viernes, 28 de octubre de 2022

DOPAJE ANTIDEMOCRÁTICO

 

Hace años se puso de moda política la expresión “dopaje” para indicar que cierto partido o partidos concurrían a las elecciones con medios económicos fuera del concierto oficial. Recuerdo a cabecillas de Podemos, luego ministros y ministras (en curso todavía), echando pestes de Rajoy por presuntas irregularidades o ilegalidades que conformaron el caso Púnica. En el fondo suponían doscientos cincuenta mil euros declarados, presuntamente, en facturas falsas. Ahora llevamos meses de precampaña en donde el ejecutivo social-comunista, sin excepción, gasta millones bajo el biombo sospechoso de realizar dispendios huérfanos de justificación sin otra finalidad, dicen, que satisfacer el bienestar social y dar cumplimiento a su facultad gubernativa. Además de raseros diferentes, según la ocasión y relevancia, exhiben un cinismo notorio, histórico, terco.

Si bien ahora sorprende el silencio estruendoso de aquella todavía élite universitaria, no se queda atrás la magnitud de las cifras barajadas, y eso que solo estamos en los inicios. Confrontar un cuarto contra varias decenas de millones —ya dilapidados y a la vista del año electoral que nos espera—  parecería maniobra insólita, absurda, propia de una casta inmunda. Lo más grave, sin embargo, y de ahí su vileza antidemocrática, constituye el origen del dinero que permite obtener ventajas inequívocas. En el caso de Rajoy, de forma más o menos irregular (incluso ilegal, a las malas), procedía de donaciones particulares. Este del progresismo social-comunista procede de la caja común, de todos los españoles, y que alguna ministra, “experta” en derecho constitucional, aseguraba que no era de nadie. Con semejante análisis, hablar de malversación sería un disparate.

Además del sigilo oficial —que atenta contra cualquier portal de transparencia harto publicitado— el mutismo transgresor (ese que descubre los auténticos intereses u objetivos de quienes suelen proclamarse garantes de las gentes) es la respuesta acostumbrada ante tanta indignidad. Cambian el discurso, pero no la vehemencia porque su impronta parece estar siempre saciada de sugestivas razones. Ellos, mayoritariamente, se han recubierto de una pátina intelectual, erudita, que la sociedad permite adoctrinada por unos medios vendidos, altivos, ultramontanos. Este permanente proceso de idiocia pública, iniciado en los primeros compases de la transición, ha constituido la auténtica involución del desarrollo democrático al socializar una semántica nueva que ha ennegrecido valores sempiternos mientras blanqueaba conceptos abominables, infames.

Dopar, en expresión del Diccionario de la Real Academia, significa administrar fármacos o concentrados estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo, a veces con peligro para la salud. Antaño, se recortaba el ámbito de su acción a personas que vivían en permanente estado de excitación, asimismo de ausencia y derrota, gracias a sustancias estupefacientes. Luego las chicas de Podemos —cual paisajes paradójicos, sin ocultar hechizos ni afanes— enmadejaron estímulo y política atrayendo una metáfora viscosa que ampliaba peligrosamente la lingüística social. Ahora, en palabras de Ramón Espinar, se han conjugado de forma arbitraria e incontestable (al parecer) ambos estímulos, uno de ellos con retórica caduca. Según Espinar, los lavabos de cualquier parlamento son lugares donde se consume más droga que en garitos específicos de grandes centros urbanos. Aquella metáfora nefasta, maldita, ha cambiado usos y costumbres, aunque algunos no necesitaran sardinas para beber vino.

De vuelta al énfasis político, no solo se dopa uno en periodo (pre) o electoral sino, cogido el gusto al reconstituyente, lo hace siempre tanto en el poder cuanto en la oposición. Desde luego, con mayor ahínco en el poder porque al protagonista le resulta gratis. La oposición tiene también unas finanzas adscritas a intereses livianos, cuando no totalmente perdonables. Las comparaciones son odiosas, suele asegurarse sin distingos, pero su ausencia supone una injusticia imperdonable. Unificar selectos niveles de maldad o bondad según la sigla me parece, más que retrógrado, infantil, ingenuo. Desde mi punto de vista, el poder tiene ventajas económicas evidentes, incontestables. Basta con sumar las cantidades atribuidas a la oposición y las desconocidas (aunque ingentes) que se malician a los diferentes miembros de un gobierno por austeros que sean. No es el caso.

