viernes, 25 de marzo de 2022

IDEOLOGÍA Y PODER

 

Días atrás, Milagros Marcos (Diputada Nacional del PP) expresó: “El campo pide respeto y futuro a un gobierno que solo hace mucha ideología”. Me sorprendió el final porque, desde mi punto de vista, cometió un exceso o, peor aún, una frivolidad. Hablar de ideología hoy es un atrevimiento inconmensurable, pues su falta origina una sombra muy alargada, de décadas. Bien por temor bien por realidad. esa argamasa social que unió, incluso con sangre heroica a muchos españoles. se ha convertido ahora en desdeñada narrativa épica. Fue Podemos quien desgarró la inocencia acumulada siglos atrás y que ya venía trasluciendo maneras, hábitos, chocantes si no recelosos. Ellos pusieron las cosas en su sitio, obscenamente diáfanas, cuando entreveraron medias verdades diciendo: “nosotros no somos de izquierdas ni de derechas, somos un movimiento transversal”.

Aquellos jóvenes alimentados en la élite universitaria tenían tics comunistas, totalitarios, dominantes, pero mostraban gran habilidad como mayor (diría única) contribución social. PSOE y PP se encargaron, paso previo a sus desmanes, de difuminar las propias doctrinas nocivas para no menoscabar ni a la socialdemocracia ni al conservador-liberalismo del continente europeo. Aquellos universitarios no podían presentarse como comunistas, doctrina recelosa, trasnochada, tóxica, desde años atrás. Si querían tener éxito debieran aparentar algo nuevo que atrajera espíritus ahítos de frustraciones. “Transversalidad” y “casta” fueron talismanes que obraron el portento. Hoy gobiernan, si se quiere viven opíparamente adheridos al poder. Pero las dos Españas engañadas por la desideologización han vuelto al escenario con esa pancarta en la huelga de camioneros y agricultores: “No somos ultras, somos los de abajo y vamos a por los de arriba”.

Ideología es el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político. Quizás se le haya asignado un matiz despectivo en tiempos algo revueltos y no sin motivos fundamentados. Hay una gran diferencia entre idealista e ideólogo. El primero ofrece siempre sentimientos puros, altruistas, siendo inadvertido, indiferente (cuanto menos) si no desprestigiado. El segundo lleva aparejadas avideces e inclinaciones soterradas y que suelen abonar fingidas bonanzas. Desde el origen del hombre las mayores salvajadas se han cometido en nombre de la religión, de la justicia y de la igualdad, hijas todas de una ideología intachable. Ahora quieren imponernos la democracia asentada en el cambio climático, la igualdad de género y la memoria democrática. Propaganda dosificada, en inyectables para espíritus suspicaces.

Haciendo un repaso a los acontecimientos del pasado, más o menos remoto, nos encontramos con episodios terribles propios o impropios —seguramente ambos— duplos y desconcertantes hijos depurados de la ideología, aunque de opuestas inclinaciones. Refrescar memorias sería apasionante, pero vano porque el lector avisado sabe de sobras las barbaridades cometidas por unos y otros al socaire de lo que llamaban una causa justa. No tengo claro si es la coyuntura o una racha adversa (la tragedia quedó inherente, hibernada, como rémora sangrienta) ha convertido la ideología actual en sainete cómico-burlesco. Algunos ministros/ministras, a quienes falta el frac y la chistera para acompañar con gran boato al sepelio del cadáver/España fétido, ya a las puertas del tanatorio, realmente realizan un decadente intrusismo a aquellas llamativas, célebres, folklóricas entusiastas del franquismo y hoy del facundo candidato a autócrata; Sánchez.

Hay, sin embargo, otra ideología que despierta sacrificios ingentes, básicos, sin mandato ni recompensa. No por casualidad, sus protagonistas lejos de representar clases ilustradas se encuentran en el pueblo llano, ese que responde ampliamente enriqueciendo su propia pobreza. Niego conocer ejemplos de quienes se engallan ofreciendo un esfuerzo particular y colectivo por personas en exclusión social o económica.  Con otros patrimonios difunden medias componendas mientras oscurecen los propios y no es por alivio ni tregua procedente de habitual humildad normativa. Esos militantes de Podemos saciados de luchar por la “gente”, sanchistas bienhechores que masacran —aquellos y estos, de forma inmisericorde— a los “furtivos amigos (PP y Vox) del capital sangriento”, todavía no les conozco un amparo a nadie ni en ningún momento. Será error u olvido mío.

