Aquellos episodios que,
a lo largo de nuestra existencia, quedan grabados en retinas físicas y
anímicas, marcan la conducta del individuo (su actitud) a golpes de fortuna e
incluso con toques de desencanto. No limito este aserto a tal o cual marco
concreto; rebasa por el contrario la estrechez, aun el tope, de cualquier
disciplina. Se aproxima a todas sin eludir tabúes ni cebarse en gremios cuyo
crédito hoy disminuye de manera directamente proporcional a su prosperidad. Sin
embargo, el calvario a que nos llevaron aconseja descubrir públicamente los
enredos de este clan, cuadrilla, casta (elijan ustedes), cuyos “esfuerzos” han
traído desgarro nacional, déficit democrático (¿es necesario seleccionar alguno
de los cuantiosos casos que lo atestiguan?) y quiebra económica.
Consideramos natural el
hecho conforme a la propiedad de las cosas. Juzgamos raro aquello que resulta poco común. Sucumbimos a la frustración
cuando se nos sustrae algo esperado según una idea preconcebida e ilusa tras el
examen subsiguiente. Que una persona religiosa, verbigracia, sea honorable se
tacharía de acción natural. Una aureola de impúdica quedaría rara; constatar
este último supuesto comporta el paso previo
a la frustración, un pesar propio por el error acaparado. Jamás subyace
en este sentir un poso de entrega por quien no supo ajustar sus bondades a
nuestra exigencia.
Este PSOE constituye un
partido sin cotejo en Europa ni en el llamado primer mundo. Su nacimiento vino
aquejado de identidad sorprendente, atípica, extraña al dominio
socialdemócrata. Dogmático y sectario, siempre ha alimentado una estrategia de
discordia, de ruptura, contra ese aforismo que propugna la unión como patente
para alcanzar dividendos. Gestó un caldo de cultivo eficaz para pervivir, pero
nefasto a la hora de conquistar el bien común. Nacionalista a ratos, amparaba
la universalidad obrera. Ayuno de porte demócrata, junto a su apéndice sindical
(la UGT) se cobijó a la sombra primorriverista encasillando en las barricadas al
sindicato CNT. Parece innegable su concurso en el golpe militar, alboreando los
ochenta del pasado siglo, que proyectara conformar un Gobierno de Concentración. Republicano de
cuna, se percibe ahora como el mejor apoyo, quizás único, de la monarquía.
Presenta, en fin, retos extravagantes, extemporáneos o superados. Quede claro
para los fanáticos que bondades y sevicias sólo pueden verificarse cuando
hubiere posibilidades de comparación, empresa histórica imposible. Peca, pues,
de inútil toda loa o menosprecio más allá de la propia experiencia objetiva.
Durante las “jefaturas”
de Felipe González y Zapatero (dos tercios del postrero periodo democrático o pariente),
España terminó anémica -perdida la color que diría el clásico- en el primer
caso, para rematar con ZP habitando la UCI, desahuciada. Todavía recuerdo al
rechazado sindicato del crimen, vigoroso enemigo mediático de González porque
se atrevió a airear sus desmanes. Zapatero, inepto gobernante pero ladino
estratega, desacreditó y desarticuló con habilidad su resurgimiento después de
Aznar. Aprovechó, para ello, las concesiones del espacio radioeléctrico. Superaba
su penuria para el bien, con esa maestría que exhibiera en la farsa y recreación del mal. El PSOE, sin
parangón y anclado en el siglo XIX, lleva la tragedia en su adeene. Proclamo,
por tanto, natural el resultado de sus dos ciclos gubernativos.
El advenimiento del PP,
con el raro, vacilante y silente Rajoy, ha abierto muchos ojos (espero que
asimismo mentes) a la realidad. Hasta los más escépticos, aquellos que desertan
de estos políticos prestos al engaño, al abuso, quienes optaron por la
abstención en legítima defensa (mi caso), esperaban un cambio sustancioso en el
uso del poder. Rudo fiasco a estas alturas y aunque el presidente dice saber
cómo actuar, sus palabras a tenor del empeño producen pasmo en lugar de sosiego.
El presente ejecutivo desarrolla los vicios de antaño. Suple deficiencias
operativas con pomposas declaraciones donde el humo impide apreciar la
auténtica realidad. Seguimos recorriendo un camino, ya conocido, que termina
indefectiblemente, a pesar de Europa, en el abismo. Al español, incrédulo,
desorientado, no le queda hueco para asentar una pizca de esperanza; es cautivo
de enorme frustración.
Precisamos salir del
embrollo. El PSOE (tal cual se muestra ahora, sin obviar su historia) es una
circunstancia; una pandilla alejada de cualquier referente anejo al mundo
civilizado. El PP adopta naturaleza o servidumbre socialdemócrata desplazando a
su opositor. ¿Quién abona, pues, las apetencias morales y doctrinales de una
derecha social? ¿Qué exótico escenario nos embarga? Acaso don Mariano persiga
desquitarse de aquel antidemocrático Pacto del Tinell ocupando el espacio de un
socialismo moderado, europeo. En ese supuesto, nos falta un partido que
concilie democracia, valores individuales, unidad nacional y bienestar. Hasta
ese momento, incluyendo los defectos de origen, estamos sumergidos en las turbulentas
aguas de la rareza y la frustración.