viernes, 26 de febrero de 2016

POLÍTICA VERSUS MARKETING


Elegir encabezamiento me planteó dudas entre identificar o repeler ambos conceptos. Al final, tras honda deliberación, decidí inclinarme por esta salida que más de uno entendería políticamente correcta. Puede achacárseme, sin duda, falta de entereza, de rigor. Desde luego, tiene que ver con un carácter de concordia, de encuentro, frente a cualquier fervor rupturista u hostil. Pese a todo, mi escepticismo me lleva de forma instintiva a fundir sin matices política y marketing. Por este motivo, reconozco que hube de realizar un esfuerzo supremo de contorsionismo intelectual hasta optar definitivamente por el epígrafe que abre este texto. En ocasiones nos deslizamos próximos a la paradoja para esquivar una realidad no solo poco sugestiva sino turbadora.

Desde las elecciones, los partidos políticos han abusado de interrogantes, de inquietudes permanentes, de inusuales ajetreos. Tomar decisiones supone una perpetua vela, además de agrias tribulaciones y desventuras. Así, ninguno se excusa del correteo descabezado, esa especie de juego a la gallina ciega alrededor de objetivos reprobados por el ciudadano. Claro que este tampoco fue demasiado concreto ni transparente. Dejó tal embrollo que ahora las lecturas arrojan divergencias incompatibles, desatinadas. A la vez, todas parecen contar con bastante certidumbre, quizás las revistan de ropajes legitimadores. Asombra cómo unos y otros dicen interpretar fielmente los deseos ciudadanos, sean cualesquiera las razones que aducen para llegar a semejante conjetura. Me admira, aun curado de espanto al igual que todos ustedes, la destreza utilizada para arrimar cada cual el ascua a su sardina. Sutilezas de auténticos timadores.

Una definición clásica indica que política es el arte de lo imposible. He reflexionado largo sobre la sustancia de esos vocablos constitutivos: arte e imposible. Sigo sin comprender qué mensaje quiso transmitir su creador. Probablemente sea una proposición ininteligible o que mi capacidad intelectiva ande harto escasa. Ignoro otra opción. Puede, tal vez, que los acontecimientos actuales expliquen o se avengan a la carga hermenéutica que desprende aquella cita. Si el arte implica creatividad no exenta de atrevimiento, el político que sufrimos -sin importar sigla- atesora ambos aderezos en grado superlativo. Además, para ellos lo imposible carece de alcance; constituye un reto semántico inconsistente, un primoroso acicate en su avidez por apoderarse del poder. Observemos que todos se desgañitan, ocupan esfuerzos, con un único fin: detentar el poder. Nosotros, pueblo llano, conformamos un relleno embaucador, el argumento persuasivo, la excusa edulcorante, hechicera.  

Rajoy reclama un “gobierno estable” necesario para acometer las reformas precisas y continuar con los logros económicos (proverbial caballo de batalla retórico). Se arroga la presidencia del mismo al ser el partido más votado. Necesita del concurso socialista sin menospreciar a Ciudadanos. Sánchez, por su lado, quiere un “gobierno progresista y de cambio” que “rescate” al individuo de la situación lamentable a que le han llevado “leyes y recortes antisociales”. Podemos y Ciudadanos empatan con ellos en fraseología oronda, rimbombante. Tras cuarenta años de vivencias y una desconfianza fundamentada,  temo que tan bellos decires solo sean fatuos eslóganes cuyo empeño persiga encubrir un producto ajado, prehistórico, caduco. Para PP y PSOE, Podemos y Ciudadanos son partidos que, a cambio de su apoyo numérico, vigilarán la pureza de convenios y ajustes específicos. Seguimos con el bipartidismo político, pero con diferentes soportes. Puros estos, de momento, parece interesarles por encima del óbolo las reformas democráticas, bastante dudosas con respecto a Podemos. Hemos trocado los activos financieros, donados a los nacionalismos imprescindibles, por la especulación providencial que exigen los modernos puntales.

Sí, Rajoy y Sánchez hacen política porque pretenden lo imposible exhibiendo sus mejores artes. Aquel, renunciando a una investidura que suponía de hecho pasar por las horcas claudinas. Discriminar si fue error o acierto queda para el campo de las hipótesis. El mal trago y previsto ninguneo era tan predecible como seguro. Este, que no tenía nada que perder, aceptó si no sugirió el encargo real sabiendo que era peor el ajo que el pollo. Ahora, palmeros nada rigurosos alaban, encomian, sin freno el presunto reforzamiento de su liderazgo. Sánchez sabe que no puede, mejor dicho debe, ser presidente porque dejaría todos los pelos en la gatera. Únicamente hace política con espoleta de retardo al igual que un Rajoy silente y taimado, su natural.

En el fondo, política y marketing no son distintos. Serían opuestos si el ciudadano contara algo para la primera. Pero… ¡quia! La política tiene como objeto desplegar un poder pretendidamente democrático, cuando no sin ningún apelativo. Los partidos son empresas que se orientan a la venta de sueños como herramienta para conseguir un beneficio. Por este motivo, el individuo se convierte en cliente, en usuario, y el político -convertido en comercial- le vende un producto seductor. Que entre ellos, política y marketing, hay identidades innegables lo confirma el hecho de que en este las “políticas” de precios, de distribución o de promoción, forman su columna vertebral. Por tanto, el título real, cierto, hubiera sido, verbigracia, “política y marketing, sirva la redundancia”.

 

 

viernes, 19 de febrero de 2016

NO, Y MIL VECES NO






Mis amables lectores, añejos y novicios, conocen mi expresa renuncia a filias o fobias para no rendir en sus brazos un ápice de mi libertad, ni independencia. Ligero de aditamentos emocionales, mantengo vivo el escepticismo que me caracteriza y practico la abstinencia electoral en defensa propia. Dicho esto, reconozco cierto recelo del socialismo por su falta de limpieza genética y vital. Asimismo, rechazo totalmente el populismo de Podemos por la idea totalitaria y tiránica que exhiben en dichos y hechos sus líderes más representativos. Tras estas palabras claras y precisas, pido respeto y exigencia por igual al resto de siglas que excluyo en mis muy tasadas reflexiones. Ciudadanos me parece un partido refrescante que anda un poco extraviado. Reconozco el laberinto que debe transitar en su papel mediador sin darle tiempo a corregir obstáculos. Izquierda Unida tiene en Alberto Garzón un político íntegro que debiera abandonar algo de la ganga que aún le acompaña. Puede ser la esperanza del marxismo democrático, aunque la afirmación parezca una contradictio in terminis. 

El PP pareciera ser el origen de todas las maldades y desgracias que atemorizan a la sociedad. Todos quieren hacer leña del presunto árbol caído cuando, en realidad, su suelo impide que caigamos en manos nocivas, desalmadas, a las que España importa menos que una  higa. No puede negarse que la corrupción le invade por doquier, igual que a cualquier partido que haya tenido competencias de gobierno. Vislumbro, además, actitudes -en este marco- poco tranquilizadoras en siglas que se enorgullecen de su “virginidad”, básicamente porque todavía no han tenido oportunidad de meter mano a la bolsa. Es decir, hacen de la necesidad virtud, pero ya empiezan a pringar. Volvamos al caso. Por fas o por nefas, los medios y la conciencia colectiva inunda de podredumbre al PP y solo lo percibe como un cuerpo corrompido. Por este motivo, es preciso sanear a fondo el partido mediante una operación quirúrgica que elimine toda servidumbre por acción u omisión, caiga quien caiga. El ciudadano vota un partido, no un líder. Rajoy es un lastre, quiérase o no. El PP necesita al frente una persona joven, limpia, depurada; distante de cualquier presunta iniciativa o gestión malsana e indigna. Lo demandan los tiempos, las modas. Hay que eliminar, al menos, las coartadas de uso falaz e innoble. Obcecarse por orgullo o prurito no lleva a ninguna parte. Se realizaría un ventajoso ejercicio de estrategia política y electoral.  