Poder, dentro de su complejidad inherente, se define de forma fácil si bien abarca incalculables áreas de farragoso sumario. Elías Canetti mantenía que el poder da potestad a decidir sobre la vida y la muerte. Este atropello es un derecho en los sistemas totalitarios y le conceden al dictador apariencia de divinidad. Siendo cierta tal afirmación, y parece haber razones para constatarlo, también lo es —en algunos casos— que tales gobernantes padecen paranoia. Preservar el poder es una agonía permanente, pero también una amenaza. Demasiados autores, filósofos y sociólogos, coinciden en una raíz imprecisa, siempre transgresora, restrictiva, enloquecida. Solo Foucault asegura que se asienta sobre la ignorancia de sus agentes. El objetivo, por el contrario, deja de ser enigmático para convertirse en algo acuñado, endémico, sempiterno: agresión y expolio social.

Coligiendo parcialmente a Lavoisier en su ley sobre la materia, el poder se crea, pero no se destruye; solo se transforma. A mayor abundamiento, puede cambiar de terminología, de nomenclatura, pero jamás cambiará de encarnadura. El progreso, si acaso, ha suavizado sus excesos al menos en apariencia. Analizando ciertas democracias, esta nuestra, sobre todo, encontramos hábitos —no precisamente cartujos— nada convergentes ni concebibles con los mínimos estándares al caso. Es muy probable que nos topemos con un tipo poco común, en anormal y peyorativa catadura, que asimismo exhibe registros notorios de autócrata. Soberbia, egolatría, divismo, constituyen síntomas etiológicos obvios del déspota. Los españoles, según especula el devenir, hemos perdido toda esperanza de que tal presidente y cómplices sean juzgados y paguen sus culpas.

Cercano intelectualmente al anarquismo que preconiza la libertad, esencia sustantiva del individuo, me llevo mal con el poder, persistentemente coercitivo, en cualquiera de sus variedades y manifestaciones. Sin embargo, uno me produce indignación especial, diferenciada. Sí, me refiero a medios y periodistas; los llamados ilusamente “el cuarto poder”. Mientras la sociedad esperaba de ellos neutralizar el poder (así, en su concepción global), mientras en sus primeros pasos se peleaba contra gigantes sanguinarios, mientras hoy siguen muriendo periodistas con honor, indomables, una gran mayoría se vincula y busca abrigo con los poderosos. Tanta indignidad no puede retribuirse con un cantero de pan ni con el obtuso prurito de modernidad, progresía o valimiento. Hoy, genéricamente considerado. el cuarto poder viste de luto riguroso, al menos en España.

 

viernes, 18 de marzo de 2022

REVOLUCIÓN, DEMOCRACIA LIBERAL Y MANIPULACIÓN SEMÁNTICA

 


Según el punto dos del DRAE, revolución significa cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socio económicas de una Comunidad Nacional. Algunos lo identificarían con Golpe de Estado, pero no pues este implica toma del poder político de modo repentino, de forma ilegal, violenta o a la fuerza. Como se observa hay matices relevantes en cuanto a su diferencia. Interesa conocer las revoluciones que han derivado o repercutido de suyo en las vidas de los pueblos. El primer ensayo liberador (restringiendo primero el absolutismo real, para deshacerse de él institucionalizando monarquías parlamentarias) lo realizó Gran Bretaña, mediado el siglo XVII, concluidas tres guerras civiles y un corto periplo republicano comandado por Oliver Cromwell.

