viernes, 30 de noviembre de 2018

DELITOS PENALES Y LABERINTOS INACEPTABLES


Quien opine que los medios cumplen, excelsos, únicamente su misión de informar, se equivoca de medio a medio. Todavía desconozco las razones, pero el periodismo actúa como asistente -supongo bien pagado- del político. Despliega calcados afanes cuando seduce raciocinios, doblega criterios, para conseguir los mismos objetivos que ellos. Hoy predominan programas donde cualquier mensaje queda viciado por opiniones ex cátedra, fervientes, fanáticas. Ayuno de lectura y crítica, el individuo llano, algo vetusto, nutre su alma política, elemento de impulso electoral, consumiendo solo medios audiovisuales. Conforma, así, una conciencia infecta, un mosaico mental montado con teselas falsas. Completado el programa de ingeniería social acometido hace décadas, nuestro pueblo adora supercherías, ídolos a mayor gloria, mientras desprecia verdades concluyentes pero tergiversadas. 

Días atrás, la jueza del caso Máster procesó a Cristina Cifuentes por falsedad documental y archivó la causa contra Carmen Montón. Así debió consignarse en cualquier medio, noticia escueta o ampliada, pero no; qué va. Vinieron raudos, voraces, conocidos carroñeros a darse un botín aparatoso, espectacular, ad hoc. El marco elegido fue una televisión que enfatiza los peores vicios procedentes de una derecha no más disoluta que el resto de siglas. Durante dos horas largas se sembraron apreciaciones unidireccionales, probablemente hiperbólicas y, por supuesto, creadoras de opinión fraudulenta. He observado en múltiples ocasiones cómo parecidas reseñas tienen opuesto tratamiento según a qué sigla afecte. Argumentación y cinismo acuden al yugo progre para conseguir un maridaje canallesco.

Debemos suponer imparcialidad absoluta en jueces y fiscales. Imputar delitos penales, acarreadores de prisión, exige dominio, excelencia, comedimiento. Sé que la ley abarca recovecos impenetrables para el personal lego; de ahí que surjan procedimientos o sentencias extraños. Sin embargo, a veces, se utilizan razones curiosas para enjuiciar, quizás sobreseer, asuntos a priori parejos. Tal circunstancia, de difícil filiación, hipoteca todo crédito judicial bastante ajado por acontecimientos cercanos. Pedro Sánchez y algunos ministros, presuntamente, han estampado falsedades en diferentes documentos públicos sin que ello les haya supuesto ningún proceso legislativo ni político. Con absoluta certeza, nadie ha visto indicios ni evidencias de actuación ilegal, así como tampoco la presión mediática impone consideraciones anejas. En política, si no hay resonancia, los hechos pasan desapercibidos e impunes. Eso constata, al menos, mi dilatada experiencia.

Acepto que cualquier medio delate a ilegales y corruptos (reos penales) sin concesiones a la galería. Refuto, no obstante, toda versión maniquea por su esencia indigna y efecto retorcido. Quienes somos propensos a tertulias y debates conocemos el paño que enmascara determinada ideología. Diría, ahíto de razones, que Sexta y Trece TV acunan a la izquierda -más o menos radical- amén de una derecha heterodoxa. Ambas ofrecen similar proselitismo obviando excesos de siglas cofrades, las ideologías desaparecieron hace tiempo. Aquí no existe error ni desesperanza, nos ponemos a disposición de medios genuinos, francos. Ellos saben también que les asiste una feligresía neta, rigurosa, incendiaria, abierta al sermón cotidiano. Poco a poco caen vendas y su labor doctrinal alienta solo a convictos; el resto conformamos un share en descenso.

Rosa María Mateo (sus declaraciones complementarias) y el señor Duque (condonado, al parecer, de una sanción fiscal importante), aparte otros miembros destacados del PSOE, han cometido irregularidades si no supuestos delitos penales por falsear documentos fiscales; es decir, públicos. Pretendo únicamente expresar diferencias en los tratamientos mediáticos de estas personas respecto de aquellas pertenecientes al PP. Tales contrastes, encierran una corrupción democrática más transcendental que las habituales dinerarias. Como procede del denominado cuarto poder, agrava más si cabe el efecto por olvidar su deontología periodística y de contrapeso. Esta deslegitimación potencia el desgarro entre prensa y sociedad, abocándose sin remedio a programas triviales, ramplones, germen de una frivolidad perfilada, asimismo alarmante.