La ambición ilimitada, perturbadora, de un individuo está poniendo a España en un tenso dilema. Quiere ser presidente un señor capaz de excluir a siete millones y medio de españoles. Aumenta su atrevimiento, de forma inusitada, cuando dice pretender un gobierno progresista y reformador. Dejando para el debate lo de progresista, este iluso (no tiene otro calificativo quien pretenda hacer reformas sin contar con el PP, por simple iniquidad numérica), empieza a exhibir un proceder conocido hace años; tanto que puede superar al original. Al menos se muestra tan insustancial como el primero. Se emplea en un paripé permanente. Ahora parece abordar un gobierno quimérico con Ciudadanos y la abstención obligada, generosa, mártir, imposible, de Mariano Rajoy. Al mismo tiempo, como salida de emergencia, sibilinamente, se deja querer por un Pablo Iglesias beodo de poder, ególatra, enajenado de gozo, de éxito; por  una Izquierda Unida -más comparsa que sustantiva- y por un PNV, que pretende ser alcaide de ETA, con la espantada prevista, astuta, de CDC y ERC. Deduzco que el gobierno resultante sería conflictivo y de escasísimo recorrido. Un caro capricho. Decía Confucio que “Solo los sabios más excelentes y los necios más acabados, son incomprensibles”. No creo que Pedro Sánchez se encuentre entre los primeros.

En realidad, solo hay un gobierno deseable. Presenta, no obstante, un escollo definitivo pese a presiones reflejas, augurios optimistas o deseos incontenidos. El pacto PSOE-Ciudadanos es capaz de satisfacer las más exquisitas exigencias nacionales e internacionales. Aparece un muro en tan idílico escenario: se necesita la abstención del PP. Ya en aquel lejano mayo de dos mil quince, Sánchez dejó clara su envergadura de estadista cuando afirmó arrogante que él pactaría con todos menos con PP y Bildu. Ahora, altavoces, santones, analistas (incluso próximos), medios y fauna diversa, presionan para que el PP se abstenga como ofrenda a un supuesto dividendo para España. Afirmo, sin ambages, que el beneficiario inmediato sería un Pedro Sánchez espuriamente legitimado e inepto. Cabría la probabilidad de que España pospusiera su calvario, porque la auténtica enfermedad somos los españoles y Podemos; es decir, los primeros. Rajoy debe dimitir pero el PP (pese a quien pese) ha de decir no, y mil veces no. ¿Por qué no puede presidir el gobierno Albert Rivera con los mismos acuerdos y la abstención del PP? ¿Hay algún impedimento? Ninguno. ¿A que no quiere el PSOE oficial? Es evidente; el PSOE no cuenta, ni España tampoco. Importa Sánchez y su sillón presidencial.

Evidenciada la cuestión del bloqueo electoral, confirmado que el problema es Sánchez, suscribamos su unión con Podemos y pandilla. Tardaría meses en ser un pacto explosivo, desintegrador. Habría elecciones anticipadas, pero el elector conocería el paño y cambiaría la escena política. Es mejor padecer unos meses que tener encima durante tiempo indefinido la espada de Damocles. La negativa, pues, del PP a confirmar un gobierno extraño, inusual, presidido por Sánchez serviría -a medio plazo- para quitar vendas y curarse el español en salud. De rebote, caerían  bastantes barreras conceptuales y algún que otro mito, tan impostor como interesado, sobre ética política y social. El individuo queda satisfecho cuando desenmascara los fantasmas que le han creado un dudoso prestigio y una autoridad moral maniquea e inexistente.

