viernes, 31 de agosto de 2018

TONTOS Y FANÁTICOS ME PERTURBAN


Quizás alguien piense que fuera más preciso el verbo inquietan e incluso atemorizan. Pero no, a mi edad pocas cosas me inquietan y, menos, atemorizan. Cada cual es libre de permitir o resistirse a entusiasmos, afectos, capaces de reequilibrar una existencia con escasos altibajos. Hoy estamos sometidos a la planificación interesada de un poder que, con diferentes aspectos, exprime nuestra libertad hasta convertirnos en siervos medievales. Ante esta situación anómala me rebelo, nos rebelamos algunos, sintiendo la soledad del que hace la guerra por su cuenta. No hay otra salida, o es muy improbable, porque una guadaña advenediza, opaca, corta cualquier intento colectivo. Quienes debieran amparar esta insurrección cívica -el cuarto poder- resultan, nunca mejor dicho, tigres de papel.

Pese al aumento de opiniones poco tranquilizadoras, tengo dudas razonables de que el marco político-socio-institucional sea comparable al de postreros tiempos, siempre terribles, remozados por gente irreflexiva o depravada. Radicalizar las dos Españas no puede tener otro interés electoral que dinamizar amplios sectores abocados a la indolencia, al abstencionismo, por continuas frustraciones y hartazgos seculares. En definitiva, fomentan la participación en un ritual inconsciente, cada vez con menos basa democrática. Se ha llegado a esa ligereza anodina, casi necia, llamada costumbre. Sin embargo, gentes -tal vez agentes- contumaces, pretenden corregir a los que somos abstencionistas con peregrinos argumentos. Incluso progres, reales o presuntos, en una contorsión extraña respecto a sus propias concepciones hablan de deber ciudadano. Les es difícil advertir que vivimos una democracia, aunque muy profanada; los últimos meses, exangüe.

Quienes -por desgracia- manifiestan pocas luces han recibido siempre un afecto especial por individuos de su entorno. Había un consenso tácito para hacerles llevadero ese trago inapreciable para ellos. El hecho era incontrovertible en cualquier grupo social. Pero hete aquí que ha llegado la política y aquellas exaltaciones humanas han perdido carga virtuosa. Desde una óptica higiénica y amistosa, podemos distinguir tres tipos de tontos. Los que aceptan el trance sin disimulos, con naturalidad. Gozan todavía de esa aceptación residual y solidaria. Aquellos que realizan ímprobos, e inútiles, esfuerzos a fin de ocultar lo que les resulta especialmente importuno, irritante. Deben aguantar, además, un rechazo generalizado. Termina la serie con quienes están convencidos de que los tontos son el resto, todos menos ellos. Tales especímenes tienen un nombre extraño al inventario: políticos.

Esta caterva de imperecederos sandios, a poco, ha construido una democracia ad hoc y languidece en ella con auténtico deleite. Ignoro que calificativo debería imponerse a quien inicia el “servicio” público de adolescente y se jubila en él. Sí, ya sé que se le llama político mitigando -a duras penas- el verdadero dominio: farsante. La otra cara de la moneda, denominada sociedad, exhibe un rostro macilento, ajeno. Ambas partes, cara y cruz, resultan fieles componentes alegóricos de cualquier sociedad “civilizada”. Podemos suavizar al extremo, pero sus integrantes se adscriben forzosamente a uno de estos dos colectivos. Bien forman parte de la cara, que yo intitulo jeta; bien de la cruz, nunca mejor dicho. Si obviamos ligeras correcciones, cumplen al dedillo esa vieja sentencia: “Unos nacen con estrellas y otros estrellados”.

Las ejecutorias de nuestros políticos, sin excluir sigla alguna, constatan su pertenencia al tercer grupo de lerdos. Desde Felipe González a Pedro Sánchez, el deterioro ha sido notable. Humo y paja formaron parte sustantiva de su mágico deambular por la escena histriónica, grandilocuente, fabulosa. Creían camelar a un pueblo inculto, amante del sesteo, “so verano”, como calificaba tiempo atrás -haciendo un juego de palabras curioso- para indicar el letargo estival, histórico, que lo define. A veces, incluso la sospecha cristalizaba en certidumbre plena. Todos, a mayor o menor gloria, han vendido una burra averiada, inválida. Sin embargo, durante los últimos meses se ha superado un récord legendario. Sánchez centra su incapacidad evidente, novicia, en el fecundo y peligroso enfrentamiento social. Ignoro si le dará generosos réditos electorales, o si el nuevo gurú advierte algún hito especial para seguir esa senda, pero vislumbro un futuro turbio, conflictivo, probablemente demoledor.

