viernes, 27 de abril de 2018

VERDAD JURÍDICA Y CERTIDUMBRE SOCIAL



Presunción de inocencia es un formulismo jurídico que termina cuando los hechos muestran culpabilidad sin ningún resquicio de duda. El término no disuelve culpa alguna, simplemente le falta cotejo oficial, garantía. Por este motivo, el presunto -visto de forma estricta, rigurosa- recibe a menudo resolución condenatoria por parte de una sociedad que impide escapismos groseros. Hay momentos, circunstancias, en los que la suma de detalles indiciarios justifica ciertos criterios allende el protocolo. Tal vez aniden aquí las reflexiones para una sociedad dispuesta a alejarse de principios jurídicos que ofrecen seguridad, pero también posibilidades de transgresión gratuita. Pecando de ingenuidad solemne, querría ver a nuestros políticos juzgados con normativa similar a aquella que sirve de base a la Ley contra la Violencia de Género. De esta guisa, el ciudadano (como justiciable débil) quedaría asistido incluso restituyéndole codicias delictivas. 

Como digo, la presunción no es -por necesidad- fuente objetiva de inocencia. Significa solo un paréntesis ritual. El individuo, bien a título personal bien miembro pleno de una sociedad vertebrada y democrática, tiene el derecho a expresar su parecer. En suma, más allá de cualquier proceso judicial, debe usar su soberanía irrecurrible. Estoy convencido de que semejante planteamiento intimida a cualquier sigla sin excepción. Es prueba redundante de que temen menos a las resoluciones judiciales que a los modos sociales. Quizás a los dos por igual: nada. ¿Tiene este escenario ocultas especulaciones? ¿Demuestra o previene parcialidad, amiguismo, trato exquisito, entre jueces y políticos? Ni afirmo ni niego, pero no se me ocurrirá poner la mano en el fuego.

Decía Theodor Heuss: “Quien siempre dice la verdad, puede permitirse tener mala memoria”. Ignoro si la frase es un digno elogio al virtuoso o una caricatura fiel de los políticos patrios, extraños a retentivas y evangelios, pero hartos de patriotismo putativo. Me inclino por el segundo supuesto. Tenemos motivos de sobra para juzgar a nuestros prohombres no solo de farsantes, sino (encima) cortos de memoria. Y eso que hubo uno con ínfulas suficientes, suicidas, para recrear la memoria histórica; olvidada, arisca y algo sinuosa. Los actuales tiempos son exuberantes en sandios de tomo y lomo. Es necesario ceñirse a los “actuales” porque de los “primeros” no somos testigos presenciales y hay mentes que únicamente disciernen la Historia al amparo de vivencias personales. “Creo aquello que veo” es vicio bíblico y alegato laico, arrogante, al crédito de quienes se han molestado -con esfuerzo- transmitir lo que escapa a la divulgación oral.

Axioma es proposición que no necesita trámite ni apoyatura para su veracidad; es la verdad en esencia. Equivale a confirmar que cualquier político, ante supuestos ilícitos, se rearma invocando sentencia firme. No le sirve la ortodoxia pública o publicada, se deja llevar únicamente por fallo oficial. El juez para ellos, más allá de garantizar justeza y justicia, es su tabla de salvación, su último refugio. Primero porque, a veces, los veredictos son tan lentos que cuando se realizan han prescrito incluso para una sociedad olvidadiza, tal vez melindre. Pudiera ocurrir, en segundo lugar, que la certidumbre social ocupara el extremo opuesto de una lógica jurídica garantista, a lo peor amaestrada. Los políticos, con grave error crediticio, abrazan casi siempre la bondad de las sentencias judiciales. Advierten el callado rigor del examen popular. Rebasado este, aquel constituye pellizco de monja por oneroso que resulte.

Disponemos de ejemplos para todos los gustos. Si salvamos el delirio catalán, melodramático, desgarrador (al carecer de asiento y leyes normales), los demás casos fijan el enfrentamiento, al menos cronológico, entre juicio público y respuesta jurídica. Lo habitual es que la sociedad, además de responder rápido, acopie recelos viscerales a poco que tenga vestigios. La justicia, con el aura de serenidad que representa esa balanza equilibrada y equilibradora, se gana al político temeroso. Quizás la venda, en estos tiempos turbios, resulte una prenda inútil, incómoda, casi insultante. Podemos es la sigla tratada con mayor benevolencia o menor rigor por jueces y medios. Como reparación, recibe un rechazo social insuperable. La gente tiene plena certidumbre de lo que sería España, sus gentes, con ellos en el poder.

