viernes, 30 de septiembre de 2016

POLÍTICOS, ANALISTAS Y EL MUNDO DE YUPI


Los últimos días han traído el desgarro total de un PSOE imprescindible para la convivencia pacífica de esta España batida por embravecido oleaje de pasiones enfrentadas. Zapatero fue artífice de aquella nefasta Ley de Memoria Histórica. Ladino e inepto, presentaba escaso capital político que aportar a las inmediatas elecciones tras cuatro años lamentables de legislatura. Aparecía, además, por el lejano horizonte una crisis mundial que él ocultaba con necia y pomposa locuacidad. Sin duda, fue paradigma del político infausto, disparatado. Nuestra banca, rescatada pocos años más tarde, estaba en la “champions league”. Tal marco descorazonador le hizo aprobar, allá por diciembre de dos mil siete (los comicios fueron en marzo de dos mil ocho), dicha ley que ocasionó una fractura social hoy insuperada. Así, utilizando ignominiosos ardides, pudo ganar una segunda legislatura que escribió páginas muy negras de la historia reciente.

El PSOE de Zapatero empezó a desfigurar sus objetivos. Sin ideas, sin doctrina, sin consistencia, trocaron intereses ciudadanos, generales, por un “agitprop” seductor pero hueco, inútil, infructuoso. Radicalizaron su verbo, vistieron de demonio al PP, para esconder una excepcional inoperancia y vinieron los reveses electorales. Rubalcaba significó un paréntesis, no sé si necesario u oportuno, para encumbrar a alguien a los altares. Una poderosa federación andaluza aún dejaba ver viejas salpicaduras de corrupción. Su novel y joven presidenta tenía las costuras recientes, faltándole -al mismo tiempo- madurez y carisma. Tan irregular momento llevó a la secretaria general a Pedro Sánchez, un desconocido que granjeaba loas entusiastas debido a su calculada interinidad. Tremendo desengaño. Yo lo había visto en varias ocasiones como tertuliano y me dejó perplejo al comprobar cómo un individuo tan bisoño pudiera desplegar el sectarismo que destilaban sus intervenciones, no exentas de innegables tics maniqueos. Demasiados vicios para presidir un gobierno nacional.

Sánchez heredó un partido bastante deteriorado, cierto. Precisaba analizar causas, probablemente ideológicas amén de procedimiento, para llevarlo de nuevo a antañones esplendores. Su indigencia, empero, le hizo rodearse de individuos deslucidos, faltos de ideas. Lejos de homologarse con las socialdemocracias europeas, en vez de construir un centro izquierda del siglo veintiuno (inserto en un marco capitalista sensible, aderezado con matices generosos), se deslizó hacia un radicalismo denostado, caduco, que solo interesa a cuatro nostálgicos y al romanticismo veleta de la vanguardia juvenil. Tal coyuntura se agrava con el natalicio de Podemos. He aquí el fundamento de la estrategia equivocada, letal. Sánchez, junto a su anodino equipo, debiera haber marcado claras diferencias entre un PSOE actual, realista, europeo, y un Podemos de dudoso talante democrático, quimérico, que atesora miseria y tiranía como constata la historia de los populismos. Sin embargo, en trayectoria opuesta, hace pactos con él y legitima su concierto en la democracia española allende de regalarle ayuntamientos principales. ¿Se puede ser más obtuso? Sánchez, por otro lado, hace guiños para un acuerdo de gobierno. La consecuencia inmediata es perder votos y escaños llevando al partido a un estadio casi testimonial. Por suerte, la fe todavía hace milagros.

