viernes, 30 de octubre de 2015

HONRADEZ, MADRUGONES Y OTRAS SIMPLEZAS


El vocablo revolución tiene dos acepciones muy definidas. De un lado, significa cambio violento y radical en las instituciones políticas de una sociedad. De otro, cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad. Debemos convenir que brusco implica cierto grado de furor por lo que la violencia aparece en ambos de forma más o menos expresa. Días atrás, José María González -conocido popularmente por Kichi- alcalde de Cádiz, dijo convencido tras observar algunas corrupciones de la “casta” que la honradez era instrumento revolucionario. A la chita callando, se autocalificaba de honrado, así mismo revolucionario, haciendo extensivas tan supuestas y rentables probidades a Podemos, ese partido que parece haber cerrado el círculo de los círculos. Este virtuoso personaje, sin duda, desconoce que la honradez casa con la revolución como un beodo con el agua bendita. Eso, o bien ignora conscientemente qué sustancia siniestra ocultan los afanes revolucionarios dentro del devenir histórico.

Nuestro jaranero regidor complementó su reflexión filosófico-moral añadiendo otra perla bañada ahora con una fina película de frivolidad. Vino a decir que el pueblo debe levantarse pronto porque las revoluciones se dan al alba; parafraseando a Aute, momento en que sangra la luna al filo de la guadaña. Olvida precisar si se refiere al abandono tierno del lecho o al trasnoche mundano, gozoso y algo transgresor. Sea como fuere, el señor González -Kichi- presuntamente hincha de tan arraigada costumbre, solo es observador somnoliento de esa revolución cromática que se atisba cuando las sombras nocturnas dejan paso al destello crepuscular. Acaso, y a falta de distintos éxitos municipales, su excelencia quiera poner en el platillo de los logros ese adagio, revolucionario sin duda, que aconseja: “poca cama, poco plato y mucha suela de zapato”. No contemplo -a fuer de dadivoso- otro esfuerzo, ni vela, para conseguir el bienestar ciudadano. Lo terrible vendría si tal método se generalizara en España de manera abusiva e indeseada.

Se comenta que el ayuntamiento de Madrid tiene quinientos veinticinco vocales ciudadanos con bonificación media de setecientos euros mensuales. Este escenario donde el presunto amiguismo brilla con luz propia, lo cubren todos los partidos municipales sin excepción. Se habla también de que las multas impuestas por la policía local madrileña concernientes a la nueva Ley de Seguridad Ciudadana (conocida por Ley Mordaza) se han transferido a la Delegación de Gobierno para su tramitación y cobro, dicen, por no ser dominio del cabildo. Aquella, ha devuelto expedientes, percepción y trabajo al Palacio de Cibeles para su debida diligencia. Al mismo tiempo, Rita -la bien plantá- ha elevado quejas y lágrimas a la señora Cifuentes por dejar casi huera toda aportación económica a la EMT. Su respuesta fue fulminante: “Aquí se viene llorada a trabajar”. Quizás en otro siglo le hubiera dado una respuesta igual de rotunda pero menos rigurosa: “Pídeselo a tu tocaya, Rita la Cantaora”. No se armó el belén aunque Carmena, poseída por Santa Claus, lo hubiera suprimido de inmediato. En fin, corramos un tupido velo a tan romos lances versallescos.

Barcelona cae bastante lejos -cada vez más- y su alcaldesa dista demasiado, no de mí sino del sentido común. Siempre que un responsable político gobierna a golpes de efecto, toda iniciativa contraviene cualquier sensibilidad social. Detener sine die proyectos que potenciaban el turismo, principal motor económico, no consigue paliarse con la retirada u ocultación de símbolos constitucionales. Entre tanto desempolva un carácter altivo, prepotente, de quien levita sobre la masa algo remisa a concederle el aplauso que se atribuye. Olvida que su vara procede de la componenda posterior, de venganzas estériles pero lesivas para una ciudad medio culpable. Un peaje cuatrienal que han de sufragar los barceloneses y una ilusión particular, íntima, hecha realidad por mor de leyes cuyo venero luego se odia. No obstante, ella sí respeta, o lo parece, el belén vinculado al ayuntamiento. Tamaña audacia probablemente sea debida a esa figura entrañable, profana: el “caganer”; día a día más presente en Cataluña y Valencia donde sobrepasa la tradición para mostrarse reflejo fiel del ejercicio político.