Ayer, escuché a un representante socialista que Ciudadanos debiera apoyar una hipotética investidura de Ángel Gabilondo para restaurar un gobierno “decente” en la Comunidad madrileña. Aparte un desenfreno ético, ofrece, en toda su desnudez, la tesis que vengo abonando desde el epígrafe. La verdad jurídica, apriorísticamente, notifica la corrupción sistémica del PP y el aliño del PSOE. Sin que la certidumbre social, en este trámite, difiera demasiado de aquella verdad jurídica, no parece que el PSOE salga ileso. Lo predicen las encuestas con intención de voto, pese al deterioro infligido al PP por la señora Cifuentes y que le sigue infligiendo el señor Rajoy.

Porque, vamos a ver, ¿aplica don Mariano de manera correcta el artículo ciento cincuenta y cinco? ¿Quién organiza el caos que exhibe un ejecutivo sin control? ¿Por qué se acepta el voto delegado de diputados huidos? ¿Qué hay tras los pactos con el PNV para aprobar los presupuestos, además de la subida impuesta de las pensiones? ¿El PNV peleando por los españoles? Estos interrogantes, y otros al alcance de cualquier ciudadano observador, escapan a la verdad jurídica pero no a la certeza general. Sospecho que los expertos en dinámicas sociales tengan las respuestas que esta caterva de timadores no saben, o no quieren, apreciar. Más aún; y entresaco uno entre mil. Sobre el latrocinio del Banco Popular, no hay verdad jurídica; no obstante, es unánime la certidumbre social.


viernes, 20 de abril de 2018

CÓMPLICES O CRETINOS TEMERARIOS


Tenía ya colocada en la rampa de salida “Verdad jurídica y certidumbre social” para diseccionar másteres, licenciaturas, doctorados y otros honores logrados con deshonor. Pero, hete aquí que llega Montoro y la lía parda. Sin ton ni son, suelta una bomba cuyos efectos es pronto todavía para cuantificar. Va el buen señor y dice: “El 1-O no se gastaron fondos públicos”. Tal mensaje lleva aparejada una gravedad especial porque surge enmascaramiento oficial de la verdad. Si semejante imprudencia tuviera como vocero otro ministro, quedaría margen para el retoque, tal vez apostilla más o menos admisible, quizás desautorización firme. Sin embargo, don Cristóbal se cargó maniobra y crédito de un ejecutivo bastante objetado. Asimismo, dificulta la extradición ridiculizada del reo Puigdemont

Antes de entrar en materia, me gustaría lucubrar sobre ciertas cuestiones veladas u oscuras absolutamente. El 1-O es la fecha clave, pero antes y después se exigen infraestructuras, colectivos con necesidades, procedimientos, herramientas e intendencia compleja. Aun suponiendo ayudas personales impregnadas de altruismo solidario, servicial, patriótico, se necesita dinero. Este pequeño obstáculo diluye todo romanticismo dadivoso al fluir, contaminante, el prosaico y áspero horizonte terrenal. Llegados a este punto negro, irrenunciable, el referéndum delictivo supuso un dispendio de millón novecientos mil euros, según la policía judicial. ¿Salió de algún bolsillo benefactor? Parece poco probable. ¿Entonces? Que cada cual responda a su gusto.

Ignoro cuáles son los derroteros de este gobierno, qué política de altos vuelos o proyectos rompedores auspician mentes preclaras, amén de cuántos objetivos rigen sus pasos y velas nocturnas. Más allá, encontramos la ocurrencia; esa estrategia incomprendida del señor Rajoy que, con toda seguridad, ni siquiera su almohada conoce a ciencia cierta. Pero no maneja los tiempos, como se dice; apuesta, confiado, por la eventualidad irracional del azar. Luego viene el acierto acompañado de alborozos masivos, agasajadores, o el error envuelto en silencios inquietantes, desestabilizadores, vergonzosos. Es el hombre de la callada por respuesta, adalid de la evasión. Domina como nadie el engaño, ese trasteo artístico que le permite transferir -o eso cree- la inmundicia a chiquero ajeno. Lleva tres años, quizás cuatro, embaucándonos con la conducción de la crisis catalana. Solo él ha sido capaz de subsumir el poder ejecutivo en una judicatura (Constitucional, sobre todo, y ordinaria) a la que inopinadamente revistió de ineficaces competencias ejecutorias.

