientemente a una élite burguesa. El hombre corriente actuaba como mero transmisor del poder. Era dueño virtual aunque se le reconociera sujeto de soberanía. Respecto al súbdito, el ciudadano cambiaba solamente de nombre. Una concepción naciente con escasa sustancia. Cierto que el individuo es respetado e incluso, a veces, recibe un trato digno, exquisito. El status del súbdito indicaba un cuido ignominioso e inhumano. En contra, el Tercer Estado votó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Muy bonito, pero lejos de suponer un auténtico legado.

Los totalitarismos, originarios del populismo engañoso, han ocasionado millones de muertes. Surgidos en épocas de gran desarrollo cultural, trajeron el periodo más trágico de la Historia. Podemos juzgarlo de coyuntura paradójica pero incuestionable. Nazismo y marxismo fueron terribles para un mundo inmerso en una crisis económica y social. La ausencia de cordura -de convergencia, de raciocinio- provoco movimientos radicales, impíos. Aquellos aprovecharon el supuesto deshonor de un pueblo; estos, los excesos del postrero régimen absolutista en Europa. Ambos, una crisis galopante y desastrosa.

Lenin y Hitler -Hitler y Lenin- basándose en las teorías de Marx, supieron cohesionar dos sociedades extenuadas. Bajo la apariencia de democracias directas, de auténtico poder ciudadano, popular, efectivo, levantaron dos dictaduras tiránicas, intransigentes, asesinas. Cada uno en su país ocuparon un poder personal, ilimitado, incontestable. Cualquier vestigio opositor era eliminado sin miramientos. Únicamente la derrota y la muerte quebraron dos autocracias donde el hombre carecía de valor; no comportaba nada más allá de una pieza necesaria pero prescindible. Dignidad y derechos individuales, asimismo colectivos, eran pura quimera, un apunte legislativo. El poder emanaba de la masa y era detentado, sin trabas ni cesión, por una liberticida e impostora aristocracia intelectual.

Hoy tenemos la tormenta perfecta. Quiero decir unas democracias parlamentarias con sufragio universal. Hemos pasado por diversas alternativas: voto censitario, masculino, femenino, sin calificación, etc. hasta llegar al momento actual. Sin embargo, esa soberanía que recogen todas las Cartas Magnas -en lo que nos toca- queda limitada a su nuevo enunciado. El individuo carece de poder; lo sufre. ¿Creen que si tuviera poder verdadero los corruptos, ladrones y sinvergüenzas estarían libres? Pese a todo, es la forma de dominio menos agresiva. Muy diferente a sus extremos, absolutismo y totalitarismo

Poder es igual a fuerza, capacidad, energía, dominio. Imagino que no me costará trabajo convencerles de que absolutismo, democracia y totalitarismo son conceptos de una misma realidad. El poder es patrimonio de una élite que lo ostenta y lo legitima con estas palabras de parecido significado. El más objetivo puede deslindar algunos matices convencionales. Se equivoca quien vea diferencias. El hombre corriente jamás irradia poder. Cada tiempo, cada circunstancia, tiene sus disfraces para ocultar su verdadero semblante. Cebo y demagogia intentar acreditar el señuelo y la candidez valida tal empeño.

Termino con un asunto colateral. Según confirman los diarios, Pablo Iglesias, en la asamblea fundacional del partido, lanzó dos mensajes: ocupar “la centralidad del tablero político” y la advertencia de que quien pierda “deberá echarse a un lado”. En definitiva fue uno solo  porque el centralismo democrático, en un marxista, significa potenciar la disciplina consciente y el sacrificio voluntario de la libertad de todos para conseguir la eficacia. Como dijo Che Guevara: “El socialismo solo adquirirá sentido y representará la solución a los problemas creados por el capitalismo si logra resolverlos, dando soluciones a los oprimidos. En caso contrario estaría cambiando una forma de dominación por otra”. Más tiránica, añado yo. No es lo que hay, es lo que nos espera.

viernes, 17 de octubre de 2014

UNA EPIDEMIA SILENCIADA


Llevamos un tiempo en que el ébola -aquí prácticamente superado y bajo control-protagoniza tertulias, asimismo telediarios. Ante la cautela de los facultativos, han ido surgiendo “expertos” que divulgan su osadía sin pestañear. Bien es verdad el acongoje (interprete el amable lector otro vocablo menos suave, con rima asonante) de responsables políticos para quienes prudencia se traduce por ocultación. No ya reprochable a ellos sino también a subordinados, sanitarios o no. Este marco, opuesto a la inquietud generada, permite un incremento de noticias a caballo entre la tragedia y el sainete, cuando no al esperpento.

Mañana, tarde y noche nos han hostigado sin piedad, como si quisieran difundir su torpeza o satisfacer nuestra intriga siempre teñida de morbo. Así, hemos ido trasegando una bebida con alto índice adictivo. Tan infeliz tribu ovina se adormece tras pocas ingestiones. Me asombra, además, la destreza que manifiesta un selecto grupo cuando se manifiesta. Daría igual por esto que por lo contrario. Constituye la avanzadilla del progresismo competente; es decir, con motivaciones sibilinas, restringidas, concretas.