Ignoro qué realidad presenta la izquierda democrática europea, pero el hecho de que Sánchez (político falaz, tiranuelo y miserable, donde los haya) pueda presidirla por falta de rival muestra su debilidad orgánica. Imagino que conseguir una candidatura exclusiva e informe, aparte hipotética seducción, ha necesitado ratificar cesiones por doquier. Es decir, nuestro presidente llega a la Internacional Socialista dopado al máximo. Hay coyunturas, particularidades, que escapan a mi capacidad de discernimiento aun considerando la enorme voluntad que sacrifico para descifrar tamañas aberraciones. Pese a que Europa, el Mercado Común, tenga descosidas las costuras igual que nosotros perdonamos, existe sutil invitación al poder vano.  Está claro que la experiencia nacional no nos facilita, al menos para mí no, comprender lo que ocurre allende nuestras fronteras.

Los medios saltan de nuevo a la palestra como primeras y genuinas herramientas de dopaje. Pudiera pensarse que el crédito o descrédito del individuo conforma determinado criterio social. Craso error. Hoy, quienes determinan las corrientes de opinión son ciertas superestructuras mediáticas. Por este motivo, el poder —sobre todo totalitario— exige controlar los Mass Media para evitar voces refractarias a la oficial. Considero peligroso dicho proceder porque, debido a su manipulación y adoctrinamiento, la libertad individual queda en entredicho y, de rebote, su eficiencia democrática. Este uso es, en lectura libre, técnica excusada de dopaje, al igual que recelar del opositor para eliminarlo de la contienda política. Que “Sánchez sea el jefe de una banda criminal”, pronunciado por García Gallardo no tiene más, tampoco menos, carga punible que “el PSOE es el partido de la cal viva” dicho por Pablo Iglesias. Ambos acechan el mismo objetivo.

Ir dopados a unas elecciones significa llevar ventaja sobre el resto de contendientes. Deduzco que cualquier líder busca curiosos entresijos para lograrlo aun bordeando la ilegalidad. No obstante, lo que está ocurriendo ahora mismo en España es algo inédito: el gobierno, a pleno pulmón, lleva tiempo ocultando información sobre aspectos sanitarios, económicos, sociales e institucionales. Tal marco favorece un prestigio inexistente, adormecedor, opiáceo. Pero el lema u obligación estentórea, que diría aquel, queda corto (tanto como algunos personajes conocidos) si lo comparamos con los fondos públicos, léase Estado, presuntamente puestos a disposición y gloria de Sánchez para ir superdopado, que no superdotado, a elecciones internas e hipotéticamente a presidir el socialismo internacional. ¿Gesto democrático? ¿Polémica? La misma que en una jugada del dominó cuando se presenta un cierre y quien lo tiene pregunta ¿fichas? El compañero, que esconde numerosos tantos, responde tramposo: ¡uy fichas, fichas! Voz de mandarín.

viernes, 21 de octubre de 2022

TENER LOS OJOS LLENOS DE PAN

 

Recuerdo, iniciados los años cincuenta del pasado siglo, que los escolares éramos clasificados con los siguientes apelativos: listos, zoquetes, humildes, díscolos y huraños. A excepción de listos y humildes, el resto “tenían los ojos llenos de pan”. Con ello se daba a entender que los estómagos vacíos se prestaban a recibir toda clase de alabanzas, incluso halagos, en aras de compensar (indemnizar) las penurias económicas. Por el contrario, malos estudiantes, niños díscolos o huraños tenían comportamientos de estómagos llenos, de ahí el remoquete formativo. Este comentario estaba lejos de profetizar cualquier realidad que supusiera hartura personal u opulencia familiar. Antes bien, suponía una metáfora paradójica que se aplicaba sin ninguna autenticidad, salvo el hecho probable de identificar —con inventiva y cierto resentimiento— solvencia económica y estolidez intelectual y moral.