Es indiscutible que el problema catalán tiene veneros lejanos, consentidos. Ahora PP y PSOE, con mayor o menor vehemencia, parecen celosos constitucionalistas. En el fondo, jamás lo fueron. Toda terapia exige celeridad para abordar cualquier lesión detectada. Es curiosos que el ejecutivo, a cuyas órdenes existe incluso un CNI, no supiera ver ciertas anomalías de dominio público. Adoctrinamiento beligerante, ignominioso; exigencias descabelladas, atentatorias a la soberanía nacional; desafueros económicos admitidos; arrogantes aspiraciones de bilateralidad, etc. etc. no merecieron ninguna censura firme, aclaratoria. Incluso se permitieron el lujo de organizar una consejería de exteriores. Entre tanto, don Mariano y el FLA (Fondo de Liquidez Autonómica) permitiendo gestos y gastos.

Llevamos años comprobando cómo el Tribunal Constitucional dicta sentencias contra las ilegalidades catalanas que el “govern” desoye, incumple, y el ejecutivo -entusiasta- hace la ola. Sobre educación y derechos paternos lleva decenios haciéndose el antojo de la respectiva consejería sin que nadie, verbigracia el ministro de Hacienda, haga nada. Victimismo intrigante y complejos gubernamentales han alimentado el engendro que hoy es imposible domeñar. Fuera de aspavientos artificiosos, histriónicos, solo caben dos salidas: independencia o enfrentamiento civil. Se ha llegado a un extremo sin retorno. Probablemente veamos el choque que significaría la peor opción. Cualquier salida juiciosa es imposible porque su plazo ya ha pasado.

Estas reflexiones no las hago al albur. Analizo la aplicación del artículo ciento cincuenta y cinco y el escenario no puede ser más desazonador. Se permite todo: emolumentos a los diputados fugitivos; un parlamento rebelde, patético; unas consejerías sin alterar sus respectivas gestiones; una TV visceralmente independentista, manipuladora, etc. Solo han cambiado los prebostes, encarcelados o prófugos, por obra y gracia de los jueces bajo cuyas riendas, solo las suyas, se intenta mantener una España unida. Vista la farfolla, el gobierno ni está ni se le espera. ¿Del PSOE qué? Como dijera la canción, del PSOE na.

Deberíamos rechazar aquella respuesta tan vejatoria que dio el tribunal de Schleswig-Holstein a la euroorden del juez Llarena. Con todo, tras esa negativa insólita, don Mariano alabó el comportamiento “virtuoso” del gobierno alemán (hasta Felipe González expreso la “impertinencia arrogante” de la ministra Katarina Barley). Encima piden información complementaria, en extraña providencia, para estudiar la extradición solo por malversación. En esta coyuntura apareció el lenguaraz Montoro corrigiendo las tesis del juez. ¿Cómo puede ser tan inoportuno? Por su lado, Zoido coloca a dos independentistas para dirigir la escuela de Mossos. Estúpido es quien comete estupideces.

Por fas o por nefas, el gobierno central se empeña en exteriorizar cierta seducción, complacencia, tal vez complicidad, con el tema catalán. Parecerá increíble, pero los ciudadanos lo advierten y los hechos constatan los peores presagios. ¿Implicará alta escuela política? ¿Será, como en otras ocasiones, empezar un fuego para apagar otros? Quizás constituyan estrategias de largo alcance y difícil visionado. Vete a saber. De momento, me mantengo en mis trece: son cómplices del independentismo o cretinos temerarios.


viernes, 13 de abril de 2018

LOS BUENOS MOMENTOS


Hace años que vengo tomando nota, mental o física, de lo acontecido durante la semana. Constituye mi germen para el análisis. Son escasas las veces en que aparece alguna noticia capaz de despertar esperanza, ilusión. Generosidad, paz, sensatez, decoro -entre otros- son vocablos en desuso, casi desaparecidos. Hoy, la vida acuña diariamente deslealtad, egoísmo, capricho, injusticia, sinrazón. No movemos en bucle infernal, vicioso, tal vez miserable. Luego, a nivel más o menos íntimo, nadie estamos satisfechos, querríamos que todo diera un giro radical, compensatorio. Aparece entonces esa impotencia desapercibida por esquivar lo obvio. He aquí la razón que exhiben quienes abandonan toda inquietud político-social. Cierran los ojos ante lo que les disgusta y apelan a la huida como solución más ventajosa o menos nociva.