Sin embargo, pronto cumpliremos tres años de un gobierno insulso, tibio, penoso. La reforma laboral -verbigracia- lejos de crear empleo, permite sustituir trabajadores caros,  lastrados, para contratar otros más económicos. Si hubiera expansión  económica, cesaría el despido y aumentarían los contratos con independencia de la ley vigente. En cualquier caso, los salarios bajaron alrededor del doce por ciento para facilitar las exportaciones. Pese al esfuerzo, estas decayeron y la balanza comercial ha vuelto a ser deficitaria.

Los compatriotas empleados empiezan a ser pobres. Sigue bajando el consumo interno, la recaudación por IVA y no generamos riqueza ni para sufragar intereses. El déficit no disminuye y la deuda puede superar los cien puntos. Con estos datos -amén de otros similares- el cinismo del ejecutivo es inconmensurable cuando afirma que recuperamos el pulso económico. Tal escenario, terrible e inquietante epidemia, se divulga poco y en dosis imperceptibles. Esta piel de toro actual predispone a jugarse la bolsa o la vida.

Disputas, calculado peloteo, entre Mas y Rajoy conforman un ruedo rebosante de humo. Confusos espectros aparecen, de cuando en cuando, y nos recuerdan que España tiene un conflicto descomunal con Cataluña. La verdad es que España, incluyendo Cataluña, tiene un gigantesco problema con sus políticos sin excepción. Algunos comunicadores o medios reiteran que no son todos iguales. Pues que lo demuestren de forma clara para poder constatar la diferencia.

Creo que, separadamente, los catalanes tienen -además- ciertas desavenencias con sus prebostes y de ellos entre sí. Vislumbro un pacto previo para lavar diversos escamoteos de caudales públicos sin levantar demasiado tumulto. A cambio, Mas destapa una extraña afición a la yenka (ya saben; adelante, atrás) con el deseo de agradar, quizás entretener, a la masa exaltada o a políticos de alma soberanista. Un señuelo que persiguen firmes todos los perros. Pido disculpas por mi insensibilidad a cualquier bicho viviente.

Bárcenas parece asumir de forma exclusiva el ara del sacrificio, denominada hoy cabeza de turco o tonto útil. Junto a los EREs andaluces, constituye la carnaza mediática oportuna para desviar el interés popular. Así, unos y otros tañen la campana precisa a fin de orientar los sentidos -ayunos de crítica- hacia espacios concretos. Es imposible construir este sistema cleptómano, fullero, impune, sin el concurso pleno del conjunto de siglas obviando salvedad alguna; sea por acción u omisión. Ofrecen, a veces, un paripé de media intensidad cuando turnan culpas. Otros callan en defensa propia, por si las moscas. Hay tanta miseria moral, tanto hedor, que les fuerza a conducirse con discreción. Evitan salpicaduras. Rige el código mafioso, la omertá.

Ahora se han puesto de moda las tarjetas “negras” de Caja Madrid y Bankia. Debe haber un interés subterráneo de que alguno quede inhabilitado para menesteres de mayor entidad. ¿No pretenderán matar dos pájaros de un tiro? Los preferentistas, timados y zaheridos, digieren la carnaza oportuna para centrar su odio en culpables de segunda. Entre tanto van quemando jornadas, etapas y campañas electorales. Puro humo, fanfarria y fraude.

El personal -sin fe, desarbolado- en un impulso suicida busca la alternativa en peligrosas ofertas. Y es lógico. PSOE, PP, CiU y PNV han cometido desmedidos errores. Siguen empecinados y no se observa en su horizonte inmediato ningún signo de cambio. Ellos proceden como imbéciles por asfixiar la gallina de los huevos de oro. Nuestros conciudadanos exhiben una necedad enfermiza si todavía confían en su discurso. Alcanzarían el apogeo de la sandez  si se dejaran representar por aventureros, disfrazados de ética y pulcritud, que solo han demostrado bellas palabras orladas con rasgos totalitarios. Pablo Iglesias ya ha anunciado que si su proyecto no triunfa en la asamblea de este fin de semana, abandona Podemos. Analicen su actitud “claramente democrática”. Amenaza porque pretende el poder único, omnímodo.

Debemos reflexionar. El ébola vino bien a la fauna todopoderosa (sirva tal expresión) para tomarse un descanso. Durante las dos semanas que llevamos, prebostes y medios desviaron su atención de la auténtica epidemia: paro, pobreza, trapicheo, inmoralidad ética, etc. Pero esta epidemia múltiple, terrible, suele estar amordazada y estos días casi en total mutismo.

 Para terminar, una admonición. Los yerros se pagan caros y, a veces, resulta dramática su corrección. ¡Cuidado!