domingo, 25 de diciembre de 2011

LOS ERRORES DE RAJOY


Cumplido un mes del descalabro socialista, Rajoy es investido -por fin- presidente de un gobierno no sólo calificado de la esperanza sino elegido, como última oportunidad y bastante desánimo, por análogo impulso. Su ejecutivo (puesto ya en camino) es tasado de serio y consistente, entre otras loas aledañas. Supone, más bien, el primer éxito que debe adjudicársele al reciente inquilino monclovita, un signo firme de bienandanza. Salvo la proverbial "boutade" proferida por algún preboste sin argumentos sólidos (léase Marcelino Iglesias), los ministros han merecido calificación cum laude. Confrontar los currículum vítae de las carteras cesantes con las asignadas se convierte en puro acto denigratorio; una forma inmisericorde, vengativa, de ultimar la despedida.

 

No apetezco torcer el tópico, ese famoso margen de confianza que la tradición cuantifica en cien días, para reconvenir rigurosamente (si así lo mereciese) al político, jamás a la persona. Tiempo habrá para encomios o invectivas. Hoy toca señalar ciertos detalles para la reserva; una invitación al escrutinio, a advertir evidencias que los acontecimientos (notarios de la realidad) sugieren. Muestran señales inequívocas, pequeños resquicios, por donde pueden vagar juntos vacilaciones y certidumbres.

 

El método exige, previo, un examen comparativo de los resultados electorales en dos mil ocho y dos mil once. Destaca, al primer vistazo, la fe -quizás cerrilismo- del pueblo español cuando la abstención (con un gabinete siniestro, unos nacionalismos insolidarios y voraces, junto a una oposición anodina, apática) aumentó sólo un cinco por ciento. Si añadimos al marco anterior el derroche y desvarío, con la crisis ahogando a demasiadas familias,  habrá que admitir el comportamiento estoico de nuestros conciudadanos.

 

Al margen, otras anotaciones indican el extraordinario hundimiento del PSOE, insuficientemente contabilizado en su justo alcance. Con los preliminares expuestos, perder de una tacada cuatro millones trescientos mil votos debe considerarse un cataclismo sin paliativos, incluso para el partido. Sin embargo, de la tala, el PP ha recogido exclusivamente casi seiscientos mil. Probablemente no haya merecido mejor tributo.  IU y UPyD se llevaron, a la vez que el bipartidismo, la parte del león. Los partidos nacionalistas vienen padeciendo un deterioro progresivo y proporcional a su radicalidad; excepción hecha de Amaiur que, aparte la abstención, se nutre a costa del PNV y del PSOE. CiU (desmantelado el PSC) gana en su campo doscientos mil votos, cien mil más que el odiado PP. Remedando a un célebre comunicador, ¡ojo al dato catalán! Los convergentes deberían saber que no es oro todo lo que reluce y que la euforia desmedida, tras un relativo éxito electoral ("esto demuestra que somos una nación", Durán i Lleida dixit), conduce al desatino

 

El señor Rajoy comienza su andadura anotándose algunos fallos. Debiera tener presente (porque no lo parece) que el dogmatismo, por tanto la fidelidad de voto, se encuentra -en esencia- alejado de su granero. Cualquier tentación armonizadora o pasteleo que diverja de aquello tantas veces ofrecido, le pasará onerosa factura. No se le perdonará cualquier mínimo incumplimiento de promesa o palabra dada. Los simpatizantes del PP desconocen la Ley del Péndulo. Espero que el presidente no ignore ni desprecie ese comportamiento.

 

Un político, más si cabe en quien tiene la máxima responsabilidad, debe tender puentes al entendimiento, pero sin sacrificar principios programáticos. La constitución de la Mesa del Congreso evidenció pleitesía al nacionalismo antiespañol, al menos en ademanes y expresiones. El debate de investidura reveló cierta importuna tirantez con UPyD, un partido que exhibe empeños inequívocamente atractivos para el común. Es la táctica perfecta para convertirlo en entidad de poder cuando su objetivo natural no supera ser bisagra.

 

Hay sospechas generalizadas sobre dos ministros. Uno afectado desfavorablemente por antecedentes donde la ambigüedad se reviste de norma. Desde luego se presume adornado con facultades para que la Justicia discurra independiente por verdaderos cauces democráticos. Tiempo al tiempo. Otro ofreció en su toma de posesión un discurso opuesto a lo aireado sin complejos por el PP. Estaremos vigilantes, atentos, lejos del panegírico y prestos a la censura rigurosa, justa.

 

¿Qué ha pasado, don Mariano, con los políticos valencianos a los que debe su presidencia? ¿Un yerro más, con ingratitud incluida, que añadir a su colección?