Rajoy, invadido por un extraño y peculiar baile de San Vito, reacciona tibiamente ante hechos que presentan una gravedad incuestionable. Sin que sirva de precedente, debido acaso a la deferencia, acaso al mandato institucional, ha visto unos cuantos líderes políticos sacados, algunos, de efluvios sociales rayanos con el absurdo. Les solicitó un pacto constitucionalista. Al sí pero no del señor Sánchez, se une el no avieso -fácil de prever- del salvador podemita. De los próximos, no me extrañaría que uno, al menos, pateara el mismo camino. Resulta penoso comprobar como jóvenes promesas del futuro político exhiben gran indigencia raptados por dogmas selváticos. Espero y deseo que Garzón, para mí con cualidades notables, no incurra en los defectos timoratos, viejos, estúpidos, de la izquierda evasiva y gestual derivados de un dogma necio. Todos deben arrimar el hombro para bien de España y de los españoles, dejando atrás proyectos o subterfugios espurios, fantásticos y volátiles.

Hoy, cual ejercicio de higiene mental, he decidido entregarme al sarcasmo aunque la situación apremie a dejarnos de burlas o liviandades incompatibles con esta coyuntura. Deduzco que guiado por nuestra idiosincrasia entre el drama y la sátira -a buen seguro el esperpento- acometa un empeño apurado: poner buena cara al mal tiempo. Desconozco si mis ocasionales y amables lectores comulgarán con estos jocosos enfoques, o desenfoques, para hacer digeribles tan inquietantes momentos. Ciertamente, algunas gotas de frescura, de acompañar los tragos con éxtasis, no puede llevarnos a cambios coyunturales. Es recomendable, sin embargo, cambiar a menudo los cristales. Escudriñar con visión nueva, colorista, no altera la realidad pero aviva cierta ilusión caleidoscópica.

 

viernes, 23 de octubre de 2015

LOS POLÍTICOS Y EL COLOR


Hasta hace poco, nuestra política venía exclusivamente coloreada por el azul y el rojo, tonalidades enfrentadas, amén de adversarias, que surgieron en la Revolución Francesa para cotejar derecha e izquierda. Sin embargo, España también es diferente a la hora de interaccionar color con vísceras, sentimientos o emociones. Lejos del sosiego, sometidos al reto sempiterno y vivificante, ambos colores dividen el país irremisiblemente. No solo lo helaron produciendo medio millón de muertos sino que, tras ocho décadas, todavía rojos y fachas-azules son insultos expectorados, arrojadizos, furibundos. Resulta curioso que no se hagan distingos entre sangre regia y proletaria (azul y roja), pues toda se unifica dando lugar a curiosas aproximaciones beligerantes. Machado supo ver como nadie la terrible divergencia que marcó, marca y probablemente marcará esta idiosincrasia tan particular que nos distingue, asimismo atormenta.

Sin diluir el odio, ni mucho menos, estas tonalidades emblemáticas, luctuosas, se vieron acompañadas por una nueva de naturaleza afable, aglutinadora: el magenta de UPyD. Junto al PP, PSOE e IU, se acostaba otro partido ínfimo, humilde, sin pretensiones. Pese a que fue llave en ayuntamientos y alguna autonomía, nunca pasó de impulso ilusionante. Siempre lo juzgué un color libre de ansias dentro de su firmeza que, en ocasiones, radiaba insolencia. Ha sido pasto del cesarismo incomprensible e incomprendido. No llegó a la escala base -aunque le faltó poco- y alimentó una lucha intestina que acabó por vencerlo. Necesario, casi imprescindible, la indigencia mediática y financiera terminarán llevándolo al rincón del olvido. Niegan la posibilidad de que alguien recoja el testigo socialdemócrata a la europea cuando el PSOE, cada vez más desorientado, se ladee hacia un radicalismo suicida.