Ignoro si la frase tendría valor probatorio porque en mi infancia no conocí ningún niño rico. A decir verdad, personalmente no acostumbro a recorrer espacios comunes con nadie que pueda vivir de las rentas; es decir, aproximarme a ningún rico “de cuna” o de “otros orígenes”. Puedo atestiguar, sin embargo, que hoy (pese a haber perdido actualidad la susodicha locución) han aumentado sobremanera quienes muestran los ojos empanados, cegatones. Si no se debe a fortuna, diluida entre crisis, IPCs enloquecidos e impuestos confiscatorios, hemos de admitir que aquel dardo compensatorio y consolador, se ha convertido —aun ilusorio, teatral— en actual y justificada arma arrojadiza sin conexión semántica ni metafórica. La pregunta resulta inapelable, no pintoresca: ¿Todavía hay gentes que tienen los ojos llenos de pan? Respondan ustedes.

Creo haber encontrado, entre la élite, individuos que remontan aparentemente a los necios, antiguos sujetos con ojos henchidos de pan. Aunque lo provocaran, porque son casos señalados, insólitos, demasiado patentes, habría que juzgarlos más allá de la primera impresión. Por encima de si son galgos o podencos, tienen un detalle sospechoso, casi clarificador: consideran al resto personas de plastilina con las que experimentar a placer. Esos son los peligrosos. En España tenemos un caso paradigmático: José Félix Tezanos y sus encuestas “bárbaras”. Cuando todos los sondeos de la última semana dan ganador al PP, aparece el señor Tezanos abarrotado de pan, digo…de medios a plena disposición y desbarra. Su encuesta iza al PSOE (inexistente) a lo más alto con una ventaja de cuatro puntos sobre el PP de Feijóo, ambos (PP y Feijóo) trinando, desmadejados, a decir verdad.

Nuestro hombre orquesta, animador del cotarro electoral con dinero público, resulta arbitrario, esperpéntico, empalagoso. Desconozco si es más inteligente que hábil, aunque me quedo con el viceversa. Pudiera ser que —suponiendo el dúo efectivo, pero algo burlón— yo también cometiera error por exceso de tiento. A la postre, la barba del señor Tezanos oculta, y no veladamente como en la Gioconda, no solo la cara sino su espejo. Si ese forro capilar se aleja de prenda de vestir para cubrirse el rostro, podría advertirse en ella, tanteando al máximo los recursos estilísticos, un recato artificioso. ¿Por qué no un asalta sondeos con embozo natural? ¿Y por qué no, si altera (en un proceso de alevosía si no nocturnidad) la tranquilidad ciudadana cada vez que ofrece a Sánchez un chute psicodélico, alucinógeno, que le permita alguna alegría bulliciosa?

Sánchez —acostumbrado a pitadas, definiciones (no insultos, al decir de Valle Inclán) y notables gestos de desprecio personal— cada vez que recibe alguna loa agradecida, expande su egocentrismo hasta convertirlo en individuo contradictorio, deforme, irascible. Es una reacción lógica ya que deja al descubierto su poca talla personal. Hablar de ojos llenos de pan en él parece menudencia, migaja; levitar sobre una realidad paralela, psicótica, constituye opción firme, no desechable. Ofrecer cuatrocientos euros “culturales” a una juventud analfabeta y amante de la litrona es, cuanto menos, un despropósito, abrir el bazar de las vanidades para malbaratar votos jóvenes. Imaginar la reedición del gobierno Frankenstein dando un paso al frente los dieciochoañeros (bono joven) y jubilados (Pacto de Toledo) superaría lo inimaginable respecto a ojos amorfos.