 

domingo, 18 de diciembre de 2011

CAMPS, LA ORQUESTA Y LOS TICS


No pretendo ser defensor de nadie, menos de cualquier político que aquí y ahora deambule por la vida pública española. Tampoco establezco diferencias, entre individuo o sigla concreta, cuando reputo con indulgencia -probablemente inmerecida- acomodos individuales y aun colectivos; siempre desde la óptica orgánica, jamás particular. Dispuesto este principio personal, fruto del instinto (quizás educación), y lejano cualquier remanente piadoso, Camps me parece un prócer honrado, benemérito, aunque bastante ingenuo. Es una apreciación cuyo fundamento se sustenta en referencias varias y, sobre todo, en la corazonada que avala esa frase típica, definitoria e indiscutible: "me da la espina que...".

 

Llevamos algunos días de banquillo (no juicio), único escenario que fascina a camarillas concretas, específicas, porque el caso (su fallo) hace tiempo lo decretaron. Pudimos contemplar, en los prolegómenos, una enorme pancarta extrañamente reivindicativa con el siguiente texto: "No a la corrupción. Camps dimisión". Los portadores y la orquesta a retaguardia, antes de iniciarse el proceso, ya habían dictado su veredicto burlando la presunción de inocencia y haciéndole una pedorreta. Proclamaban, torpones, el embrollo cronológico de que hacían gala al atestiguar un arbitraje hipotético y demandar, extemporáneo, otro. Ayer, en transporte colectivo, pasé próximo al palacio donde se ubica el tribunal. Diez cámaras de TV esperaban, indolentes, recoger personas o noticias. Constituía la orquesta mediática, formalmente menos ruidosa.

 

Que el lento proceso deja ver ribetes políticos supera la evidencia. Sólo dogmáticos y feligreses lerdos (reales o aparentes) rechazan tal circunstancia. Quieren armonizar, cínicamente, algarada y principios éticos insertos de forma "patente", "exclusiva" e hipócrita (añado yo), en su campo doctrinal. Buscan la redención de vicios patrimoniales en cuerpo ajeno; ofrecen en el ara al cordero que sustituye a quien debieran inmolar para satisfacer la ira del dios pueblo, votante y deudor. Creen acallar fechorías privativas aireando errores ajenos con el apoyo de una policía adicta, indigna, junto a la complicidad necesaria de jueces y fiscales cautivos. Supone la versión renovada del aforismo: "Ver la paja en ojo ajeno y no distinguir la viga en el propio".

 

Al ex-presidente Camps llevan haciéndole un traje (nunca mejor dicho) demasiado tiempo. Lo curioso, alarmante e impropio, es que sea un tipo de prensa quien se ocupe de realizar el trabajo político. El gobierno, misteriosamente, filtra al periódico informaciones dignas del mejor olfato y aquel ejecuta el trabajo sucio del partido camuflándose  en el biombo socorrido de la libre expresión. Asimismo oculta, atropellando su deber informativo, amaños excepcionales como patrimonios prodigiosos; EREs incompatibles, hermenéuticos; aves galliformes; presuntos tráficos al amparo de gasolineras insuficientemente discretas; subvenciones discrecionales, etc. La fiscalía, jerarquizada y sometida, aporta su grano de arena al festejo con actuaciones oscilantes, desproporcionadas, tendenciosas. Incluso, por acción u omisión, pudieran (obsérvese el modo verbal) explicar el trasfondo que existe en la quiebra permanente de algunos secretos sumariales; maniobra que provoca juicios paralelos y sentencias previas.

 

La justicia, no es ningún secreto, deambula en la dirección que marque el gobierno de turno. A pesar de ello, el tribunal que nos ocupa (sin sentido táctico) seleccionó un jurado singular, influenciable. Sin embargo, Camps resultará inocente. En caso contrario, a la chita callando, el PSOE lamentará su pertinaz y equivocado acosamiento al anterior presidente valenciano. El invierno (no precisamente meteorológico) vendrá con el nuevo fiscal general elegido, siguiendo la norma, por el PP. Protéjanse, pónganse a cubierto, rubalcabas, pepiños, bonos, griñanes, ¿chaveses? y todo un elenco de afortunados protegidos... de momento.

 

Aunque la política se resista a brindar cosecha de amistades o recompensas, puede que Rajoy mitigue este proceder. Sin duda, su ansiada ascensión a la Moncloa se la debe a Camps, en primer lugar, y a Zapatero; a nadie más. Por justa y compensadora reciprocidad, aventuro del primero la declaración de inocencia, por parte del tribunal, y su ascensión al ejecutivo. Mariano, desde mi punto de vista, atesora algún defecto, pero no la desafección ni el desagradecimiento.