Con menor incidencia, influye también de forma vertebral la actitud fanática, huérfana de cualquier propósito atemperado, cordial. Aquí el abanico engloba además a medios y periodistas que abren sus fauces codiciosas al dogma revestido de vil metal. Porque, abandonada la querencia dialéctica, el fanatismo desecha todo prurito intelectual a fin de trocarse opción pecuniaria. Quien siga asiduamente tertulias y debates comprenderá la diferencia entre los que apuestan por el razonamiento argumentado y los que imponen, o lo pretenden, formas agresivas para ventear mensajes escasos de rigor. Sin formar parte de los ejecutivos, pero apéndices del poder en sus variadas facetas, se sienten vehementes valedores de la farsa. Eso sí, generosamente retribuidos. Pese al autobombo, venden su dignidad por un plato de lentejas. Son pocos, dirá algún verso suelto de la quinta columna soslayando su capacidad contagiosa, maligna.  

Resulta claro, pues, que estamos enclaustrados a merced de tontos y fanáticos. El marco adjunto mortifica, acongoja (expresión audible sustituta de otra peor sonante). Debe cambiar a fondo la mentalidad ciudadana, si queremos que esto revierta, y alejarnos de tópicos incrustados que hacen anidar una quimera permanente. Hemos de desterrar el maniqueísmo absurdo, antihumano y divergente. No existen individuos solo malos, tampoco los hay solo buenos; la bondad o maldad aislada supera al hombre. Sería bueno que desde ahora mismo fuésemos desechando tópicos furtivos e inciertos; tan falsos que el despiste o la necedad impiden apreciar cuánto objetivo soterrado lleva su entraña.

Termino aludiendo a políticos que maltratan a su especie. No preciso concretar porque su identidad es de dominio público. Similares al resto en lo común, estos vienen de fábrica equipados con especial distintivo: verborrea utópica, desaliñada, disgregadora. Dominan y ejercen todos los defectos del sistema presuntamente democrático. Les distingue, de fondo, cierto desvarío psicológico forjando su propia esquizofrenia. Suponía -ahora lo constato- que la estupidez humana alcanza magnitudes astronómicas. Tan disparatada majadería, no la excusa el ansia de poder, menos una ambición malsana.  

viernes, 24 de agosto de 2018

SOCIALISMO Y ESTADO DE BIENESTAR


Se dice con reiteración que el objetivo de la política y de los políticos consiste en lograr el bienestar ciudadano. Todos conciben, a la hora de ofrecerlo, que es una prioridad ilusoria, postiza. Realizan un espectáculo inigualable en campaña electoral o conformando una oposición siempre desabrida cuando no folklórica. Ocurre, sin embargo, que compromiso serio, idealismo e iniciativa, comparecen huérfanos de remembranza. Sorprende la facilidad con que un político, cualquiera, olvida afirmaciones o contingencias espectaculares, pertinaces, firmes, siendo absurda su posterior negativa porque la hemeroteca, como el algodón, no engaña. A ese fin, despliegan un grado de cinismo extraordinario pretendiendo negar lo obvio. Su impudor no tiene límites. 

Aunque el epígrafe se refiere a la paradoja bienestar-izquierda, difícilmente podemos encontrar una ideología que quede a salvo. Menciono a Rajoy. Dicho político, en la oposición, imprecaba -y le sobraban razones- a Zapatero por su incompetencia. Tal vez, las mayores críticas se refirieran al apartado económico y concretamente al aumento del déficit y de la deuda. Haciendo gala de unos principios liberales inexistentes, don Mariano aseveraba contundente una bajada sustanciosa de impuestos cuando alcanzara La Moncloa. Ubicado allí, sobre ciento ochenta y seis diputados, dos días después el IRPF alcanzó cotas desconocidas hasta ese momento. Dijo que el PSOE había mentido en el déficit declarado (seis por ciento) cuando la realidad lo había llevado al nueve. Esa diferencia, según él, tuvo que paliarla con el salvaje aumento de impuestos. Una media verdad con pretensiones absolutorias.