Algunos, con intereses bastardos, defienden que hay un cambio acelerado en los modos políticos. Semejante análisis, desde mi punto de vista, es erróneo. Lo que curre es mucho más simple: la depauperación de las  clases medias (convertidas en decadentes menestrales sine die) y la inadmisible corrupción de las élites político-financieras, son razones definitivas. El nacimiento de Ciudadanos y de Podemos es, pues, la resultante obligada, fatal, de una cogestión desastrosa imputable a dos partidos que han traído este escenario mísero, al tiempo que delictuoso. Ellos y solo ellos son los padres putativos del arco iris que oteamos en el horizonte electoral. Mención extraordinaria merecen aquellas agrupaciones, heterogéneas cuando no divergentes, que hacen gestos -dada su incuria- en las principales ciudades del país o que utilizan los sentimientos identitarios como tapadera de hediondos brebajes.

Ciudadanos eligió el naranja; color levantino, alegre; con fundamento, con sustancia, para provocar la atención del individuo. Fueron inteligentes, prácticos, seductores, hasta en ese pequeño detalle casi doctrinal que muestra a las claras su afán de “pegada”. La nitidez cromática contrasta con abundante y ajena confusión ideológica. Se considera un partido que va desde la extrema derecha (según los independentistas catalanes) hasta la izquierda neta, en opinión del PP. Es evidente que estos extremos le vienen sugeridos por siglas lesas o damnificadas. Rajoy, junto a sus voceros, lo ubica a la izquierda porque sus votantes de antaño, hogaño porfían atropelladamente por confiar en Albert Rivera. Puede, al final, convertirse -para bien o para mal- en partido de gobierno dejando atrás esa función de bisagra que ahora mismo se le adjudica. La frescura y pureza que desprenden le hacen asombrosamente rentable. Ser centro indiscutible del foco mediático y social puede suponerle un marco de inestabilidad si no administran adecuadamente tiempos y compañeros de viaje

Podemos eligió un morado precursor. Si bien es el color que transforma espíritu y mente (propio de nazarenos y penitentes), para el esoterismo potencia la trasmutación, la transgresión y el cambio. Ignoro si sus fundadores, élite universitaria, casta selecta, rumiaron una u otra cualidad. El resultado final, a que tienden todas las prospecciones sociales, le acerca a las últimas. A poco, Cronos les asignará retales en vez de expectativas brillantes. Quizás a sus líderes destacados les parezca bien que quede algo, sea o no transgresor, ante el cariz de ruina que predicen las encuestas. Los objetivos, en ocasiones, acostumbra a cargarlos el diablo. De conquistar aquel cielo pretérito por asalto han pasado a procurar que no les caiga este encima. Sospecho, con argumentos consolidados, que pese al viaje atroz, morado, de última hora, nada puede imputársele al color; sí a la egolatría, prepotencia e impiedad, de un líder cuya estrategia se ha revelado desastrosa.

Jordi Ébole puso sobre la mesa, con ligereza o mala leche, el color negro. Preguntados Pablo y Albert si habían cobrado o pagado en dinero  negro, durante segundos se adueñó del coloquio un silencio cortante, acusador, para luego silabeando, arrastrando vergüenza ambos, reconocer que sí en algún momento de sus vidas. Desgraciado y desgracia se conjugaron una noche fantasmal, ardua. Trajo cola el valiente, sincero e inoportuno reconocimiento de su salto torero a la obligación fiscal. Pedro Sánchez, a preguntas de María Casado, respondió entre malhumorado y seguro que él jamás había pagado con dinero negro. Sí reconoció haber cobrado tiempo atrás -al principio laboral en que ética y seguridad están reñidas- cierto dinerillo oscuro. Le faltó aseverar que  lo hizo como prueba material, ejemplarizante, de rechazo al racismo. Pero hombre, Pedro, que este país tiene socialmente implantado un precepto justo: evitar, cuando se puede, el IVA y otros impuestos abusivos, confiscatorios, no ya por sus motivaciones sino por el uso arbitrario, corruptor y ratero a que suelen ordenarse.