Estos cismas -difícilmente digeribles- vienen acompañados de múltiples embrollos, tal vez tejemanejes y siempre etiquetas capciosas, que embarran todavía más el campo político-social. Ustedes, amables lectores, conocen casos capaces de despertar sentimientos encontrados. Desde arcadas repugnantes a conmiseración comprensiva, benevolente. En sus manifestaciones son tan intransigentes, tan patéticos, que ante ellas surgen pálpitos diversos, encadenados a un tira y afloja paradójico, humano. Se deben al titular, a ese eco ampuloso, rentable, que codicia cualquier prócer si quiere trepar alto.  Algunos, incluso, exceden la indigencia para rozar directamente el delito. Vienen a colación las palabras infértiles, áridas, pueriles, de Lorena Yusta (afiliada inédita al PSOE de Villaverde) dirigidas a Casado por pronunciarse “impúdicamente” -cuando expuso condiciones lógicas- contra la migración: “El que siembra miseria recoge bombas lapa”. A la política humilde, minúscula, presuntamente le pudo un ADN invasivo o quiso congeniarse, arribismo en ristre, con sus “mayores”.

Dentro del embrollo nacional, finalmente llegan los botarates “gana garbanzos” (si se piensa que el vocablo botarate implica ofensa o insulto, yo digo con Valle Inclán que es una definición). Constituyen un colectivo amplio, exaltado, mozo de la cuerda “progre”. Asistidos por una inadecuada libertad de expresión, ya que suelen mancillarla, se sienten impelidos a atentar moralmente contra quienes no piensan como ellos escarneciendo símbolos nacionales, instituciones que desdeñan, siglas recusadas y doctrinas negadas. Muchos españoles, también tenemos nuestros entes refractarios no venteados ni propicios para conseguir un sustento cobarde. Defienden los derechos humanos, dicen; el problema sobreviene cuando solo ellos deciden quienes son humanos. Léase aquí Dani Mateo y otros esforzados bufones desmañados que claman democracia al amparo de nuestra democracia. Estamos insertos en un laberinto inaceptable.

viernes, 23 de noviembre de 2018

DE VÍSCERAS Y DE COLORES


Cuando hace unos días se me ocurrió el título, jamás pensé que utilizara el vocablo inicial en sentido drástico. Porque hoy tomaron el Parlamento, cuanto a fondo y forma, cual si fuera una vulgar taberna de barrio. Salieron a relucir expresiones “agudas”, hijas del “recogimiento y la cordura”. Vi al señor Tardá -yugular hinchada, presa de desubicada orquitis- expeler con malos modos la palabra fascista contra Albert Rivera. Callo, por principios estéticos, aun éticos, la intervención del diputado Rufián y los pormenores del presunto escupitajo a Borrell. Sea como fuere, no cabe duda de que lo expuesto diverge totalmente del epígrafe porque estos señores llenan su cráneo de sustancia imprecisa, alejada de cualquier víscera.

Respecto al apéndice histórico del fusilamiento de Company por un golpista (Franco), arquetipo victimista de ERC, voy a mencionar tres fechas: cinco de mayo de mil setecientos ochenta y nueve, inicio de la Revolución Francesa; cinco de octubre de mil novecientos treinta y cuatro, Revolución de Asturias; cinco de mayo de mil novecientos treinta y siete, revolución anarquista y POUM contra el gobierno de Company. Ni quito ni pongo rey, son fechas de alzamientos históricos sin posible manipulación interesada. Las reseñas relativas a distintas consecuencias, y juicios de valor ideológico, pueden o no ceñirse a la lógica de tales hechos por otro lado incuestionables. Añado que la provocación suele cabalgar a lomos de la inconsistencia. 