Es fácil encontrar familiares o amigos que confiesan sin reparo el tedio que les produce ahora la política, ora hecho cotidiano, ora debate mediático. Este, solo cuando las emisoras respectivas pudieran considerarse refractarias, ya que el espectro se encuentra nítidamente perfilado. Incluso se niegan a ver determinadas cadenas; es decir, les incomoda determinadas defensas o críticas. Nos topamos, encima, con el dogmatismo que brota bravío en cualquier espacio doctrinal. Dicho entorno no resta, suma argumentos a las actitudes perversas, irracionales. Si escondemos la cabeza, es imposible responder a cualquier agresión porque desconoceremos su procedencia. Yo continúo justificando la abstención como exclusivo medio para exteriorizar nuestra soberanía y su legitimación representativa, nada convincente.

Es verdad que ni nosotros, quienes estamos a pie de obra, ofrecemos solución a conflictos analizados y expuestos en todo su rigor. Personalmente, imagino el grado de frustración a que pueda llegar cualquier ciudadano lego en la complejidad política y precedentes históricos. Conocer una anatomía, aun en grado superficial, evita sorpresas cuando vemos desarrollo y pautas futuras. Incluso asumiendo la realidad, creo que a todos nos queda cierto resabio de ultraje, de asco. En ocasiones, el conocimiento empírico, las mochilas vitales, deben servir para erosionar los ejércitos de terracota. Asimismo, aunque la sangre por estos lares hierve a temperatura ambiente, curémonos de insensibilidad, pero no de espanto.

Cada semana me obligo a pormenorizar, a entresacar, las noticias que llaman mi atención para luego basar en ellas el análisis pertinente. Sobresalen -si no son únicas- las que causan inquietudes o sobresaltos con difícil, cuando no nula, salida. Este trasiego indefinido, menesteroso, genera elevadas dosis de desesperanza, hartazgo e inseguridad sociales. Si al profano le aburre tanta indigencia política, es imaginable qué sentimientos aflorarán en quienes llevamos tiempo divulgando semejantes coyunturas. Sin embargo, nosotros desconocemos el verbo desfallecer; una fuerza oculta -prurito o servidumbre, entre otras veladas- exige airear permanentemente las impresiones de nuestro examen.

El pasado lunes, Pedro Sánchez a propósito del enredo Cifuentes dijo. “El señor Rivera tendrá que demostrar si su partido nació para regenerar la democracia o para encubrir las mentiras del PP”. Cualquier analista sabe que ese estallido verbal tiene la misma energía que una bombita de bebé en fallas. No obstante, al inexperto le retuercen los intestinos (para ser correcto) si fuere simpatizante de Ciudadanos. Estos ataques -provenientes de todas las siglas y divulgados por medios audiovisuales afines- crean un clima de rechazo total en los ubicados al otro extremo. La gente no distingue los brindis al sol ni el tono, más bien desentono, electoral cargado de propaganda con elevadas dosis de agitación.

De parecido jaez son las infinitas maniobras que hacen muchos políticos para crearse un currículum falso. Aquí se toleran salidas de bombero, con perdón, pero las mentiras pueden enterrar carreras políticas notables. Son conocidas “realizó estudios de” que, sin mentir, excitan la imaginación dispensando licenciaturas o doctorados postizos. Sabemos el caso de doña Cristina que le costará la presidencia madrileña. Pero… ¿y el caso de José Manuel Franco? Permitió durante ocho años que apareciera en su CV una licenciatura ficticia. La explicación posterior le dio la puntilla: “Donde no había ninguna irregularidad es que yo he sido profesor de matemáticas”. Si, hijo, sí. Una cosa es dar clases de matemáticas a amigos, vecinos, conocidos y otra, muy distinta, “ser profesor” que implica estar en posesión del título preceptivo. Cifuentes, desde un ámbito político, ha mentido con orgullo mal entendido y usted con jeta. Objetivamente, deben irse los dos a casa, pero usted aguantará porque se nutre con ética de quincalla.

