No pretendo ser defensor de nadie, menos de cualquier
político que aquí y ahora deambule por la vida pública española. Tampoco
establezco diferencias, entre individuo o sigla concreta, cuando reputo con
indulgencia -probablemente inmerecida- acomodos individuales y aun colectivos;
siempre desde la óptica orgánica, jamás particular. Dispuesto este principio
personal, fruto del instinto (quizás educación), y lejano cualquier remanente
piadoso, Camps me parece un prócer honrado, benemérito, aunque bastante
ingenuo. Es una apreciación cuyo fundamento se sustenta en referencias varias
y, sobre todo, en la corazonada que avala esa frase típica, definitoria e
indiscutible: "me da la espina que...".
Llevamos algunos días de banquillo (no juicio), único
escenario que fascina a camarillas concretas, específicas, porque el caso (su
fallo) hace tiempo lo decretaron. Pudimos contemplar, en los prolegómenos, una
enorme pancarta extrañamente reivindicativa con el siguiente texto: "No a
la corrupción. Camps dimisión". Los portadores y la orquesta a
retaguardia, antes de iniciarse el proceso, ya habían dictado su veredicto
burlando la presunción de inocencia y haciéndole una pedorreta. Proclamaban,
torpones, el embrollo cronológico de que hacían gala al atestiguar un arbitraje
hipotético y demandar, extemporáneo, otro. Ayer, en transporte colectivo, pasé
próximo al palacio donde se ubica el tribunal. Diez cámaras de TV esperaban,
indolentes, recoger personas o noticias. Constituía la orquesta mediática,
formalmente menos ruidosa.
Que el lento proceso deja ver ribetes políticos supera
la evidencia. Sólo dogmáticos y feligreses lerdos (reales o aparentes) rechazan
tal circunstancia. Quieren armonizar, cínicamente, algarada y principios éticos
insertos de forma "patente", "exclusiva" e hipócrita (añado
yo), en su campo doctrinal. Buscan la redención de vicios patrimoniales en
cuerpo ajeno; ofrecen en el ara al cordero que sustituye a quien debieran
inmolar para satisfacer la ira del dios pueblo, votante y deudor. Creen acallar
fechorías privativas aireando errores ajenos con el apoyo de una policía
adicta, indigna, junto a la complicidad necesaria de jueces y fiscales
cautivos. Supone la versión renovada del aforismo: "Ver la paja en ojo
ajeno y no distinguir la viga en el propio".
Al ex-presidente Camps llevan haciéndole un traje
(nunca mejor dicho) demasiado tiempo. Lo curioso, alarmante e impropio, es que
sea un tipo de prensa quien se ocupe de realizar el trabajo político. El
gobierno, misteriosamente, filtra al periódico informaciones dignas del mejor
olfato y aquel ejecuta el trabajo sucio del partido camuflándose en el biombo socorrido de la libre expresión.
Asimismo oculta, atropellando su deber informativo, amaños excepcionales como
patrimonios prodigiosos; EREs incompatibles, hermenéuticos; aves galliformes;
presuntos tráficos al amparo de gasolineras insuficientemente discretas;
subvenciones discrecionales, etc. La fiscalía, jerarquizada y sometida, aporta
su grano de arena al festejo con actuaciones oscilantes, desproporcionadas,
tendenciosas. Incluso, por acción u omisión, pudieran (obsérvese el modo
verbal) explicar el trasfondo que existe en la quiebra permanente de algunos
secretos sumariales; maniobra que provoca juicios paralelos y sentencias
previas.
La justicia, no es ningún secreto, deambula en la
dirección que marque el gobierno de turno. A pesar de ello, el tribunal que nos
ocupa (sin sentido táctico) seleccionó un jurado singular, influenciable. Sin
embargo, Camps resultará inocente. En caso contrario, a la chita callando, el
PSOE lamentará su pertinaz y equivocado acosamiento al anterior presidente valenciano.
El invierno (no precisamente meteorológico) vendrá con el nuevo fiscal general
elegido, siguiendo la norma, por el PP. Protéjanse, pónganse a cubierto,
rubalcabas, pepiños, bonos, griñanes, ¿chaveses? y todo un elenco de
afortunados protegidos... de momento.
Aunque la política se resista a brindar cosecha de
amistades o recompensas, puede que Rajoy mitigue este proceder. Sin duda, su
ansiada ascensión a la Moncloa se la debe a Camps, en primer lugar, y a
Zapatero; a nadie más. Por justa y compensadora reciprocidad, aventuro del
primero la declaración de inocencia, por parte del tribunal, y su ascensión al
ejecutivo. Mariano, desde mi punto de vista, atesora algún defecto, pero no la
desafección ni el desagradecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario