Se dice con reiteración
que el objetivo de la política y de los políticos consiste en lograr el
bienestar ciudadano. Todos conciben, a la hora de ofrecerlo, que es una prioridad
ilusoria, postiza. Realizan un espectáculo inigualable en campaña electoral o conformando
una oposición siempre desabrida cuando no folklórica. Ocurre, sin embargo, que compromiso
serio, idealismo e iniciativa, comparecen huérfanos de remembranza. Sorprende
la facilidad con que un político, cualquiera, olvida afirmaciones o contingencias
espectaculares, pertinaces, firmes, siendo absurda su posterior negativa porque
la hemeroteca, como el algodón, no engaña. A ese fin, despliegan un grado de cinismo
extraordinario pretendiendo negar lo obvio. Su impudor no tiene límites.
Aunque el epígrafe se refiere
a la paradoja bienestar-izquierda, difícilmente podemos encontrar una ideología
que quede a salvo. Menciono a Rajoy. Dicho político, en la oposición, imprecaba
-y le sobraban razones- a Zapatero por su incompetencia. Tal vez, las mayores
críticas se refirieran al apartado económico y concretamente al aumento del déficit
y de la deuda. Haciendo gala de unos principios liberales inexistentes, don
Mariano aseveraba contundente una bajada sustanciosa de impuestos cuando
alcanzara La Moncloa. Ubicado allí, sobre ciento ochenta y seis diputados, dos
días después el IRPF alcanzó cotas desconocidas hasta ese momento. Dijo que el
PSOE había mentido en el déficit declarado (seis por ciento) cuando la realidad
lo había llevado al nueve. Esa diferencia, según él, tuvo que paliarla con el
salvaje aumento de impuestos. Una media verdad con pretensiones absolutorias.
Semejante atentado al
bienestar de la clase media, a poco descapitalizada, junto a una
desideologización marcada por estrategas de baratija, le llevó a ser el único
presidente que no aguantó dos legislaturas completas. Estoy convencido de que
las cabezas pensantes, los que mueven hilos trascendentales, pensaron que para
obtener once millones de votos deberían diluir los principios hasta hacerlos
atractivos a todos: derecha, centro e izquierda, sin apreciar que el éxito fue
demérito de Zapatero. Constituyó un grito de hastío y auxilio que Rajoy no supo
valorar en su justa medida. Este escenario, junto a la deslealtad de PNV y PSOE
potenciada por siglas divergentes, pero en perfecto maridaje, llevaron a una
moción de censura triunfadora, amén de perversa y onerosa.
Sánchez, desde el primer minuto,
dejó al descubierto sus intenciones absolutistas, arbitrarias, torpes. Sobre
aquellos alegatos estentóreos de reformas democratizadoras, aparecieron un
ejecutivo con cuatro ministerios más que el anterior y un gobierno fetiche.
Ignoro
la procedencia (lugar y modo) de las lisonjas lanzadas sobre perfectos desconocidos
o falsamente consagrados, Carmen Calvo sin ir más lejos. El común salva a
Borrell y a Grande Marlasca, únicos que proporcionan sustancia al gabinete,
aunque las expectativas superen lo ofrecido hasta ahora. El presidente, en
efecto, desmenuzó sus reformas empezando por La Moncloa. Tras dar cuerpo, por
decir algo, al consejo de RTVE -purgada rabiosamente- colocó a amigos y
conmilitones en puestos de elevados honorarios llevando el nepotismo a extremos
desconcertantes. Terminó, en similar postulado al de Iglesias, colocando a su
pareja en una institución privada que, se afirma, recibe fondos públicos.
Armado de extraordinarios
principios éticos, de inquietudes sociales, de acrisolada honradez, el socialismo
español (también la socialdemocracia europea) pretende liderar un monopolizado Estado
de Bienestar. Propaganda propia y mediática niegan cualquier probabilidad a la
derecha. Sin embargo, una realidad terca se empecina en descubrir las lacras
enormes que lo acompañan. Solo hemos de advertir cómo viven los ciudadanos de aquellos
países que llevan al extremo políticas estatalizadas. Ventear, admitir, teorías
comunistas en un marco económico capitalista lleva a la miseria y a la
opresión. Sobran ejemplos que confieren esa epistemología constructivista tan
de acuerdo con las tesis marxistas.
Para conseguir el Estado
de Bienestar no es suficiente la pose con que el político de turno presente
cierta falsa querencia a lo social. Al final, toda ideología tiende, con menor
o mayor instinto, a conseguir ciudadanos felices. Les va en ello su permanencia
democrática. Lo verdaderamente raquídeo, lo fundamental, es crear riqueza para
que pueda repartirse. Y aquí rumia la madre del cordero, sirva la expresión.
Los partidos socialistas, siguiendo su entraña, ambicionan un Estado vigoroso, popular,
supremo. Aparte el peligro que encierra el atributo popular, ese vigor, esa
fortaleza, requiere recursos públicos y, como consecuencia, subida de impuestos
no siempre utilizada en resolver casos graves de incuria grupal. Asimismo,
sostienen que la creación de empleo proviene de la empresa pública, nido de
enchufe y corrupción políticos.
Los partidos liberales, preservan
la empresa privada como herramienta crucial en la creación de empleo. Defienden
un Estado exiguo, sin recursos apenas; solo para sufragar los servicios sociales
básicos, que apuestan públicos de gestión privada. ¿Se elimina de esta forma la
corrupción? No necesariamente, pero la hace menos factible. En realidad, ningún
postulado económico tiene soluciones definitivas a los problemas ciudadanos,
aunque -a priori- el liberalismo, defensor a ultranza de las libertades
individuales y rentable al estimular la iniciativa privada, parece registrar usufructos
más beneficiosos para el individuo. Desde luego, Europa septentrional, la rica,
poco a poco se va despojando de las doctrinas socialdemócratas para decantarse
por un liberalismo social.
Queramos o no, gobiernos
de izquierdas (denominación española en contraposición a los de derechas)
existen solo en Portugal, España, Italia -con alianza antinatura- y Grecia. El
resto, son gobiernos conservadores, demócrata-cristiano y liberales, solos o
realizando pactos precisos con otras ideologías, incluso socialdemócratas. Ya
se empieza a asegurar que con el ejecutivo actual el crecimiento bajará un
porcentaje sustantivo; es decir, la cuestión económica sufrirá un parón importante.
Y eso que nuestro presidente no ha realizado cambio alguno en las leyes laborales
del gobierno Rajoy y que, con tanto bombo y platillo, anunciaba cuando era
portavoz del “no es no”. Pensemos que le quedan unos meses para abandonar el
timón. Esperemos que el país todavía tenga posibilidad de recuperación, pese a
la dificultad que se hará visible día a día.
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