Vino después, cronológicamente hablando, la independencia de EEUU —en mil setecientos ochenta y tres— concibiendo a poco una Constitución basada en criterios de igualdad y libertad vinculados a principios del liberalismo político con notable impacto en la opinión europea. No obstante, en paralelo, a finales del siglo XVIII, la Asamblea Nacional Francesa declaró los Derechos del Hombre y del Ciudadano que encarnaron un grito de libertad. Su artículo primero, base política contra toda tiranía, proclama: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común”. Europa, paradoja occidental, salvo las mencionadas Gran Bretaña y Francia a las que se unen (a mediados del siglo XIX) Países Bajos y Suiza, estaba gobernada por monarquías absolutas e Imperios.

Parece evidente que la burguesía —élite económica— aniquiló el absolutismo implantando las democracias liberales. Italia consiguió despegarse del imperio austriaco y posesiones franco-españolas, logrando su independencia al ocaso del XIX. Cavour y Garibaldi fueron los artífices, estableciendo con Víctor Manuel II una monarquía parlamentaria. Queda claro que la clase burguesa (colonias incluidas), imponiéndose a monarquías absolutas, reportaron las libertades a sus respectivos países.

Marx fue un investigador cuyas teorías versaron sobre sociedad, economía y política. Sostuvo que las sociedades avanzaban a través de la “dialéctica” y de la “lucha de clases” con enfoque materialista; es decir, contrario al idealismo hegeliano. Lenin, perteneciente a la intelectualidad rusa, interpretó la dialéctica marxista como la lucha entre opuestos: burguesía y proletariado. Una vez masacrado el campesinado ruso (mencheviques) quiso erigir —ayudado por bolcheviques— el comunismo (eliminación del Estado) pero terminó imponiéndose (pese a la “Declaración de los derechos de los pueblos de Rusia”) una élite burocrática que remató a los soviets (poder obrero) forzando un sistema totalitario y, con Stalin, sangriento.

Lo expuesto constata que las revoluciones burguesas traen democracias liberales, bien repúblicas bien monarquías parlamentarias. Si intervienen minorías intelectuales (nunca triunfa ninguna revolución eminentemente popular) terminan siendo dictaduras tiránicas que abrazan miseria material y moral mientras sus líderes acumulan riquezas gigantescas. Stalin acabó su vida, según el registro que clasifica las mayores fortunas históricas, con un patrimonio personal, al cambio, de cuatrocientos mil millones de dólares. Hoy día, al parecer, Putin ha amasado un patrimonio de unos doscientos mil millones de dólares.

Fascismo y Nazismo fueron autocracias depravadas, criminales, con opaca base ideológica, que surgieron en una época histórica concreta y, aunque algunos se empecinen en negarlo, desaparecidos definitivamente poco tiempo después. Añadiendo el final del comunismo en España y Centroeuropa aparecieron las democracias que constituyen en su casi totalidad la Unión Europea. Los regímenes liberales, con mayor o menor linaje y aspecto, se disfrutan fuera de los gobiernos comunistas. Tanto, que el comunismo es antitético de cualquier democracia por imperfecta que sea. Derrotado el comunismo se gesta el nacimiento de una democracia. Analícese, desde un historicismo preciso, fiel, la exactitud de semejante aserto.

Si liberalismo —cimiento incuestionable de cualquier democracia real, inconfundible con otra postiza, placebo— es movimiento político que defiende la libertad individual, la igualdad ante la ley y la separación de los poderes del Estado, discurramos seriamente qué tipo de democracia tenemos. Particularmente, creo que estamos lejos, muy lejos, de ella. Oscurantismo, falta de transparencia, ocupación del poder judicial, abuso político y ciudadano, discrecionalidad, derroche de los caudales públicos, etc. etc. no parecen prácticas compatibles con una democracia escrupulosa, ni tan siquiera laxa.

Cualquier gobierno adverso al autoritarismo daría cuenta —por sí o a través de medios oficiales veraces, insobornables— a sus ciudadanos de planes y proyectos (suponiendo que los hubiera) con sobriedad y cautela. Ampulosidad, propaganda e invención queda en exclusiva para gabinetes, como el nuestro, que hacen de la mentira su medio de vida. Extraña la quietud de aquellos que vociferaban años atrás contra un gobierno que tenía luz, gas y combustibles un quinientos por cien más barato que ahora. Hasta el deslenguado del presidente afirma, con cínico atrevimiento, que Putin “gusta las protestas de camioneros, agricultores y ganaderos”.

