El diablo es un figurante rebelde, con gran margen de
maniobra, que sirve indistintamente para un roto o para un descosido. Cuando
queremos sugerir torpeza, apatía o indigencia, usamos ese aforismo tan
recurrente de: “Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo”. Proclama cierto
grado de dejadez si no de disgusto. Políticamente correcto en la forma, implica
un mensaje sin apenas ribetes fecundos. Es un toma y daca afectado, suave,
audible. Desde hace años, una vez abierta, detallada, esta crisis, pequeños y
medianos ayuntamientos sufren la inercia inoperante, escasa, de fondos irrisorios.
Tal vez la situación sea menos calamitosa en grandes urbes por el aumento desenfrenado
de impuestos. Las suculentas viandas económicas que suponían aquellas obras de
antaño, permitía a los regidores alegres derroches y alguna que otra abultada
comisión. Hemos pasado del exceso, del abuso, a la miseria inactiva. Constituye
una consecuencia lógica, inevitable, de tener vacías las arcas municipales. Sufro
la experiencia valenciana y de mi pueblo conquense, sumergidos ambos en un
sesteo ajeno a la tópica canícula veraniega.
Pese a la lamentable
situación local que se agrava bajo las dentelladas de Cronos, ese dios
inmisericorde, la coyuntura nacional viene preñada de negros nubarrones. Día a
día brinda una realidad semejante a aquella que dibuja “La sonrisa del diablo”
novela que presenta a Deborah -personificación de la crisis- joven bien
parecida cuyo gesto visible deja un penoso rastro de efectos destructivos, fulminantes.
Todas las desgracias se adosan a ella de forma aleatoria e inevitable; es un
imán aterrador. Sin ser preciso argumentar, me quedo con el primero que hasta
resulta entretenido. Este es perverso, letal, pues personifica el espanto,
aquello que produce en el individuo inquietud, base de toda angustia vital.
Semejante escenario se aprecia e intensifica cada jornada. No vislumbro, y a
veces me corroen pensamientos dramáticos, la meta a que nos llevan nuestros
políticos auxiliados por la actitud irresponsable de nosotros, del pueblo.
Siendo malo el marco
político conformado, me parece peor la actitud personal adoptada por todos los
líderes salvo, pese a las aparentes contradicciones, Albert Rivera quien demuestra
ser una excepción gratificante. Podría considerarse el único oasis del desierto
estéril en que ha convertido el país la caterva de impresentables raptados por
ambiciones ilegítimas o tornadizos pruritos personales. Cierto que el ciudadano
es cómplice necesario pero su responsabilidad queda minimizada por su falta de
poder y convocatoria; en suma, por inhabilitación manifiesta. ¿Podríamos hacer
algo, tomar alguna medida? Con nuestro individualismo anárquico poco, nada.
Percibo solo una solución: abstención o voto en blanco de aquí en adelante. Sé
que necesitamos de una heroicidad similar a la de aquellos ratones que no
encontraban la forma de poner el cascabel al gato.
Rajoy me deja perplejo, maltrata
mi sosiego. Ignoro a estas alturas si es adalid o villano. Me inclino por lo
segundo a consecuencia de ciertos pasos y pleitos. Ha dejado un partido
silente, vinculado a su persona, subyugado. Sin contraste no puede llegarse a
la verdad. Desparecido el método de prueba y error, tenemos la necia visita del
yerro y, por ende, del desastre. Cuatro años de legislatura han bastado para
constatarlo. Encima, don Mariano, miente. Apenas deja salir una verdad pese al aspecto
bonachón, fiable. En un país papista, sus colaboradores cercanos lo superan. Me
divierte y asquea oír a Hernando, Maroto o la señorita Levy. Rechazo que me
supongan imbécil aquellos a quienes costeo una vida edulcorada. Abuso que
deberían satisfacer antes o después. El PP tiene parte de culpa en la
problemática institucional, territorial, social y económica a la que hemos
desembocado. El PSOE es su partenaire necesario. Basta de restregarse la
corrupción y otros defectos como excusa idónea para acallar conciencias y
engañar al potencial elector.
Pedro Sánchez, el terco y
espiritoso señor no, convierte a Zapatero estadista español y europeo de gran
talla pese a aquella trayectoria que sirvió de mofa y escarnio a medio mundo
civilizado. Su conducta retrógrada, novecentista, lleva a España al desastre,
sin recambio o, peor aún, con uno radicalizado, macabro. Desde luego, destaca
como político inepto, indigente, nocivo. Pese a mi negativo concepto general,
jamás pude imaginar que pudiéramos sufrir uno tan especialmente gravoso. Ya, en
su época de tertuliano, dejaba ver un sectarismo ilimitado y nada fructífero.
El intento final de formar gobierno con Podemos e independentistas lo sitúa
fuera de la realidad, a un paso rotundo de hundir el país y el PSOE. Rubalcaba
lo denominó “gobierno Frankenstein”, no sabemos si por lo que supone de ciencia
ficción, fantástico o monstruoso. Le acompaña un grupo que insólitamente
muestra una jibarización pasmosa. Pónganle coto a tanta necedad o perderemos un
partido esencial para la convivencia pacífica. Sánchez terminará siendo el
señor killer.
Podemos y Pablo Iglesias
necesitan pesas especiales para equilibrar la balanza de la ambición espuria.
Aseguro que pueda haber políticos en Francia, Italia o Grecia tan pecadores
como nuestro macho alfa. Pero, como dicen en mi pueblo, los males de otros no agravian
ni intranquilizan. Me preocupa nuestro populista adscrito a un sentido
totalitario del poder. Ni imaginar quiero qué ocurriría si Podemos alcanzara el
poder. Adiós libertades individuales, adiós democracia. Mal venida la soviética
democracia popular. ¡Qué farsa! Siempre lo advierto: Cuidado con los santones.
Me quedo helado. Veo cada
vez más cerca la tormenta. Nos pilla desarmados, ávidos de esperanza, oprimidos
por una conciencia social acomodaticia, cobarde. Restan, debemos esperar,
tiempos de infortunio; aquellos en que se hace patente la sonrisa del diablo.
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