domingo, 4 de diciembre de 2011

SUELDOS Y SOBRESUELDOS


Dick Armey, político norteamericano, dijo una frase cargada de experiencia y sentido: "Hay tres grupos de personas que gastan el dinero ajeno: los hijos, los ladrones y los políticos". El hombre detalla acertadamente cuando constituye parte integrante del asunto propuesto. El señor Armey era político, padre casi seguro, pero yo lo situaría a una distancia notable del ladrón, al menos en su sentido estricto. La mesura me obliga a atribuirle que, en este último caso, el conocimiento era referencial.

 

Hoy, cercados por la crisis y la miseria que ya acecha, el sueldo de los políticos pasa a ser tema periódico, corriente. La doctrina, aquí, no determina concordancias ni establece magnitudes. En cualquier debate mediático encontramos opiniones diversas, sin que discrepancias (quizás afinidades) impliquen relación ideológica alguna. Hay, sin embargo, cierto apego a calificar de exiguas, insuficientes, las retribuciones de nuestros prohombres. Puede que el contraste se reduzca a la disparidad manifiesta respecto a los sueldos europeos; una diferencia de quimérica e ilusionante conjugación. Algo análogo a la respuesta certera que espetó un congénere ante la arrogancia insultante del corpulento: "no es que yo sea pequeño, es que tú eres demasiado grande".

 

Siento ajeno a mí, extraño, todo desvelo por fiscalizar las finanzas de nadie. Disminuye aún más la malsana tentación de investigar y lucubrar su origen; si se aviene o rechaza las leyes, e incluso si se ajusta escrupulosamente a la ética democrática el peculio de los políticos. Al enigma que se genera en la curiosidad ciudadana, siempre suelo responder del mismo modo. No me exaspera el sueldo oficial de ningún prócer instalado en las instituciones del Estado. Sí me producen zozobra las comisiones, regalías u óbolos (por tratarlos de manera cristiana) recibidos o afectados por promesa contributiva, acaso penitencial. ¡Menudo poso de suspicacia dejó aquel lejano y famoso tres por ciento!

 

Condeno aquellos aforismos que presumen vicios generales a la sombra de incógnita imputación o reserva global, tipo "cuando el río suena, agua lleva". Creo, no obstante, en el valor objetivo de los indicios; tanto que considero prueba casi concluyente la impostura (asimismo la negativa a ultranza) del aludido. Saco a colación tal contingencia por el eco que siguen dejando las sospechosas "hazañas" de Blanco y Urdangarín entre otras menos notables o ruidosas, que rara vez se corresponden. En el primer caso, franqueados con holgura los iniciales escrúpulos de la fiscalía, el mentís ad nauseam del ministro proclama a los cuatro vientos una duda razonable si no la certidumbre final. El silencio de Urdangarín se levanta sobre la prudencia que corrige el osado desvarío de antaño. Supone, a la postre, un quebranto para la Corona en horas menos afortunadas.

 
 
No tengo predilección, debilidad o fijeza, por los políticos socialistas aunque me sobran razones para ello por, aparte otras, desvertebrar el país y restaurar la pugna. Utilizo su personalidad pública como testimonio útil a la par que paradójico. José Luis Gutiérrez revelaba una confidencia de Tierno Galván: "No se puede ser millonario y socialista al mismo tiempo". A pesar del misterio que envuelve algunas propiedades y del silencio judicial que excusa la adquisición, muchos cabecillas del PSOE, sorprendentemente, son millonarios. Siguiendo a Tierno, dejo a su examen (amable lector) la auténtica filiación doctrinal de aquellos a quienes usted retiene en el recuerdo.

 

Resulta vergonzoso e insultante, más si cabe en esta situación donde el individuo sufre verdadera angustia para alimentar la familia, que haya cínicos (epíteto demasiado suave), al estilo Chaves, que declaren bienes inferiores a cien mil euros. Igual de impúdico, pero clarificador, aparece el patrimonio de Bono, en aumento permanente como si una extraña levadura potenciara la fermentación de bienes opacos, "dormidos" cuando les falta el efecto catalizador de la prensa.

 

Esta semana se publicó que Zapatero apetece vivir en Somosaguas, lugar exclusivo lleno de financieros, deportistas, artistas, etc.; es decir, millonarios en euros. Deja como segunda vivienda el chalet de León, cuyo costo total debe rondar el millón y cuarto. Los honorarios que se le conocen provienen de tres años como profesor ayudante en la universidad, diputado nacional durante doce y presidente del gobierno dos legislaturas. Oficialmente dudo mucho que la remuneración conjunta (y bruta) pudiera rebasar el millón. ¿Puede, entonces, con dichos emolumentos permitirse tales ostentaciones?

 

La respuesta (válida también para otros, presentes en la memoria colectiva inmediata) nos arrastra irremisiblemente a la existencia obligada de sabrosos sobresueldos o, en su defecto, a recordar la frase de Armey en la que me temo, por casualidad o a propósito, coloca a ladrones y políticos en un plano de equivalencia.

 

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