Podría relatar cientos de mentecateces como la querella presentada por el Parlament contra el juez Llanera por “golpismo togado”, las “lagunas” de Griñán, las inacabables fechorías de unos y otros, las virtuosas lecciones éticas de presuntos -y no tanto- delincuentes. Quiero centrarme en algo realmente grave que viene ocurriendo con demasiada frecuencia sin que por ello nadie ilumine la escena. Me refiero a diferentes manifestaciones sin calibrar el alcance real. “Presos políticos”, “Estado totalitario”, etc. Hoy, las palabras del diputado Campuzano: “El Gobierno solo contribuye a crear un peor clima social en Cataluña”, sugiriendo la falta de independencia judicial. Quiérase o no, además de nutrir más allá de nuestras fronteras ciertas opiniones extrañas, oscurantistas, esta afirmación incita (una vez más) a la revuelta social. El aforamiento no puede constituir impunidad total.  

Tengo siete nietos, desde una chica (María), con casi diecinueve años, a otra (Daniela) que cumplió hace cuatro días los dieciséis meses. Por circunstancias, no gocé plenamente como padre y no quiero que me pase igual como abuelo. Ahora bebo los vientos por la pequeñaja hasta el punto de abandonar el miércoles pasado la partida de dominó -sagrada- por verla. No menciono lo dicho a humo de pajas. Yo también me cabreo con estos estafadores, pero menos porque conozco el paño. Lo verdaderamente útil, con palabras populares de mi tierra conquense, es mandarlos a hacer “chorras”, olvidarse de ellos y dedicar a familia y amigos los buenos momentos. Que estos sinvergüenzas no nos roben, al menos, ni alegrías ni tiempo. Hoy por hoy, no se lo merecen.

viernes, 6 de abril de 2018

PAÍS ASISTIDO Y GOBIERNO DESCABEZADO


Rechazo cualquier afirmación rotunda, pues frecuenta poca verdad e inflado populismo. Dado su histórico arranque debería negarme a concretar quien adujo, ahora, tan insensato venteo. Empezaré por decir que los protagonistas de tan sorprendentes conclusiones son políticos o cercanos en ejercicio. Ignoro si sus capacidades intelectivas superan la media o nos hemos topado con un gremio turbulento, atiborrado de lastre. Yo, pobre consignatario de palabras y hechos, entresaco, expongo, tal vez enfoque, los que llaman mi atención; tanto por interesantes cuanto por absurdos. El aprendizaje necesita razones, rudimentos, que sean paradójicos, divergentes, incluso algo desatinados. Solo así aprestaremos las herramientas idóneas para llegar al fondo de las cosas.

Vicent Sanchís, director de TV3, se dejó decir: “Cataluña continúa manteniendo a España fiscalmente. La única alternativa es la independencia”. Semejante verdad a medias y arbitrario colofón, implica que dicha Comunidad, previo al sueño, mantiene con vida económica al resto del país, cual gotero oportuno y vivificador. Olvida que su mayor contribución corresponde al IVA que recaudan empresas con domicilio fiscal en esa Comunidad y que abonan todos los españoles. La experiencia muestra que solo un planteamiento, más o menos quimérico, ha forzado la huida de miles de compañías a otras Comunidades. Este hecho inequívoco disminuirá notablemente su participación fiscal. Si la independencia fuera una realidad, Cataluña -perdón, la república catalana- terminaría siendo un espacio económicamente exiguo y un país rechazado. ¿Atomizar la UE? El endeble globo del aturdimiento explota antes o después.

Un gobierno superado por los acontecimientos, y por una oposición antipatriota e insensata, siente la necesidad imperiosa de oponer mensajes o eslóganes repletos de similar desatino. Así, algún representante oficioso insiste en afirmar que el “procés” está descabezado. Otra media verdad con parecida sustancia a la del párrafo anterior. Hay, sin embargo, una gran diferencia. El señor Sanchís puede expresar lo que le venga en gana expuesto solo a la mofa colectiva. Nuestro gobierno no puede caer en aserciones inconsistentes, falsas, porque daña el crédito español. Semejante detalle constata que los políticos ejercen su personal y mísera representación. Ninguno merece un mínimo de reconocimiento ni lealtad, aunque todavía no se haya envilecido al saborear las mieles del poder. 