El gobierno se nutre, y pretende alimentar a la sociedad nacional e internacional, de eslóganes. Sorprende que ahora mismo el vocablo con mayor carga política sea “bulo”. Tiene gracia que el ejecutivo más embaucador e hipócrita desde Atapuerca, haya creado una Comisión para determinar qué es bulo y quién los propaga. Consiste en poner la zorra a guardar gallinas. Queda un año, si antes no quiebra el tenderete, en donde el gobierno va a utilizar dinero público, superchería y tretas para revertir las encuestas. Espero una rotunda respuesta ciudadana si se quiere evitar el irrecuperable caos económico a que nos lleva este presidente achulado e inútil. Se jacta, cuando somos el cuarto país más pobre de Europa, de que lideraremos la recuperación en el ámbito comunitario. Resulta improbable imaginar que los políticos españoles, todos, puedan tener los ojos llenos de pan. O no, vete a saber.

Sánchez confunde a los políticos comunitarios con la sociedad española. Nosotros, tras elegir presidente del gobierno a este mendaz y retorcido individuo, reconocemos hasta qué punto tenemos los ojos llenos de pan. Aunque no sea consuelo, nos superan los catalanes al elegir alcaldesa a Ada Colau tan estrambótica como inservible. Hay más casos, pero interesa destacar aquellos que han conformado ellos mismos un sello llamativo a la vez que una jerarquía política extrema cuando han alcanzado el poder por chiripa; es decir, azar grupal o utilizando el viejo recurso del lurillo, lurate, arcaica y vilipendiada elección al albur. Hoy, a bombo y platillo, los presidentes francés, español y portugués, han liquidado definitivamente el Midcat, gaseoducto para enviar a través de Francia gas argelino a Alemania, aprovechando las “buenas relaciones” hispano-argelinas. Lo han sustituido por ese sueño-pesadilla del hidrógeno verde y la excepción ibérica para calmar a Francia. ¡No hay nadie como Sánchez para vender delirios, sin rival!

Hay que ser hechicero para convencer a Macron (o tener este los ojos llenos de pan) del hidrógeno verde —cuando lleva experimentándose desde el siglo XIX— a la vez que de la excepcionalidad ibérica que lo único bueno dicho por una economista de la “cuerda” ha sido “es mejor que no hacer nada”. Conozco frases explícitas que ocultan peor la coyuntura energética. Por cierto, el tótem de Tezanos y otros fracasados, llevó una comitiva de veintiún vehículos en el aeropuerto de la Coruña para coger el Falcon de regreso a Madrid. ¿Es así como gestiona este aprovechado nuestros impuestos? ¿Y aún le dan ciertas encuestas (las sensatas) sobre noventa diputados? ¿Quiere conseguir con dinero de todos ubicarse de nuevo en La Moncloa? Si eso ocurriera no habría duda, nosotros sí tendríamos todavía hoy los ojos llenos de pan.

viernes, 14 de octubre de 2022

COBARDÍA

 

Probablemente cualquier lector sagaz vea en el titular cierta brusquedad o desacierto dada, como paradoja grotesca, la apacible coyuntura actual. Quizás hoy fuera más certero hablar de ánimo escaso, incluso de abandono total del mismo. Cobardía precisa en su significado “mantener falta de valor”, aunque llevemos más de ocho décadas que valor aquí, desde el punto de vista castrense, lleva el remoquete “se le supone”. La ausencia de conflictos bélicos (por fortuna) determina esa presunción ante la incapacidad para constatar el arrojo personal. Cierto que —al ser magnitud inmaterial, imaginaria— su cuantificación sería subjetiva, desplegando además un soporte con cimientos pasionales. El marco expuesto, no obstante, ratifica auténticas heroicidades que se alternan, sin solución de continuidad, con actos bochornosos, indignos, rastreros.

Al igual que mencionar cobardía implica un exceso retórico, hacerlo con el vocablo valentía supone cometer la misma extralimitación. Corresponde en estos tiempos de tregua, pacíficos, manifestar coraje inviolable, aunque pretendan someterlo a las normas semánticas suscritas por políticos indocumentados. Quien es valiente hoy —al menos en nuestro escenario— está exento de realizar actos temerarios o heroicos que pongan en peligro su vida, ventaja que debiera potenciar alguna proeza gallarda. Antes bien, se crea un torrente de acomodo o pereza que ahoga todo germen rebelde, insurgente. El pueblo culpabiliza al político y este, tácitamente, recrimina a la sociedad cualquier flaqueza. Nada nuevo bajo el sol pues llevamos siglos en que unos y otros, de mejor o peor grado, venimos asumiendo el papel que (con retazos fatalistas, irracionales) toca representar.

