Desde que la pantalla se
ha convertido en cátedra ideológica, en púlpito político, el individuo sufre terribles
agresiones semánticas, aun de principios, que le suelen trastornar aviesamente.
Cuando el ciudadano no lee, los medios audiovisuales se encargan de ofrecerle
conocimientos e iniciativas no siempre irreprochables. Son profesores de escasa
deontología, pues se deben a la audiencia, quizás a sus pobres ambiciones
doctrinales que exhalan con extrema parcialidad y cobardía. Estamos hartos de
contemplar a periodistas de uno u otro signo que actúan como verdaderos
políticos pero no tienen la valentía de someterse al veredicto inseguro de las
urnas. Prefieren pontificar en el medio que controlan, amparados a la vez por
un auditorio afín. Un periodista imparcial, carente de filias y fobias, informa
de todos; ese amplio abanico de siglas que porfían la ética. Tanto para lo
bueno como para lo malo. No creo preciso mencionar las diferencias entre la TV
1, la cuatro, la cinco, la sexta o veo 13. La parcialidad hace costra en
cualquiera de ellas, bien es verdad que hay discrepancias notables.
Aparte noticia y tratamiento,
afectan también de manera esencial vocablos que se utilizan, formas y matices.
Nada más lejos de mi intención que ser indulgente con la corrupción; pero sí
diferenciar una particular, temerosa, venial, cicatera, de aquella otra cínica,
excesiva, vulgar (había dinero “pa asar una vaca” decía la progenitora del
sindicalista Lanzas). Esta semana viene coleando la corruptela del Ayuntamiento
valenciano donde presuntamente se blanqueaba alguna campaña electoral a golpe
de cuenta gotas; es decir, de mil en mil euros. Sospecho que estos del PP esgrimen
demasiados frenos morales para subscribir una corrupción generalizada e importante.
Sé de buena tinta que el político del PP no es mejor ni peor que el del PSOE.
Es menos atrevido, más acomplejado, puede que menos cínico. Los separan pequeños
toques. Aquí, en la Comunidad Valenciana, les diferencia el afán demoledor en
los puestos influyentes, que no de confianza, a cargo del PSOE. Lo he visto con
mis propios ojos en la Consejería de Educación, prueba inequívoca de un espíritu
maniqueo.
Pese a eslóganes y
creencias sin fundamento, la izquierda desde el punto de vista ético no es
mejor que la derecha. Sin embargo, en extraño y sumiso masoquismo, esta se deja
acusar de un tópico falso que acrecienta por negligencia, por falta de acción defensiva.
El hombre es naturalmente imperfecto y el español, además, es pícaro sea cuales
fueren sus consideraciones ideológicas que, a veces, constituyen una falta de
acomodo. Semejante parecer lo aprovecha la izquierda para denigrar a la derecha
sin imponerse límites ni barreras. Este buscarse la vida a través de la
ideología es una corruptela aceptada igual que aquella otra que le llevó a Carmen
Calvo a certificar que “el dinero público no es de nadie”. Por tanto,
corruptelas tienen todos los partidos incluidos aquellos de nueva estampa pero
de viejos talantes.
El PSOE, bajo un inédito
y aventurado ejercicio de olvido, carga contra el PP por todos los casos de
corrupción -viejos y flamantes- reeditados cada día en muchas televisiones que
obvian otros sumarios más cuantiosos y graves. Dicen con entusiasmo suicida que
no pueden pactar con un partido tan corrupto que debiera reconstruirse de nuevo.
El consejo, la idea, no es malo si hubiera intención de aplicárselo ellos
también. Ya se sabe: “Quien esté libre de pecado, arroje la primera piedra”.
Corrupción de verdad, de aquella que atesora millones, hay que buscarla
presuntamente en CDC, los EREs y en gobiernos derrochadores, que permitieron
duplicar el costo proyectado sin tomar medidas. Por tanto, hablar de corrupción
de los demás es canallesco e incluso barricada hueca. La corrupción en este
país es una ciénaga que cubre todo y a todos. Los casos más sonados actualmente
se dan en dictaduras izquierdosas. Acusar a alguien de algo no significa
necesariamente imbuirse de lo contrario.
Próxima a la corrupción,
pero sin ocupar su espacio, es el espectáculo a que nos va acostumbrando el
señor Sánchez desde que el rey lo nombró candidato a la investidura. Él y sus fieles
subalternos nos quieren convencer que el pacto PSOE, Podemos, IU, PNV con la
incomparecencia de la antigua CDC y ERC es el único gobierno reformador, progresista y de cambio que necesita España.
Dicen que los españoles así lo han dicho en las urnas. Resulta que estos
señores a estas alturas todavía no saben leer. Los españoles quieren que entre
también el PP. Por este motivo, tiene mayoría absoluta en el senado y por tanto
no pueden hacerse reformas sin contar con él. Estos cambalaches socialistas con
el exclusivo fin de que Sánchez sea presidente, son otra forma de corrupción más
onerosa que ninguna de las conocidas hasta ahora. Nos costará muchos miles de
millones. Tiempo al tiempo.
Qué airoso, y qué poco
efectivo, es decirle la sartén al cazo: “apártate que me tiznas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario