“Errar es humano, pero exclusivamente los
idiotas perseveran en el error” es una expresión ancestral referida por un
sabio romano alejado, según parece, de la realidad cotidiana. O mucho me
equivoco o el autor cuantifica minoritario ese grupo donde la imbecilidad deja
de ser sólo concepto. En aquellos tiempos (un siglo antes de la Era Cristiana)
probablemente la sociedad libre, patricios y plebeyos, fuera erudita o el
mentado sabio tuviera un carácter visceral, enemigo del equilibrio, de la
seducción. Hoy, aquí, la frase se constreñiría en: “errar es de idiotas”,
equiparando humano e idiota. ¿No es excesivo, arriesgado e injusto tal alegato?
Sí, pero únicamente en parte. Veamos.
Acepto que mi tesis pueda calificarse de
sorprendente e incluso estrambótica o grotesca. En esta tierra del ¡ay! permanente,
existen hombres y una especie monstruosa, incalificable, de filos animal, netamente
metahumana: los políticos. Aquellos (entre los que me encuentro) no consuman ligerezas;
mantienen el yerro como médula sutil de su sombría existencia. Una vez y otra.
Las encuestas sobre intención de voto en las próximas elecciones andaluzas,
constituyen un argumento inapelable.
¿Y los políticos? Ellos apenas perpetran
algún error. La esencia del gazapo es sufrir las propias consecuencias; si no
hay lamento no se cae en dislate. Las acciones políticas traen aparejadas, con
frecuencia, lamentables repercusiones que casi siempre afronta el individuo
(mal llamado ciudadano). Esta circunstancia, en puridad, hace al prohombre por
tanto inmune a la pifia. Queda, pues, claro su perfil protohumano,
excepcionalmente humanoide.
El primer gran error, dentro de una selecta
colección, fue compartido por Cascos y el PP, al tomar uno la decisión (y otro
a forzarla) de adelantar las elecciones en el Principado asturiano tras breve
gobernanza del FAC. Cuando la crisis agota al pueblo de forma angustiosa,
cuando los partidos se enzarzan en pequeñas disputas donde tantos juramentos de
servicio se dejan vencer por una estrategia ciega, el contribuyente constata
que es, a buen seguro, factor olvidado en la confrontación.
Tales observaciones, le empujan a reaccionar
a la desesperada ocasionando sorpresas que escapan al más fino analista. La
ceguera del PP, quizás obstruccionismo temeroso, y el irrefrenable imperio de
Cascos ha hecho engordar las perspectivas de un PSOE inmóvil, a la espera
paciente y silenciosa. Muy probablemente don Francisco pierda toda esperanza de
repetir presidencia que no iría, asimismo, a colocarse en manos del PP. Aquí
acción y trascendencia afectan a sus protagonistas en ese acontecer del
auténtico yerro, como advierte la máxima de Concepción Arenal: “El error es un
arma que acaba siempre por dispararse contra quien la emplea”.
Estimamos segundo traspié, en orden
cronológico, la insólita sentencia del Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña. Enmendar la plana al Supremo (incluso al Constitucional), respecto a
la Ley de Inmersión Lingüística aprobada ilegítimamente por el Parlamento
catalán, va a traer secuelas más que inquietantes. Este dictamen quiebra la
jerarquía jurídica y enfanga el Estado de Derecho al coger un atajo para
adulterar el curso de la Ley, amén de la justicia; verdadera y malsana
perversidad jurisdiccional.
A veces, empero, tan nefasto como la
arbitrariedad es sentar un precedente disgregador. El nacionalismo separatista
aporta pocos argumentos en que asentar sus disparatadas reivindicaciones. ¿Qué
pretende el Tribunal con tan temeraria inferencia? Alguien aseguró: “La verdad
es el alma de los honestos; la mentira, la de los cobardes; la traición, la de
los miserables”.
El tercer y definitivo desliz se encuentra en
el campo político-sindical, valga la redundancia. Sí, los sindicatos (estos
sindicatos) son meros apéndices políticos, tanto en su estructura burocratizada
cuanto en su gerencia equívoca. La huelga general convocada para el próximo día
veintinueve, tiene de reivindicación laboral lo que un batracio de hermosura.
La Reforma les afecta únicamente en una notoria pérdida de influencia al
liquidar su omnímoda presencia de los conciertos laborales.
A costa del precioso jornal de quien la
secunde (sin ser liberado), los sindicatos defienden un imperio financiero-coercitivo
que empieza y acaba en ellos. ¿Por qué opusieron una tímida huelga de plazos a
un gobierno experto en paro? ¿Qué empeños dicen proteger? “Quien no quiere
pensar es un fanático; quien no puede pensar es un imbécil; quien no ose pensar
es un cobarde”, sentenciaba el clásico. Aplique cada cual esa lección.
Termino con ese medio error de Rajoy cuando,
a pesar de dimes y diretes antaño, apoyó los presupuestos de CiU en el
Parlamento catalán. Además de “valen más pocas acciones que muchas razones”,
podemos añadir sin temor “dime con quién andas y te diré quién eres”. Es la
prueba concluyente de que una mayoría con un encargo tácito se tira por la
borda a las primeras de cambio. Espero que
el pueblo español tome nota de tanta licencia.
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