¿Por qué ha de imponer la izquierda principios morales no solo maniqueos sino maquiavélicos? ¿Dónde ha adquirido el carácter casi sagrado para establecer una bondad o maldad ad hoc como fuente de comportamiento social? ¿Quién le otorga excelsitud para “parir” una nueva semántica legitimadora de “su democracia” cuando esconde, en forma y fondo, la mayor tiranía a que son sometidos pueblos incautos? Se habla postizamente, ocultando un interés secreto y espurio, del PSOE como ejemplo socialdemócrata homologado con partidos europeos. Falso. El PSOE, ahora mismo, no existe; ha sido absorbido por un sanchismo nihilista, utilitario, desideologizado. Si existiera, apenas podría percibirse como una sigla verdaderamente socialdemócrata, pues durante su pervivencia solo se ha asemejado a esa doctrina mientras fue secretario general González.

Los tópicos —pese a excusas o argumentos esgrimidos por cierta izquierda patria, cuanto menos— no anulan ni restan gravedad a hechos consumados que despliegan razones equívocas cuando no absolutamente extravagantes. Así, para exponer ejemplos demoledores sobre atentados contra derechos y libertades ciudadanos, en aras a la convivencia suelen ponerse ejemplos de países como Irán, Cuba o Venezuela. El adversario dialéctico, afiliado o simpatizante de nuestra izquierda dogmática, sectaria, responderá campanudo que esa referencia proviene del tópico (a veces añade fascista) y, por tanto, su solidez resulta sospechosa. Esta salida, nada cabal, da por terminado cualquier debate que pudiera seguirse para deslindar el verdadero rostro de aquellos gobiernos de los que ellos se consideran seguidores inspirados.

La cobardía viene siendo hija putativa del cinismo. Si bien su filiación es patente en partidos izquierdistas —más o menos extremos, al fin atributo rehusado— cabe suponerlo, aun impenetrable, en siglas con presunto decoro. “Quien da primero da dos veces” significa un logro espectacular por debilitamiento del contrincante o sorpresa provechosa. Para tapar la gigantesca indecencia andaluza se anuncia la trama Gürtel como el mayor episodio de corrupción en Europa. Tal humareda precedente persuade a la sociedad ebria de culpables encumbrados con superchería y aviesa maledicencia. Nadie debiera patrimonializar virtudes o defectos porque ambos (a la par, sin exclusividades) tienen encarnadura humana. Seguramente fue el motivo que llevo a Bernard Shaw a proclamar: “el odio es la venganza del cobarde” o del agitador, añado yo.

El histrionismo se ha convertido en fundamento doctrinal ante la orfandad de principios e ideas básicamente de partidos marxistas una vez constatado su fiasco partidario. Ahora, feminismo y cambio climático son los pilares del ideario comunista. Hay que advertir su validez siempre que afecte a extraños, nunca a fanáticos seguidores que usan bula especial. Actos u opiniones de machismo recalcitrante, incluso violentos, si proceden de conmilitones se silencian y diluyen como fantasías, exageraciones, que surgen de mezquinas mentes rivales. “Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase” fue el cruel paradigma de machismo silenciado por la izquierda política, social y mediática con “digna” vileza y servilismo. Jamás nadie ha dejado traslucir tanto odio sin expiar penitencia alguna. Constituye el tributo vasallo debido a una “clase selecta”.

“¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un seiscientos? En el cenicero”. Esta reflexión amnistiada es de Guillermo Zapata, concejal de Ahora Madrid con Carmena, que escribió: “Vivo en un país con larga tradición en la censura de la libertad de expresión desde los lejanos autos de fe de la Inquisición hasta la omnipresente exigencia de corrección política de la actualidad. Me pertenece esa tradición y me legitima para exponer mi pensamiento en contra de la misma y a favor de la libertad de expresión y la tolerancia al pensamiento y el discurso ajeno”. Permítanme que dude de la sinceridad del señor Zapata referido “a la tolerancia al pensamiento y el discurso ajeno”. Es un hecho incontrovertible que cuando se habla de tolerancia, con la postiza fe del converso, aparecen por el horizonte negros nubarrones de dogmática contradicción.