Si el director de la, siempre polémica, TV3 cree que Cataluña es el tónico de España, especula que estamos sufriendo una septicemia mortal. Pese a la poca solvencia, no tengo reparos en aceptar cuánta razón lleva al suponerlo indirecta y lamentablemente. Lo que calla de forma ladina es la notable infección aflorada por bacterias catalanas. Podríamos citar otros miles de casos extremos, pero voy a detenerme en alguno significativo, amén de irrelevante. Como ejemplo nada extraño, Pedro Sánchez. Piloto audaz, látigo incansable, de las pensiones públicas, parece tener un plan privado que supera los ochenta y cinco mil euros. Predicar con el ejemplo constituye una merma impresa a fuego en el político de turno.

A estas alturas, la gente, el populacho, se pregunta quién sufraga los costosos dispendios originados por los “exiliados” del “procés”. Hacienda tiene respuesta a la madre del cordero. Asegura que el “govern” controló cuatro mil millones de euros públicos en pleno golpe. Se debieron a la emisión de deuda autonómica comprada por bancos concretos. Tal noticia explica de dónde sacan para tanto como destacan. Aunque pase desapercibida, esta nocturnidad y alevosía, además de los matices probatorios, sugiere una circunstancia agravante que el juez instructor deberá contemplar.

Luego surgen veleidades procedentes de personas frívolas, huecas, necias. Forman la élite que entretiene, divierte y redime a quien brega con denuedo para mantener a aprovechados y sinvergüenzas. Los últimos días son ricos en anécdotas. Una, propia del bombero torero, tiene pinta de convertirse en trascendente. Empezó chorrada y va a terminar como Cagancho en Almagro, según las crónicas taurinas. Se trata del máster de Cifuentes. El Diario punto es publicó las divergencias entre presunta realidad y lo revelado a propósito del máster de la presidenta, años atrás. Prurito y porfía va a terminar con dimisión o cese forzado de doña Cristina porque una pequeñez la han convertido en alimaña sanguinaria. 

Existen también esperpentos, impropiedades, celos, quisicosas. Ocurrió la misa de Pascua entre una princesa, una reina y otra reina abuela que sufrió los insolentes modales de las anteriores. Nadie duda no ya del hecho sino de su alcance. Es un síntoma irrefutable de cierto olor a podrido, de ultraje consuetudinario. España lleva mal camino, al menos una trayectoria incierta. Y no se ven visos de reflexión ni cambio en el horizonte inmediato. Antes bien, vamos lentos pero derechos a parajes ya conocidos y de atroz localización.

El gobierno, a mayor gloria, acrecienta la gravedad actuando de forma irresponsable y siniestra. Tras adosar la crisis a las espaldas de la clase media sigue un maltrato inexplicable y letal. Depauperada, mísera, recibe golpes e injusticias de un gobierno que parece la madrastra de Cenicienta. Mientras nos ahoga con impuestos para mimar a golfos, permite -verbigracia- la preinscripción solo en catalán desoyendo a quien quiere la enseñanza en castellano. ¿Pues no rige el artículo ciento cincuenta y cinco? Permite, sin objeciones, que el señor Torrent acepte el voto delegado de Puigdemont (medio perdonado por un tribunal alemán, que tiene guasa) en el Parlament. Todo ello al inicio de un nuevo periodo fiscal, banderillas de fuego para una sociedad al límite de la paciencia. Encima, surge la noticia de que el gobierno ha de perdonar ciento noventa mil millones de deuda autonómica y municipal. ¿Saben quién la pagará al final? ¿Dónde se encuentra la justicia y sensatez de este gobierno? No me extraña que un abogado catalán termine por sugerir, justo al contrario de EEUU, que Cataluña es una nación sin Estado. Qué pena de gobierno y oposición.

Permítaseme el inciso. Acabo de escuchar un dislate infinito. Monedero, suelta: “La facultad de políticas de la Complutense ha venido a actualizar la política española”. Se necesita un par para semejante osadía, juzgando frescas -con inconmensurable cinismo- ciertas tesis político-sociales y económicas del siglo XIX.