Rompiendo toda cautela, debo empezar por lo más inmediato y alarmante. Aludo a partidos minoritarios -sin representación parlamentaria en ocasiones- entre ellos los nacionalismos catalán, vasco, navarro, valenciano, mallorquín y riojano. Su tonalidad cromática acoge, indistintamente, al negro aciago o al blanco candor. El primer grupo incluiría, desde mi punto de vista, JXCAT, ERC, PNV y Bildu. Al segundo Compromís, el PSC, con matices, acompañado de otros como PSN-PSOE, Partido Socialista de Mallorca-Entesa (PSM-Entesa) y En Comú. He decidido identificar con el color negro a aquellos, por las significativas sombras de unos y el pasado sangriento de otros. Los segundos, gamas de PSOE y Podemos, muestran un candor virginal, grato, apreciado. Aunque desarrollan un enanismo enraizado, protagonizan el curso de los acontecimientos.

Sin embargo, PSOE y PP -en este orden- acumulan la responsabilidad plena del escenario actual. Sí, rojos y azules llevan cuarenta años no solo con desencuentros perversos sino con beligerancias onerosas. Tripas y testosterona guiaron cualquier intento de pacto. Fue imposible llegar a acuerdos amplios para conseguir una ley electoral justa con los partidos y con el país. El Parlamento debería elegirse mediante una circunscripción electoral única. La Cámara Territorial (Senado) podría tener tantas circunscripciones como Autonomías. Por otro lado, si estas fueran divisiones solo administrativas muchas competencias perdidas serían hoy estatales. Ahorraríamos dinero, disgustos y graves conflictos institucionales. No obstante, se ponen de lado cuando no exhiben pomposos y retóricos sacrificios personales en aras al Estado de Bienestar. Hipócritas, gorrones.

Nacionalismos radicales, inexistencia de pacto educativo y voraz elección de órganos judiciales, entre otros, se deben a la longeva ineptitud de PSOE y PP, englobando además cierta obcecación testicular. El independentismo dice poseer un mandato democrático de la sociedad catalana mientras esta coyuntura amasa cuarenta años de manipulación escolar con la anuencia cómplice, displicente e irresponsable, de ambos. En este mismo momento, observamos exquisitas e innumerables melindres hechas al desbordamiento independentista por parte de un presidente, al menos, contradictorio. No me extrañaría que el PP dedicara, en parecida ocasión, equiparables deferencias. A veces, el corazón constitucionalista es un viejo olvidado, casi maldito, y el color patrio se desvanece al contacto con los billetes. 

Por este motivo, cuando oigo al político de turno proclamar cómo se sacrifica por España y los españoles me entran ganas de vomitar. Mis lectores saben que soy un abstencionista convencido y esas estupideces acentúan tal disposición. Agradezco a tanto indocumentado que me ofrezca argumentos irrefutables para mandarlos a hacer puñetas, vocablo ahora de moda. Pese a los yerros -tal vez lúcidos- de PSOE y PP, el partido morado (agreste donde los haya) les supera en la insólita tarea de resquebrajar los cimientos nacionales que se han ido consolidando a lo largo de siglos. Poco a poco, sibilinamente, pretenden astillar leyes, costumbres y bondades, bajo el advenimiento de nuevas soluciones incorporadas a viejas imposturas.  

Podemos muestra tantas ansias de poder que ansía ocupar cualquier resorte: legislativo, ejecutivo, judicial. Contra lo que predica (el sumo sacerdote siempre está subido al púlpito mediático) abraza descaradamente el poder íntegro, aunque la sociedad acumulase, con evidente mentecatez, miseria y esclavitud. Dicen que el color morado, fruto de la mezcla azul-rojo, es tonalidad penitente. Pudiera ser, pero para élites exclusivas -alejadas del común, de toda connotación religiosa, llenas además de pragmatismo- trae vetas mágicas, soberanas, rutilantes. Nada emerge por generación espontánea, siempre existen razones a veces ilógicas, sublimes o pedestres, que operan de motor oportuno. En este caso, vienen prontas perfiladas por fábulas que atraen bajas pasiones y estómagos hambrientos. Llega la hora nauseabunda de las vísceras.