Semejante atentado al bienestar de la clase media, a poco descapitalizada, junto a una desideologización marcada por estrategas de baratija, le llevó a ser el único presidente que no aguantó dos legislaturas completas. Estoy convencido de que las cabezas pensantes, los que mueven hilos trascendentales, pensaron que para obtener once millones de votos deberían diluir los principios hasta hacerlos atractivos a todos: derecha, centro e izquierda, sin apreciar que el éxito fue demérito de Zapatero. Constituyó un grito de hastío y auxilio que Rajoy no supo valorar en su justa medida. Este escenario, junto a la deslealtad de PNV y PSOE potenciada por siglas divergentes, pero en perfecto maridaje, llevaron a una moción de censura triunfadora, amén de perversa y onerosa.

Sánchez, desde el primer minuto, dejó al descubierto sus intenciones absolutistas, arbitrarias, torpes. Sobre aquellos alegatos estentóreos de reformas democratizadoras, aparecieron un ejecutivo con cuatro ministerios más que el anterior y un gobierno fetiche. Ignoro la procedencia (lugar y modo) de las lisonjas lanzadas sobre perfectos desconocidos o falsamente consagrados, Carmen Calvo sin ir más lejos. El común salva a Borrell y a Grande Marlasca, únicos que proporcionan sustancia al gabinete, aunque las expectativas superen lo ofrecido hasta ahora. El presidente, en efecto, desmenuzó sus reformas empezando por La Moncloa. Tras dar cuerpo, por decir algo, al consejo de RTVE -purgada rabiosamente- colocó a amigos y conmilitones en puestos de elevados honorarios llevando el nepotismo a extremos desconcertantes. Terminó, en similar postulado al de Iglesias, colocando a su pareja en una institución privada que, se afirma, recibe fondos públicos.

Armado de extraordinarios principios éticos, de inquietudes sociales, de acrisolada honradez, el socialismo español (también la socialdemocracia europea) pretende liderar un monopolizado Estado de Bienestar. Propaganda propia y mediática niegan cualquier probabilidad a la derecha. Sin embargo, una realidad terca se empecina en descubrir las lacras enormes que lo acompañan. Solo hemos de advertir cómo viven los ciudadanos de aquellos países que llevan al extremo políticas estatalizadas. Ventear, admitir, teorías comunistas en un marco económico capitalista lleva a la miseria y a la opresión. Sobran ejemplos que confieren esa epistemología constructivista tan de acuerdo con las tesis marxistas.

Para conseguir el Estado de Bienestar no es suficiente la pose con que el político de turno presente cierta falsa querencia a lo social. Al final, toda ideología tiende, con menor o mayor instinto, a conseguir ciudadanos felices. Les va en ello su permanencia democrática. Lo verdaderamente raquídeo, lo fundamental, es crear riqueza para que pueda repartirse. Y aquí rumia la madre del cordero, sirva la expresión. Los partidos socialistas, siguiendo su entraña, ambicionan un Estado vigoroso, popular, supremo. Aparte el peligro que encierra el atributo popular, ese vigor, esa fortaleza, requiere recursos públicos y, como consecuencia, subida de impuestos no siempre utilizada en resolver casos graves de incuria grupal. Asimismo, sostienen que la creación de empleo proviene de la empresa pública, nido de enchufe y corrupción políticos.

Los partidos liberales, preservan la empresa privada como herramienta crucial en la creación de empleo. Defienden un Estado exiguo, sin recursos apenas; solo para sufragar los servicios sociales básicos, que apuestan públicos de gestión privada. ¿Se elimina de esta forma la corrupción? No necesariamente, pero la hace menos factible. En realidad, ningún postulado económico tiene soluciones definitivas a los problemas ciudadanos, aunque -a priori- el liberalismo, defensor a ultranza de las libertades individuales y rentable al estimular la iniciativa privada, parece registrar usufructos más beneficiosos para el individuo. Desde luego, Europa septentrional, la rica, poco a poco se va despojando de las doctrinas socialdemócratas para decantarse por un liberalismo social.