Dejémonos de colores, aquí solo predomina el color del dinero. Eso, al menos, parece indicar el nacionalismo catalán que, imitando el agua, es incoloro, inodoro e insípido.

 

 

viernes, 16 de octubre de 2015

¿ESTÁ ESPAÑA AL BORDE DE LA DESCOMPOSICIÓN?


Cuando un país democrático adolece de instituciones gravemente deterioradas, se encuentra en claro proceso de descomposición. España, ahora mismo y desde hace tiempo, viene manteniendo unas instituciones perversas, romas, negligentes. Pareciera que potencian el folklorismo como licencia de su función sustantiva, de la que han hecho auténtica dejadez o, peor aún, apostasía. Si analizamos cualquiera de ellas, nos interrogaremos, con cierto sobresalto, en qué han sido convertidas, a qué amalgama de despropósitos les ha abocado la torpeza -e incluso el ensañamiento- de estos sujetos ignominiosos, antisociales. No va más, aparentan decir, porque el juego está terminado. Quizás esté empezando, guiado o sometido al azar caprichoso de esa ruleta rusa a la que nos arrastra semejante cuadrilla de rufianes.

El nuevo código penal presenta artículos, disposiciones, que fueron elaborados con indigencia intelectual, a lo peor con vesania antidemocrática. Me inquieta la redacción del artículo cuatrocientos noventa y siete, cuyo texto pone en evidencia el perfil sumiso del poder legislativo. Proclama determinadas penas para quienes, sin ser miembros del Congreso o del Senado perturben gravemente el orden de las sesiones. Sin embargo, parlamentarios y senadores sí pueden perturbarlo. ¿Son, acaso, especiales o están revestidos de una impunidad a todas luces privilegiada? Me parece el escandaloso paradigma de un poder democrático incompatible con sus principios generadores. Mejor correr un piadoso silencio sobre la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, denominación falaz, desafortunada, opuesta a cualquier contexto que debiera guardar las formas liberales.

Sin restar culpas a mis conciudadanos -amén de algunas propias- ni caer en argucias o excesos, podríamos examinar muchas instituciones sin alentar impiedades pueriles porque ellas mismas se mancillan y cubren de inmundicia. Reseñaré aquellas que estos últimos días abrieron sorprendentemente noticieros u ocuparon páginas de rotativa. El acompañamiento esperpéntico y sedicioso que abrió las declaraciones de las señoras Rigau y Ortega, junto a la exaltación de varas regidoras que hicieron el paseíllo, más que pasillo, al muy honorable, debieron constituir un cuadro insólito para el resto del orbe y una intimidación inadmisible a la independencia judicial. Las sutilezas que adujeron los imputados ante el juez, verdaderos argumentos a la impunidad, fueron empequeñecidas  por el ruidoso silencio que evacuó un gobierno preso de extraños temores. Mas pedía, de manera inútil, años de inhabilitación y cárcel a los que era merecedor con sobrados motivos. De momento, hasta la justicia calla. Sin Ley no hay democracia. Por esto, salvo contradicción, quien se salta la norma no puede justificar su delito alegando un encargo democrático.

Dicen que los partidos políticos y su actividad conforman los pilares vertebrales de todo sistema democrático, se consideran instituciones sustantivas. Hoy, vemos casi todas en una dramática coyuntura plena de achaques. Reparemos. Aznar, Montoro, Quiroga y Álvarez de Toledo, han puesto al PP a punto de resquebrajarse, avivando enconos simulados o bien dormidos. Cuando sobrevuela una probable pérdida de poder sobre el horizonte inmediato, los silencios cómplices restituyen atronadoras culpas. Algunos creen que deben exponer dudas, requerir urgentes cambios, para cosechar insustanciales dividendos rehabilitadores. 