Antiguos miembros muy destacados y barones que ven disminuir su poder territorial observan preocupados la demoledora dinámica a que les lleva una dirección inepta e incapaz. Bien es verdad que, en esta ocasión, hay una pugna personal por conseguir el poder utilizando las estratagemas más impúdicas a que puedan agarrarse. Los medios, por su parte, toman también partido de forma descarada por uno u otro contendiente. Casi todos informan adjuntando determinados sesgos que hacen incomprensible la situación. Es triste y vergonzante ver en los platós, reproducido entre los propios invitados, el enfrentamiento político. Pasamos de héroes a villanos sin solución de continuidad, sin dar tiempo a digerir cada punto debatido. El absurdo ha tomado cuerpo en profesionales y adjuntos porque no es posible maldad absoluta ni bondad infinita, insensatez total o cordura plena. Escudriñando debates se observa con qué alegría, quizás desconocimiento, se barajan motivos tan pintorescos como ilusos. Algunos, incluso, se atreven a predecir un futuro en que echaremos de menos a Sánchez. Curioso, diabólico e impenetrable vaticinio. El meollo no se centra en votar NO o abstención a Rajoy, como afirman analistas ingenuos. Preocupa, desde mi punto de vista, el poder general y particular; nada fuera de esto.

He escrito en varias ocasiones que desde aquella afirmación: “Pactaré con todos a excepción de Bildu y PP”, dicho al menos dos años atrás, Sánchez quedaba ilegitimado para presidir el gobierno de todos los españoles. Cronos me ha dado la razón. Se diga cuanto quiera, él es culpable primario del atolladero actual. Su sectarismo, contagiado a adeptos y algún votante, le obliga a un NO necio, nocivo, sin paliativos, que perjudica al ciudadano y al PSOE de forma insultante. Ese radicalismo, no otra causa, fuerza la desbandada de votos a Podemos, partido que ofrece el oro y el moro ante la nula probabilidad de gobernar. Son, y deberían saberlo, votos de ida y vuelta; pues, de igual a igual me quedo a priori con el malo por conocer. Solo la muchachada, desvalidos necios y algún que otro verso suelto, son capaces de contravenir las enseñanzas del refranero. De esto también tienen buena parte de culpa sus íntimos colaboradores, que… ¡vaya tropa! al decir de Romanones. Espero que le sustituya, si así fuera, alguien con sentido de Estado.

PP y PSOE son dos caras de la misma moneda. En el mundo accidental, civilizado (en cualquier país libre), no existe otra moneda. La historia nos lo enseña. No hay un poder bueno y otro malo; existe el poder que detentan unos pocos y sus efectos que sufrimos muchos. Lo único que lograremos conseguir, solo en una democracia real, es que dicho poder se muestre clemente, controlado para evitar excesos y arbitrariedades dentro de lo posible. El resto, cualquier ofrecimiento o promesa, cae de lleno en el mundo de Yupi; ese ámbito ficticio, irreal, inventado por gentes que apetecen un poder total, sin contrapesos, tiránico. Algunos, con signos y gestos sugerentes, magnéticos, dejan mucho que desear; enseñan la patita a poco que se les examine. Estemos ojo avizor y no nos dejemos cautivar por cánticos de sirena, por Yupi.

 

 

 

viernes, 23 de septiembre de 2016

LA SONRISA DEL DIABLO


El diablo es un figurante rebelde, con gran margen de maniobra, que sirve indistintamente para un roto o para un descosido. Cuando queremos sugerir torpeza, apatía o indigencia, usamos ese aforismo tan recurrente de: “Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo”. Proclama cierto grado de dejadez si no de disgusto. Políticamente correcto en la forma, implica un mensaje sin apenas ribetes fecundos. Es un toma y daca afectado, suave, audible. Desde hace años, una vez abierta, detallada, esta crisis, pequeños y medianos ayuntamientos sufren la inercia inoperante, escasa, de fondos irrisorios. Tal vez la situación sea menos calamitosa en grandes urbes por el aumento desenfrenado de impuestos. Las suculentas viandas económicas que suponían aquellas obras de antaño, permitía a los regidores alegres derroches y alguna que otra abultada comisión. Hemos pasado del exceso, del abuso, a la miseria inactiva. Constituye una consecuencia lógica, inevitable, de tener vacías las arcas municipales. Sufro la experiencia valenciana y de mi pueblo conquense, sumergidos ambos en un sesteo ajeno a la tópica canícula veraniega.