Queramos o no, gobiernos de izquierdas (denominación española en contraposición a los de derechas) existen solo en Portugal, España, Italia -con alianza antinatura- y Grecia. El resto, son gobiernos conservadores, demócrata-cristiano y liberales, solos o realizando pactos precisos con otras ideologías, incluso socialdemócratas. Ya se empieza a asegurar que con el ejecutivo actual el crecimiento bajará un porcentaje sustantivo; es decir, la cuestión económica sufrirá un parón importante. Y eso que nuestro presidente no ha realizado cambio alguno en las leyes laborales del gobierno Rajoy y que, con tanto bombo y platillo, anunciaba cuando era portavoz del “no es no”. Pensemos que le quedan unos meses para abandonar el timón. Esperemos que el país todavía tenga posibilidad de recuperación, pese a la dificultad que se hará visible día a día.

viernes, 17 de agosto de 2018

SÁNCHEZ Y EL GESTO


Que astros, siglas y personas, se contorsionaran hasta lo insólito, lo enigmático, para hacer presidente del gobierno a un doncel torpe, ya no cabe ninguna duda. Hete aquí, no obstante, que el tal nos ha salido, además, fatuo, caprichoso -atributo muy peculiar- y manirroto. Utilizar el Falcon de forma abusiva aquilata su altanería. Sánchez se la ha espetado a todos los españoles; principalmente a quienes, deslumbrados, aclamaron a un buñuelo de viento. Cuando la pose se convierte en esencia, en sustancia política, es el momento en que la ciudadanía debe empezar a preocuparse. Pudiéramos pensar, y sobrarían razones, que cualquier político patrio merece un tiempo de clausura para lograr su plena asepsia. En este preciso caso, desdeñamos tan importante diligencia (además de imprescindible) y hemos hecho, mejor nos han hecho, un pan como unas tortas, al decir popular. 

Sánchez despunta únicamente en trasladar a los medios -felones a esta sociedad cautiva de ellos- voluntarismo, porque él es puro gesto. Regeneró la Ley de Memoria Histórica (una invitación beligerante a la desmemoria); prometió exhumar los restos de Franco inmediatamente; acogió, antes de desplegar innumerables reservas, a los migrantes del Aquarius y afirma, espantado, subir impuestos a los ricos en complot con Iglesias. Conjeturo que la última no ocurrirá salvo incapacidad suicida. Ni subida de impuestos ni elevación del techo presupuestario, otra exigencia del señor Iglesias cuyas deudas sociales y personales embargan el sombrío marco de unos pactos espurios. Y no subirá impuestos porque finalmente siempre pagan los mismos arrastrándole a un cataclismo electoral. El resto de repiques, desde mi punto de vista, tampoco serán satisfechos porque prefiere el humo al fuego. Quiere desconcertar, no encender hogueras incontroladas.

Ignoro si es por desconocimiento o carencia, pero no me viene a la memoria ningún plan, proyecto, tal vez compromiso, para mejorar el ámbito laboral, económico, sanitario y educativo, de los españoles. De aquellos incontables anuncios simultáneos a su llegada al poder, no se ha materializado ninguno. Y eso que, al decir de la numerosa claque, el nuevo gobierno llegaba para recuperar lo que Mariano Rajoy había derruido. Como se sabe, fue el gobierno más corrupto de Europa hasta que alguien -con creatividad e inteligencia- preguntó a un representante de tan exacto cotejo: ¿quién es el segundo? La respuesta fue una vergonzosa y vergonzante callada. Estos leales representantes dignísimos de la ética escrupulosa, suelen amigarse al silencio; aunque con excesiva frecuencia asedian el choque burdo abusando de epítetos. Son aquellos especímenes del “quítate allá que me tiznas”.