Sin embargo, lo inconcebible es la superioridad moral de que hacen gala la izquierda política y mediática patrias (sin atreverme a significar cuál de ellas lo hace con más acritud e indecencia) y su viejo vocabulario ad hoc. El debate queda convertido en escupidera cuando los “progres” —ridícula especie que se retroalimenta de su propia hiel— se someten a esa fe dogmática, auténtica razón de la sinrazón, que determina toda respuesta global. Fascista, facha, ultra …, son vocablos expedidos o expelidos no como atributo sino como escarnio y réplica.

Para cuantificar el PIB, ahora hay un nuevo factor económico: “economía de la felicidad”, algo ininteligible que lo desfigurará a favor del gobierno. Este mismo, en los suburbios de lo esperpéntico, dice que los camineros son de “ultraderecha”. Dos filigranas cofundadores de Podemos aseguran que “las armas españolas están yendo a nazis ucranianos”. Comunismo clásico, radical, con crónica terrible, canallesca; independentismo insaciable, disgregador; vestigios terroristas; conforman ideologías legales, legítimas, constitucionales, hasta casi sacrosantas. Las ideas diferentes, en mayor o menor grado, merecen epítetos vejatorios, acoso, cerco social e ilegalización, cuando constituyen los únicos partidos que pueden sacarnos de la miseria, del caos.

Es evidente que ningún integrante del santoral, en su aspecto sosia, se inscribe en partido alguno, pero analicemos la Historia, los últimos decenios de la política española (si tenemos recortada la memoria) y después actuemos con raciocinio. Distingan palabras y obras, discriminen patraña de autenticidad.

viernes, 11 de marzo de 2022

LIMPIOS DE CORAZÓN

 

Rendido al titular, cuesta trabajo si decidirme por darle el mismo enfoque que se concedía en mi pueblo (con la trascendencia o costumbre de la época, iniciados los años cuarenta y posteriores) a quienes mostraban una ingenuidad casi ofensiva. Tal vez se ajuste más a tiempos en que sobrellevamos la reacción antitética: “tener mente sucia, obstruida”. Porque ese corazón “visceral” acoge sentimientos, emociones, impulsos. La cabeza, en cambio, es templo —no siempre— de ideas, juicios, resoluciones. Pudiera, asimismo, que limpios de corazón no nos remitiera a individuos con dicho músculo puro sino vacío, seco. Creo que cualesquiera de ambas alternativas reflejan nítidamente cuantos ánimos lesivos sacuden a los que ostentan poder incluso legítimamente. Lo perverso, pese a todo, es la sangre derramada por órdenes cobardes, repugnantes, impunes.

Aunque paz o guerra constituyan elementos sustantivos a la hora de tasar menor o mayor inhumanidad en la limpieza coronaria, semejantes aspectos debieran explicitarse considerando algunos matices notables. Es evidente que guerra introduce una carga peyorativa de difícil evasión creando sentimientos rencorosos, virulentos, de existencia imposible en zonas pacificas aun con deterioros sociales, económicos e institucionales. Condenaría la falsa creencia de que mis palabras pudieran entenderse como un elogio canallesco a la guerra. No ya solo por lo visto durante los últimos días con el genocidio de Ucrania sino por constituir uno (guerra) de los dos (hambre) aleatorios y terribles jinetes del Apocalipsis. Los otros dos (poder) y (muerte) son inmanentes e ineludibles, pudiendo paliar sus indeseables alcances con resignado acatamiento.

Los acontecimientos han hecho proverbial un pensamiento de Erich Hartman, no por cotidiano menos sustancioso: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Conforman la cara ejemplar de la dualidad coronaria, los jóvenes limpios en su concepción más auténtica y los viejos intérpretes de una aridez ruin. Cierto que a río revuelto hay ganancia para ciertos “pescadores”. No obstante, a la vista de informaciones mayoritarias, debemos admitir que el común no halla reparos para ayudar obviando intereses y seguridad personales. Siempre las circunstancias extremas sacan a relucir lo mejor y lo peor del género humano. Resulta una incongruencia que solamente periodos espeluznantes tengan la clave para abrir las emociones más dispares del individuo.