El PSOE exhibe idéntico dilema, pero al contrario. La señora Díaz, víctima de cálculos erróneos, confió que el señor Sánchez quemara sus naves en esta primera disputa electoral para, enseguida, presentar presumibles éxitos andaluces a fin de conseguir protagonismo nacional. Si Sánchez ganara, surgirían sigilosos movimientos tácticos que ocasionarían alarmantes quebrantos para la difícil gobernanza. Díaz no iba a conformarse con estar una década -pues el PSOE siempre repite legislatura- sin probar fortuna. Rotos, casi desaparecidos, Vox, UPyD e IU, quedan Podemos, grogui, y Ciudadanos, como único verso suelto. Con estos mimbres mal puede construirse el cesto democrático.

Los poderes ejecutivo y judicial -sirva la redundancia- llevan tiempo obviando sus funciones. Uno por desasosiego y otro asumiendo influencias malignas, piden a gritos autoestima, fuerza interna; tal vez sustitución liberadora. Ignoro si por complejo, o por cobardía, se judicializa el marco político y se politiza el que compete al ámbito judicial. Esta situación da pie, a quienes actúan hollando leyes divinas y humanas, a encontrar una salida política, asimismo judicial cuando burlan sus compromisos políticos o se ven deshonrados por lastres viciosos. Ambas instituciones presentan un perfil putrefacto, hediondo, que contamina una democracia débil, insegura.

Ha poco conocimos el postrer síntoma de descomposición institucional. La jueza Alaya, instructora de los EREs, ha sido separada definitivamente de esa larga y oscura trama para que la sustituya otra “menos aguerrida”. Al parecer, la Junta Andaluza, por fin, se ha salido con las suyas. La responsabilidad inmediata debe consignarse al TSJA aunque su aprobación incumbe al CGPJ. Creo que este refrendará la decisión de aquel ya que la sospecha de “arreglo” entre PP y PSOE no es nada descartable. Sería un signo más de esta carrera hacia la descomposición institucional que sacude con preocupación los cimientos democráticos. Preparémonos para digerir lo que deja entrever el panorama económico-político-social de España. Hasta ahora vivíamos algo esperanzados porque solo hemos visto la punta del gigantesco iceberg que nos acecha y mortifica.

 

viernes, 9 de octubre de 2015

LA PRIORIDAD DE NUESTRA DEMOCRACIA ES CONFISCAR


Sabemos que los sistemas democráticos aparecen por la necesidad de amparar intereses y derechos individuales. El Estado nace como respuesta a la debilidad e inconsistencia humanas. Nadie puede defender aquellos en solitario. Por esta razón es imprescindible crear un cuerpo imbricado, robusto, seguro. La Revolución Francesa, matriz del Estado Moderno, conformó su proceso con la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano. Ella, amén de estos principios constituyentes, hizo desvanecerse el absolutismo monárquico equivalente a cuantas dictaduras aparecieron después. Sin embargo, su pureza no impide que ciertos prohombres, bajo una apariencia democrática, se burlen de aquellas esencias. Tal vez el tiempo, la desmemoria o ambiciones ilegítimas, la vayan desnaturalizando en perjuicio de un ciudadano desclasificado, apático, harto dentro de su resignación.

Confiscar significa atribuir al fisco unos bienes que eran propiedad de una persona en virtud de disposiciones legales. En otras palabras, sustraer legalmente o no tanto. Refiero mi caso particular para que el lector consiga situarse en la siguiente exposición. El pasado mes de julio fui sancionado por exceso de velocidad con cien euros. Cuando se me comunicó tal incidencia estaba en mi pueblo natal conquense mitigando los calores valencianos. El cartero, al no localizarme, devolvió la notificación. De inmediato, se recurrió al BOE -que nadie lee- para darme por enterado. Aparte de no percatarme (como es lógico), semejante eventualidad impedía rebajar el cincuenta por ciento. Hace unos días recibí la llamada de una empresa dedicada a gestionar multas de tráfico. A través de ella conocí la existencia de la infracción  y me comunicaron que tenía quince días para reclamar o pagar cien euros, salvo su anulación. El precio, cuarenta euros. Acepté, lo que puede suponer un monto total de ciento cuarenta euros en vez de cincuenta. Como puede imaginarse, inicié un cabreo de bastantes decibelios.