Sospecho que, aparte significativos intentos de recuperar algunos votos huidizos con gestos hacia la izquierda radicalizada, nuestro gris presidente quiere animar una falsa compostura. Ahí es fácil encontrar las razones, curiosas eso sí, para utilizar el Falcon de manera inusual colectivizando una quimera tópica. No es por seguridad, como aseguró Alsina, ni por asunción de la “agenda cultural”, excusa de Carmen Calvo en otra deposición intelectiva a las que nos tiene acostumbrados. ¡Qué va! Sánchez sube al avión como representante de aquellos que jamás tendrán oportunidad de hacerlo. Somos tan necios que aplaudimos, aunque nos cueste muchas jornadas de nuestro trabajo, a aquel que -siendo de los nuestros- puede codearse y actuar cual si perteneciera a la élite financiera o empresarial. Constituye una pequeña victoria, quizás venganza, del necio humilde. Parecido sentimiento despierta el deportista multimillonario. Acaso, como Hacienda, Neymar (verbigracia) seamos todos. ¿Cabe mayor gilipollez? La sociedad española urge sólida restauración moral.

Carmen Calvo, vicepresidenta y ministra de Igualdad, es su mejor gesto. Poseedora de retórica chocante, absurda, es el culmen que rasga toda exigencia oratoria. Desarrolla el papel idéntico al del bombero torero que arrastraba al lego a la fiesta nacional mediante un espectáculo grotesco, risible, pero seductor. Basta una perla para comprender la atracción y arraigo que ella despierta en los medios de comunicación: “Un concierto de rock en español hace más por el castellano que el Instituto Cervantes”. ¿Quién puede ofrecer mejor nutrimento publicista? Nadie. Semejante prodigio fue descubierto por Zapatero y Sánchez, calco clónico, no dudó en encomendarle esa ardua labor que viene realizando con rotunda desenvoltura y capacidad. Conforma el chascarrillo noticiable, llamativo, espectacular. Todo ejecutivo, aun el más discreto, desea que cada día se hable del gobierno, sea para bien o para mal. Carmen Calvo, perseverante y fecunda, supera cualquier reseña.

Consignada la paradoja -entre lo grosero, lo raro y lo exquisito- que acapara audiencia en los medios audiovisuales, analicemos lo ocurrido a RTVE. Mientras gobernaba el PP y el consejo del ente público era supuestamente ocupado con mayoría de dicho partido, se alegaba parcialidad y manipulación en los informativos. De ahí que todos los viernes una pléyade de arácnidos negros, en sentido metafórico, se asomara a la pequeña pantalla para visibilizar su disconformidad. Sin embargo, noticias y siglas diversas se veían reflejadas con normalidad, sin que ello implicara la inexistencia de cierta propensión a destacar algunas concretas. Hoy, por propio sesgo y la espuela incisiva de Podemos, asistimos, dentro del mismo sentido metafórico, a la metamorfosis de aquellos arácnidos antañones en coleópteros peloteros de parecida tonalidad cromática, pero de aspecto mucho más repugnante. Ahora sí hay un filtro osmótico que permite el paso solo de noticias líquidas, vacías de contenido o lisonjeras.

Conquistada esta herramienta de manipulación política que eternamente persiguen los partidarios de Gramsci, el resto de retos comprometidos durante la moción de censura se han diluido en el incumplimiento, en la farsa. Porque Sánchez es su personificación, un gesto ininterrumpido, vehemente, casi esencia vital. Al mismo tiempo, al igual que “la cabra tira al monte”, se ha rodeado de personajes que muestran similar predisposición para no exhibirse aislado, ungido pequeño islote en la inmensidad del cinismo oceánico. Al efecto, pregunto inocentemente. ¿Creen capaz a nuestro presidente para concluir algo útil a la sociedad? Los favorecidos por el nepotismo rampante -distinguida conducta de corrupción actual- dirían que sí. ¿Ustedes?

 

 

viernes, 10 de agosto de 2018

INQUIETUD POR UNA DEMOCRACIA AGONIZANTE


España es un país casi estéril en oportunidades presuntamente democráticas; asimismo, han desaparecido de forma prematura cuantas surgieron. Ahora disfrutamos de la más longeva, pese a su cada vez más objetada eficacia, aunque se advierte cercano el final. Este tipismo idiosincrático que nos domina, ese fiero individualismo acérrimo que acogota cualquier atisbo de convivencia, aquel complacer a todos, ha impedido conformar un sistema de libertades sólido. Tal vez, su complexión dispar, una sociedad indolente y unos políticos que centran sus esfuerzos en vivir a costa del erario público, conformen la entraña del enigma.