La guerra, peor las invasiones con alegatos de “legítima salvaguarda”, nos descubre a personajes “limpios” de corazón, yermos, alimañas. Estos especímenes característicos, particulares, tal vez psicóticos, vienen ensamblados desde su nacimiento a toda anormalidad, a cualquier barbarie. En paralelo, pero desde una óptica opuesta, reactiva, se encuentran los “limpios” de mente; es decir, gobernantes cortos de magín (el vocablo “cortos” prueba mi generosa clemencia y bonhomía). Descubriría poco si sostuviera que la necedad que anida en casi todos los prebostes mundiales carece de límites. Pareciera plaga nociva más que espectacular atributo riguroso imputable a aquella élite cleptómana. Desde luego, nuestro país seguramente aventaja en cantidad y calidad a cualquier otro de nuestro entorno por tradición, atraso e idiosincrasia; idiocia, si se quiere.

Ignoro si la frase, cada pueblo tiene los políticos que se merece, resulta una frivolidad jugosa o, por el contrario, instituye un axioma nítido. Creo que el pueblo español exhibe limpieza de corazón en espléndida pureza literal. Le acompaña también grandes dosis de fatalismo, asimismo desidia, ignorancia e ingenuidad. Encontrar ejemplos que demuestren lo acertado de la aseveración inicial del párrafo es quehacer facilísimo; sin embargo, parece difícil seleccionar los más estridentes. Como tanteo preclaro podemos citar a Sánchez y Colau, dos políticos que se asientan exclusivamente sobre su habilidad. El primero utiliza de forma primorosa la farsa, una y otra vez sin que, aparentemente, nadie advierta ninguna trapacería. La segunda —utilizando como trampolín la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), entusiasta también del subterfugio y demagogia— alcanza altas cotas de poder sin que ética ni estética pueda descabalgarla.

Repudio arremeter (criticar sería vocablo demasiado adulador) contra mindundis alzados al poder porque, a veces, el azar puede apellidarse caótico en sentido muy restrictivo. Si el ejecutivo, salvo algún ministro capaz, lo conforman inútiles de tomo y lomo —a cuya cabeza sobresale su presidente— entregar veinte mil trescientos diecinueve millones de euros para que los ¿gestione? Irene Montero, mientras la gente no llega a final de mes, parece una broma siniestra. No es suficiente con que sea la ministra más incapaz del gobierno, encima exterioriza un sectarismo osado, estúpido. (Pido disculpas por quebrar mi tono, pero el acaso me lo ha puesto a huevo y no he podido contenerme). Reconozco las oportunidades que ofrece el epígrafe para sacudir, quizás enlodar certera y justamente, a dirigentes y opositores igualmente olvidadizos del pueblo al que dicen representar.

Alguien, estos días, me mandó un WhatsApp que revivía la frase de Shakespeare: “es el mal de estos tiempos, los locos guían a los ciegos”. Probablemente debamos deslizar algún matiz definitorio, pero no puede negársele estricta actualidad. Dudo si la psiquiatría aportaría un diagnóstico claro sobre Sánchez, hipotético paciente. Nadie pone en cuestión su egolatría exacerbada y la trayectoria —emprendida por él— que nos lleva fatalmente a la miseria general. Hace dos semanas, de nuevo, estábamos “en la champions league” de Zapatero y ahora confiesa una economía escuálida “por culpa de la guerra de Ucrania”. Estoy convencido que, si fuera preciso, Viriato sería autor. Por cierto, Podemos nunca va a romper el gobierno de coalición, aunque Sánchez incumpla los acuerdos. Dejar moqueta, boato, sueldos y nepotismo al por mayor, para desaparecer, no seduce.