Siendo irritante el escenario expuesto, mi disgusto aumenta con la novedad. El Tribunal Constitucional hace tiempo resolvió, a favor de los Automovilistas Europeos Asociados (AEA), lo siguiente: La comunicación de actos judiciales mediante edictos solo es ajustable a las exigencias del artículo veinticuatro de la Constitución (derechos de los ciudadanos) cuando es absolutamente imposible la comunicación personal al interesado. Su finalidad consiste en rehuir limitaciones del derecho a la legítima defensa y a la prohibición de indefensión. Es de suponer que su alcance concierna también a los actos administrativos para salvar rechazos indeseados a aquellas judiciales. Hoy, esa imposibilidad de la que habla el Tribunal Constitucional como marco de acceso al BOE es quimérica más que difícil. Con estos antecedentes, podemos extraer la percepción de que todas las instituciones se saltan las leyes a la torera; es decir, hay una burla evidente a los derechos ciudadanos. Mientras, al individuo se le exprime hasta el agotamiento en una codicia insana.

Estaremos de acuerdo en que la robustez democrática es directamente proporcional al Estado de Derecho que la sustenta. No sirven enunciados ni soflamas. El movimiento se demuestra andando. El aprendizaje diario confirma a las claras la indigencia legal con que tropezamos en tantos y tantos episodios. Cuánta envidia suscitan las referencias a países como Dinamarca, Finlandia, Suecia o Noruega. Cuánto malestar, hastío y vergüenza, anidan  en nuestras vivencias democráticas. De aquí procede el desapego a políticos e instituciones. Nadie quiere herramientas caras, ineficaces u obsoletas.

Quienes por cuestiones de edad no conocieron otro régimen, andan perplejos, perdidos, dubitativos cuanto menos. Uno de mis hijos -ingeniero, funcionario, ideológicamente moderado, con dos hijos pequeños y esposa en paro- estaba tan pesimista que su única salida era votar a Podemos. Me costó convencerlo de que esa opción suponía el totalitarismo disfrazado de sirena. No me extrañó porque los que vivimos el franquismo, en alto porcentaje, evocan con deleite aquella época. Resulta curiosa la confluencia dictatorial entre jóvenes y mayores. Parece ser el designio de España. Tras una vivencia democrática viene un periodo absolutista o dictatorial. Ocurrió en la Primera República, en la Segunda y no descarto que termine igual esta monarquía parlamentaria.

¿Por qué los políticos siguen luciendo incapacidad democrática? ¿Por qué jóvenes y mayores, por distintos impulsos, detestan al final democracias que ansiaban, o eran ansiados, vivir? ¿Qué ocurre? Tengo mil respuestas juiciosas. Desconozco, asimismo, el afán de esta caterva por matar la gallina de los huevos de oro. Tanto desaprensivo como anda suelto crea una atmósfera contaminada, irrespirable. Traspasan todas las líneas rojas y el pueblo termina por repugnarlos. A ellos y al sistema que representan.

El gobernante que incumple la Ley queda inhabilitado para hacerla cumplir. Se inicia así un veloz tránsito hacia la ley de la selva exterminando, a poco, cualquier respeto por los derechos individuales. Se rompe, pues, el puente que une al ciudadano con la democracia y aparece, por reacción, un sistema opresor pero intransigente con todos. Esta ulterior característica lo hace duradero, convirtiendo en probidad lo que a todas luces es lacra. Para concluir, pido perdón por el exabrupto con carga tremendista, poco piadosa, pero presuntamente bíblico, que dice: “O follamos todos o la puta al río”.