Quienes
estudiamos el momento que toca vivir a la sociedad española, advertimos
diferencias cruciales entre entusiastas afirmaciones oficiales y una realidad
espinosa. Día a día vamos conociendo casos cercanos en los que la subsistencia
familiar anula cualquier otra conquista. Todo esto se da mientras saqueo y
ostentación generan un caldo de cultivo que alimenta odios, cuando no peores
instintos. Oponer hipotéticos desaliños, estatismos o aceptaciones fatalistas,
conlleva a errores de tardía enmienda. Prohombres heterogéneos creen conjugar
perfectamente candor y abuso; pero ambos elementos pueden acarrear una mezcla
explosiva. Sobre todo si cuentan con un poderoso catalizador denominado
miseria.
El
hombre ha utilizado artilugios sin fin para someter, quizás aprovisionar,
animales que le son inconvenientes, hostiles, incluso vitales. En definitiva,
siempre requirieron herramientas que le procuraran poder; a veces, rayano al
atropello y explotación. Ocasionalmente, estos mecanismos -los cepos- carecen
de toda estructura material. Conforman variados procedimientos tramposos, de
engaño, que provocan los mismos efectos. Tienen, además, la ventaja de su
difícil (casi imposible) reparo. Aunque el uso esté bastante generalizado, los
políticos lo convierten en instrumento particular y efectivo. Tanto que
político e integridad son términos incompatibles. Que nadie se engañe ni
utilice tópicos al uso. Generalizar no supone exceso pues toda norma lleva
aparejada, implícita, alguna (vocablo indefinido) excepción.
“Botas
y gabán encubren mucho mal” enseña el proverbio. Cierto es. Un torturado
contribuyente (antes ciudadano) sufre aviesos intentos de enjuague cerebral. Es
víctima escogida, propiciatoria. El talante manso del individuo y los
irrefrenables deseos de subyugar que tal marco despierta en el político, arman
la columna vertebral del entorno. Iremos desgranando modos, contenidos y siglas.
El partido que mantiene la gobernanza merece, por méritos propios, abrir esta
relación. PP y estratagema, ahora mismo, son sinónimos. Ignoro qué motivos lo
elevan al ranking. No descarto el efecto miserable que le viene infundido por
una falsa y mal entendida (ir)responsabilidad. Mentir no lleva al huerto, conduce
al fastidio y al menoscabo. Pudiera suceder que el poder hace al político, o
viceversa, pero garantizo que ambos conforman una simbiosis siniestra. Destacar
a un miembro del ejecutivo se convierte en espinoso cometido. Merecen eximio
puesto los ministros de exteriores e interior (¡qué casualidad!) por su verbo
ardiente y farruco. Sin obviar al resto del Consejo, la palma se la lleva el
presidente. Entre muchísimas argucias, no es cierto que para evitar el
descontrol del déficit y deuda sea imprescindible recortar en Educación y
Sanidad a la par que subir impuestos de forma asfixiante. El lastre proviene de
un Estado mastodóntico, inútil, y de una Administración -empresas públicas
incluidas- redundante, asimismo descomunal.
Viene
junto, ex aequo, un PSOE que no se arruga ante la deriva. Tras el último
desastre electoral debería haber hecho una crítica liberadora y
reconstituyente. Pues no. Sigue empecinado
en evidenciar el cepo del desequilibrio institucional. Anuncia además que,
cuando recupere el poder, desarticulará el sistema educativo y sanitario
propuesto por el PP. Este complejo de Penélope y su arrebato federalista
asimétrico (federación y asimetría expresan una contradicción en los términos)
molesta, empalaga, al votante que le va
huyendo convencido de su farfolla.
Izquierda
Unida (partido desubicado en un marco capitalista) esconde el lazo bajo una
ética de boquilla que los hechos desmienten. Obsérvese el ejemplo “edificante”
que certifican compensando al gobierno andaluz (paso por alto los curiosos
tejemanejes de algún personaje exótico). Llevan también su intransigencia al
elogio federal, por cuenta propia o en comandita con el PSOE.
Nacionalismo
catalán (CiU y ERC) y ratonera lucen con idéntico fulgor. Presentan un
territorio histórica y formalmente entrampado. Ejercen de abanderados
independentistas hasta que la generosidad o tacañería del Estado, según los
casos, acaba con sus presunciones. Sin duda, atesoran un nacionalismo
pragmático. Acortan y alargan a conveniencia porque el tópico -la pela es la
pela- se convierte, más que en principio, en Constitución. Sirva de argumento
inapelable la ocurrencia de doble nacionalidad pergeñada por el señor Junqueras
para evitar una fría e infecunda orfandad comunitaria.
Como
epílogo -no sin realizar un breve recuerdo al disfraz que exhiben otras siglas,
hoy poco significantes- expongo algunas reflexiones para librarnos de esta
recua. Suelen, como sospechan ustedes, entrampar aparentando una realidad
atractiva. No tengan reparos ni prejuicios sobre persona o doctrinas. Ninguna
merece tratamiento diferenciado. Eviten actitudes lerdas, confiadas e
inocentes. Semejante tipo de parásitos se cobijan en la bonhomía acrítica.
Superada la defensa moral, intelectiva, somos títeres movidos por su ambición. Tengamos
presentes el adagio: “Para librarse de lazos, antes cabeza que brazos”. No hay
mejor consejo contra toda clase de cepos.