Que los políticos (sin excepción) nos
tomen por cretinos, ha pasado de ser tímido alarde, incluso abuso grosero, a fervor
inmoderado y vejatorio. Cambian, prepotentes, a nutrimento democrático lo que
debiera tasarse vulgar licencia. Lo peor no es su instinto sino nuestra
permisividad; ese zamparse sapos y culebras bajo los efectos digestivos del
dogmatismo, un álcali que evita ardores y otros trastornos de carácter ácido.
Después (a toro pasado, casi sin
rescoldo en el recuerdo), coléricos de impotencia, un torrente de ultrajes
dialécticos y malevolencias justicieras electrizan sentimientos heridos. Constituye
la respuesta airada que el temor, quizás la indolencia (o viceversa), ahoga e
impide traspasar los límites de una intimidad ahormada por siglos de vasallaje,
asimismo de mística autorrepresión. Sin embargo, ya hace tiempo deberíamos
habernos sacudido el yugo para abrazar el estadio de ciudadanos y actuar como
tales, con todas las consecuencias.
Aseguro (y los acontecimientos así lo
corroboran) que el poder, en sus diferentes manifestaciones, tiende al enroque;
a atrincherarse tras un bastión legal abarrotado de privilegios y regalías
autoconcedidos, interactivos, para defender su opulencia elitista e
inaccesible. ¿Qué hacer ante el búnker que se adivina inexpugnable? La réplica,
si bien fácil, se antoja compleja e inviable por mor de esa dispersión que toda
masa amorfa exhibe en su seno. Tácticamente, una sociedad lógica huiría de
exhortaciones cuyo rumbo y propósitos terminara consolidando el status que les
favorece y al que sacrifican sus mayores energías.
Personalmente, apuesto por la abstención
e incluso (a título de tanteo) favorecer el ascenso de aquellas minorías que se
nos aparezcan más éticas o propugnen principios próximos a nuestro ideario.
Reconozco la dificultad que entraña desintoxicar mentes cegadas por impulsos
que los eclécticos jamás entenderemos, tanto en su atributo cuanto en sus
torpes secuelas. Espero sin demasiada confianza que la muchedumbre despierte cuando,
al mezclar empeño y disposición, sepa sacudirse el efecto hipnótico, opiáceo,
de retóricas seductoras pero falsas y carentes de sustancia.
Querer es poder, recomienda una
sentencia con relevante carga didáctica. Por esto, cualquier ciudadano -usted
amable lector-, alcanza a señalar múltiples expresiones dichas (en realidad,
para ser exactos, paridas, vomitadas o escupidas) por prebostes de todo pelaje.
Podemos adivinar en ellas un extraordinario afán de batir “récords” relativos a
su extravagancia. Se observa una competencia atroz por conseguir la majadería
más pegadiza, penetrante, que acompaña, bajo el recóndito prurito de atesorar
una singularidad imposible (debido al elevado nivel), la aspiración máxima de
asentar magistral cátedra al dirigirse a un auditorio cuajado de idiotas. O es
así o la idiocia se ubica en su campo. Niego otra alternativa.
Presentemos, a modo de arquetipo, las
siguientes genialidades. Rubalcaba, uno de los más insignes, mitineando por Asturias:
“Con austeridad y ahorro también se puede gobernar”. Tras ocho años de patrono en
un gobierno que ha dejado a España sin aliento, aparte los epítetos que atrae
tal bufonada (por utilizar algo fino), la frase conforma un estoconazo a la
inteligencia colectiva, junto al cinismo e indignidad que aporta el mensaje.
“Las mujeres van a sufrir en España y Andalucía si gana el PP” es la
contribución docta de Elena Valenciano. Termino, cómo no, con el futuro
profesor Chaves: “La democracia perderá calidad si gana el PP”. ¡Ah!, ¿pero aún
le queda algo que perder a la pobrecilla? Tocayo, ¿perder o… “descuidar”?
En todos los sitios cuecen habas, abre
un adagio popular. No debemos olvidar, pues, las perlas del PP. Ayer,
precisamente, aprobó el gobierno el anteproyecto de una cacareada Ley de
Transparencia. Pretende modificar el Código Penal para que los casos graves de
“desidia” gubernativa conlleven penas de inhabilitación, sin anunciar reintegro
alguno. ¿Puede creerse la intención de moralizar la gestión administrativa
cuando hace unos días el gobierno indultó a dos condenados por malversación de
caudales públicos? ¿Realidad o cachondeo?
Increíble; sí, me parece increíble que,
encima, santones de la comunicación aireen, sin hacer salvedades, la concepción
de que partidos y sindicatos son instituciones fundamentales en una democracia.
Al tiempo, tácitamente, cuelgan etiqueta de facha, fascista, etc. a quien
muestre reticencias a tal verdad revelada. Yo digo que estos partidos
herméticos y estos sindicatos burocratizados (sujetos ambos a los presupuestos
generales), atentan contra la verdadera democracia. Sin embargo, me preocupa
(porque juzgo más increíble) que la ciudadanía no mande a unos, otros y los
demás (y que tan encendido clamaba Fernán Gómez) donde los límites
escatológicos me impiden precisar.