Finalizo con el color naranja; limpio, todavía libre de contaminación, arrastra fama de inestable por algún vaivén incomprendido. Mezcla de rojo y amarillo, se le considera reflejo de la sociabilidad y de la alegría. Constituye, empero, el tridente sólido, sensato, en el gobierno de España. Rojo, azul y naranja, apareados -a voluntad del ciudadano- debieran formar el ejecutivo y la oposición con verdadero sentido democrático. Infiero espinoso extinguir de forma inmediata las afecciones putrefactas, pero ahora mismo se hace imprescindible eliminarlas, es conditio sine quanon, para disfrutar una democracia auténtica. Contrariamente, alimentaríamos el color morado cuyas rastreras vísceras atiborradas, perniciosas, potencialmente más corrompidas, pondrían en grave riesgo la convivencia. Así de real y de factible. Pese a sutil estrategia carroñera, el dogal está en manos del tridente y en las nuestras.

viernes, 16 de noviembre de 2018

CLASE POLÍTICA


El poder es un ideal que quien lo alcanza consume parte de él en conseguir difuminarlo a fin de no despertar codicia. Inflama asimismo la lucha permanente para obtenerlo sin estimar costes ni medios, aun lesivos e ignominiosos. Tanto, que resulta imposible encontrar cercanos a su área de influencia ni idealistas ni filósofos; solo individuos roídos por ese apetito insaciable. Se halla en diferentes albañales, mancebías y dogmas, donde personajes ebrios, cínicos, histriónicos, sinvergüenzas, enajenados por inmensos desenfrenos, le sirven de alimento y coartada. Porque el poder seduce al hombre con cánticos de sirena y lo esclaviza, mientras parece darle las llaves maestras que abren todas las puertas. Terrible engaño: conquista una jaula de oro, invisible a los ojos físicos, en cuyo interior -lleno de gozo áureo- vive oprimido, perdida toda libertad (basamento humano), toda encarnadura ética, mientras sucumbe lentamente a ese despotismo imperecedero.

¿Por qué entonces, se me preguntará, hay tantos seres que prefieren desplegar un poder dictador, valga la redundancia? No tengo respuesta al hipotético interrogante, porque para mí es incomprensible, pero vislumbro ciertos desequilibrios adscritos a entendimiento y voluntad. Mientras el poder comporta la resultante adictiva, infame, de un atajo terrible, su ausencia esconde venturas plácidas, inobservables para los que poseen entendimiento impuro y voluntad atormentada. Quienes logran poseerlo han de franquear puertas terribles, vergonzosas. He aquí sus nombres: Amoral, traicionera, indecente, postiza, frívola. Si fuera preciso también cruzarían la definitiva, llamada violencia. Solo una élite, subyugada ante su presencia, abandona el gran grupo para aislarse en aquella jaula dorada que al final debe ahogar a los protagonistas de tan burdo trueque. Actuar como Fausto siempre conlleva un sobreprecio.

De los sesgos que toma el poder, hoy haré mención al poder político; es decir, el conformado por prebostes adscritos a ideologías cambiantes, ahora sintetizadas bajo el epíteto de “transversales”. Al fin y al cabo, pese a brindis populistas, inútiles, el poder presenta múltiples facetas y una sola sustancia. Poderes con entidad, financieros o grandes empresarios, merecen pocos o ningún rechazo porque nos pillan lejanos. Si acaso sufren embestidas (nunca mejor dicho) provienen de políticos demagogos cuya fachada sirve, como dicen en mi pueblo, para un roto y un descosido. Son políticos “palabricas”, término murciano y que he escuchado en La Manga donde me ubico por unos días. El hotel, pequeño, casi familiar, destaca por un buen yantar mientras el ocio queda oficiado por la gentil María, muy agradable y eficiente en su quehacer de animación. Tras esta digresión, me explico. “Palabricas” es el vocablo con que bautizan aquí al prócer parlanchín, impenitente, pero remiso a la hora de actuar.  