Quizás sea cierto que un Podemos inmaculado, sin la erosión de gobierno, adelantara al PSOE si este no obliga a sus pares a marcar diferencias claras con el populismo, en lugar de darle cobijo. El PSOE necesita, a la vez, una catarsis ideológica para hacerlo homologable a la socialdemocracia europea y concluir para siempre con el enfrentamiento guerracivilista que, en mala hora, innovó Zapatero. Entre tanto, si yo fuera el PP diría sí a España, sí al PSOE, sí a Ciudadanos, pero a Pedro Sánchez no, y mil veces no.

 

 
 
 
 

viernes, 12 de febrero de 2016

CORRUPTELAS, CORRUPPCIÓN Y CAMBALACHES


Desde que la pantalla se ha convertido en cátedra ideológica, en púlpito político, el individuo sufre terribles agresiones semánticas, aun de principios, que le suelen trastornar aviesamente. Cuando el ciudadano no lee, los medios audiovisuales se encargan de ofrecerle conocimientos e iniciativas no siempre irreprochables. Son profesores de escasa deontología, pues se deben a la audiencia, quizás a sus pobres ambiciones doctrinales que exhalan con extrema parcialidad y cobardía. Estamos hartos de contemplar a periodistas de uno u otro signo que actúan como verdaderos políticos pero no tienen la valentía de someterse al veredicto inseguro de las urnas. Prefieren pontificar en el medio que controlan, amparados a la vez por un auditorio afín. Un periodista imparcial, carente de filias y fobias, informa de todos; ese amplio abanico de siglas que porfían la ética. Tanto para lo bueno como para lo malo. No creo preciso mencionar las diferencias entre la TV 1, la cuatro, la cinco, la sexta o veo 13. La parcialidad hace costra en cualquiera de ellas, bien es verdad que hay discrepancias notables.

Aparte noticia y tratamiento, afectan también de manera esencial vocablos que se utilizan, formas y matices. Nada más lejos de mi intención que ser indulgente con la corrupción; pero sí diferenciar una particular, temerosa, venial, cicatera, de aquella otra cínica, excesiva, vulgar (había dinero “pa asar una vaca” decía la progenitora del sindicalista Lanzas). Esta semana viene coleando la corruptela del Ayuntamiento valenciano donde presuntamente se blanqueaba alguna campaña electoral a golpe de cuenta gotas; es decir, de mil en mil euros. Sospecho que estos del PP esgrimen demasiados frenos morales para subscribir una corrupción generalizada e importante. Sé de buena tinta que el político del PP no es mejor ni peor que el del PSOE. Es menos atrevido, más acomplejado, puede que menos cínico. Los separan pequeños toques. Aquí, en la Comunidad Valenciana, les diferencia el afán demoledor en los puestos influyentes, que no de confianza, a cargo del PSOE. Lo he visto con mis propios ojos en la Consejería de Educación, prueba inequívoca de un espíritu maniqueo.

Pese a eslóganes y creencias sin fundamento, la izquierda desde el punto de vista ético no es mejor que la derecha. Sin embargo, en extraño y sumiso masoquismo, esta se deja acusar de un tópico falso que acrecienta por negligencia, por falta de acción defensiva. El hombre es naturalmente imperfecto y el español, además, es pícaro sea cuales fueren sus consideraciones ideológicas que, a veces, constituyen una falta de acomodo. Semejante parecer lo aprovecha la izquierda para denigrar a la derecha sin imponerse límites ni barreras. Este buscarse la vida a través de la ideología es una corruptela aceptada igual que aquella otra que le llevó a Carmen Calvo a certificar que “el dinero público no es de nadie”. Por tanto, corruptelas tienen todos los partidos incluidos aquellos de nueva estampa pero de viejos talantes.

