Todos, en mayor o menor medida, sentimos
el efecto efímero pero vivo de reminiscencias a caballo entre la pesadilla y el
recuerdo amable. Allá por los tiernos años de infancia era frecuente sufrir
(incluso dando oídos) esa amenazante advertencia: “que viene el tío del saco”.
El protagonismo en aquellos tiempos de
oprobio y penuria tenía una generalizada, prosaica, etiqueta de vulgaridad A
veces, raramente, condicionados por la cultura (quizás por la exquisitez), se
sustituía “tío” por “hombre” a fin de mitigar la inquietud que aparejaba tal
expresión.
Pretendían amainar caprichos inmoderados
o rebeldías lógicas que nuestros mayores ahogaban, inmisericordes, metiéndonos
el miedo en el cuerpo. Era un miedo sin rostro, difuso, inconcreto, huérfano;
propio y adecuado sólo para infantes. Se potenciaba con malicia dando
aclaraciones complementarias sobre ese saco cuyo portador conjeturábamos
gigantón barbudo y malcarado. A poco, la frase turbadora produciría únicamente
hilaridad.
Hoy, bajo ternos diferentes, abunda el
personaje. Exhibe una gran diversidad de máscaras, siempre con voluntad
intimidatoria. Persiguen (al igual que nuestros mayores) frenar a quien -esgrimiendo
una inusual ética política- sirven al ciudadano, rechazan el status perfilado y
osan poner en peligro espurias ventajas, ambiciones e intereses. Adoptan formas
bienhechoras pero no pueden evitar ese tufo añejo, sensible, delator. Son
auténticos tíos del saco; es decir, la nada anhelante, unos asusta niños
ridículos. Como se descuiden, esos impúberes (el PP y en su nombre los
ciudadanos), aparte de tomarlos a chirigota, van a devastarlos. La ocasión
aparece inadecuada para tragarse fabulaciones o ensayos. Ciertas tácticas,
antaño fructíferas, pueden convertirse ahora en demenciales. ¡Cuidado!
Las dos postreras confrontaciones
electorales llevaron al paro a un PSOE malacostumbrado a otras sensaciones.
Pasar de la moqueta a la zapatilla enturbia mentes, modos y prácticas. Más
cuando la política llega a ser, por inepcia, el señero, pingüe y mezquino medio
de vida. Esta situación indigente les lleva (junto a socios, cómplices y otros
parásitos) a recrear el actual e hilarante, aun irrisorio, tío del saco.
Cualquier ocasión atrae su venteo.
Ocurrió en las manifestaciones “estudiantiles” de Valencia donde un holgado, a
la par que desagradable, representante (megáfono en mano) fanfarroneó con
llevarlas a sangre y fuego, electrizando a una masa variopinta; asimismo
pintoresca. Fue el pistoletazo de salida.
El pasado día once, enlutado por la
monstruosa saña terrorista, los sindicatos (sosias del partido o viceversa)
sacaron quinientos mil manifestantes a la calle. El País, diario nada
sospechoso de subversivo, calculó exactamente cincuenta y un mil. La guardia
urbana, treinta mil. Las cifras ajenas permiten garantizar que asistiera algún
trabajador, así como la “fuchina” de incontables liberados. Tal apunte descubre
una situación sindical calamitosa.
A pesar de ello, en un estertor agónico,
Ignacio Fernández Toxo resucitó, paradójicamente, al tío del saco retador, con
infinitas ínfulas, y no menos ansias de amilanar al presidente. “Si Rajoy no
rectifica el conflicto seguirá”, dijo cual apocalíptico Thor fragoso y
vengativo.
Más calmo (y más falaz), menos bravucón,
ajustándose a un papel huérfano de estímulos pueriles, Méndez, en sus trece,
anunció: “Esta es la primera huelga general hasta que cambien, hasta que nos
devuelvan los derechos”. Remachó con: “Los sindicatos son el dedo democrático y
constitucional que señala los gravísimos problemas que suponen estas medidas”.
Desde mi punto de vista, aparecen dos lagunas en los respectivos mensajes.
La primera deja fluir una ambigüedad,
probablemente calculada, al no afinar con exactitud a qué derechos se refiere;
pues puede hacerlo al de los trabajadores, y entonces sobra el determinante “nuestros”,
o a los del staff sindical, hipótesis razonable a tenor de la redacción. Agrede
mi ánimo, por otro lado, que se autoproclamen adalides de la democracia y de la
Carta Magna, situándose en un plano de superioridad respecto a la soberanía
popular.
Como vemos, amable lector, algunos
siguen ofuscándose en tiempos remotos, prefieren el enfrentamiento antes que tramitar
soluciones (probablemente no las tengan), anclados sin duda en sus propios
fantasmas que se mueven entre lo tiránico y lo grotesco. Tan particular aspecto
mereciera encarnar con fidelidad al tío del saco.
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