Todo sujeto fiscal -llamado ampulosamente ciudadano- censura cualquier poder político, discriminando con sensibilidad estúpida a los suyos de los antagonistas. Son incapaces de comprender que todos somos sus opositores. El poder político constituye una clase social, quizás antisocial, que repudia y necesita la muchedumbre ajustando orden e intensidad. Inexisten excepciones o salvedades por mucho que auténticos seductores asciendan al púlpito, siempre en épocas de crisis. Estamos rodeados de “palabricas” que encienden pasiones y luego pretenden argumentar con lógica virtuosa el porqué de finales frustrantes. Aun los anticlasistas más indomables (de nombre) se avienen al calor, a los privilegios de clase, que les otorga un predominio grato, cómodo, acogedor. Pasan desapercibidos porque su grey peca de excesiva fe y ven en ellos, tal vez con ojos virtuales, solo prodigalidad. Sus abundantes escarceos con la incoherencia concluyen sin secuelas electorales.  

Podemos constata sin empacho su apego al poder. Olvida discursos pretéritos en los que se presentaba como un partido anticasta, huérfano de puertas giratorias y pretensiones. A la primera de cambio, deja principios y pruritos sobrios para apuntar los mismos atropellos antiestéticos, parecida falta de austeridad. Pese a promesas y prédicas con ofertas para la regeneración democrática, ha participado en el indecoroso hábito de elegir aquellos jueces que conforman los órganos de poder judicial. Al mismo tiempo, y con la misma avidez, manosea radio televisión española omitiendo viejos empeños de imparcialidad cuando estaban en la oposición. Para no perder otras prerrogativas personales e impúdicas, Pablo M. Iglesias va de la Meca a Medina, o viceversa, con objeto de aprobar unos presupuestos que le son vitales. ¿Elecciones anticipadas? No lo piensan ni él ni Sánchez.

Patrick Rothfuss, escritor norteamericano, ha dicho: “El poder está bien, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y la estupidez juntos son peligrosos”. Este país lleva decenios sufriendo dicha confluencia con ascetismo, quizás con desaliento. Hay un despego, una disonancia, cada vez mayor entre el poder político -ensimismado, distante, especulador, al fin clase repelente- y una sociedad desdeñada, metafórica carne de cañón. A nadie puede extrañar que se manifieste algo encanallada al comprobar cuánta morralla cubre el papel gobernante. Sé que la señora Calvo es vieja protagonista de esperpentos dialécticos. Ayer, sin ir más lejos, anunció la bondad del cambio de hora porque “ayuda como resistencia al machismo”. En mi pueblo, gente noble pero bestia, dirían “qué tienen que ver los co…. para comer trigo”.

Resulta indigesto, además de absurdo, inoperante, el que nuestros políticos embistan (qué vocablo tan oportuno) unos a otros para disimular complejos e ineptitudes. Deberían conocer la masiva pretensión social de que Sanidad y Educación, al menos, ofrecieran gestión nacional. Ni caso, oídos sordos es su única respuesta recurrente. Nos estamos acostumbrando a la nada con envoltura atractiva. El señor Sánchez hace hincapié en la exhumación de Franco, bajada de IVA en prendas íntimas femeninas y enseñar la patita censora como advertencia por si a alguien se le ocurre sacar los pies del tiesto. ¡Ah! y avanzar con treinta años de antelación su extraordinario interés en garantizar la pureza medioambiental. Me recuerda aquellas viejas inquietudes por el cambio climático y la alianza de civilizaciones tan explotadas por aquel estadista llamado Zapatero. ¡Qué clase con tan poca clase!

viernes, 9 de noviembre de 2018

SENTENCIAS Y RÉDITOS ESPURIOS


España siempre ha sido un país de sentencias, porque aquí no solo juzgan los jueces; a nuestros ciudadanos les obsesiona pronunciarse rotundamente ante cualquier tema. Ningún pueblo, que yo conozca, ofrece al mundo esa compilación popular de tanta raigambre como es un refranero. No consiste en un extracto literario al decir de bastantes expertos, no; más bien constituye el prontuario filosófico que nos permite enfocar la vida desde amplias referencias vitales. Añadamos el hecho insólito de que los autores, en vez de pasarse años lucubrando sobre el ser y su entorno, cimentaron sus dictámenes sobre observaciones y sentido común. Sin embargo, semejante preferencia, huérfana de toda requisitoria habitual, obtuvo respuestas válidas durante siglos. Solo una sociedad adormecida e inculta tras magistral ingeniería, puso fin al curtido concierto refrán- rumbo vital.