 

domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS CARAS DE LA REALIDAD


El hombre lleva dos mil quinientos años ansiando percibir la naturaleza del ser, de la realidad. Desde Parménides a Hume la metafísica abrazó diversas tesis que le atribuyeron conceptos cambiantes, diferentes realidades, al menos encontradas percepciones. Casi todas coincidían en considerar la dicotomía esencia y accidente; permanencia y devenir; objeto de ciencia y objeto de opinión. Einstein al sancionar su celebérrima Teoría y expresiones tales que: “Cuanto conocemos de la realidad procede de la experiencia”, nos introduce en un individualismo burdo,  “purificador”, pernicioso; incompatible con la propia esencia humana. Constituye el aspecto paradójico que rige la existencia; pues si a su labor investigadora le debemos el avance gigantesco en el conocimiento de la materia y su aplicación al bienestar del hombre, también (por el contrario) fue germen de destrucción física y moral.

 

No parece aventurado, ni tan siquiera ilógico e insensato, identificar realidad y verdad. Al pensador que se ejercite en estos enigmas, filósofo por excelencia, sus lucubraciones le llevan necesariamente al ser primigenio, infinito; fluye, de forma maquinal, la verdad absoluta. Al punto, interceden ontología y teología. Poco importa el método, otro elemento de fricción; el objetivo permanente, inequívoco, pasa por conocer la verdad, el ser. André Maurois nos aturde con este dictamen: “Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”. Jorge Volpi (escritor y ensayista mejicano), siguiendo los pasos de Maurois, defiende: “que no haya una verdad objetiva nos fuerza a construir una verdad comúnmente compartida”. Añado, ¿por qué no impuesta? Estos y otros testimonios incentivaron, en una sociedad irreflexiva, la aparición de concepciones clave para el siglo XXI. Son cooperación y empatía que a poco (sin más, sin juicio previo, con ciega inercia) determinan el comportamiento humano.

 

Conturbados, inermes, por tan firmes conclusiones, nos hemos refugiado en un acriticismo indulgente, cómodo, casi fatalista. La libertad de expresión, consecuencia ineludible adscrita a una realidad democrática, sufre la mordaza intelectual que imponen numerosos agentes de la manipulación, predicadores de vía estrecha, maniqueos sectarios; sembradores de la conciencia colectiva en un país donde escasea la cultura (aun política), falto de pragmatismo y sentido común. Verdaderos magos del impudor, auténticos especuladores, pueblan debates y tertulias mediáticas. Desempeñan un ministerio sórdido, inmoral; cuajado de falacias, argumentaciones sofistas y recursos retóricos vinculados a la más pura heterodoxia. Son mercenarios de la comunicación.

 

El individuo, desde el punto de vista ideológico, puede beber la doctrina que su carácter, adiestramiento o traumas le aconsejen. No conviene, sin embargo, en su labor eminentemente social (profesor, periodista o asemejado, médico, etc.) dejarse arrastrar ni influir por efluvio alguno extraño a la deontología que ha de regir su conducta. En mi dilatada actividad docente, jamás se interpuso entre mis alumnos y yo ( de manera consciente) ningún escollo político o religioso. Ambos sentimientos, respetabilísimos sean cuales fueren, en personas con algún crédito e influencia se han de archivar escrupulosamente en el marco único de las vivencias íntimas.

 

Diversos medios radiofónicos y televisivos cuentan con tertulianos que simpatizan (o militan) con todas las siglas del arco parlamentario. En general domina la sensatez, pero algunos, aparte los acérrimos desarbolados por frecuentes y convulsos raptos de irracionalidad, se dejan llevar por una rigidez contraria a la dialéctica marxista, asimismo guía y oriente del progresismo verdadero. Sin precisar nombres, aparece uno (tocayo de épico monarca inglés) que se desvive por la defensa a ultranza  de aquello que tiene escaso recorrido personal e histórico en ambos referentes. Me exaspera no la defensa inquebrantable, sola, sin claque, sino la contradicción entre los argumentos de ayer y los de ahora. La mayor paradoja se encuentra en el dogmático que exhibe una verdad  mutable, ad hoc.

 

Es evidente que Einstein, Maurois o Volpi,  consiguieron diluir, diversificar, la realidad; al igual que lo hicieron con la moral, la ética, el conocimiento, la vida y la muerte, liberándolas de su inmutabilidad  ontológica. Al mismo tiempo, otra realidad, el individuo, se manifiesta desorientada, perdida, apática; desdibujada por el pernicioso efecto de pensadores víctimas de su propia entelequia.

domingo, 4 de diciembre de 2011

SUELDOS Y SOBRESUELDOS


Dick Armey, político norteamericano, dijo una frase cargada de experiencia y sentido: "Hay tres grupos de personas que gastan el dinero ajeno: los hijos, los ladrones y los políticos". El hombre detalla acertadamente cuando constituye parte integrante del asunto propuesto. El señor Armey era político, padre casi seguro, pero yo lo situaría a una distancia notable del ladrón, al menos en su sentido estricto. La mesura me obliga a atribuirle que, en este último caso, el conocimiento era referencial.