Excuso el análisis de las expresiones vertidas por algunos alumnos del Colegio Mayor Elías Ahúja sobre las alumnas del cercano Santa Mónica. Lo hago porque, a cambio, ya se ha realizado un espectáculo mediático mucho más desconsiderado. Dulcificando las formas —pese a que pueda tratarse de costumbre ancestral— claramente inmoderadas para ser caritativo, lo ocurrido no tiene punto de comparación con los sucesos “tópicos” ocurridos allende nuestras fronteras. Tampoco con los azotes a Mariló Montero ni con el “cenicero” de Zapata. Ninguno de estos mereció la crítica adecuada de grupos sociales, colectivos específicos ni medios audiovisuales. Por el contrario, el affaire de los colegios mayores (aun con la penitencia salvadora de las chicas del Santa Mónica) han ocupado, durante una semana, sañudas cabeceras escritas, feroces, e informaciones audiovisuales con objetivos más que evidentes, mostrando furtiva e indigna cobardía moral.

viernes, 7 de octubre de 2022

MALDAD, DESTRUCCIÓN Y ESTRAGO

 

Descarto una actitud ingenua o seráfica al enjuiciar los conceptos del epígrafe. Asimismo, puedo admitir cierta indulgencia hacia las anotaciones chirriantes que a priori desprenden cada uno de ellos. Aunque maldad signifique cualidad de malo o acción mala e injusta, creo más en una reserva de principios erróneos (no necesariamente puestos en práctica) que en un catálogo de pasiones desbocadas. Con toda justeza, podría considerarse fruto perverso de patologías impuestas al instinto humano. Es decir, de forma natural maldad constituye el efecto tiránico de vehemencias incontroladas, envilecidas. Rousseau expresaba la bondad ingénita del hombre, luego pervertida por esta sociedad corrupta, perjudicial. Desde mi punto de vista, es probable alguna influencia social, pero al verdadero responsable hay que buscarlo en el individuo y su libre albedrío.

Si corroboramos la opinión pública, incluso publicada, obtendremos un porcentaje de maldad excesivo, extraño, tal vez pesimista. Sin embargo, la realidad se impone dejando en exigua minoría los individuos manifiestamente perversos. Sabemos que la virtud es discreta, sigilosa, al tiempo que el descarrío viene acompañado de una atmósfera atronadora, estridente; es su hábitat favorito. Pese a tal aserto, cuando la maldad proviene de alguien con poder los efectos suelen tener consecuencias dramáticas. Advertir algunos hechos históricos nos llevaría a la conclusión irrebatible de que hubo épocas mediatas en las que sociedades concretas vivieron horrorizadas. Todavía hoy renacen tímidamente episodios colindantes a nosotros capaces de crear desasosiego generalizado. Pareciera que las crisis económicas vienen imbricadas con agresiones gratuitas (excusa perfecta para gobernantes narcisistas, estúpidos) dentro del concierto internacional.

¿Pecaríamos de exagerados si aventurásemos que tenemos un gobierno maligno? A estas alturas, y visto lo visto, diría que no. Además, en doble sentido. Por un lado, exhibe una inutilidad e ineptitud impropias, inaceptables. Por otro, muestra detalles de auténtica vileza. Ambos casos se sostienen bajo la impunidad más absoluta con la anuencia de siglas copartícipes y de una justicia ambivalente si no sumisa a ciertas órdenes de la fiscalía. Son muchas las ocasiones en que el gobierno ha mostrado triquiñuelas, incompatibles con las formas democráticas, desde que se conformó tras aquella moción de censura basada en intereses espurios. Enyugar una izquierda tradicionalmente nacional con otra totalitaria —simuladamente independentista— y partidos separatistas burgueses (adscritos a gestos y actitudes nazis) nos lleva al caos económico, institucional y social.