Hoy ha emergido un linaje que coopera con los legítimos árbitros de forma ilegal, desvalijando toda deontología: medios audiovisuales. Estos, por principio, deben acometer el papel sustantivo de informar sin límites ni regates ideológicos, fiscalizar el poder. Pese a ello, cada vez con mayor fuerza aparecen comunicadores radicales, fanáticos, armados de un dogmatismo devastador, que corrompen la conciencia social debilitando -al mismo tiempo- el sistema democrático. Hace un instante, la televisión (entrevistando a la portavoz del PSOE, y por su boca) juzgaba al PP de partido infecto, ultra, casi nazi; una piltrafa. Tal pretensión de achacar al rival todos los vicios y peligros, implica desdibujar cuando no impedir la alternancia política, esencia de toda democracia escrupulosa. Ya no se limitan a disputar con nobleza el voto, procuran por medios casi ilícitos eliminar al adversario, incluso con pactos de dudosa calidad democrática.

Dos sentencias judiciales marcan un antes y un después en el pelaje democrático de ciertos partidos. La primera se refiere a las medidas preventivas adoptadas contra políticos catalanes que participaron con arrebato en aquella declaración unilateral, folklórica, de independencia. La otra, harto desatinada, condujo al hazmerreir -aborigen y extranjero- anterior a la resolución final. Cierto que el desprestigio anidó dentro del propio tribunal, verídico el absurdo esfuerzo con que se puso la soga al cuello. No obstante, instituciones, partidos y políticos, potenciaron irresponsablemente tan monumental yerro. Hasta Pedro Sánchez, en gesto inusual, al día siguiente afirmó que el AJD (Acto Jurídico Documentado), un impuesto del año mil novecientos noventa y tres, que supone el setenta por ciento de los gastos notariales, lo pagarían los bancos. Además de subvertir la autoridad del Tribunal Supremo, grave atentado democrático, para justificar a futuro un indulto fraudulento, miente a sabiendas porque al final los bancos lo repercutirán sobre las hipotecas.

Ignoro qué interés muestra nuestro presidente, sobre todo el PSOE, de deslegitimar instituciones fundamentales para el sistema democrático. Empieza por partidos rivales (PP, Ciudadanos, Vox) y poder judicial, mientras trata con cierta intemperancia a las fuerzas de seguridad. Vislumbro vagas intenciones de resucitar un aciago frente popular para satisfacer aviesas intenciones de todos. Pedro Sánchez seguiría en La Moncloa; Pablo M. Iglesias detentaría la vicepresidencia real, gozando de un poder que nunca consentirían las urnas; los independentistas catalanes lograrían indultos, competencias y dinero; PNV junto a otros tendrían papeles protagonistas en la política vasca. Y aún hay quienes, dueños de un cinismo insultante, afirman que ellos (los anteriores, sobre todo PSOE) trabajan para el ciudadano y no como otros que solo miran el voto. España, sus habitantes, les importa un bledo. ¿Está en perspectiva una democracia popular?

Brotan como hongos sentencias dictadas -y no es vocablo candoroso- por personajes, personajillos y chiquilicuatres. Ustedes los integrarán en el grupo de su agrado. Un PSOE  exquisito acusa a PP y Ciudadanos (por llevar a Sánchez para que explique su negra y plagiada tesis, presuntamente) de utilizar el Senado a favor de sus intereses. Niego que esos intereses sean distintos a los de PSOE y Podemos (junto a otros socios) por llevar al Congreso a destacados líderes de PP por un caso inmerso en la vía judicial. JXCAT, antigua CiU, pone en duda la imparcialidad del Supremo. No lo dirá por los innumerables casos jurídicos en los que bracea dicho partido o alguno de sus dirigentes históricos. Echenique divulga que Casado mancha de cloacas la democracia porque ganó con apoyo de Cospedal. ¡Soberbio!