El PSOE, bajo un inédito y aventurado ejercicio de olvido, carga contra el PP por todos los casos de corrupción -viejos y flamantes- reeditados cada día en muchas televisiones que obvian otros sumarios más cuantiosos y graves. Dicen con entusiasmo suicida que no pueden pactar con un partido tan corrupto que debiera reconstruirse de nuevo. El consejo, la idea, no es malo si hubiera intención de aplicárselo ellos también. Ya se sabe: “Quien esté libre de pecado, arroje la primera piedra”. Corrupción de verdad, de aquella que atesora millones, hay que buscarla presuntamente en CDC, los EREs y en gobiernos derrochadores, que permitieron duplicar el costo proyectado sin tomar medidas. Por tanto, hablar de corrupción de los demás es canallesco e incluso barricada hueca. La corrupción en este país es una ciénaga que cubre todo y a todos. Los casos más sonados actualmente se dan en dictaduras izquierdosas. Acusar a alguien de algo no significa necesariamente imbuirse de lo contrario.

Próxima a la corrupción, pero sin ocupar su espacio, es el espectáculo a que nos va acostumbrando el señor Sánchez desde que el rey lo nombró candidato a la investidura. Él y sus fieles subalternos nos quieren convencer que el pacto PSOE, Podemos, IU, PNV con la incomparecencia de la antigua CDC y ERC es el único gobierno reformador,  progresista y de cambio que necesita España. Dicen que los españoles así lo han dicho en las urnas. Resulta que estos señores a estas alturas todavía no saben leer. Los españoles quieren que entre también el PP. Por este motivo, tiene mayoría absoluta en el senado y por tanto no pueden hacerse reformas sin contar con él. Estos cambalaches socialistas con el exclusivo fin de que Sánchez sea presidente, son otra forma de corrupción más onerosa que ninguna de las conocidas hasta ahora. Nos costará muchos miles de millones. Tiempo al tiempo.

Qué airoso, y qué poco efectivo, es decirle la sartén al cazo: “apártate que me tiznas”.

 

 

sábado, 6 de febrero de 2016

EL PSOE ABANDONA SU INSTINTO DE SUPERVIVENCIA


Me encuentro en Mojácar, pueblo colgado -cual nido de águilas- en un abrupto pico de Sierra Cabrera y que estos últimos días desvanece la neblina impertinente del atardecer. Muestra, orgulloso, un inmenso apéndice urbano que se dispersa por la costa. Al sur, hacia Carboneras y su desalinizadora; al norte se acerca a Garrucha, pueblo que alinea inacabable un límpido litoral hasta pisar el atómico término de Palomares, el de la bomba. Ubicado yo a dos pasos del mar, camino cada día por el extraño paseo marítimo roto a trechos con entradas (o salidas) a chalets, apartamentos y negocios, que lo jalonan. Casi tres kilómetros separan el hotel del laberíntico complejo comercial que abre la carretera de ascenso al núcleo primitivo.

Aquí, manso el espíritu por el suave oleaje del entorno, me sorprendió la misión que el rey encomendó a Pedro Sánchez tras la espantada lógica, pero con menguada conveniencia estratégica, de Rajoy y el ofrecimiento ambicioso, reconstituyente, vivificador, que Pedro Sánchez -medio cadáver- propuso a Felipe VI. Era un envite superfluo, intemporal, ni por apremio ni a consecuencia de desasosiegos sociales o patrióticos. Fue una premura anhelante, emocional; una precipitación imperiosa del reo que palpita cuando siente cerca el pelotón de fusilamiento. Nada le mueve más allá de asirse a cualquier resquicio vivificante; posterga el país, los ciudadanos y, por supuesto, su propio partido. Quiere respirar, aunque sea segundos, caiga quien caiga. Deberíamos subrayar esas veleidades personales, asimismo acentuar las diferencias profundas que existen entre envoltura y sustancia, necesidad y virtud. Recelo que, desde hace tiempo, viene haciendo de tripas corazón. Pobre. 

