Son vocablos sinónimos
sin apenas matices, por mucho que quiera maquillarse su diferencia. No
obstante, hay teóricos cuya empresa consiste en buscar profundos contrastes
entre ellos. Apelan conscientemente a un maniqueísmo, infractor de toda lógica,
cuyos adeptos exhiben enorme orfandad crítica. Es imposible que alguien, algo,
pueda cristalizar solo bondad o maldad excluyéndose una a la otra. Tal
percepción asidua, indiscutible, debería llevarnos al desistimiento de
cualquier argumentación que coopere a sacralizar o demonizar sea cual sea el sistema
de convivencia social.
Abundan los santones
que acomodan su retórica al encargo de generar una determinada conciencia ciudadana.
Logran, persiguiendo objetivos espurios, devociones duraderas al pervertir
mentes ingenuas y desprevenidas. Alimentan una personalidad opresiva,
manipuladora, algo patriarcal. Se entusiasman con esa intermediación envilecida
entre poder e individuo. Son imprescindibles para configurar cualquier régimen.
Realizan el trabajo molesto a las élites que luego les compensan con largueza.
Serviles hacia los poderosos, manifiestan al humilde una destemplada -a la par
que solemne- displicencia. Pululan por los amplios universos mediáticos y, a
priori, deberían constituirse en centinelas sociales a fin de airear
extralimitaciones y abusos del poder.
Especificaba que las
fórmulas del epígrafe presentaban idéntico pelaje. Por tradición, se tiende a
discriminarlos ante una orfandad reflexiva. Veamos. El absolutismo imperó
durante siglos al cobijo de un marco religioso que mantuvo aquella sociedad oscura.
Dios era la fuente del poder. El monarca -su católica majestad- lo
usufructuaba, al principio, con la venia del Papa. ¡Ay! de aquel que osara
poner en recelo tal escenario. Si el Papa excomulgaba al rey, sus súbditos
quedaban desligados de la obediencia debida. He aquí el porqué del poder papal.
Cuando el humanismo irrumpió en Europa, aquel absolutismo mohoso, destructivo, aún
perduró dos siglos. La revolución burguesa inauguró el sistema democrático, al
menos en el orbe católico. Inglaterra inició su democracia parlamentaria en mil
seiscientos cuarenta.
Pese al esfuerzo,
aquella Iglesia acabó perdiendo poco a poco un dominio absoluto apuntalado
sobre la fe. Fueron instaurándose las formas de gobierno que nacieron en Grecia
dos mil años antes. El poder procedía del individuo -ahora ciudadano- que lo confiaba
conscientemente a una élite burguesa. El hombre corriente actuaba como mero
transmisor del poder. Era dueño virtual aunque se le reconociera sujeto de
soberanía. Respecto al súbdito, el ciudadano cambiaba solamente de nombre. Una
concepción naciente con escasa sustancia. Cierto que el individuo es respetado
e incluso, a veces, recibe un trato digno, exquisito. El status del súbdito indicaba
un cuido ignominioso e inhumano. En contra, el Tercer Estado votó la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Muy bonito, pero lejos
de suponer un auténtico legado.
Los totalitarismos,
originarios del populismo engañoso, han ocasionado millones de muertes. Surgidos
en épocas de gran desarrollo cultural, trajeron el periodo más trágico de la
Historia. Podemos juzgarlo de coyuntura paradójica pero incuestionable. Nazismo
y marxismo fueron terribles para un mundo inmerso en una crisis económica y
social. La ausencia de cordura -de convergencia, de raciocinio- provoco movimientos
radicales, impíos. Aquellos aprovecharon el supuesto deshonor de un pueblo;
estos, los excesos del postrero régimen absolutista en Europa. Ambos, una
crisis galopante y desastrosa.
Lenin y Hitler -Hitler
y Lenin- basándose en las teorías de Marx, supieron cohesionar dos sociedades
extenuadas. Bajo la apariencia de democracias directas, de auténtico poder
ciudadano, popular, efectivo, levantaron dos dictaduras tiránicas, intransigentes,
asesinas. Cada uno en su país ocuparon un poder personal, ilimitado,
incontestable. Cualquier vestigio opositor era eliminado sin miramientos.
Únicamente la derrota y la muerte quebraron dos autocracias donde el hombre
carecía de valor; no comportaba nada más allá de una pieza necesaria pero
prescindible. Dignidad y derechos individuales, asimismo colectivos, eran pura
quimera, un apunte legislativo. El poder emanaba de la masa y era detentado,
sin trabas ni cesión, por una liberticida e impostora aristocracia intelectual.
Hoy tenemos la tormenta
perfecta. Quiero decir unas democracias parlamentarias con sufragio universal.
Hemos pasado por diversas alternativas: voto censitario, masculino, femenino,
sin calificación, etc. hasta llegar al momento actual. Sin embargo, esa
soberanía que recogen todas las Cartas Magnas -en lo que nos toca- queda
limitada a su nuevo enunciado. El individuo carece de poder; lo sufre. ¿Creen
que si tuviera poder verdadero los corruptos, ladrones y sinvergüenzas estarían
libres? Pese a todo, es la forma de dominio menos agresiva. Muy diferente a sus
extremos, absolutismo y totalitarismo
Poder es igual a
fuerza, capacidad, energía, dominio. Imagino que no me costará trabajo
convencerles de que absolutismo, democracia y totalitarismo son conceptos de
una misma realidad. El poder es patrimonio de una élite que lo ostenta y lo
legitima con estas palabras de parecido significado. El más objetivo puede
deslindar algunos matices convencionales. Se equivoca quien vea diferencias. El
hombre corriente jamás irradia poder. Cada tiempo, cada circunstancia, tiene
sus disfraces para ocultar su verdadero semblante. Cebo y demagogia intentar
acreditar el señuelo y la candidez valida tal empeño.
Termino con un asunto
colateral. Según confirman los diarios, Pablo Iglesias, en la asamblea fundacional
del partido, lanzó dos mensajes: ocupar “la centralidad del tablero político” y
la advertencia de que quien pierda “deberá echarse a un lado”. En definitiva
fue uno solo porque el centralismo
democrático, en un marxista, significa potenciar la disciplina consciente y el
sacrificio voluntario de la libertad de todos para conseguir la eficacia. Como
dijo Che Guevara: “El socialismo solo adquirirá sentido y representará la
solución a los problemas creados por el capitalismo si logra resolverlos, dando
soluciones a los oprimidos. En caso contrario estaría cambiando una forma de
dominación por otra”. Más tiránica, añado yo. No es lo que hay, es lo que nos
espera.
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