Pese a la lamentable situación local que se agrava bajo las dentelladas de Cronos, ese dios inmisericorde, la coyuntura nacional viene preñada de negros nubarrones. Día a día brinda una realidad semejante a aquella que dibuja “La sonrisa del diablo” novela que presenta a Deborah -personificación de la crisis- joven bien parecida cuyo gesto visible deja un penoso rastro de efectos destructivos, fulminantes. Todas las desgracias se adosan a ella de forma aleatoria e inevitable; es un imán aterrador. Sin ser preciso argumentar, me quedo con el primero que hasta resulta entretenido. Este es perverso, letal, pues personifica el espanto, aquello que produce en el individuo inquietud, base de toda angustia vital. Semejante escenario se aprecia e intensifica cada jornada. No vislumbro, y a veces me corroen pensamientos dramáticos, la meta a que nos llevan nuestros políticos auxiliados por la actitud irresponsable de nosotros, del pueblo.

Siendo malo el marco político conformado, me parece peor la actitud personal adoptada por todos los líderes salvo, pese a las aparentes contradicciones, Albert Rivera quien demuestra ser una excepción gratificante. Podría considerarse el único oasis del desierto estéril en que ha convertido el país la caterva de impresentables raptados por ambiciones ilegítimas o tornadizos pruritos personales. Cierto que el ciudadano es cómplice necesario pero su responsabilidad queda minimizada por su falta de poder y convocatoria; en suma, por inhabilitación manifiesta. ¿Podríamos hacer algo, tomar alguna medida? Con nuestro individualismo anárquico poco, nada. Percibo solo una solución: abstención o voto en blanco de aquí en adelante. Sé que necesitamos de una heroicidad similar a la de aquellos ratones que no encontraban la forma de poner el cascabel al gato.

Rajoy me deja perplejo, maltrata mi sosiego. Ignoro a estas alturas si es adalid o villano. Me inclino por lo segundo a consecuencia de ciertos pasos y pleitos. Ha dejado un partido silente, vinculado a su persona, subyugado. Sin contraste no puede llegarse a la verdad. Desparecido el método de prueba y error, tenemos la necia visita del yerro y, por ende, del desastre. Cuatro años de legislatura han bastado para constatarlo. Encima, don Mariano, miente. Apenas deja salir una verdad pese al aspecto bonachón, fiable. En un país papista, sus colaboradores cercanos lo superan. Me divierte y asquea oír a Hernando, Maroto o la señorita Levy. Rechazo que me supongan imbécil aquellos a quienes costeo una vida edulcorada. Abuso que deberían satisfacer antes o después. El PP tiene parte de culpa en la problemática institucional, territorial, social y económica a la que hemos desembocado. El PSOE es su partenaire necesario. Basta de restregarse la corrupción y otros defectos como excusa idónea para acallar conciencias y engañar al potencial elector.

Pedro Sánchez, el terco y espiritoso señor no, convierte a Zapatero estadista español y europeo de gran talla pese a aquella trayectoria que sirvió de mofa y escarnio a medio mundo civilizado. Su conducta retrógrada, novecentista, lleva a España al desastre, sin recambio o, peor aún, con uno radicalizado, macabro. Desde luego, destaca como político inepto, indigente, nocivo. Pese a mi negativo concepto general, jamás pude imaginar que pudiéramos sufrir uno tan especialmente gravoso. Ya, en su época de tertuliano, dejaba ver un sectarismo ilimitado y nada fructífero. El intento final de formar gobierno con Podemos e independentistas lo sitúa fuera de la realidad, a un paso rotundo de hundir el país y el PSOE. Rubalcaba lo denominó “gobierno Frankenstein”, no sabemos si por lo que supone de ciencia ficción, fantástico o monstruoso. Le acompaña un grupo que insólitamente muestra una jibarización pasmosa. Pónganle coto a tanta necedad o perderemos un partido esencial para la convivencia pacífica. Sánchez terminará siendo el señor killer.