 

Hoy, cercados por la crisis y la miseria que ya acecha, el sueldo de los políticos pasa a ser tema periódico, corriente. La doctrina, aquí, no determina concordancias ni establece magnitudes. En cualquier debate mediático encontramos opiniones diversas, sin que discrepancias (quizás afinidades) impliquen relación ideológica alguna. Hay, sin embargo, cierto apego a calificar de exiguas, insuficientes, las retribuciones de nuestros prohombres. Puede que el contraste se reduzca a la disparidad manifiesta respecto a los sueldos europeos; una diferencia de quimérica e ilusionante conjugación. Algo análogo a la respuesta certera que espetó un congénere ante la arrogancia insultante del corpulento: "no es que yo sea pequeño, es que tú eres demasiado grande".

 

Siento ajeno a mí, extraño, todo desvelo por fiscalizar las finanzas de nadie. Disminuye aún más la malsana tentación de investigar y lucubrar su origen; si se aviene o rechaza las leyes, e incluso si se ajusta escrupulosamente a la ética democrática el peculio de los políticos. Al enigma que se genera en la curiosidad ciudadana, siempre suelo responder del mismo modo. No me exaspera el sueldo oficial de ningún prócer instalado en las instituciones del Estado. Sí me producen zozobra las comisiones, regalías u óbolos (por tratarlos de manera cristiana) recibidos o afectados por promesa contributiva, acaso penitencial. ¡Menudo poso de suspicacia dejó aquel lejano y famoso tres por ciento!

 

Condeno aquellos aforismos que presumen vicios generales a la sombra de incógnita imputación o reserva global, tipo "cuando el río suena, agua lleva". Creo, no obstante, en el valor objetivo de los indicios; tanto que considero prueba casi concluyente la impostura (asimismo la negativa a ultranza) del aludido. Saco a colación tal contingencia por el eco que siguen dejando las sospechosas "hazañas" de Blanco y Urdangarín entre otras menos notables o ruidosas, que rara vez se corresponden. En el primer caso, franqueados con holgura los iniciales escrúpulos de la fiscalía, el mentís ad nauseam del ministro proclama a los cuatro vientos una duda razonable si no la certidumbre final. El silencio de Urdangarín se levanta sobre la prudencia que corrige el osado desvarío de antaño. Supone, a la postre, un quebranto para la Corona en horas menos afortunadas.

 
 
No tengo predilección, debilidad o fijeza, por los políticos socialistas aunque me sobran razones para ello por, aparte otras, desvertebrar el país y restaurar la pugna. Utilizo su personalidad pública como testimonio útil a la par que paradójico. José Luis Gutiérrez revelaba una confidencia de Tierno Galván: "No se puede ser millonario y socialista al mismo tiempo". A pesar del misterio que envuelve algunas propiedades y del silencio judicial que excusa la adquisición, muchos cabecillas del PSOE, sorprendentemente, son millonarios. Siguiendo a Tierno, dejo a su examen (amable lector) la auténtica filiación doctrinal de aquellos a quienes usted retiene en el recuerdo.

 

Resulta vergonzoso e insultante, más si cabe en esta situación donde el individuo sufre verdadera angustia para alimentar la familia, que haya cínicos (epíteto demasiado suave), al estilo Chaves, que declaren bienes inferiores a cien mil euros. Igual de impúdico, pero clarificador, aparece el patrimonio de Bono, en aumento permanente como si una extraña levadura potenciara la fermentación de bienes opacos, "dormidos" cuando les falta el efecto catalizador de la prensa.

 

Esta semana se publicó que Zapatero apetece vivir en Somosaguas, lugar exclusivo lleno de financieros, deportistas, artistas, etc.; es decir, millonarios en euros. Deja como segunda vivienda el chalet de León, cuyo costo total debe rondar el millón y cuarto. Los honorarios que se le conocen provienen de tres años como profesor ayudante en la universidad, diputado nacional durante doce y presidente del gobierno dos legislaturas. Oficialmente dudo mucho que la remuneración conjunta (y bruta) pudiera rebasar el millón. ¿Puede, entonces, con dichos emolumentos permitirse tales ostentaciones?

 

La respuesta (válida también para otros, presentes en la memoria colectiva inmediata) nos arrastra irremisiblemente a la existencia obligada de sabrosos sobresueldos o, en su defecto, a recordar la frase de Armey en la que me temo, por casualidad o a propósito, coloca a ladrones y políticos en un plano de equivalencia.