Esta oposición, reajuste incluido, tampoco contiene el corazón limpio ni la mente abierta para llevarnos a buen puerto. Ciñéndome al adelantado nuevo presidente y factible secretario general, González Pons, especulo que las primeras manifestaciones de ambos priorizan alianzas con el sanchismo antes que con Vox. Quiero suponer que a nivel nacional pasará lo mismo que ahora en Castilla y León donde, al parecer, han pactado un gobierno de coalición. Lo contrario llevaría al PP a una situación especialmente complicada, tanto que los viejos complejos e indigencia estratégica y moral supondría llevarle a la irrelevancia. Recrear el bipartidismo nefasto —tal como lo hemos vivido, con parecidas arbitrariedades, abusos y derroche saqueador— engendraría hartazgo, furor, amén de movimiento (puede que estallido) social incontrolable.

viernes, 4 de marzo de 2022

INTERROGANTES Y CERTIDUMBRES

 

He oído con frecuencia que la felicidad elige solo a quien nunca se pregunta nada; en otras palabras, a quien muestra indicios de simpleza. Sin embargo, simple concuerda con infeliz creándose así un bucle de difícil discernimiento y final. Puesto que conozco algo el recorrido conceptual de nuestro idioma, vislumbro aquí una paradoja y no una discrepancia.  Individuos torpes —con poca, casi inverosímil, sensibilidad emocional— tienen un umbral perceptivo muy reducido. Ello les lleva a entorpecer su presencia incluso oliéndola cercana, inmediata. Aunque felicidad y escenario nacional, asimismo exterior, presenten puntos cuya intersección puede sugerirse, considero extemporáneo centrarse en ese bien moral tan espinoso como esquivo. Los tiempos de zozobra imponen interrogantes aun con tensiones empalagosas, descarnadas.

En el mundo irreflexivo e insolidario que nos rodea, el mayor interrogante ahora mismo persigue, como única respuesta, cuándo terminará la pandemia del Covid. Secuelas psíquicas, físicas, económicas o actitudinales, ocupan obsesiones posteriores; lo primero es precisar temporalmente el terror del que no nos ha inmunizado estas vacunas prematura y pomposamente ponderadas por Sánchez y sus folletinescos e imaginarios grupos de “expertos”. Llevamos dos años desde que la improvisación y el predominio del feminismo ideológico sobre la praxis sanitaria —inobservando iniciales protocolos— ha cercenado proyectos vitales y, sobre todo, derechos y libertades individuales. Hemos pasado de aquel machacón setenta por ciento para conseguir la inmunidad de “rebaño” (nunca mejor dicho) al noventa y tantos por ciento sin alcanzarla. Todo un engaño.

Definir interrogante es asunto necesario, inteligible, inequívoco. Acudimos a él cuando nos mortifica un problema no aclarado o una cuestión dudosa. El existencialismo, la vida misma, se reduce a ese enigma aborrecible, especie de mosca cojonera que molesta mientras persigue, redimiendo al mismo tiempo, nuestra pereza. Pese a lo enmarañado de la coyuntura y tal vez en defensa propia, para salvaguardar el trance mental, decidamos ir del botellón inconsecuente a “es lo que hay” justificador. Deduzco que dicho esfuerzo no es suficiente ni adecuado para pasar el trago actual, pero la alternativa —igualmente poco funcional, a priori— llevaría a turbulentas frustraciones muñidoras del inmovilismo confortable, desesperanzador. Reconozco el laberinto diabólico que abruma al individuo, a los diferentes grupos sociales, sin armamento apropiado para protegerse.

Ignoro qué alcance pueda tener una mayor o menor confianza (desdeño ceguera) del individuo, pero la sociedad —toda ella— sufre el desencanto de sus políticos. Antes lo sufría de sus señores, sirva la redundancia. No cambia el poder sino la nomenclatura. Desde hace tiempo, al feudalismo se le confunde con ese albor autocrático circunscrito a fórmulas de pureza liberal. ¿Qué fue si no Hitler, el Frente Popular español o Chávez posgolpista?, verbigracia. Ayer, como quien dice, manifesté que debemos juzgar los hechos en lugar de la fisonomía de las cosas. No obstante, obcecados por una conciencia social aleccionada, ahíta de publicidad y dogmas, convertimos el ejercicio mental en algo obsoleto, perezoso, insípido si no arrogante. Tal atenuación de esta realidad que nos oprime, tal vez modele, fuerza la necesidad o esparcimiento de los interrogantes con el mismo grado de satisfacción que si lanzáramos encendidos brindis al sol.