Podemos y Pablo Iglesias necesitan pesas especiales para equilibrar la balanza de la ambición espuria. Aseguro que pueda haber políticos en Francia, Italia o Grecia tan pecadores como nuestro macho alfa. Pero, como dicen en mi pueblo, los males de otros no agravian ni intranquilizan. Me preocupa nuestro populista adscrito a un sentido totalitario del poder. Ni imaginar quiero qué ocurriría si Podemos alcanzara el poder. Adiós libertades individuales, adiós democracia. Mal venida la soviética democracia popular. ¡Qué farsa! Siempre lo advierto: Cuidado con los santones.

Me quedo helado. Veo cada vez más cerca la tormenta. Nos pilla desarmados, ávidos de esperanza, oprimidos por una conciencia social acomodaticia, cobarde. Restan, debemos esperar, tiempos de infortunio; aquellos en que se hace patente la sonrisa del diablo.

 

 

 

 

viernes, 16 de septiembre de 2016

LA LÍBIDO Y EL PODER


Todos conocemos, en mayor o menor grado, la relación estrecha entre poder y magnetismo sexual (El pobre es un donjuán de secano, hubiera dicho Gómez de la Serna). Esta interacción no viene determinada por ninguna atracción genuina al resto de seres orgánicos. Forma parte del botín, de la sumisión ante los vencedores, señores de vida y haciendas. Ellos toman cuanto desean y permiten a la tropa transgresiones, excesos, que recompensen la victoria; tal vez la fidelidad ciega. Ocurre así desde que apareció el bípedo, supuesto racional, denominado hombre. Otras especies se dan al instinto solo para procrear. El homínido busca y encuentra, básicamente, satisfacer deseos primarios cuya concepción de naturales no minimiza la carga licenciosa que arrastran. Detesto esa inclinación moralista que pudiera entendérseme al socaire de lo anteriormente expresado. Quiero divulgar vicisitudes históricas equiparándolas, en lo común o en lo diverso, con las actuales. No entro ni salgo a concluir juicios de valor; expongo hechos incuestionables del ayer y del hoy.

Nuestros monarcas medievales, aun quienes ostentaban el remoquete de “católicas majestades”, retozaban alegres, febriles, con mozas de diverso linaje que el Marqués de Santillana entronizaba en la vaquera de la Finojosa. “Moza tan fermosa, non vi en la frontera…” rimaban sus “Serranillas”. Cualquier hembra servía para apagar los arrebatos de la batalla o las avideces del ocio que, siendo distintos en su encarnadura, debieran exhibir parecidos síntomas y necesitar parejos mimos paliativos. Desde damas cortesanas a obsequiosas campesinas u hogareñas dejaban su impronta entre sábanas de fino encaje o modestos heniles. De estos encuentros nacieron hidalgos célebres o eclesiásticos deleitables. Más tarde, los Austria –atemperados en parte por sus principios morales- siguieron cultivando hábitos casquivanos pero mitigando euforias de siglos anteriores. Era la España del oscurantismo religioso y de las guerras contra el infiel protestante o turco. Sin embargo, los Borbones franceses de la época dejaron muy alto el pendón, nunca mejor dicho. Luis XIV batió todos los registros.