El común encauzaría su crítica sobre aspectos económicos o institucionales. Centralizar la maldad del gobierno en especulaciones concretas, además de error gigantesco constituiría una diligencia generosa. Este ejecutivo —también otros con idénticos instintos, pero siglas diferentes— ha hecho de la propaganda y embuste su modus operandi. Es protagonista irredento en todo lo que se propone (movido por su notable torpeza) coleccionando fracasos estrepitosos, aunque los exhiban como éxitos rotundos. Ocurrió cuando la pandemia del Covid donde la imprevisión, junto a un trámite catastrófico, ocasionó miles de muertos superfluos y ocultos. Luego, cuando proliferaron los procedimientos judiciales iniciados por familiares indignados, la fiscalía (de quién depende, se atrevió a señalar Sánchez en un rapto de sinceridad) retiró todos los cargos.

Destrucción significa “acción y efecto de destruir o destruirse”, concepción que incumple ese principio cuya enseñanza confirma que lo definido no puede entrar en la definición. Alarma, tal vez, el hecho habitual de lucubrar, con pesimismo extremo, sobre el efecto connatural que se asigna al vocablo siempre con sesgo peyorativo. Tal escenario implica un especial mensaje en ocasiones tan injusto como postizo. El aparejo es luctuoso, turbio, mientras arrastra una losa dañina, sin posibilidad de enfoque indulgente. Tiene desarrollo directo, incapaz de apreciar en vocablo tan hermético alguna holganza que le cambie esa naturaleza hostil con que se le reconoce, de manera generalizada, presentando escasas opciones de aposento contrario. Destrucción es el exterminio completo del ciclo vital del ser, pero no por necesidad biológica sino alterando, violentando, los plazos naturales.

Ignoro qué nos impulsa a interpretar irremediablemente la destrucción como algo nocivo, adverso. Si utilizamos el análisis lógico llegaremos a la conclusión que destruir tiene tanto porcentaje de bondad cuanto de ensañamiento. La hoguera de la vida consume por igual realidades satisfactorias que otras fatídicas. El hecho, poco accesible a veleidades necias o candorosas, refleja una realidad insobornable:  depura la vida prescindiendo efectos, asimismo sentimientos, diabólicos o la emponzoña cuando decide extinguir los opuestos. A veces podemos elegir la disyuntiva favorable, pero debido a apatía, pasotismo o —en menor medida— ignorancia, perdemos una oportunidad sin par. ¡Cuántas imprecaciones dejamos al aire tras perder, necios de nosotros, trances sin segunda oportunidad! Lo inquietante es que somos animales con tropiezos permanentes en similar piedra.

Estrago presenta una componente belicosa cuando afirma, en su acepción primera: “Daño hecho en guerra, como una matanza de gente, del país o del ejército”. La acepción dos, más edulcorada aunque probablemente menos verdadera, se refiere a ruina, asolamiento. Es evidente que la segunda tiene mayor difusión al perder carga beligerante pese a la devastación que desprende el vocablo asolamiento. No obstante, pudiéramos entender estrago como resultado cronológico de errores o fatigas acumuladas y no un hecho automático, espontáneo, sin fundamento. Aplicado al individuo, decía Cicerón: “La pérdida de nuestras fuerzas es debido más bien a los vicios de la juventud que a los estragos de los años”. Deduzco que haya escasez de opiniones contrarias a la frase anterior porque está llena de empirismo y sentido común.

Si bien es verdad que estrago quiebra la sinonimia entre los tres vocablos, el matiz político suaviza las distancias disipando cualquier divergencia plenaria. El político es un timador nato; antes, durante y después de tomar el poder. Su método invariable es mentir al ciudadano del que recibe una potestad fructífera. Tanto es así que Santiago Rusiñol llegó a manifestar: “De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos”. Debía conocer el paño porque un hermano suyo era político de extenso recorrido. Al presente, desde hace cuatro decenios, los políticos han llegado a estragar el país cuyo cénit lo alcanza, sin oposición posible, Sánchez. Lograr revertir el marco mísero en que nos encontramos, con opciones a un empeoramiento desconocido, parece misión inverosímil. Vislumbrar el límite es aventurado y suicida.