Pese a todo, hay dos informaciones-declaraciones-sentencias que me inquietan profundamente. Noticia: “Decenas de profesores y varias universidades se unen al referéndum sobre la monarquía de la Autónoma de Madrid”. Declaración: “Un gobierno decente tiene que convertir la voluntad popular en una ley”, Pablo M. Iglesias dixit. Ambas iluminan la antesala a un chavismo, peor todavía, a un comunismo sin biombo que pone en riesgo la democracia. Estos sistemas tienen normas, aprobadas por mayoría, que garantizan el cumplimiento de la Ley y la separación de poderes. Cualquier intento que atente contra dichos principios contiene semillas antidemocráticas. Pareciera que se pretende ganar (con el concurso impagable de altavoces mediáticos) una guerra perdida hace ochenta años, aunque ello conlleve dolor y miseria.

Semejantes jueces (sin toga) ex cátedra, demagogos, populistas, crean y siembran sentencias, principios éticos y políticos, que incumplen descaradamente sin perder por ello prestancia -algo personal- ni seducción, indicativo ajeno a uno mismo. Mantienen intactos, superando hipocresías, corrupciones (incluso dinerarias) y tejemanejes diversos, los réditos que les concede una sociedad demasiado inconsciente. Nadie sensato, lógico, puede explicarse que la gente acepte de buen grado, y a los resultados electorales me remito, el hecho (infumable en democracia) de que un político, Echenique, amenace con salir a la calle si los jueces del Supremo dan razón a la Banca. Todo el conjunto de injerencias ilegítimas, buscan el rédito fácil, espurio, populista, propio de las crisis. ¡Cuánta ignominia acompaña al sillón!

Falta esa sentencia terminante del ciudadano que suele pronunciarse en política poco y mal. Lo apetezco para que no se cumpla el adagio de Michael Moore: “Si vuelves a la gente estúpida votarán a un estúpido”. Espero que algún día los réditos dejen de ser espurios y sean percibidos por su auténtico impositor, la sociedad

viernes, 2 de noviembre de 2018

DEMOCRACIA Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN, ¿CUÁNDO?


Relativismo, conciencia social terciada, tal vez impulso irreflexivo, nos acercan al concepto integral, sugerente, fructífero, pero no siempre veraz. Ocurre con el vocablo democracia, instalado en la sociedad con fines engañosos. Se abusa incondicionalmente de aquel famoso alegato dicho por Churchill: “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. Nada que añadir salvo el hecho de renunciar a la mínima exigencia sobre qué democracia queremos. Porque no todas sirven ni se ajustan al modelo primigenio gestado en Grecia -hace siglos- y corrompido con excesivo disfrute. A veces, este sistema (encomiado hasta la saciedad) sufre tal cambio que, como dijo Alfonso Guerra respecto a España, no lo conoce ni la madre que lo parió. No solo padece el comercio negro, antisocial, para convertirlo en despojos infames; también las lógicas comparaciones con otros regímenes solos o anejos a coyunturas especiales.

Efectivamente, distintos prohombres se han situado en el polo opuesto a Churchill. Thomas Jefferson, político republicano, sentenció: “La democracia no es más que el gobierno de las masas, donde el cincuenta y uno por ciento de la gente puede lanzar por la borda los derechos del otro cuarenta y nueve por ciento”. En parecidos términos se manifestó Edmund Burke, padre del liberalismo. Castelao, nacionalista gallego, apuntó que el pueblo solo es soberano el día de las elecciones. Hay quienes, exaltados, excesivos, avivan el debate rompiendo moldes. Considero poco rigurosas expresiones como la de Ruy Barbosa, político brasileño: “La peor de las democracias es mil veces preferible a la mejor de las dictaduras”. Sin matices porque el mensaje elimina cualquier intento de convergencia. Dibuja un maniqueísmo a todas luces insensato, embaucador. Sin embargo, Ayn Rand -escritor demócrata norteamericano- sugería que una dictadura benevolente sería un mejor sistema de gobierno para resolver las crisis. El crac de mil novecientos veintinueve condujo al nazismo y al estalinismo.