Ajeno a la política, tampoco me someto a ningún medio de comunicación abierto o no al subsidio. Inmune a etiquetas, expongo mis opiniones sin miramientos; es decir, soy políticamente incorrecto. Reparo, desde hace tiempo, que se difunden las mayores barbaridades sin que nadie -tal vez una audaz minoría- disienta con precisión entre tanto promontorio de ignominia e ignorancia progre (voluntaria o no). Imagino estrategias del marxismo rancio las utilizadas para crear determinada conciencia y proveer así la posterior desvertebración social. Al mismo tiempo se abren brechas que incapacitan cualquier acción reformadora. No son conscientes de su derrota ideológica y persisten en una tribuna inútil. Se empieza por engendrar desconfianza y se termina por instituir grupos antitéticos, enfrentados, beligerantes.

Mantengo que la izquierda, más o menos ultra, se ha quedado sin doctrina en un marco capitalista. Dicha coyuntura le lleva a un absurdo proceder anticapitalista -que le aleja del poder- o a un histrionismo gestual, litúrgico, que resulta beligerante, clarificador e inocuo. Sé, ellos también, que la retórica de las dos Españas, les proporcionan pingües beneficios electorales; eso sí, cada vez menos. La gente, dentro de su buena fe, se da cuenta del papel lacayo que le ha asignado el poder y lo rechaza día a día. Como dijera aquel, ya era hora. El Estado debe tener como único objeto salvaguardar los intereses colectivos y personales. Lo demás es contaminación, despropósito, abuso, por no decir tiranía. ¿Cómo califica usted, amigo lector, el nuevo trabajo de la señora Sánchez? Un bochorno político, cuanto menos.

Ante la artificial polémica desatada por la exhumación de Franco, permítanme unas referencias históricas. Lenin, en mil novecientos dieciséis, proclamó el derecho de las naciones a su plena autodeterminación; derecho que se levantaba sobre decenas de miles de cadáveres sin ningún derecho. Pese a ello, Rusia sofocó la revolución húngara, en mil novecientos cincuenta y seis, ocasionando casi tres mil muertos. Posteriormente, durante el año mil novecientos sesenta y ocho, invadió Checoslovaquia con centenares de miles de soldados y miles de tanque, sofocando toda esperanza de libertad. Excuso valorar si tales acciones fueron dictatoriales o democráticas en origen y consecuencias, pues hablan solas. Por cierto, Rusia tiene más de seis mil estatuas de Lenin y algunas de Stalin de quien Nikita Jrushchov (sucesor suyo) reconoció numerosos crímenes y culto a la personalidad. Existen también estatuas de los zares. Razón que convence: “Es Historia”. Nosotros estamos empeñados en liquidar la nuestra.

A Franco -hoy, pasados años sin tanta animadversión- se le considera sanguinario asesino, mayoritariamente por quienes no vivieron la dictadura. Yo, nacido en mil novecientos cuarenta y tres, viví su práctica totalidad. Hasta principios de los años cincuenta se sufrió la guerrilla denominada maquis (que perturbó a la sociedad y al régimen) siendo excluido, además, por los países surgidos tras la Segunda Guerra Mundial. Esto le llevó a una autarquía planificadora, autoritaria. No obstante, fuera del Proceso de Burgos y las ejecuciones de mil novecientos setenta y cinco, a nivel de calle no pudo apreciarse actitud tiránica ni sanguinaria. Es probable que, en círculos específicos, acaecieran aspectos desconocidos para el ciudadano corriente. Vislumbro cierto afán por reescribir una Historia imaginaria, ácida. A su muerte, y es algo incontrovertible, surgió un hervidero de vividores al amparo de esta sociedad inane. También al abrigo de complejos bastardos y odios pertinaces a partes iguales.

Tuve un deudo colateral, anarquista, que hizo las milicias en el bando republicano. Cuando preparé la documentación para que mi tía cobrara como viuda de militar republicano, leí la sentencia: “Condenado a muerte por adhesión a la sublevación y conmutada la pena por cadena perpetua”. Al final, estuvo ocho años preso en el penal de Ocaña. La justicia es un don de dioses debido a su complejidad, la venganza constituye una lacra humana por su ensañamiento. Prefiero pensar, y no en causa menos visceral, que esta fue la razón de muchas muertes tras el enfrentamiento fratricida. Sé que otros fueron juzgados y ejecutados con oscuro fundamento jurídico; similar, desde luego, al obrado en una hipotética victoria del bando republicano.