Un dicho popular asegura que dinero es la respuesta al casi cien por cien de preguntas (quizás se debiera redondear descartando el casi). Ciertamente, don dinero presenta facetas enigmáticas, con claro-oscuro retorcido, confuso. Dos informaciones, ordenadas por Cronos, me han servido hoy para realizar una rueda de preguntas dejando abiertos los interrogantes al dictamen de ustedes. El primer comentario/dato, oído en la Sexta, provenía de al menos dos intervinientes. Se relataba que las dificultades avistadas ya (económicas entre otras de menor enjundia), la vislumbrada fractura del gobierno y un PP desgarrado, aconsejaba el adelanto electoral augurando otro triunfo de Sánchez. Alguien diferente aventuraba su negativa loando de antemano el máximo sacrificio del que antepone deber de Estado, patriotismo, a intereses personales. ¿Qué les parece, amigos lectores? Decidan su respuesta íntima ahora y cuando toque den la electoral.

Mi segundo dato provino de uno, entre varios diarios digitales que ojeo cada mañana. En él se publicaba que el Parlamento Europeo aprobaba la resolución que concede a Ucrania el estatus de candidato a ser socio europeo. Se contaron seiscientos treinta y siete votos a favor, trece en contra (entre ellos Miguel Urbán de Izquierda Anticapitalista) y treinta y seis abstenciones (dos de Izquierda Unida y una de Bildu). Me pregunto sin ensañamiento ni “acritud” alguna, ¿qué significa ser anticapitalista? Me suena a paradoja insulsa; parecido a manifestarse antisólido, antilíquido o antigaseoso. Veamos, la civilización se nutre de un proceso donde intervienen: materia prima, mano de obra y “capital”. Marx lo utilizó para analizar el devenir histórico iniciando el método falsario, constatada su generalización, de terminar con el capitalismo malévolo cuando solo consiguió añadirle “de Estado”. Intenten averiguar vida y patrimonio de cada líder marxista en el mundo.

Certidumbre se relaciona con subjetivismo excitable, dogma, fe, infalibilidad, cohesión intelectual; nada que ver con conocimiento seguro y claro de algo propio, certeza. Es decir, certidumbre constituye únicamente afinidad intelectual con algo o alguien sin explorar realidades indiscutibles. Vislumbro diversas certidumbres basadas en la lógica. Sánchez debe adelantar elecciones obligado por las medidas que Europa le va a imponer como ocurrió con Zapatero en mayo de dos mil diez. Podemos desaparecerá a medio plazo y surgirá una nueva izquierda (¿Frente Amplio?) vestida de boda —no descarriada ni folklórica, presuntamente democrática— bajo el liderato de Yolanda Díaz. Ciudadanos recobrará vida si no comete los errores habituales.

El PP da sus noveles primeros pasos y no me han gustado. Siguen ingrávidos lejos del planeta realizando un intrusismo aeroespacial. González Pons, presunto Secretario General, y el presidenciable han calificado a Vox (único peligro hoy para el presidente) “extrema derecha”. ¿Han oído alguna vez a Sánchez denominar a Podemos “extrema izquierda”? Diferencia sustantiva. Me mojo: Feijóo nunca presidirá el gobierno. Sánchez seguirá algún tiempo, no sé si completando la siguiente legislatura. Le sustituirá Abascal con mayoría muy mayoritaria —salvo concierto PSOE-PP— si no absoluta.

Mis certidumbres disfrutan de argumentos sólidos. Que vaticinan tiempos angustiosos es cierto y me intranquiliza, pero conociendo el percal del pueblo y de nuestros políticos tengo pocas dudas al respecto. Queda una solución y lo saben todos; sin embargo, no interesa a ninguno: Ayuso. ¿Harán un pacto para cargársela políticamente, también a Vox, al nuevo partido de la izquierda y remozarán el bipartidismo? No lo descarto.