A lo largo de los tiempos, hubo sistemas políticos diversos en fundamento y eficacia. Al fondo de todos ellos aparece una irresistible ambición de poder, excusada tras un chinesco biombo de servicio al individuo; porque el poder se retroalimenta, tiene principio y fin en sí mismo. Carece de rostro, objetivos y sentimientos; devora al hombre convirtiéndolo en instrumento, a veces sanguinario. Ha recibido diferentes nombres: Democracia, monarquía, aristocracia, oligarquía, teocracia, dictadura, entre otros. Un falso coro de veleidades, donde voluntarismo reminiscente y seducción no terminan de cuajar. Allá, al fondo, la Historia nos deja claro que solo existen aristocracia y dictadura en sus diversos formatos o culminaciones. Es evidente que el poder ni se divide ni se comparte; por este motivo lo ejerce una minoría, sometida al líder, o directamente un dictador. Cualquier fórmula distinta constituye una convocatoria perfecta, sublime, a parecida opresión.

Si nos ceñimos a esta piel de toro, seca y ceñuda, aparecen ingentes razones que convalidan lo expuesto en el párrafo anterior. Ningún país medianamente serio consentiría tráfico de votos para alcanzar un poder negado, a priori, por las urnas. Aquí, se permiten trasiegos, componendas, amancebamientos insólitos y traiciones, expiando apenas peaje alguno, sin excesivo costo electoral. No en vano, por estos pagos afloraron la picaresca y un Patio de Monipodio gratis et amore. Salvando las mayorías, desde el primer segundo la Transición consintió trueques e intrigas que ahogaron toda esperanza de conseguir una democracia homologable a aquellas que saborean naciones ricas y punteras de Europa. Los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) conforman el área iletrada, mísera, putrefacta. Todavía peor, no se observan visos de cambios sustanciales.

La puntilla definitiva viene del tándem Sánchez-Iglesias con cuadrillas que rechinan al precepto taurino. Pedro, siente arcadas independentistas por alimentarse de refritos caducados. Iglesias, enemigo declarado de las democracias liberales (al punto, no existen otras), nota mareos indigestos por tomar provisiones excesivamente patrióticas. Ambos, sin quitarse ojo, pretenden acumular poder jugando a los bolos. Todavía es pronto -porque ninguno se siente fuerte- para ver quién tumba a quién. Ahora se utilizan los dos, pero enseguida divergirán sus estrategias. Pablo no quiere porque es la única andadura que desagravia su ego insaciable. Solo, excluido, degustaría una tenebrosa oscuridad bajo el crepúsculo sombrío de alguna televisión furtiva. El PSOE se siente partido de gobierno, protagonista de un poder probable si renuncia a los aspavientos sobrevenidos y lo hará.

Descuidar las formas democráticas, se dice, es incompatible con un régimen de libertades. Llevamos cuarenta años transitando por la senda democrática y en contadas ocasiones han sido guardadas. ¿Quiere esto decir que apenas hemos conocido aquel sistema tan ansiado? Probablemente, pero si hubieran sido observadas con extrema exquisitez, tampoco. Nunca una forma puede sustituir a la sustancia y de esta sí que nos hemos sentido indigentes. Yo, al menos. No importa que Sánchez agreda a Castellanos, a Rivera o viceversa. Las actitudes que exhiben, más allá de síntomas, son efervescencias específicas de la enfermedad. Por otra parte, han desfigurado la democracia efectiva convirtiéndola en caricatura esperpéntica. Nos han construido un monumento de cartón piedra sin nada detrás, hueco, en cuya única pared destaca con egregios caracteres el vocablo democracia. Pura apariencia, puro embeleco.

Convienen destacar, asimismo, los esfuerzos que hacen todos los políticos por silenciar aquellos ecos que no les son favorables. Comúnmente se empeñan en controlar medios y periodistas, adscritos mayoritariamente a la izquierda dogmática o progresía de prurito y cartera. Si no lo consiguen, lastran su economía cuando no proponen leyes que castiguen semejante osadía. A tal grado se llega que Iglesias, he leído, pide no condenar a los políticos presos catalanes, pero sí a Inda y a Jiménez Losantos. ¿Puede aceptarse tamaño episodio contra la libertad de expresión? Ateniéndonos al deseo de Pablo Manuel, y algunos otros expresados con anterioridad, podemos advertir hasta donde estarían dispuestos estos populistas si llegaran a conseguir el poder auténtico. Por esta libertad de expresión a trompicones, no es descabellado, ni mucho menos, la cabecera que da entrada al artículo.