Respecto a denominar demócrata a quien luchó contra Franco -en ocasiones señalados interesadamente como antifascistas- he de observar que, por orden de Stalin, se organizaron las Brigadas Internacionales y malicio que nadie lo tome como ejemplo de demócrata o antifascista. Poca gente (en conciencia, con disposición) se adscribió al bando republicano sin que tal decisión confiriera ningún crédito especial. La mayor parte, me consta, luchó sin ideología, obligatoriamente, según la zona de ubicación. Es probable que esa fuera la eventualidad por la que el régimen gozara de tanta aquiescencia social. El antifranquismo se ha exagerado tras la muerte de Franco. A partir de los acuerdos bilaterales con EEUU. la exigua oposición que tuvo (contubernio de Munich, en mil novecientos sesenta y dos, donde Salvador de Madariaga afirmó: “Hoy ha terminado la Guerra Civil”) nunca temió por su vida.

Una periodista -sectaria, adscrita al progresismo político y mediático, imbuida de esa falsa superioridad ética- en un debate polémico, le espetó a su contrincante interlocutor: “Yo no le permitiría hablar”. Tal vez esa disposición a la censura, el añejo síntoma totalitario (alimentado por mentes insensatas, tiránicas) destaque sobre tan intolerante reacción.  Quizás en otro momento, menos suave, le hubiera negado la vida. Cuando el odio se adueña del entorno -en estos instantes- la democracia padece una enfermedad incurable. Estupidez supina y enfrentamiento nos retrotraen al pasado. Como siempre, perece la libertad asesinada por quienes aseguran defenderla.

La izquierda radical, ultra, cimienta su ecosistema con mentiras, propaganda y demagogia, no exentas de violencia. Pone en grave riesgo cualquier sistema de libertades.

viernes, 3 de agosto de 2018

POLÍTICA ULTRA


Llevamos tiempo en que los oídos sociales sufren una agresión injusta, falaz, repulsiva, aplicable a cierta izquierda carente de toda compostura democrática. Entre una superioridad ética inexistente -autoaplicada al marxismo, más o menos radical- y el complejo manifiesto del PP, hoy abundan las etiquetas tóxicas, perversas. Ignoro cuál puede ser la causa concreta, pero no veo motivos objetivos para ello. Antes, destacaba el vocablo “facha” proveniente de la Revolución Rusa para definir a quienes no comulgaban con el bolchevismo. Ahora, perdido su vigor juvenil, se le sustituye por un sinónimo jovial en apariencia: “fascista”. Incluso las formas alejan cualquier posibilidad de concordia por su similitud con un grosero ademán expectorante.

A la par -como técnica abrasiva, agresora- avanza, cual torrente fragoso, un epíteto grueso, casi infame: “ultra”. Procedente también de la izquierda totalitaria, desea enmarañar la semántica al objeto de confundir el dinamismo social. Aquella famosa frase: “Al pan, pan y al vino, vino”, ha sido difuminada por una estrategia añeja, al punto que es difícil distinguir pan y vino. Nos salva de caer en manos de populismos y demagogias esa imbricación que origina el mundo globalizado. Ética y estética van diluyéndose a la misma velocidad con que surgen los afanes espurios de quienes se hacen con el poder, incluso utilizando formas exquisitamente democráticas. Consiguen así colmar ambiciones personales, pero a medio plazo deterioran el partido.

Nadie queda exento de culpa o responsabilidad. Los líderes, porque imponen una omnipo-presencia en ocasiones poco convincente y menos oportuna. Las bases, actuando sin honestidad, al albur de intereses extraños a la finalidad requerida. Uniendo estas y otras excentricidades, consentidas en silencio, terminamos aceptando cualquier desnaturalización del sistema. Luego, marchitos los sopores del letargo, les dedicamos un agresivo rosario de atributos ciertos; quizás algo inmoderados. Constituye el famoso derecho al pataleo tan estúpido como ineficaz. Eso sí, sigue siendo un consuelo al ser mal de muchos. Por lo menos, todavía no ha creado un estado de desasosiego y desesperanza notables.