El siglo XVIII instauró la monarquía Borbónica en España. Los primeros reyes fueron, atendiendo al aspecto que nos ocupa, una mala copia de sus antecedentes franceses. Pero llegó el siglo XIX y las reinas, María Luisa, María Cristina e Isabel, rompieron hábitos ancestrales y dieron un revolcón al sexo estrella hasta ese momento. Ahora floreaban ellas, principiaban el dominio del antojo mujeril. La primera, presuntamente, tuvo amores con Godoy -un guardia de corps- al que concedió títulos (Príncipe de la Paz, entre otros), honores y riquezas sin fin por boca o mano de su marido el rey Carlos IV. La segunda, viuda ya, se enamoró de Agustín Fernando Muñoz, sargento de la guardia real, con quien casó, tuvo ocho hijos y dio títulos como duque de Riánsares, nombre del río que pasa por su pueblo natal, Tarancón. Isabel coleccionó innumerables amantes desde temprana edad. Existen dibujos subidos de tono respecto a sus conocidas efusiones sexuales. Todos consiguieron honras y prerrogativas de tan real lujuriosa. Semejante pago por los servicios prestados se da exclusivamente en las mencionadas reinas, cónyuges o regentes. En esto, también España es diferente.

El siglo XX, cuna del fascismo, nazismo y totalitarismo, atesoró dictaduras más tiránicas, aun sangrientas, que los anteriores regímenes absolutistas. Sus líderes, Mussolini, Hitler, Lenin y Stalin tuvieron amantes. Lenin y Stalin las recolectaban cual trofeos, dada su particular visión del poder absoluto. Supongo que las emociones, tanto de ellas como de ellos, estarían reducidas a anhelos sado-masoquistas que a reales desvaríos propiciados por mutua seducción. Creo incompatibles sentimientos afectivos con personalidades raptadas por la ambición ciega y el poder desmedido. La abundante cantidad de cadáveres adosados a sus espaldas, constatan tal sentir. De ahí que el sexo signifique una forma original de dominio, de supremacía placentera, gozosa, severa. Así surge el tópico macho alfa. Aparece, pues, en la izquierda totalitaria esa contradicción de loar a la mujer como sujeto de derechos iguales y luego cosificarla, sojuzgarla, cual objeto de propiedad, a veces (peor todavía) de trueque dorado.

Los tiempos modernos, el siglo XXI, el despertar de extraños horizontes políticos en una Europa plácida, sin lastres bélicos ni irredentas reivindicaciones sociales, ha dejado insólitos comportamientos. A decir verdad, tienen connotaciones con los sistemas personalistas -más o menos tiránicos- aunque dotados de peculiares características propias. Ahora, con las democracias, la participación política es abierta, posibilita el empleo público a cualquier hijo de vecino, sea o no apto para tal ocupación. No obstante, en este hábitat político, surgen también grupos que desvanecen su naturaleza totalitaria con nuevos y aparentes gestos. Son camaleones de siglos atrás, por ventura superados, que se niegan a un final definitivo fundiéndose con la innovación. Dejan el hedor característico de su omnipresencia adjudicando importantes dignidades a sus parejas o exparejas. Es decir, gestan un nuevo eslogan: “La líbido al poder”, tan utópico como aquellos otros del mayo francés. Recuerdo con extasiado fervor aquella quimérica vicepresidencia para Irene Montero siendo presidente Pablo Iglesias. ¿Otean cierta analogía con las reinas del siglo XIX? De nuevo otro vuelco genital. Posibilidad virtual arriesgada, pero vuelco.

Pido disculpas a mis ocasionales lectores por esta muestra de frivolidad con la que está cayendo. Mi propósito es banalizar un tema que, bien mirado, actualiza modos constantes del poder a lo largo de la historia. Parece claro que afectaban solo a monarcas absolutistas o tiranos totalitarios de cualquier adscripción doctrinal. Hoy, los demócratas conceden regalías a amigos. Por el contrario, los talantes dictadores siguen atesorando honores para sus conquistas amorosas. Surge la pregunta que da título a una película de Gómez Pereira: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo”? Así estamos.

