Desde siempre, el ser
humano mortal ha intentado una conexión trascendente o eterna. Probablemente tal
demanda fuera origen del mito en amplias y variadas perspectivas. Los primeros
de ellos, anexos a esa necesidad imperecedera, debieron ser rituales religiosos
y funerarios acordes con manifiestas avideces inmortales. Así se desprende de distintos
objetos (que pudieran servir para la hipotética “mudanza”) encontrados en
necrópolis con más de tres siglos de antigüedad. No en balde, los mitos siempre
pretendieron —en forma de relato imaginario— explicar el origen de las cosas o
códigos conductuales. Parece incuestionable el apoyo y amparo que debió sentir
el hombre, confortado por aquellos, para minimizar angustias y evocaciones, sospecho
todavía livianas, connaturales a la especie.
Es evidente que los
mitos, comunes a civilizaciones destacadas, tuvieron originariamente un componente
religioso. A poco, se fueron humanizando apareciendo una compleja colección de dioses,
dioses menores y sus hijos: titanes, ninfas, héroes, que sirvieron al hombre
para salvar barreras y abandonos. Nuestra cultura greco-romana fue cuna de
mitos valiosos para lograr concordia en aquellos tiempos sombríos. Ignoro si
Zeus, Afrodita, Dionisos o Cronos, dioses del mundo, amor, holganza libertina y
tiempo en Grecia compensaron algo a los griegos aliviando angustias vitales similares
a las presentes, guardando distancias debidas. Desconozco, asimismo, si Minerva
—diosa romana de la inteligencia— realizó iniciativas destacadas (para bien o
para mal) guiando decisiones e ingenios cabales. Temo que su tacañería estuviera
en línea con el momento actual.
Perdida toda pureza social,
pero no suspicacia, aquellos mitos diligentes, benefactores, gratuitos, se han
transformado en quincalla, fantasía inmoderada y onerosa. El hombre conformado
por un estadio real, irrebatible, (vida terrena) y otro hipotético (trascendencia
que evita la razón del absurdo vital) es víctima por igual de “santones” —denominación
particular y actualizada de los mitos— surgidos al socaire. Casi a la par emergieron
unos y otros exclusivamente personalizados, con mayor o menor brillo porque la
seducción proviene de un arraigo secular no de su valor, a duras penas objetivable.
Fuera de aquella época clásica, el Sacro Imperio Romano Germánico convirtió la
Edad Media en un sincretismo mitológico al conjugar lo terrenal y lo religioso imbricados
según exigiera la coyuntura. Señores feudales y eclesiásticos destacados compartían
poder y pleitesía; herencia acorde con los usos consuetudinarios, pero con
incipientes signos de repudio.
Verdad es que la Iglesia
Católica ha concentrado el mito religioso en un solo Dios. Tal observación, condensadas
las zozobras, roto el cautivador arrebato de tiempos pretéritos, ha hecho que cambiemos
—tal vez maticemos— ciertos perfiles sin abandonar ninguno de los contenidos clave.
La Iglesia, que como institución se convierte en puro contrasentido, sigue indicando
aquel camino religioso para idealizar una vida perpetua, alentadora dentro de
su límite terrenal. El escepticismo surge (aparte diluir apremios espirituales)
al comprobar que hoy no hay Olimpo, que aquellos dioses sin tacha han mutado en
hombres menguados de virtudes; incluso llenos de extravíos mundanales. ¿Niego así
la existencia de religiosos íntegros, consagrados por completo a sus
congéneres? En absoluto, expreso unos sentimientos firmes, sólidos, aunque opuestos
a los observados por mis deudos maternos, con alguna excepción.
Cuando la vida se circunscribe
a un horizonte inmediato —a veces incierto, decadente, caótico— el individuo desorientado
se entrega a mitos comunes, anodinos, si no frustrantes. Cada cual echa mano de
los que le ayudan a vislumbrar ilusorias realidades o subsistencias legendarias.
¿Quién no se sintió Pedrín (compañero de Roberto Alcázar), el guerrero del
antifaz o el capitán trueno, en sus años infantiles? Con los tiempos, acabado el
ardor émulo, aparecían personajes de carne y hueso capaces de ayudarnos a
recorrer de forma virtual senderos y trochas. Elogiamos a deportistas, toreros,
cantantes, etc. en fin, personajes preclaros cuya admiración y ejemplo mitigan
hambres íntimas, aunque luego resultaran difíciles de digerir y provocaran amargos
desencantos. Finalmente, a cierta edad, uno solo siente apego por Esculapio, dios
romano de la salud.
Quede claro que mis estimaciones
son aplicables —de forma singular— a quienes nacimos en los cuarenta o
cincuenta del siglo pasado; individuos marcados, casi a fuego y
mayoritariamente, por un estoicismo vigoroso, cauto. Aquellos viejos mitos que satisfacían
nuestra infancia provenían de héroes de viñeta, junto a descripciones,
principios e iniciativas que nos impregnaban los allegados con humildad no
exenta de paciencia y entrega. Ahora (perdida toda influencia, sometida al
efecto devastador de una reacción involucionista), la sociedad se decanta por
abandonar los mitos para instruirse con prototipos indigentes e indocumentados
que llevan irremisiblemente a la miseria y al caos absoluto. Lo curioso es que
son modelos superados, caducos, obsoletos, cuyo fracaso se sigue ocultando, con
eficacia insólita, de manera incomprensible.
Etiquetas: progresista,
facha, antifascista; conceptos: progreso, feminismo, cambio climático, extremo;
personajes: Iglesias, Sánchez, Bárcenas, Hasel y una extensísima baraja,
conforman a la sazón celebridades, estrellas, que provocan obtusos índices de acatamiento
o movilización. Quizás pueda advertirse, al fondo, un elevado índice de
cretinismo. He expresado en varias ocasiones, y lo repito, que los regímenes
totalitarios, tiránicos (aparte los de nuevo cuño), poseen un cimiento
socialista. Lenin y otros cabecillas bolcheviques provenían del Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia. Mussolini era afiliado al Partido Socialista
Italiano. Hitler era miembro del Partido Obrero Alemán, con posterioridad Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán. El capitalismo, a lo sumo, ha producido sistemas
autocráticos de mayor o menor crueldad según el proceder del caudillo autócrata.
Espero que la Historia esté ayuna de controversia argumental. ¡Hasta ahí podíamos
llegar!
Me parece increíble que
un individuo juzgado y condenado pueda provocar manifestaciones que terminan en
barbarie y saqueo. Comparto la falta de futuro que se cierne sobre un amplio
sector de la población, pero ¿por qué asentar esas reivindicaciones en la libertad
de alguien y encubrir su germen real? ¿Por qué no se intenta detener gestiones
politizadas e ineficaces en áreas correspondientes a salud y economía? ¿Por qué
no se pone coto al enorme despilfarro en nepotismo y “puertas giratorias” de
empresas públicas? Estos mensajes, según compendios elementales de la praxis
revolucionaria, serían lemas razonados en manifestaciones que motivaran la mejora
de sus expectativas, pero no (que también si fuera preciso) pedir libertad de
expresión, verdadera zanahoria colgada al extremo del palo. ¿Alguien entienda
que el PSOE —coaligado con Unidas Podemos, partido de extrema izquierda— pida
al resto un cordón sanitario contra Vox? Estos mitos recientes, políticos, “democráticos”, nos llevarán al abismo.