Ultra, según el DRAE, refiere una actitud radical que se da en ciertas clases o movimientos sociales, no identificable con doctrina o ideología concreta. Parece evidente, a la luz del concepto, que solo doctrinas o grupos revolucionarios podrían ser tildados de “ultras”. En los dos últimos siglos europeos, quedan los tales -estrictamente hablando- limitados a la izquierda marxista complementada por fascismos y nazismos. Resulta, por tanto, falsa dicha etiqueta cuando se refiere a grupos o partidos ajenos a los descritos; difunden mensajes emponzoñados, insalubres, que se nutren de corrupción semántica.

Revisando someramente la revolución rusa, tanto bolcheviques como mencheviques pertenecían al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Los primeros, comandados por Lenin, radicalizaron sus posturas revolucionarias adoptando un enfoque ultra. Asimismo, el grupo menchevique (comandado por Mártov) deseaba cambiar la sociedad de forma natural, moderada, prudente. Vencieron las tesis leninistas suministrando un frente ultra que marcó desde entonces el talante marxista-leninista. Todavía hoy -tal vez con mayor empuje- las doctrinas anejas a la revolución rusa, leninismo-estalinismo, persiguen una radicalización en los planteamientos que retrotraen a épocas felizmente caducas. Esta circunstancia, engendra el aislamiento general de la izquierda en Europa septentrional. También, curiosamente, en algunos que tiempo atrás formaban parte del intitulado Pacto de Varsovia. Solo aquellos países míseros de la UE, denominados PIGS, mantienen a la izquierda, más o menos ultra, en sus respectivos gobiernos.

Por todo lo expuesto, la derecha (conservadores, liberales, demócrata-cristianos) -en puridad- nunca puede ser acusada de “ultra” sin abordar la falacia o la manipulación. Pueden existir grupos específicos partidarios de acciones correctoras que no agraden a otros, también definidos, ambos lindantes o adyacentes con procederes fascistas, cuando no abiertamente totalitarios. Observemos el Frente Nacional francés, Liga Norte italiana y Cinco Estrellas, también italiano. Los dos primeros se acercan al fascismo de tinte moderno; el último, al populismo marxista actualizado. Hemos de tener claro que brotan doctrinas radicales cuando las crisis económicas crean un estado de shock social. En esta coyuntura, las democracias liberales cayeron en descrédito y emergieron sombrías dictaduras que mostraron total capacidad de resolución tras la crisis del veintinueve. Se pagó un peaje muy sangriento, pero es un hecho empírico, irrefutable. Jamás en otras circunstancias.

Sánchez, en su desorientación e inepcia, practica una política radical, importuna. Ayuno de proyecto para solventar las congojas ciudadanas, abraza al estilo Zapatero los peores tics del gobernante necio. A cambio de lucir zafiamente una presidencia alfeñique, mínima, átona, se ve obligado a realizar la cuadratura del círculo. Debe mostrarse siniestro, sin matices, y catalanista con pocas enmiendas. Semejante escenario le lleva a destapar las esencias de la intriga y a actuar en consecuencia. Espectacular receptor de migrantes, agita la exhumación de Franco y acuña a Ciudadanos y PP el precinto ultra. He aquí, aparte dedo selectivo y falcon, las únicas hazañas de nuestro presidente.

La sociedad debe evitar caer en las múltiples trampas lingüísticas. Hablar de la derecha “ultra”, o ultraderecha, constituye un postizo manipulador, miserable. Luego proponen hacer política depurada, irreprochable, cuando utilizan sin sonrojo los peores y más rastreros métodos para convencer al ciudadano ahíto. Ninguna novedad. Revelando mínimas diferencias de matiz, todo proceder se corresponde con aquella expresión de Pablo Iglesias en el primer cuarto del siglo XX: “Este partido (el PSOE) está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita, fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones”. Cada sigla, a su manera, viene realizando una política timadora, provocativa, degradante, ultra.

Para concluir, una remembranza de Facundo Cabral: “Mi abuelo era un hombre muy valiente, solo tenía miedo a los idiotas. Le pregunté por qué y me respondió: porque son muchos… y al ser mayoría, eligen hasta el presidente”. Extasiado por tan categórica frase y horrorizado ante estos bochornos que -incluso en Cuenca- maltratan cuerpos y almas, permanezco mudo y solo se me ocurre cerrar con un contundente amén.