 

 

viernes, 9 de septiembre de 2016

DEMOCRACIA ES UN NOMRE DE FANTASÍA


 

Me viene al pelo para el epígrafe una novela de Almudena Grandes, cuyo título: “Malena es un  nombre de tango” diverge sobre manera del marco retratado. Tanto que un huevo y una castaña despliegan mayor afinidad. Bajo esa presentación figurativa, la autora desmenuza sentimientos, frustraciones, complejos; en suma, vivencias sociales traídas a colación por una familia burguesa que busca respuesta existencial. Al igual, cualquier individuo debiera advertir, si se lo propone, el paralelismo entre titular y mensaje a extraer del presente artículo. Deseo mostrar las enormes diferencias que, a veces, existen alrededor del vocablo democracia visto en su estricto significado. Como anticipo, expongo ya el inmenso interés que exhiben partidos y próceres en contaminar el término imponiendo, con la inestimable colaboración de los medios, acepciones fuera de toda ortodoxia semántica. Inquiramos nosotros por qué esta voz ha sido traicionada tanto a través de la historia.

Tal es la avidez de desvirtuar el lenguaje que días atrás, José García Molina, diputado de Podemos por Castilla-La Mancha, presentó una Proposición de Ley sobre Memoria Democrática para “garantizar” el derecho a conocer la “verdad” de los hechos históricos de la región. ¿Cabe mayor necedad etimológica? ¿Permite presentar un recurso contra la manipulación y el absurdo? Pese a ser profesor universitario, ¿de dónde ha salido tanto aventurero ignaro, farsante? Tal vez no sea extraña semejante andanada teniendo en cuenta que Podemos necesita, como el aire que respira, aparecer virginalmente demócrata. De aquí todo su desmedido afán en loar con artificio cualquier acto o momento público, a lo mejor mediático. El resto, con mayor pedigrí democrático pero igualmente exiguo de otras virtudes socio-políticas, retuercen símbolos y significados antes de enseñar la patita por algún resquicio al efecto. Llevamos siglos consintiendo fraudes, trueques, en los mensajes. La realidad no se vela, se oculta plenamente con locuciones que calan en la conciencia colectiva aniquilando u obstruyendo cualquier posibilidad clarificadora.

Sé que todos los países del llamado primer mundo tienen democracias con diferentes grados de aceptación. No obstante, si nos miramos en el espejo europeo habremos de constatar, con cierto abatimiento, que nuestro sistema de libertades es uno de los más imperfectos. Debido, quizás, a nuestra idiosincrasia, al individualismo disgregador, aparece magnificado este carácter insolidario que nos define. Asimismo, Machado puso de manifiesto la ruptura entre las dos Españas que habrían de helar el corazón al español. Semejante dualidad histórica viene bien a determinados políticos que, para arrancar un puñado de votos, renuevan de forma irresponsable y trágica el enfrentamiento. Ha venido ocurriendo en los siglos postreros e incluso brilla en estos tiempos de miseria total. Vivimos, impelidos por una genética monstruosa, a caballo entre el abatimiento inútil y una terrible espiral de violencia sanguinaria. Lo marcan tercos procesos fatalistas, solo arrinconados cuando seamos capaces de abandonar tan estúpido lastre. Reconozco que nuestro primitivismo hace tal revisión poco probable.

Dicen que España es un país democrático. Los hechos niegan esa versión tan elogiada como rentable. ¡Cuántos viven de ella! Democracia significa gobierno del pueblo. Es evidente, y cualquier ciudadano de a pie puede constatarlo, que aquí no gobierna el pueblo -en sentido estricto- ni mucho menos, como implica por necesidad el vocablo. Por tanto estamos frente a un formulismo al que se le aplica un giro equivocado consciente o inconscientemente. Si me apremian, aseguraré que el yerro es provocado, estafador. Las democracias, más o menos reales, visten uniforme; es decir, igualdad. Empiezan porque los partidos, tasados como imprescindibles, deben observar una gestión del mismo calibre. ¿Alguno de ustedes es capaz de pronunciarse sobre la democratización auténtica (otra cosa son las apariencias y el reclamo) de cualquier sigla que pulule en esta poética y seca piel de toro? Continuaríamos con la independencia absoluta de los tres poderes constitutivos, la igualdad ante la ley, ausencia de privilegios políticos, etcétera, etcétera. Rotunda quimera. 