Susana Díaz, oficial de la patrulla que presuntamente terminará fusilándolo (y que le dará el tiro de gracia), se deja vencer por los mismos ardores. Combatir a quien nos  aparte del poder se transforma en consigna obligatoria. Reo y ejecutor están adornados de las mismas pasiones o lacras -incluyendo alguna cualidad furtiva-  ni mayores ni menores de aquellas que pudieran exhibir simétricos en cualquier sigla. Otra cosa es lo que digan ambos desde diferentes púlpitos mediáticos. Los pecados políticos suelen ocultarse, a veces, tras caretas sonrientes pero siempre transgresoras. Personalmente, una y otro, me parecen de escasa altura política (aseguro que este criterio no constituye una justa revancha cuando constatamos la certeza de sus vejatorios prejuicios hacia los ciudadanos). Sospecho que la señora Díaz da un perfil de mayor credibilidad en lo que se refiere a proyecto de Estado y de partido. Mi dictamen lo hago solo en comparación con el señor Sánchez de quien alguien dijo que cotejado con Zapatero, este sería Churchill. Excelente ojo clínico

Encuentro quehacer loable, desesperado, que aquellos personajillos cercanos a Sánchez -más o menos notorios- lancen junto a su patrón fuegos de artificio para sembrar necedades y recoger frutos crediticios, rentables. Aseveraciones inverosímiles como “tenemos un proyecto de país”, “ha pasado el tiempo de vetos”, “iniciaremos una política de soluciones” o “queremos un gobierno progresista y reformador”, amén de ataques indecorosos, sin fuerza moral, contra Rajoy y el PP, es la evidente constatación de la indigencia que exhiben estos señores para gobernar España, para elevar el bienestar de los españoles y para salvaguardar su propio partido. Han perdido el oremus. Si Sánchez cierra los ojos y consiguiera ser presidente (tiene un único camino para ello) pondría en la mano, a corto plazo, otra mayoría absoluta del PP tan inmerecida como la actual. Es más, si UPyD resucitara el PSOE se deterioraría definitivamente. Lo malo es que este país sufriría también las secuelas de tanto impudor, no exento de desatino.

Sí, en el PSOE se han conjuntado el hambre con las ganas de comer. Sánchez y Luena, o viceversa, juegan con la semántica -y con las líneas rojas- a fin de engatusar a los afiliados e imponerse, choteo incluido, a los barones rebeldes. El desapego que adoptan con la vieja guardia escapa a cualquier epíteto. No solo desoyen sus sabios y oportunos consejos sino que además se muestran insolentes, ácidos, con quienes (reconociéndoles desaciertos) auparon el país y dieron al partido años de gloria. Desde Zapatero y su política de enfrentamiento, mejor aislamiento, a unas siglas con parecido pedigrí democrático y podredumbre, el PSOE ha perdido más de setenta diputados y sigue reduciendo su otrora valioso suelo electoral. Aseguro que de esto el PP no es culpable. Pregúntense. Quizás debieran poner pies a tierra y abandonar el odio para corregir errores fatales. Conjeturo una gran dificultad porque, según el proverbio, rectificar es de sabios. 

Aprecio, asimismo, una actitud de oídos sordos, de egolatría, de ambición insana. Con estos fundamentos es imposible construir nada loable ni duradero. Si sumásemos algún catalizador agresivo, radical, el producto sería preocupante, molesto, terrible,  pese a los numerosos mensajes tranquilizadores cuyo objetivo pierde pujanza de forma acelerada. Espero que al final se imponga el sentido común aunque sea efecto del superior instinto de supervivencia. Los primeros pasos entre Podemos y el PSOE parecen seguir ese derrotero, aunque el histrionismo del político supera con creces al del comediante. Pronto saldremos de dudas pero no de preocupaciones. Nos jugamos mucho todos. Seamos autodidactas, aprendamos, si ellos abandonan su instinto. Hagámosles pagar un costoso peaje si nos dejaran los últimos en su orden de prioridades.