domingo, 18 de diciembre de 2011

CAMPS, LA ORQUESTA Y LOS TICS


No pretendo ser defensor de nadie, menos de cualquier político que aquí y ahora deambule por la vida pública española. Tampoco establezco diferencias, entre individuo o sigla concreta, cuando reputo con indulgencia -probablemente inmerecida- acomodos individuales y aun colectivos; siempre desde la óptica orgánica, jamás particular. Dispuesto este principio personal, fruto del instinto (quizás educación), y lejano cualquier remanente piadoso, Camps me parece un prócer honrado, benemérito, aunque bastante ingenuo. Es una apreciación cuyo fundamento se sustenta en referencias varias y, sobre todo, en la corazonada que avala esa frase típica, definitoria e indiscutible: "me da la espina que...".

 

Llevamos algunos días de banquillo (no juicio), único escenario que fascina a camarillas concretas, específicas, porque el caso (su fallo) hace tiempo lo decretaron. Pudimos contemplar, en los prolegómenos, una enorme pancarta extrañamente reivindicativa con el siguiente texto: "No a la corrupción. Camps dimisión". Los portadores y la orquesta a retaguardia, antes de iniciarse el proceso, ya habían dictado su veredicto burlando la presunción de inocencia y haciéndole una pedorreta. Proclamaban, torpones, el embrollo cronológico de que hacían gala al atestiguar un arbitraje hipotético y demandar, extemporáneo, otro. Ayer, en transporte colectivo, pasé próximo al palacio donde se ubica el tribunal. Diez cámaras de TV esperaban, indolentes, recoger personas o noticias. Constituía la orquesta mediática, formalmente menos ruidosa.

 

Que el lento proceso deja ver ribetes políticos supera la evidencia. Sólo dogmáticos y feligreses lerdos (reales o aparentes) rechazan tal circunstancia. Quieren armonizar, cínicamente, algarada y principios éticos insertos de forma "patente", "exclusiva" e hipócrita (añado yo), en su campo doctrinal. Buscan la redención de vicios patrimoniales en cuerpo ajeno; ofrecen en el ara al cordero que sustituye a quien debieran inmolar para satisfacer la ira del dios pueblo, votante y deudor. Creen acallar fechorías privativas aireando errores ajenos con el apoyo de una policía adicta, indigna, junto a la complicidad necesaria de jueces y fiscales cautivos. Supone la versión renovada del aforismo: "Ver la paja en ojo ajeno y no distinguir la viga en el propio".

 

Al ex-presidente Camps llevan haciéndole un traje (nunca mejor dicho) demasiado tiempo. Lo curioso, alarmante e impropio, es que sea un tipo de prensa quien se ocupe de realizar el trabajo político. El gobierno, misteriosamente, filtra al periódico informaciones dignas del mejor olfato y aquel ejecuta el trabajo sucio del partido camuflándose  en el biombo socorrido de la libre expresión. Asimismo oculta, atropellando su deber informativo, amaños excepcionales como patrimonios prodigiosos; EREs incompatibles, hermenéuticos; aves galliformes; presuntos tráficos al amparo de gasolineras insuficientemente discretas; subvenciones discrecionales, etc. La fiscalía, jerarquizada y sometida, aporta su grano de arena al festejo con actuaciones oscilantes, desproporcionadas, tendenciosas. Incluso, por acción u omisión, pudieran (obsérvese el modo verbal) explicar el trasfondo que existe en la quiebra permanente de algunos secretos sumariales; maniobra que provoca juicios paralelos y sentencias previas.

 

La justicia, no es ningún secreto, deambula en la dirección que marque el gobierno de turno. A pesar de ello, el tribunal que nos ocupa (sin sentido táctico) seleccionó un jurado singular, influenciable. Sin embargo, Camps resultará inocente. En caso contrario, a la chita callando, el PSOE lamentará su pertinaz y equivocado acosamiento al anterior presidente valenciano. El invierno (no precisamente meteorológico) vendrá con el nuevo fiscal general elegido, siguiendo la norma, por el PP. Protéjanse, pónganse a cubierto, rubalcabas, pepiños, bonos, griñanes, ¿chaveses? y todo un elenco de afortunados protegidos... de momento.

 

Aunque la política se resista a brindar cosecha de amistades o recompensas, puede que Rajoy mitigue este proceder. Sin duda, su ansiada ascensión a la Moncloa se la debe a Camps, en primer lugar, y a Zapatero; a nadie más. Por justa y compensadora reciprocidad, aventuro del primero la declaración de inocencia, por parte del tribunal, y su ascensión al ejecutivo. Mariano, desde mi punto de vista, atesora algún defecto, pero no la desafección ni el desagradecimiento.

 

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