Puesto que el poder lo ostenta el pueblo, los partidos -instrumento preciso- debieran someter toda su acción al beneficio ciudadano por imperio legítimo. Pecar de ingenuos a estas alturas no solo desvela simpleza supina sino probable embriaguez dogmática. Llevamos nueve meses (un embarazo psicológico, en este caso) de vivencias personales. El bienestar ciudadano les importa poco menos que una higa. El gobierno en funciones, que no funcionario, es la prueba de que a esta caterva no le importa ni siquiera el ritual democrático. ¿Cuánto les importa la esencia? Nada. Si alguna vez desplegaron buenas tentativas, fueron desalojadas, abatidas al instante, por perturbadoras ambiciones y espurios intereses. Lo dice el proverbio: “Por dinero baile el perro…”. Nadie extraiga doble lectura del mismo, se apartaría de mi talante. Pese a lo expuesto, digo como Cassen aquel cómico que tituló alguno de sus gags o terminaba relatos desternillantes con la famosa coletilla “es broma”.

Ignoro qué grado de purismo democrático tienen en Inglaterra, Dinamarca o Suecia, por citar algunos países de nuestro próximo entorno. Sospecho que excelente, aunque pueda mejorarse. Aseguro, no obstante, que aquí, en España, democracia es un nombre de fantasía.

 

 

viernes, 2 de septiembre de 2016

COMO VELEROS SIN APAREJO


Decía Ortega que los errores y abusos políticos, los defectos de las formas de gobierno, el fanatismo religioso y la llamada incultura, significan poco en la patología nacional. Eran extraños fenómenos disgregadores quienes encarnaban el porqué del histórico conflicto español. Sin restar un ápice a aquellas lucubraciones de tan insigne pensador, los fenómenos disgregadores no afloran por generación espontánea ni proceden de un azar casuístico, irracional. Al igual que otras manifestaciones vertebradoras -tal vez  cismáticas- su hacedor único es el individuo que conforma una sociedad armónica, quizás discordante. Constituye ese ser unipersonal, intransferible, quien elige (soporta casi siempre) a los gobernantes, cree o niega con violento fanatismo e incluso afirma, en demasiadas ocasiones, su propia incultura. Culpable es, pues, el aporte no la secuela.

Ahora -anteayer, ayer y hoy- nos inquieta una coyuntura insólita, casi absurda. Absurdo es aquello que va contra toda lógica; verbigracia, la cuadratura del círculo. Que nos encontremos con una realidad digna de cualquier epíteto, por tremendo que parezca, no implica que el momento histórico y político supere los límites normales para caer en el campo de lo quimérico, aunque sí del desatino. Las leyes del azar, esa ciencia llamada probabilidad, denominaría esta situación -de aspecto concluyente- como posible aunque muy poco probable. Sin embargo, ya ven: se ha conseguido, hemos puesto en evidencia hasta el cálculo matemático. Estos políticos nuestros baten todos los récords de la norma, de aquello que viene establecido por usos y costumbres. Su silencio es tan estruendoso como el efecto causado por un elefante en una cacharrería. Personifican la sinrazón, acometen diligencias huérfanas de maridaje con lo ponderado. Gracias a estos costosos mimbres hemos cimentado dos investiduras frustradas.

Pese a que soy de tierra adentro, sé que un velero sin aparejo deviene en ingenio inestable  que ha de arrinconarse cuanto antes. Tal reflexión debiera hacerse extensiva a la vida pública. Según esa fundamentada teoría común del Estado Democrático, se necesitan los partidos políticos como asiento de la representación ciudadana. Cierto, sin partidos no hay verdadera democracia pero con ellos, a menudo, se consigue una democracia escamoteada, turbia, aviesa. Es nuestro caso. Llevamos tres trimestres largos en que los partidos reflejan una  actividad equiparable a la de esos cascarones viejos, huérfanos de toda posibilidad funcional, carentes del velamen que permita aprovechar ese empuje vehemente que el pueblo, vendaval fiel, alienta cada jornada electoral. Al menos yo, asisto incrédulo a este festín de siglas desarboladas por egoísmos extemporáneos, amén de incompetencias tácticas o soberbia traumática. Al compás de aquel razonamiento, hemos de examinar y decidir qué hacemos con los armatostes inservibles; es decir, Rajoy,  Sánchez y (por extensión) sus partidos, que impiden la navegación -urgente ya- del bergantín español.

No excluyo a  ningún velero político, asimismo tampoco a los armadores o capitanes. Me centraré en estos últimos como responsables precisos dada la estructura monolítica de los partidos-veleros, cuya plena identificación entre preboste y sustancia es incuestionable. Rajoy, lo he dicho en innumerables ocasiones, ha derrochado de forma sorprendente un enorme capital político en tan solo una legislatura. ¿Qué habrá hecho? Más allá de sus falaces pretensiones económicas, no sirve la onerosa herencia para justificar ineptitudes relevantes. Su falta de compromiso y de tacto ha traído una justicia allegada, la agudización del problema territorial, el incremento del relativismo moral a nivel personal y familiar, cierto abandono de colectivos a los que previamente había sisado un rédito político, etc. En fin, los logros económicos no pasan de burda cocina con datos obtenidos a salto de mata. Por encima de cualquier eslogan optimista y de la confiscatoria subida de impuestos, la deuda pública aumentó una media de cien mil millones por año. Si sumamos los letales recortes y la depauperación de las clases medias (por cierto sostén del Estado), ¿ha rendido Rajoy una buena gestión económica? No, Rajoy es un velero sin aparejo, un ejemplar incapaz de aprovechar la energía otorgada por una mayoría absoluta; constituye un peso superfluo, prescindible.

Sánchez es el paradigma del velero aciago, insensato, sin rumbo fijo; a muy poco del  sálvese quien pueda. Está abriendo una terrible vía de agua al viejo cascarón socialista y que su antecesor, Zapatero (no sé cual más necio), empezó a taladrar. Hace años que sostiene un enfrentamiento encarnizado con otro cascarón de parecido componente y aspecto. Su inquina al PP y a Rajoy presenta una procedencia sectaria. La corrupción y talante populares que se mencionan como fuente son meras coartadas de alimento gregario. En vez de intercambiar experiencias para pulir ambos antes de aparejarlos, el líder socialista pretende -supongo por soberbia e ineptitud- hundir el suyo de forma irrecuperable. Siguiendo el viejo dicho: “donde hay patrón no manda marinero”, percibo la quilla en el fondo pese a las advertencias de viejos capitanes y el silencioso terror de una tripulación equidistante. Aparejar el mástil con Podemos y enarbolarlo con velas independentistas, significaría navegar sin rumbo y, a la postre, en un mar picado se iría a pique irremediablemente.

Renuncio a analizar el aparejo, o su falta, de Ciudadanos y Podemos. Aquel, retocando el casco y aprestando la arboladura, debe tener el viento a su favor en futuras travesías por los océanos políticos. Podemos, no obstante relatos seductores e insolentes audacias, perderá el velamen enseguida, navegará a la deriva, y solo les quedará una aventura para contar cuando algún remolcador oportuno lo lleve a puerto. España (galeón que ha surcado majestuoso aguas bravas por el mundo) se encuentra ahora mismo en una difícil encrucijada. Los dos principales navíos que podrían permitirnos un desafío victorioso al traicionero oleaje económico, se encuentran sin aparejo y sus respectivas tripulaciones a la greña. El momento abona la ebullición de los fascismos populistas que presentan una nave estética, atractiva, pero contaminada con el virus de la miseria, la esclavitud y la tragedia. Una vez más hemos de enarbolar nuestra nave nacional con individuos incapaces. Tengamos el valor de apartarlos, de quitárnoslos de encima como veleros inservibles, sin aparejo.